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¿Qué es el principio de acción de Hamilton?

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Los seres humanos son sistemas clásicos que se mueven en un mundo que no es, sin embargo, enteramente clásico. La ciencia clásica y el mundo clásico se caracterizan por ser deterministas, sujetos a leyes; predecibles, por tanto, y susceptibles de ser explicados en términos de la mecánica clásica. Esto es, por ejemplo, en términos de acción-reacción, en función de fuerzas y demás.

Ese mundo clásico es ulteriormente explicado y entendido a la vez por Newton, con todo y sus adalides y satélites. Gente como Galileo y Laplace, Kepler y Descartes, Copérnico y Gibbs. Estos son, dicho en otras palabras, los fundamentos de la modernidad, y que en términos sociológicos o históricos corresponde al ascenso y al triunfo ulterior de la burguesía; primero con la revolución francesa de 1789 y luego con la Revolución Industrial en el siglo XIX. Naturalmente, otros nombres, enfoques, teorías y disciplinas vienen al mismo tiempo a afirmar y a desarrollar este cuadro general.

Una de las formas como la ciencia clásica y el mundo clásico son superados es mediante la reformulación más abstracta de sus fundamentos. Esto es justamente lo que acontece gracias a los trabajos del irlandés W. R. Hamilton (1805-1865). Hamilton lleva a cabo una reformulación de la mecánica newtoniana, gracias a la cual se puede hacer el tránsito hacia la teoría cuántica de campos y la mecánica cuántica.

Notablemente, mientras que las leyes de Newton describen cómo un sistema se desarrolla en el tiempo, Hamilton estudia todas las rutas disponibles hacia el futuro y elige la mejor de todas ellas. Es esto lo que se conoce como el principio de acción de Hamilton.

En verdad, este principio afirma que, en algunas circunstancias, el mundo puede seguir más de una historia. Esto es, el mundo no está sujeto a las determinaciones del pasado, a la necesidad de los hechos (lo que quiera que ello sea), o las determinaciones del inicio de un acontecimiento. En otras palabras, un sistema cualquiera minimiza una determinada cantidad, denominada “acción”, de tal suerte que, a partir de algún momento inicial, el sistema en consideración considera todas las historias posibles con vistas a su momento final.

La historia de la ciencia y de la cultura humana tiene una deuda enorme con William Rowan Hamilton. Se trata del hecho de que gracias a este físico, astrónomo y matemático es posible tomar distancia, desde el interior de un sistema clásico, en contra del determinismo. Esto es, la creencia según la cual, el pasado contiene el futuro, y la línea de tiempo que conduce del pasado al presente permite determinar sin más el futuro. En realidad, nos encontramos a menos de un metro de distancia de la idea de bifurcaciones.

Así, la “ley de la menor acción” establece la forma como un fenómeno determinado se mueve bajo la influencia de fuerzas. Esta ley, dice sin más, grosso modo, que el fenómeno en cuestión considerará todas las alternativas posibles, pero que seguirá aquella que implique el menor trabajo o esfuerzo posible. En verdad, las unidades en las que se mide la acción de Hamilton son energía por tiempo. Así, estaban sentadas todas las condiciones para el advenimiento de ideas provenientes de Planck, y con él, toda la historia subsiguiente de la física cuántica.

A partir de Hamilton podemos decir: existen tres formas como un modelo (clásico) puede ser transformado, así:

 Reinterpretándolo.

 Ampliando o profundizando los niveles de abstracción.

 Enfrentando o identificando anomalías.

Las dos primeras posibilidades son de cuño hamiltoniano; la tercera es, por el contrario, kuhniana. Dos formas complementarias de enfrentar y superar un modelo (clásico) determinado.

La reinterpretación es un acto hermenéutico de profunda radicalidad. La ampliación o profundización de los niveles de abstracción comporta el hecho de que el modelo (clásico), que antes era un todo, se convierte entonces simplemente en una parte de un todo aún mayor, más amplio y comprensivo. Por su parte, la identificación de anomalías quiere decir el choque entre un paradigma vigente o dominante y la emergencia de nuevos paradigmas. Es, sin más, el choque entre ciencia normal y ciencia revolucionaria.

W. R. Hamilton fue un niño precoz y, sin ninguna duda, además, un genio. A los cinco años conocía bien latín, griego y hebreo –los tres idiomas clásicos importantes de occidente–, y a los trece, manejaba más de doce idiomas; que es uno de los rasgos distintivos de esa clase de individuos que muy pronto tienen profundas inflexiones que habrán de marcar su vida. En este sentido, a los dieciocho años entra al Trinity College, en donde muy pronto se destaca como un aventajado estudiante.

Su vida académica, profesional y científica estuvo acompañada de éxitos y desarrollos notables. En contraste, su vida personal y familiar no fue tan afortunada, habiendo tenido un profundo amor desencantado y un matrimonio mal afortunado. Al final moriría de un ataque de gota, de la que sufría como consecuencia de depresiones que lo condujeron a una afición por el licor.

La vida de muchos genios no siempre ha sido plana y lineal, tranquila y sosegada, aunque existen, en la historia, notables excepciones a esta observación. Pero este tema es asunto de una consideración aparte.

Turbulencias y otras complejidades, tomo I

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