Читать книгу Salud pública y teoría cuántica - Carlos Eduardo Maldonado - Страница 7

Introducción: aprendiendo a pensar, una vez más

Оглавление

Hasta la fecha hemos vivido tres revoluciones científicas: la primera, la ciencia clásica o moderna, que tarda alrededor de cuatro siglos para emerger y consolidarse; la segunda es la teoría cuántica (y como se afirma en este libro, no solo la física cuántica), y la tercera es la de la información. Existe una fuerte ruptura entre la primera revolución y las otras dos. Un rasgo psicológico, cultural y emocional que puede ser destacado es que la ciencia moderna es ciencia que se basa en el primado de la percepción natural. Por ello mismo es el resultado de un dúplice proceso: observación y experimentación. En contraste, las otras dos revoluciones científicas son alta y crecientemente contraintuitivas. Y existen fuertes imbricaciones, cada vez más, entre ellas.

Las dos teorías –clásicas, decimos retrospectivamente hoy–más sólidas en la historia de la humanidad son la teoría de la evolución y la teoría cuántica. La primera es la mejor teoría jamás desarrollada para explicar cambios, transformaciones. La segunda es, de lejos, la teoría más sólida jamás habida, probada, confirmada, verificada, falseada hasta el undécimo decimal.

La importante bióloga Evelyn Fox Keller sostenía que la teoría de la evolución es el punto arquimédico de toda la cultura y la civilización actual; hasta el punto de que, si se suprimiera, todo el armazón del mundo actual se caería en pedazos. Por su parte, la teoría cuántica es la mejor teoría desarrollada para explicar qué es el mundo, la naturaleza, la realidad. Esas que, clásicamente, fueron preguntas de la filosofía y de la metafísica lato sensu.

Sin embargo, existe una tragedia. Tres grupos de ciencias –¡grupos!– claramente sensibles e importantes para la vida en el mundo son a la fecha manifiestamente precuánticas. Se trata de las ciencias de la salud –dentro de la cual se incluye la medicina–, las ciencias sociales y las ciencias humanas. Emerge, en consecuencia, un imperativo al mismo tiempo epistemológico y ético: debe ser posible que estos tres grupos de ciencias se actualicen. Esto es, por decir lo menos, que aprendan. De un lado, de la teoría de la evolución, y de otra parte también de la teoría cuántica. Al fin y al cabo, lo que les compete a aquellos grupos de ciencias son aspectos tan determinantes como la salud, el convivio, la vida en sociedad y el cuidado, siempre, del individuo, además de sus relaciones con el medioambiente, esto es, con la naturaleza.

Este libro es el resultado de un seminario de investigación en el marco del Doctorado en Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque. Bien entendida, la metodología no consiste, en absoluto, en técnicas de investigación. Esto es herramental; aquello otro es fundamental, pues implica el cruce entre las ciencias y la filosofía. La metodología de la investigación es el esfuerzo por entender cómo pensaron, trabajaron, investigaron e incluso vivieron científicos importantes en la historia de la humanidad, como Galileo o Newton, Vesalius o Leeuwenhoek, Pasteur o Koch, Einstein o Bohr, y así sucesivamente.

Dicho escueta y sucintamente, la metodología de la investigación es un laboratorio para aprender a pensar, siempre, de nuevo. Esto es, para arriesgar, apostar, exponerse, equivocarse, corregirse, y crecer siempre, en marcado contraste con esa idea insulsa y normalizadora que la ve como un asunto de técnicas y herramientas de investigación, que es como confundir los cubiertos con la cena o el camino con los zapatos, por ejemplo.

Los autores de este libro, todos estudiantes del Doctorado, se encontraron por primera vez en su vida con la teoría cuántica. Las dificultades fueron enormes, pero las sorpresas fueron aún mayores. Para decirlo en pocas palabras: el resultado del trabajo y el asombro es este libro, que representa, por lo demás, lo que un doctorado debe hacer: tratar de situarse en las fronteras del conocimiento y darse, denodadamente, a la tarea de correr esas fronteras. Un doctorado es, dicho en general, un salto cualitativo total comparado con los niveles de formación y de educación anteriores.

Las ideas que se tejen en este libro son dos: de una parte, sobre la base de la apropiación básica de la teoría cuántica, el hecho de que ella implica una nueva forma de ver la realidad. Si cabe, podríamos parafrasear esto en los siguientes términos: la belleza está en quien la mira; o lo que es equivalente, la realidad es lo que el cerebro interpreta que es real, pues “allá afuera” no sucede nada. El cerebro recibe datos permanentemente de los sentidos, incluida la piel –la piel del mundo–, pero es el cerebro quien interpreta y define qué sucede “allá afuera” o no. Lo hace gracias a esa dúplice capacidad que tiene y que se condensa en el nombre de “epigenética”: la herencia y el aprendizaje.

De otra parte, al mismo tiempo, así sea a título de metáfora, es la idea de que la sociedad puede ser diferente, mejor, para lo cual se acuña el adjetivo adecuado: “cuántica”. Pues bien, es exactamente en este punto donde se impone una advertencia.

Existe, allá afuera, en el mercado –el mercado de bienes y servicios; en la publicidad y en el sentido común, pero también en una parte de la academia–, mucho ruido acerca de la física cuántica y de la teoría cuántica. Es más: lo que más abunda es ruido y, perdón, cochinadas, acerca de la cuántica. Hay quienes hablan –siempre erróneamente– del yo cuántico, de la organización cuántica, del derecho cuántico, por ejemplo. Es lo que sucede con las teorías exitosas de siempre, de punta. Aparecen los “superficialistas” (como una especialización) que tienen solo ideas vagas acerca de la física cuántica, y dicen lo que les viene en gana para aprovecharse de los incautos, los neófitos o los desconocedores.

Y generalmente, como es efectivamente el caso, se concentran en la más popular –y ya hoy muy cuestionada– interpretación de Copenhague. No tienen ni idea de que esa es solo una de las interpretaciones acerca de la mecánica cuántica. Ignoran la mecánica de ondas, y tienen una idea muy superficial del entrelazamiento. Es lo que sucede, en el campo de la salud, con esos usurpadores que hablan de sanación cuántica.

Este libro quiere explorar, cuidadosa, prudentemente, puentes entre la teoría cuántica y la medicina a partir de un hilo conductor: la salud; y específicamente, la salud pública. Para nada aparece aquí, en ningún lugar, nada de “sanación”. Como observará un lector cuidadoso, parte de la bibliografía apunta a mejores desarrollos y comprensiones que la interpretación de Copenhague. Esto es, las ideas popularizadas de Niels Bohr.

A lo largo de los capítulos –cada uno de ellos, autocontenidos cautelosamente– se ve un proceso de apropiación, pero al mismo tiempo de reflexión que tiene un horizonte claro: contribuir a los problemas de la salud. La salud, que es quizá el caso más sensible de la vida misma. Pues una cosa es cierta y está en la base, por tanto, no visible, de este libro: el problema no es ya para nada la enfermedad. Debe ser posible pensar la salud, algo que no se ha hecho propiamente en la historia de Occidente.

Nos encontramos en medio de una auténtica revolución científica. Las revoluciones científicas, una idea que hace popular Th. Kuhn, pero que en realidad se remonta a tres antecedentes menos conocidos, pero más fundamentales. Debemos la idea de revoluciones científicas, recientemente, a G. Canguilhem, A. Koyré y G. Bachelard. Pues bien, las revoluciones científicas –podríamos, de consuno, agregar la Cuarta Revolución Industrial en marcha–exigen absolutamente pensar. Y si es posible, transformar las estructuras con las que hemos vivido hasta la fecha. Pensar, una de las formas más nobles de existencia, pero también la más desconocida, pues lo que impera es el conocer.

Es evidente que el conocimiento es determinante en el desarrollo de los seres humanos. Ya varios autores –Maturana y Varela, Solé, Kauffman, y varios más– han puesto suficientemente de manifiesto que conocer y vivir son una sola y misma cosa. Lo más grande que puede hacer un sistema vivo en general es lo más peligroso al mismo tiempo: conocer, explorar nuevos territorios, adentrarse en espacios y experiencias desconocidas hasta el momento. Pues en esa exploración y apuesta se les puede ir la vida.

Pues bien, sobre la base del conocer, pensar es un asunto de una envergadura, riesgo y dignidad al mismo tiempo aún más fuertes. Formar investigadores, para decirlo de manera escueta, consiste ante todo en formar pichones de científicos; no simple y llanamente doctores. Y nadie puede llegar a ser científico si no osa pensar –pensar por sí mismo, pensar de manera crítica, pensar autónoma, en fin, radialmente–. Es, por lo menos, mi apuesta personal con mis estudiantes. Una apuesta sincera, desprevenida, abierta y sin tapujos o cartas escondidas. Pero siempre alegre y fruitiva. Como la vida, como la salud misma.

La salud no ha sido pensada; siempre solo, prioritariamente, y no sin buenas justificaciones, la enfermedad. Es tanto como decir que la vida misma no ha sido pensada; solo su ausencia, la soledad, el sufrimiento, la muerte. Toda la historia de la medicina está, dicho epistemológicamente, acompañada del primado de la percepción natural, y en muy buena medida, del sentido común. El sentido común que es esencialmente acrítico. Incluso el nacimiento y desarrollo de la medicina científica, con todo y sus ramas, anatomía, fisiología, etc., corresponde a esa historia.

La teoría cuántica plantea serios desafíos: por ejemplo, ver fenómenos contraintuitivos. La enfermedad se ve, y hay que verla. En contraste, nadie ha visto la salud, en el sentido de la percepción natural. Análogamente a como nadie ha visto la vida: la vida la imaginamos, la concebimos, la amamos, pero nadie la ha visto. De la misma manera, los fenómenos y comportamientos cuánticos ponen de manifiesto una dimensión que las ciencias de la salud, las ciencias sociales y humanas jamás habían adivinado: los tiempos microscópicos. Las cosas más importantes en la vida proceden siempre de escalas microscópicas, pero se plasman, al cabo, en tiempos macroscópicos: la salud, la enfermedad, la atención, la captación de una idea, el chispazo, el ¡ajá! (serendipity), el eureka, el recuerdo, el conocimiento, y muchos más.

Debe ser posible, por tanto, pensar también en tiempos microscópicos que son vertiginosos. El tiempo real es hoy y cada vez más el tiempo de las escalas microscópicas: en finanzas, en sistemas de seguridad, en sistemas de información, en el sistema inmunológico, en el funcionamiento del cerebro, en los plegamientos de proteínas, en la detección de anticuerpos y en la producción de antígenos, y en muchas otras escalas y dimensiones. Debemos poder aprender a pensar también de cara a estos otros tiempos.

Tenemos aquí el primer intento serio –to the best of my knowledge– por tender puentes entre la salud y la teoría cuántica; esto es, entre la medicina, en sentido amplio, y la más robusta y sólida de todas las teorías habidas jamás en la historia. Siempre, en la vida, en cualquier expresión que se quiera, el momento más difícil consiste en dar el primer paso. Otros vendrán, mejores, más seguros, como un bebé cuando aprende a caminar.

Hemos tomado una decisión: dar un primer paso en la exploración, seria, rigurosa, aunque tentativa y tímida, en la creación de puentes entre la medicina o las ciencias de la salud y la mejor teoría para explicar el mundo, la naturaleza, el universo.

Hay un lugar en el que para cada quien el mundo o el universo acaece: el propio cuerpo. Solo que el cuerpo es una sola cosa con la mente –y más allá, con la herencia y con la cultura–. No existen dos cosas: naturaleza y cultura, sino una sola. Pues bien, literalmente, el lugar donde se encarna (embody) la confluencia entre mente y materia, o entre naturaleza y cultura, o entre herencia y aprendizaje, o bien, igualmente, entre ontogénesis y filogénesis es en el cuerpo. El cuerpo viviente –Leib, en alemán; en oposición al Körper– es ese ámbito que nos desborda y en el que hundimos al mismo tiempo las raíces en la tierra, el que nos lanza a nuevos espacios recónditos –gracias a los sueños, la imaginación o la mente–, y sin el cual no hay experiencia alguna en el mundo. El objeto primario de una buena medicina, pero también, el misterio de haces de vivencia que no terminamos de atrapar o de comprender muchas veces.

Un solo tema nos convoca: pensar la vida, y hacerla posible, tanto como quepa imaginar. Solo que el momento más importante –no el único– es la salud. Y la salud no se sabe a sí misma: se explaya en el mundo, nos jalona, nos arrastra por montañas y valles. Debemos poder pensarla, eso es todo.

__________________

Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

Salud pública y teoría cuántica

Подняться наверх