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El legado

El planeta elegido para crear una nueva civilización por fin empezaba a observarse a simple vista. Aparecía como una estrella brillante.

La expectativa de la tripulación era enorme. Habían pasado cuatro generaciones desde que habían partido de su mundo. Los abuelos recordaban el relato de los padres acerca de un planeta con agua y con una atmósfera respirable. Un punto en una de las tantas galaxias existentes en el universo. Pero ahora el anhelado planeta estaba casi al alcance de la mano. Les llevaría alrededor de tres meses alcanzarlo.

A Xu y a Tay los colmaba una gran alegría, que se manifestaba en el cambio al amarillo de su piel. Los trajes transparentes dejaban traslucir sentimientos.

–No puedo creerlo. ¡Por fin dejaremos de vagar por el espacio! – dijo Xu.

–Tendremos paisajes verdaderos y no las composiciones virtuales de todos estos años – se entusiasmaba Tay mientras la piel tendía al verde claro, satisfecho por el logro de la misión.

La nave había sido diseñada para satisfacer las necesidades tanto físicas como espirituales. Estaba dotada de un cerebro artificial muy versátil que la conducía en forma eficiente con un gasto mínimo de energía, al mismo tiempo que oficiaba de chef exquisito, respondiendo a cada pedido. En ocasiones, además, montaba un espectáculo virtual digno de un artista excelso.

El llegar a destino tenía la fuerza de un nacimiento, significaba un cambio extremo de vida; por momentos los tripulantes sentían el temor a lo desconocido, los cuerpos tornaban al azul claro. Y este efecto era contagioso, producía una onda luminosa propagándose sobre los grupos de la comunidad. De esta manera su humor se hacía explícito en todo instante, se trataba de una encuesta permanente.

–Va a ser difícil adaptarnos, hemos vivido en escenarios virtuales de un planeta que no conocimos. Cuando mirábamos el mundo real, a través de los ventanales de la nave, sólo veíamos un fondo oscuro salpicado con puntos brillantes – reflexionó Tay.

–No te preocupés Tay. Que prevalezca el desafío de lo nuevo. Esto nos va a enriquecer la existencia. Nuestra vida en la nave se ha vuelto rutinaria.

Para hacer música en un instrumento colectivo, y de esa manera relajarse, llamaron a varios compañeros. Cada uno comenzó a apretar un conjunto de botones según el orden establecido en una pantalla. El sonido era, por momentos, el de alegres campanillas y en otros, gemidos desgarradores. El color de la piel de los intérpretes acompañaba cada momento de la música.

El comandante de la nave era Yao, en el puente de mandos no levantaba los ojos de los indicadores. Cuando recogió todos los datos Informó por los parlantes a la tripulación.

–Los sensores, en la superficie del planeta, muestran una atmósfera respirable pero con niveles de radiación alta, aunque de valores similares a los que soportamos a lo largo del viaje espacial. Esto no es preocupante porque, como ustedes saben, aunque se produjeran mutaciones genéticas al azar, los microbots que hay en nuestra sangre son capaces de destruir las células cancerígenas que pudieran producirse.

Yao dio la buena nueva, cuando ya estaban llegando al planeta elegido. Las ventanas cambiaron las imágenes de ficción por las de la realidad exterior. Se veía una bola azul enturbiada por nubes blanquecinas y una gran luna orbitaba alrededor. Los miles de viajeros festejaban llenos de esperanza, una multitud de un verde vegetal. No faltaban los nostálgicos que adoptaban el tono celeste, sabían que no había vuelta atrás, el cambio era definitivo. Había sido la forma de evitar la superpoblación en el planeta.

Los Bidis

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