Читать книгу Acontecimientos Subjetivantes - Carlos José Zubiri - Страница 11
Revalorizar la Escucha y la Palabra
ОглавлениеRecuerdo algunas nociones de filosofía vinculadas con Heráclito y vaya si el río cambia y si nosotros cambiamos, entre una visita y otra a este.
Nuestra práctica está enlazada con los pormenores psicosociales de la contemporaneidad, este mundo cambia y nos cambia, los que pasamos los 50 y hemos sido formados en los 80, sabemos que nuestra praxis estaba corporizada en una modernidad sólida, hasta podemos significar, victoriana. De los 90en adelante, asistimos a lo que Bauman define como modernidad líquida, embate de un contexto social, político y económico que modifica los lazos sociales, vinculares y familiares. Estos entran en un espacio de dispersión, de modificación constante, con una palpable incertidumbre de desenlace.
Los tiempos de constitución de estructuras en la personalidad son otros, existe una modalidad psicológica donde los tiempos lógicos de asimilación y metabolización de experiencias que nos constituyen, han perdido espacios referenciales. Como dice Marcelo Viñar, en la actualidad se subjetiva con una dinámica que está determinada por un “vértigo civilizatorio”, se inhibieron los tiempos transitivos, se desvanece lo transicional como posibilidad de aprendizaje y tiempo identificatorio.
El vértigo de lo que sobreviene conmueve el equilibrio entre tiempos transitivos y tiempos reflexivos que contribuyen con la experiencia de interiorización.
Esta inaudita modernidad nos sitúa a los psicólogos en un espacio epistemológico de crisis permanente, pero necesaria, son otros tiempos y debemos analizar nuestros dispositivos clínicos en este contexto, en forma permanente.
Los que nos situamos desde una clínica psicoanalítica sabemos que el psicoanálisis se expandió con el sujeto interrogativo, pensante y autoteorizante de la modernidad sólida, el mismo sujeto interrogador que hoy se encuentra en declive. Más de un sujeto en sesión no ha podido establecer con claridad cuál es su demanda, mostrando una sorprendente dificultad para hablar de sí mismo, con patologías del acto o del pasaje al acto y el correspondiente empobrecimiento discursivo de su infortunio neurótico o patologías de borde.
Es otro momento, otros componentes, otras características con las que se subjetiva. Nos abruma el mundo online, con afección directa sobre la personalización de los encuentros; los amores y los trabajos son precarios, la comunicación digital liquida lo desagradable, ya no hay tanto espacio para la angustia como recurso simbólico.
En este marco, nuestra tarea intenta sostenerse a sabiendas de que los dispositivos y recursos técnicos no proveen un diálogo o conversación entretenida, el análisis abre vacío donde brota lo inesperado, desconocido y asombroso y compite con el fast food biologicista que provee todos los recursos de la medicalización, rebozada, mítica y mesiánica de soluciones veloces, sin compromiso de cambio sobre las controversias candentes.
Trabajamos en un emprendimiento artesanal que intenta otorgar sentido vital al interior subjetivo, en un momento donde al mundo lo atraviesa un sentimiento trágico, donde todo es efímero y fugaz, donde prevalece la sociedad de la imagen y de la instantaneidad, cualidades poco emparentadas con las profundidades que intentan explorar nuestros dispositivos dinámicos.
Desde Freud, la angustia ha sido nuestra materia prima terapéutica, esa misma angustia que hoy parece volatilizada, todo es actuación, acto o cuerpos amordazados por los sinsabores psicosomáticos o somatomorfos, se empobrece la palabra y recrudece el pánico, adicciones, trastornos alimentarios, cortes en el cuerpo, trastornos cutáneos, fenómenos sufridos bajo un silencio sombrío.
Párrafo aparte para el nivel de violencia con el que se vive en la actualidad, basta destacar, en una franja etaria entre quince y veintinueve años, la violencia, como causa de muerte.
Marcelo Viñar describe la desaparición de la comunidad de oyentes, se refiere a las vicisitudes de la otredad, los vaivenes del hombre moderno para convivir sin ser nadie para nadie, señas particulares de un nuevo malestar. La crisis de la otredad cambia los tiempos lógicos cualitativos frente a otros reemplazados por la obnubilación de las pantallas, donde se cree multiplicar vínculos, aunque fugaces, efímeros, superficiales.
Los psicólogos compartimos nuestra praxis en un presente sobreexcitado con mucha incertidumbre con un hombre más parecido a su tiempo que a sus padres.
Observamos con atención que se han ampliado y transformado los referentes capaces de producir subjetividad; es inédita la penetración, en el psiquismo, de otros discursos, el económico, el mediático, el ideológico-social, el estético. En este sentido, si cambia la cultura, cambian sus malestares.
Se suma también el salto gigante de los prejuicios victorianos sobre la moralidad sexual a la emancipación libertaria sobre la diversidad sexual, donde, en ocasiones queda suprimida la cercanía afectiva o romántica, por vínculos efímeros y desechables sin duelos.
Mariano Ruperthuz plantea el principio de solución ante este panorama desolador, que es la defensa psíquica, la gran batalla para dar es mental, por ende los trabajadores psi tenemos una responsabilidad que nos intimida, restituir en el sujeto el espesor psíquico, capaz de albergar los conflictos, para evitar los actos y los daños al cuerpo. Tengamos en cuenta que el psiquismo es esa dimensión humana que busca sentido de la vida, de sí mismo, de los vínculos y del mundo. El soporte de la integridad deberá darse en el campo del orden mental, para ello debemos prepararnos.
En esta línea, debemos devolverle, entre tanta vigencia de actos de descarga catártica, el estatus a la palabra. Las palabras no involucran toda la verdad, pero definen nuestra forma de estar en el mundo, son privativas de nuestra especie, su gloria, debemos recuperar su espacio de gloria en los encuentros con el otro y su decir.
En una actualidad tan viciada por el positivismo biologicista, ese gajo de antropología humanizadora llamado psicoanálisis es una saludable proposición. Los psicólogos necesitamos de nuestra lucidez dialéctica frente al diálogo trivial que termina en recetas con promesas incumplidas.
Nuestra práctica necesita del valor que implica cierta ruptura con los bagajes de una psiquiatría clasificatoria, para amenizar la posibilidad de historizar lo que se acalla en una receta. Contar la propia historia es un gesto humanizador y un derecho inalienable, volver a la narrativa, recuperar la novela familiar, que el sujeto pueda ser un novelista de sí mismo.
En ellos debemos diferenciar la palabra-acto del decir significante, que contribuye a recuperar el espesor interior, donde se perciban los afectos, ideas o conflictos como parte de una dinámica humanizadora, sin caer en valoraciones nosográficas apresuradas.
Como se puede apreciar, las invenciones del psicoanálisis persisten indemnes y vigentes, recuperando la posibilidad de crear el espacio reflexivo de remanso y elaboración frente al imperativo histérico donde todo es perentorio.
En la actualidad nos debemos el rol de guardianes de los ataques al pensamiento, al hablar como acción, con efecto torrencial, sin pausa, sin tiempo ni lugar para la interrogación. En la actualidad la duda de la interrogación, eminentemente humana, está censurada por los efectos de la medicalización.
Nuestros espacios con el sujeto necesitan del valor ético que supone ocuparse de personas con historias y contextos, garantizando la circulación de la palabra en un medio desprejuiciado, donde se recupere la intimidad y la confianza de un vínculo de conversación que sea transformador. Para ello necesitamos seguir atentos a los ajustes de códigos conversacionales que nos permitan actuar en los malestares singulares e interesantes de nuestros “pacientes”.
En este sentido, creo necesario no perder “profundidad y dinámica” en el análisis del padecer humano, confrontando los modismos advenedizos del coaching o counseling, con su suave desliz de análisis consciente a manera de fast food que confronta con la digestión, necesariamente pesada, del psicoanálisis.
Sostengo con especial énfasis la posición de un psicólogo comprometido con su praxis, que no sea simplemente psicólogo, sino que viva como tal, con lucidez y sin abandonar los espacios de reflexión, donde “la escucha y la palabra” estén al servicio de la transformación y el desarrollo simbolizante del otro, gran empresa subjetivante, como vienen los tiempos, imprescindible.