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Prólogo

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Hay verbos que no admiten el modo imperativo, como el verbo amar. Y en el caso de estudio, el verbo pensar, por ejemplo. Nadie piensa porque se lo ordenan, ni tampoco porque quiere. Pensar consiste en imaginar, esto es, crear imágenes y jugar con ellas; variarlas, intercambiarlas, transformarlas. En la tradición, este acto de imaginación es también conocido como ideación —esto es, concebir ideas— o, lo que es equivalente, figuración, puesto que pensar consiste en concebir formas, o acaso también figuras.

Sin embargo, pensar no es jugar con ideas, figuras o formas presentadas por la intuición. Por el contrario, consiste en el proceso de creación de esas mismas formas e imágenes, formas, ideas o figuras que no existían antes de que se las concibiera. Pensar es un acto esencialmente creativo, no simplemente asociativo o de conexiones.

La velocidad de acción de las neuronas es inmensamente más lenta que la de los computadores. Y sin embargo, los seres humanos, y por derivación los sistemas vivos, son capaces de imaginar mundos insospechados e inauditos. El gran reto que le queda a los seres humanos es comprender la aleatoriedad de la naturaleza. Los seres humanos son capaces de tratar con problemas literalmente complejos, y en este sentido, como se verá, no algorítmicos. Esto es, sujetos a manual, misión, visión, objetivos, estrategia, táctica, reglas, normas y otros procedimientos, todos, por definición, siempre lineales.

Más exactamente, cuando pensamos no pensamos de una única manera; esto es, con una sola lógica. Pensamos de múltiples maneras simultáneamente; digamos, en paralelo y de forma distribuida. Llevamos a cabo saltos de pensamiento, saltos de imaginación. El rigor entre las premisas y las conclusiones es absolutamente lo menos relevante, cuando de verdad de pensar se trata.

Dicho histórica o evolutivamente, la historia del pensar es el tránsito de una etapa —larga, intuitiva, fundada ampliamente en la percepción—, a una etapa alta y crecientemente contraintuitiva, como es en la actualidad, en la que la percepción es cada vez más insuficiente como fundamento epistemológico de la realidad. Lo apasionante es que a lo largo de esta transición nos hemos hecho cada vez más humanos, pero con ello, al mismo tiempo, nos hemos acercado cada vez más a la naturaleza.

Desde el punto de vista psicológico y neurológico, no es cierto que pensemos con el cerebro. Más bien, a lo largo de la historia, el propio cerebro se ha transformado y hemos llegado, paso a paso, a pensar de modos perfectamente distintos hoy a como lo hicimos en cualquier momento en la historia. En otras palabras, el cerebro —si de eso se trata— sufre transformaciones en sus estructuras anatómica, fisiológica y termodinámica, y las propias conexiones sinápticas son objeto de variaciones, en acuerdo con la cultura, las tecnologías disponibles, la historia misma de la sociedad. La cultura, literalmente, modifica las neuronas y los genes, y los genes y neuronas a su vez transforman la cultura en la que se encuentran. Este entrelazamiento entre la evolución genética y la evolución cultural se denomina endosimbiosis o, mejor aún: simbiogénesis.

Como quiera que sea, el punto es el siguiente: no hay prelación, en absoluto, de la neurología sobre la cultura, o de ésta sobre el cerebro y el sistema nervioso. Ambos constituyen una sola unidad cuyo resultado es justamente el proceso del pensar. Digámoslo en términos directos y elementales: para pensar son importantes, en toda la acepción de la palabra, tanto fenómenos y procesos biológicos —por ejemplo neurológicos—, como sociales y culturales.

El pensar se encuentra en la antípoda de los formatos, formularios, pro-formas. Y por tanto de ese concepto amplio y movedizo que abarca a numerosas áreas sociales: la ingeniería social. Propiamente hablando, pensar es un juego, un reto, un desafío.

Solo que no se trata de un juego representativo, o del juego como espectáculo. Pensar significa literalmente jugar con los problemas, con los enigmas, con los arcanos que se trata de resolver o de entender. Pero pensar es también, en el dúplice sentido de la palabra, un reto, y retar. Quien piensa desafía el orden de lo real y sus estructuras rígidas e inamovibles. El pensador es un retador, y alguien que desafía la autoridad y el poder, alguien libre.

Pensar implica, desde siempre, la capacidad de ironía o de sarcasmo. Pero para quien no lo tiene, pensar es entonces un acto o un proceso que se asimila a abrir una puerta, detrás de la cual hay otra y otra más. Hasta reconocer que toda la sucesión de puertas era en realidad una ilusión, o un sueño.

Pensar: lógicas no clásicas

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