Читать книгу Pensar: lógicas no clásicas - Carlos Maldonado - Страница 8
Introducción
ОглавлениеLa lógica, en general, nace con Aristóteles, quien en los Primeros y los Segundos Analíticos la concibe como el organon del conocimiento Esto es, en tanto parte medular de la filosofía, es decir, de la metafísica, ninguna ciencia o disciplina es válida si no se asienta sólidamente en los criterios de la lógica. Como tal, esta lógica permanece inalterada, a pesar de diversos desarrollos a lo largo del tiempo (Bochenski, 1985; Kneale and Kneale, 1984), hasta cuando se hace efectivamente posible la lógica como una ciencia o disciplina independiente de la filosofía, por tanto, sin supuestos metafísicos (Nagel, 1974); esto es, como una ciencia con un estatuto epistemológico y un estatuto social y académico propios. Nace entonces la lógica formal clásica (LFC) que es, propiamente dicho, la lógica simbólica, la lógica matemática, o también la lógica proposicional o lógica de predicados: cuatro maneras diferentes de designar un solo y mismo campo.
La LFC es comprendida genéricamente como el “arte del razonamiento”. La historia de su nacimiento comprende a figuras tan importantes como G. Boole, G. Morgan, G. Frege, D. Hilbert y A. Tarski, entre muchos otros, y ha sido narrada en numerosas ocasiones. Esta lógica entiende, por ejemplo, que la validez (tablas de validez) de un enunciado o de un cuerpo de enunciados es la condición necesaria para poder hablar de “verdad”. Pero la LFC propiamente hablando no sirve para establecer la verdad (o falsedad) del mundo o de las cosas del mundo; tan solo la validez.
El problema de la lógica en general con respecto al mundo puede presentarse adecuadamente en los siguientes términos: o bien, de un lado, el mundo y la realidad, la vida y la sociedad poseen una lógica, son lógicos, y si es así entonces la labor de los seres humanos —académicos e investigadores, científicos y filósofos, por ejemplo— consiste en desentrañar dicha lógica; o bien, de otro lado, el mundo, la realidad y la naturaleza carecen de una lógica (determinada) y entonces la tarea de los seres humanos estriba en otorgarles, de alguna manera, una lógica para que sean inteligibles, comprensibles. Esto último puede ser llamado, como la historia misma, el proceso civilizatorio, en fin, la cultura humana.
Nuestra época, no sin buenas razones, por ejemplo desde la sociología, ha sido caracterizada como la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento y la sociedad de redes, respectivamente. Una época de verdadera luz y de una magnífica eclosión en el conocimiento. Jamás había habido tantos científicos, ingenieros, técnicos e investigadores como en nuestros días y jamás habíamos sabido tanto sobre el universo y sobre nosotros mismos. Mientras que en la superficie —por ejemplo en los principales titulares de los grandes medios de comunicación alrededor del mundo— el tono es de desasosiego, de crisis, de un profundo malestar en la cultura e incluso de colapso civilizatorio, en las aguas más profundas, por así decirlo, asistimos a una efervescencia de optimismo y vitalidad que se expresa y se traduce al mismo tiempo en una ampliación y profundización del conocimiento como jamás había sucedido en la historia del planeta. Un fenómeno a gran escala y del más alto calibre.
No obstante, hemos hecho también el aprendizaje, gracias a la historia y la filosofía de la ciencia, de que existen también dos formas generales de ciencia, así: la ciencia normal y la ciencia revolucionaria. La ciencia normal se caracteriza por un hecho singular: funciona. Esto es, con ella se puede, literalmente, hacer cosas, pero ya no se le puede pedir una mayor o mejor explicación o comprensión de las cosas. Peor aún, la ciencia normal normaliza a la gente, y la gente normal es, por ejemplo, el conjunto de, como lo decía en su momento Napoleón, “idiotas útiles”; es decir, de gente que hace las cosas, incluso las hace muy bien, que hasta es feliz con lo que hace, pero que no entiende ni qué es lo que hace ni hacia dónde van las cosas que hace.
Más adecuadamente, la ciencia normal comprende la sociedad y el mundo, la realidad y el universo en términos de distribuciones normales, de grandes números, estándares, promedios, matrices, vectores y generalizaciones. Las herramientas e instrumentos, las técnicas y las aproximaciones mediante las que lleva a cabo dichas generalizaciones son variadas. Lo dicho: esta ciencia funciona, literalmente, y con ella se pueden hacer cosas en el mundo. Pero poco o nada nos ayuda para comprender, para explicar, incluso para pensar la naturaleza, el universo y la vida misma. Sus criterios son efectividad, eficiencia, productividad, competitividad.
Con respecto al pensar caben dos vías perfectamente distintas de acceso al mismo. De un lado, en el marco de la emergencia del cálculo (Dowek, 2011), el razonamiento —el pensar, justamente—, fue gradualmente desplazado por el cálculo; esto es, por la importancia de los algoritmos. De hecho, lo que la gente normalmente llama inteligencia es tan solo inteligencia algorítmica. Durante buena parte de la modernidad imperó ampliamente el cálculo sobre el raciocinio.
De otra parte, al mismo tiempo, particularmente desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, emergen las lógicas no-clásicas (LNCs), igualmente conocidas como lógicas filosóficas. De modo general, estas lógicas pueden ser vistas como complementarias a, o extensiones de, o bien como alternativas a, la LFC. En este texto quiero mostrar que, en realidad, las LNCs son alternativas a la LFC, pero la forma en que lo mostraré será indirecta; como por efecto doppler, si cabe la expresión. Más exactamente, en la medida en que nos alejemos de la LFC y de la ciencia normal —o bien, dicho inversamente—, en la medida en que nos acerquemos al pensar como tal, se hará claro que las LNCs son alternativas y no complementarias a la lógica simbólica.
Mi estrategia aquí para abrir ambas compuertas consiste en llamar la atención acerca de la importancia de los eventos raros, algo sobre lo cual ni la ciencia normal ni, a fortiori, la LFC saben nada.
De un modo general, los eventos raros son cisnes negros, comportamientos irrepetibles, sistemas irreversibles, fenómenos impredecibles, acontecimientos únicos o singulares, inflexiones o situaciones límites, entre otras caracterizaciones y ejemplos. Propiamente hablando, son los eventos raros los que dan qué pensar. El conocimiento de los mismos es una condición necesaria, pero no suficiente, para comprenderlos y explicarlos.
A título introductorio, digamos aquí que podemos trabajar con o sobre los eventos raros en términos de analogías, isomorfismos, homeomorfismos, redes, lógicas no-clásicas, o patrones.
Estos son los motivos que guían y abren al mismo tiempo esta introducción a la lógica. Digámoslo aquí de forma franca: introducción a las LNCs, o, lo que es equivalente, al pensar mismo.