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Prefacio

El doctor Carlos Napoleón Canizález, actual presidente del Seminario Bíblico Pentecostal Centroamericano (sebipca) en Quetzaltenango, Guatemala, que también preside la Alianza de Educación de la Iglesia de Dios para América Latina, nos invita a un viaje encantador. Su contenido, lleno de sorpresas, erudición y encuentros que exigen una imaginación creativa, nos sumerge en la pedagogía de Jesús, que ha sido ilustrada con claridad en el Evangelio de Marcos.

Como investigador de homilética narrativa aprecio el enfoque del autor, que nos presenta el mundo del estilo discipulador de Jesús y nos abre el camino para que los lectores actuales del texto de Marcos puedan estudiarlo como expresión literaria enmarcada en el contexto del pasado, pero con importantísimos significados para la misión de la Iglesia hoy.

El autor es un apasionado discípulo del Maestro, y dedica gran parte de su tiempo a estudiar y modelar el discipulado de Jesús, además de concebir sistemas, estructuras y programas educativos que promuevan el avance del discipulado cristiano.

En el ministerio de Jesucristo no hubo nada más importante que la labor de formar a sus discípulos. Esta labor le tomó más del ochenta por ciento de su ministerio. El acto de morir y resucitar lo hizo en un fin de semana, pero dedicó todo su ministerio a discipular hombres y mujeres que encontró en su jornada misional. Jesús siempre dedicó tiempo a sus discípulos para formarlos, y en muchas ocasiones se «apartó» con ellos para darles plena atención. Hoy creo firmemente que esta debe ser nuestra principal labor en el ministerio cristiano. Si queremos participar en la misión del Señor, nuestra prioridad debe ser la formación de discípulos. Si no somos discípulos, no somos cristianos.

Es sabido que los Evangelios sinópticos usan el plural para referirse a «sus discípulos». El concepto es comunitario: juntos, son «los doce». Jesús viene a establecer su «pueblo nuevo» (el núcleo del nuevo reino) con doce discípulos-apóstoles. La labor de Jesús de hacer discípulos comienza con un llamado. Aparece señalando con su dedo a algún pescador y le invita: «Sígueme». Él llama, y Pedro deja su barca. Leví deja su mesa, y todos ellos lo siguen. Por eso Jesús dice: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros… para que vayáis y llevéis fruto» (Jn 15.16). Dicen los Hechos que Jesús anduvo por todos lados haciendo el bien, y ser discípulo consiste en caminar con Él haciendo lo bueno, actuando, demostrando la presencia y el poder del reino de Dios. Lo que marca su persona y su llamado es el fruto que produce. Sus discípulos están puestos para la acción en el nombre del Señor, con un poder y una autoridad que ningún otro podía compartir. El discipulado con Jesús es un programa de acción transformadora.

Lo nuevo que Dios hizo al enviar a su Hijo Jesús trasciende nuestra imaginación. Jesús llevó sanidad y gracia a todos los lugares a donde fue. Perdonó y transformó a la gente, la cual encontró en Él una nueva vida que ni siquiera habían imaginado.

En la pedagogía de Jesús nos queda claro que en cada nueva situación histórica hay una señal de Dios, una revelación nueva, una invitación a nuevas labores, a nuevas formas de presencia y de acción. Cuando se nos llama a seguirlo, significa que nos unimos a Él, nos sometemos a Él, compartimos con Él su vida, su misión, su destino y finalmente su cruz. Por eso, todo discípulo has sido llamado a ser testigo (mártir).

Esto explica el marcado énfasis que los Evangelios ofrecen al hecho de que sus discípulos comen con Jesús, sobre todo después de la resurrección. No porque eran muy buenos para comer, sino porque esa comida era fraterna y tenía un tremendo significado. Alrededor de la mesa fraterna en que comieron juntos el pan, Jesús compartió con sus discípulos su estrategia: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura… y haced discípulos a todas las naciones» (16.14–18; Hch 1.4).

Hemos sido invitados a la mesa misional para que seamos profetas y maestros. Como profetas, hacemos un llamado al pueblo de Dios a su identidad esencial. Los profetas actuaban y hablaban buscando la integridad de la comunidad. Debemos reflexionar en el rol profético de Jesús y hacer las preguntas de rigor. ¿Acaso te has olvidado para qué estás aquí? Tenemos que preguntarnos unos a otros, ¿Qué ves? ¿Cuál es tu visión? ¿Cuál es tu responsabilidad?

Necesitamos enseñarnos unos a otros que somos los discípulos redimidos del Señor, los bautizados, los santificados, los empoderados por el Espíritu, los amados de Dios, y que tenemos una responsabilidad misional con Dios.

Los discípulos no somos una colección de personas perfectas, pero somos gente a la que Jesús ha formado; somos seguidores de Jesús, que avanzamos con una misión de salvación. No somos un club social, somos gente a la que Jesús ha formado. Somos seguidores de Jesús que traemos a Cristo al mundo en el poder de su Espíritu.

No somos un quiosco o un almacén donde compramos lo que queremos sino una comunidad que se reúne en torno a la mesa de comunión para ver la gloria de Dios, y que luego sale a servir, amar y cambiar el mundo.

El discipulado al estilo de Jesús no nos convierte solo en un hospital donde atendemos a los heridos. Debemos salir al mundo, al vecindario de Jesús, con un sentido claro de urgencia para terminar el trabajo de Cristo y su reino.

La pedagogía de Jesús nos dice que Él tiene una escuela de la que nadie se gradúa. Aún como «apóstoles» los doce no dejan de ser discípulos. Son «los que siguen al cordero», según Apocalipsis.

David Ramírez, D. Min.

Cleveland, Tennessee, 28 de julio de 2019

La pedagogía de Jesús

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