Читать книгу Winnicott y Kohut - La intersubjetividad y los trastornos complejos - Carlos Nemirovsky - Страница 5
Presentación
ОглавлениеUn epígrafe de Winnicott que dice:
“… y lo cierto es que la mera cordura
equivale a la pobreza”…
Otro de Carlos Nemirovsky (que, además, siento que me justifica):
“… seguramente me conformaré
con expresar mis opiniones,
quizás demasiado personales …”
No diré mucho del libro, sólo diré que es uno de esos libros que entran bien, desterrando así el equívoco de que los buenos libros son aquellos difíciles de leer, los que casi no se entienden, los caprichosamente oscuros, esos que muchas veces leímos con un sufrimiento indecible. Éste no, éste entra como los buenos vinos, y uno se encuentra en él con muchos pasajes a la altura de sus dudas e inquietudes; es como un libro que acierta y eso –ya lo sabemos– da mucho placer.
El libro parece estar escrito siguiendo ese pedido que unos alumnos le hacen a su profesor en una viñeta de El Roto, aparecida en El País: decían los alumnos: “Profe, no nos enseñe lo que le enseñaron, enséñenos lo que aprendió”. La diferencia es enorme y el autor la conoce.
Creo que una idea parecida está incluida en la cita que Freud recoge de Goethe: “Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo”. Aiento que Nemirovsky –en este libro– pudo hacer justamente esa operación con Winnicott y con Kohut.
Si compran el libro y les gusta les sugiero que se lo recomienden a sus amigos y si lo compran y no les gusta –cosa muy poco probable– también les pido que lo recomienden… en este caso… a sus enemigos.
Pero recomiéndelo.
Lo cierto es que no hablaré del libro directamente, pero sí de su autor –que es otra forma de hablar del libro, claro.
El Dr. Nemirovsky recoge una idea fundamental y la desarrolla muy bien: “No se puede distinguir una obra de la persona que la creó ni de su contexto sociohistórico”.
Creo que conociendo algo del autor podremos conocer mucho de su obra.
Ahora bien, no hablaré tampoco de lo que conozco de Carlos Nemirovsky, hablaré de lo que desconozco pero intuyo.
Ya que a Carlos le interesa el paradigma indiciario decir que yo lo he usado en esta ocasión y que tengo indicios –por no decir “sospechas”, que suena un poco paranoico– de que Carlos Nemirovsky forma parte de una secta secreta, algo parecido a una Logia Masónica, o por ponernos más psicoanalíticos: algo como el Cómite de los Anillos que Freud formase –en total secreto– con sus colegas más cercanos.
Es una corazonada que tiene una pequeña historia: yo lo venía intuyendo hace tiempo… pero hace pocos días ocurrió algo que me sacó de dudas: conocí en Madrid y en ámbitos lúdicos y profesionales a un amigo de Carlos, psicoanalista y buen conocedor –también– de la obra de Winnicott, Alfredo Painceira. ¡Ahí me cerraron ciertas cosas, el puzzle quedó armado y me di cuenta de que existe una secta winnicottiana! ¡Y que Nemirovsky debe ser un alto cargo!
Una aclaración necesaria: Winnicott no generó una escuela con militantes al uso dentro del psicoanálisis. Quizás y entre otras cosas, porque venía muy quemado de los excesos que M. Klein –y sus fieles seguidores– cometieron en pos de formar una escuela que perdurase.
En 1962 Winnicott escribe: “nunca he sido capaz de seguir a otro, ni siquiera a Freud. Pero Freud era fácil de criticar, pues siempre estaba criticándose a sí mismo”.
Quizás gracias a esa actitud, no ser seguidor de nadie, es que Winnicott formó parte del Grupo Independiente y no adhirió a ninguna de las dos corrientes fuertes que dominaban el psicoanálisis inglés en aquel momento.
Carlos sabe bien que ser winnicottiano es –fundamentalmente– pensar en libertad, con independencia, no cercenar la creatividad propia, no negociar el ser. Por eso digo secta y no escuela (quizás debería decir CLUB, ya que en esta secta entran porque quieren y permanecen porque disfrutan), por esto les pido hoy que no vean ustedes en mis palabras una contradicción. Acaso sea… una paradoja.
Puedo, incluso, aislar ciertos rasgos de sus integrantes, y decir que se los puede conocer por cosas que en Carlos he conocido afortunadamente de forma directa y de las que puedo dar fe.
Si quieren un esbozo para reconocerlos (quizás ustedes conozcan a alguien de esta secta-club y no lo sepan) ahí va ese esbozo:
Son espontáneos y auténticos y lo son porque aman el gesto espontáneo y no les importa demasiado quedar expuestos como queda quien accede a esa práctica y corriendo los riesgos que eso implica, lo hacen porque saben que la vida merece la pena ser vivida en tanto se vive desde el mayor contacto con nuestro verdadero sí-mismo, saben que el mayor atentado contra la vida no es la muerte, es la “no vida”, que sería –por ejemplo– quedar pegado a un falso self que anule la alegría de vivir auténticamente.
Desean con todas sus fuerzas vivir encarnando la experiencia vivida en cada momento, para ser agentes de su propia vida y así estar vivos… sintiéndose vivos.
Arnoldo Liberman, en su libro Los celos y el amor lo dice así: “sentirse uno mismo es asumir que nuestra existencia es irremplazable, que nuestra máscara y nuestro auténtico rostro son la misma cosa, que sin nosotros no vivimos lo que nos toca nadie podrá vivirlo por nosotros”.
Winnicott escribió –en el esbozo que hizo de su autobiografía– algo maravilloso, decía: “¡Oh, Dios, haz que esté vivo cuando muera!” (curiosamente Carlos Cano, el cantautor andaluz –que siempre me llamó la atención por su sencillez y por su autenticidad– después de recuperarse de una intervención de corazón de alto riesgo contestó a la pregunta: “¿Temió usted morir en la operación?”, diciendo: “No, porqué sé que moriré estando vivo…”, y así fue, murió cuando lo pasaban de la UCI a una planta… por cierto, otra casualidad, también Winnicott murió de una afección cardiaca…
Se mueven cómodos habitando la experiencia cultural, como si hubiesen tendido un buen acceso a la zona transicional desde la que ésta se gesta, les suele gustar la poesía, la lectura, la música…
Quizás no tuvieron toda la provisión ambiental como para tener regalado el acceso a la salud así entendida, entonces pienso que tuvieron/crearon o se curraron (en el sentido español de trabajar, no en el argentino) buenos encuentros humanos y tuvieron la inmensa suerte de tener buenos análisis y aprovecharlos, buenos en el sentido de que esos procesos –además de descifradores/interpretativos– se vivieron como segundas oportunidades para descongelar y hacer avanzar aquello –poco o mucho– que había quedado detenido en las etapas más tempranas.
Yo tiendo a pensar que tuvieron madres suficientemente buenas porque procuran, ya que en sus ideales está incluido, ser suficientemente buenos en lo que hacen –y especialmente– en lo que son.
Como analistas los imagino respetando la interpretación sin olvidar el valor del sostén, son de recursos amplios, son clínicos por vocación.
Siempre tienen a mano la ilusión, alguna ilusión (ojo, no son ilusos. No deberíamos confundir ambos términos) y se ve que algo de la omnipotencia vivida tempranamente –y bien administrada– les permite creer en lo que dice el novelista italiano Marco Vichi: “Somos seres insignificantes, pulgas del universo y, sin embargo, cada uno de nosotros se siente como si fuese él el que hace girar el mundo. Y quizás tengamos razón, somos pulgas que hacemos girar el mundo”.
Una expresión con fuerte tono paradojal, por cierto.
Y hablando de paradojas… decir que les gusta mucho la paradoja (además de la “para-joda” como decía un amigo mío) y paradojean… y paradojean con naturalidad claro, no como un deporte, no como una pose.
Al hablar, eso se nota mucho, un interlocutor algo ingenuo podría –en muchas ocasiones– preguntarles:
–Disculpe, ¿está usted hablando en serio o en broma?
A lo que ellos contestarían:
–Por supuesto que hablo en serio… y en broma.
Si el interlocutor además de ingenuo fuese un poco obsesivo, repreguntaría:
–Disculpe, ¿en qué porcentaje “en serio” y en qué porcentaje “en broma”?
A los que ellos responderían:
–Calcule que cada frase es 100 % en serio… y 100 % en broma!
Saben que la paradoja debe ser respetada y sostenida y saben que Winnicott cuando hace este planteo no se anda con chiquitas, la paradoja es una forma de ver el mundo, es la aceptación lúcida y valiente de que ciertos aspectos centrales de la existencia no se pueden expresar de otra forma que como paradojas, que no admiten reduccionismos, aunque haya mucho jíbaro suelto que lo intente una y otra vez. Acoger la paradoja con todo lo que tiene –y nos exige– es aceptar la ausencia de certezas, es reconocer que no hay otro camino que vivir el significado subjetivo y múltiple de las cosas y que eso incluye la renuncia a la completud y a lo unitario.
Unamuno escribió: “La paradoja se desarrolla entre el corazón que dice que sí a la inmortalidad del hombre y la razón que dice que no. Ahí está la contradicción y la lucha. La solución vendría de reconocer una forma de conocimiento además de la sensible y la racional: la mística”.
Les gusta jugar y juegan, no el sentido del término game (juego pautado) sino en el sentido de play, juego en un sentido amplio, lúdico, ligado a crear. Un amigo que vivió en Tanzania me contó algo fantástico: en Suahili hay un sólo verbo para designar jugar, bailar y follar y sólo el contexto permite saber de qué actividad y de qué placer se está hablando cada vez…
En la secta son buenos conversadores, y desean comunicarse sin ser hallados del todo, saben y respetan que el núcleo del sí-mismo, por definición, no se comunica y desde ahí respetan también en el otro el deseo de ser encontrado pero no descubierto.
Todo esto les permite tener la capacidad para estar solos, quizás la mayor garantía que tiene el otro de que cuando uno busca el contacto y el encuentro es porque quiere y lo desea y no tanto porque lo necesita… y esto no les impide saber que a la independencia absoluta nunca se accede… por suerte, diría yo.
En una cita que nos gusta mucho a Ariel y a mí, Winnicott dice: … “nuestra teoría incluye la creencia de que vivir en forma creadora es un estado saludable, mientras que la complacencia es una base enfermiza para la vida”, es una cita que habla de la creatividad y de la libertad, rasgos emparentados en su raíz, y será por esa relación con la libertad, con la creatividad y con la no-complacencia, que pueden – por ejemplo– contradecir un tango en el que se puede escuchar una definición tremenda, dice: “Ya aprendí que en esta vida se cuidan los zapatos andando de rodillas”… los de la secta suelen tener los zapatos hechos polvo pero las rodillas casi intactas…
Si miráis hoy los zapatos de Carlos buscando una prueba de lo que digo debéis saber que esta mañana pasó, gracias a una sugerencia de Alejandra, por la sección de zapatería del Corte Inglés… porque es muy elegante, eso sí.
Muy al contrario de lo que algunos críticos ya decían del propio Winnicott son pensadores rigurosos, este libro lo demuestra, pero saben también la diferencia que existe entre rigor y rigidez y saben algo más: que el mayor rigor posible… es deseable y saludable que nunca sea alcanzado, porque ese rigor es el rigor mortis.
Porque siguieron a Winnicott cambiaron la posición depresiva por la capacidad de preocupación por el otro y de ahí que establezcan buenos vínculos y que sean menos depresivos de lo que la teoría auguraba.
Algo tienen los participantes de esta secta que hace que uno se sienta cercano, incluido siempre, que sea fácil sentir que la relación sostiene y se sostiene y que las risas –como dice mi buen amigo Miguel Borge– siempre nos están esperando, que el encuentro nos reclama, que podemos vernos tomando un té, un vino o presentando el libro de un amigo con un amigo seguido de un vino.
Aunque a decir verdad, veo, después de tanto despliegue, que no es necesario haber leído a Winnicott para ser parte de este club, ni siquiera es preciso ser psicoanalista, si uno observa los rasgos que conozco de Carlos y que traté aquí de transmitir se dará cuenta que se resumen en que
a) uno se siente bien cerca de ellos;
b) aman la vida rabiosamente –y todo lo que ella incluye– y así, la honran;
c) son tozudos en el anhelo de ser –cada día– mejores personas;
d) son buenos amigos de sus amigos.
Es probable que todos ya se hayan dado cuenta, pero por las dudas voy a explicitarlo: quiero entrar en esa secta/club y leo estas líneas con la secreta esperanza de que me sirvan como el trabajo con el cual solicito dicho ingreso.
Deseo –de todo corazón– que Winnicott, Dios, los winnicottianos y Carlos Nemirovsky tengan a bien recibirme.
Muchas gracias por el libro Carlos… y por todo.
AUGUSTO ABELLO BLANCO
23 de octubre de 2007. Ágora