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Introducción


El psicoanálisis ha estado ligado íntimamente a la sexualidad desde sus más tempranos orígenes. Esta ligazón se evidencia en la estructuración y cuerpo metapsicológico del psicoanálisis. El sujeto definido por el psicoanálisis es un alguien sostenido enteramente desde y por su sexualidad tanto en sus raíces, su existencia como en su relación con el mundo. Sin embargo, con el paso del tiempo, en la mayoría de las corrientes de pensamiento psicoanalítico actuales, pareciera ser que la fuerza de esa ligadura ha ido desdibujándose. En “Sexo y Psicoanálisis: una mirada a la intimidad adulta”, quisimos rescatar aquellos orígenes para repensarlos y profundizar en el presente de la clínica y la teoría.

El lector se encontrará principalmente con una perspectiva winnicottiana que dibuja y define esta relación entre sexualidad y psicoanálisis. Este esfuerzo no es menor, ya que implica darle un espacio concreto a las formas y concepciones de la intimidad sexual adulta dentro de un modelo que suele focalizarse en territorios tempranos del desarrollo humano, donde la sexualidad no es llamada a tan temprana escena. Este esfuerzo nos implica como psicoanalistas, en el sentido que nos exige abrirnos al territorio de lo personal íntimo, lo que puede ser removedor y confuso dada la naturaleza de la sexualidad. También, el ejercicio de pensar en el sexo nos lleva a replantearnos lo metapsicológico, lo técnico y lo clínico en el ejercicio de nuestro qué hacer.

El recorrido del libro, como respuesta a la invitación a los autores, nos sorprende encontrándonos con que casi espontánea-forzadamente se ordenan los trabajos en tres dimensiones de la problemática.

En una primera dimensión nos hallamos con un agudo análisis de cada uno de los autores en el que se busca definir la idea y el campo de la intimidad sexual. Este sin duda es un permanente acto de rebeldía, ya que se trata de acotar y asir aquello que parece escabullirse inevitablemente de nuestro mundo de representaciones. Los autores, cada uno por su propio derrotero, dejan evidencia de la erótica como una experiencia con carta de ciudadanía propia. Esta erótica demanda de presencia y consistencia conceptual, pero por sobretodo, exige de comprensión clínica. El énfasis se encontraría en el placer y displacer de la materialidad del psique-soma, así como en la otredad como el gran y singular invitado de la sexualidad más íntima.

Esta erótica tiene una forma particular en la adultez que suele fugarse del análisis. Ello, dada la naturaleza del trabajo psicoanalítico cuyo eje principal es la fantasía. Lo que pareciera escabullirse y/o esconderse del trabajo psicoterapéutico, es un territorio central de la experiencia humana, cual es el cuerpo erótico en su materialidad, en su concretud, en su limitación, en su riqueza y en su complejidad.

Los autores dan cuenta a través de evidencias fenomenológicas y clínicas cómo el cuerpo sexual exige, presiona por su ingreso al espacio terapéutico. Es la queja por la disfunción sexual la que se hace presente en el espacio clínico, hambrienta de una terapéutica que muchas veces pone en cuestión las formas clásicas del psicoanálisis como lo entendemos hoy en día.

Sorprende encontrar que el cuerpo sexual no solo busca placer o a un otro, sino que está permanentemente invitando, en aquello concreto, a una transformación en metáfora poética. Así se evidencia una paradoja: lo sexual íntimo se articula en la permanente presencia y entrecruzamiento de lo metafórico con la materialidad del cuerpo. Es decir, la sexualidad se esculpe entre aquello poético - desdibujado de la razón y enraizado en la experiencia- y la concretud y obviedad de un cuerpo deseante.

De esta manera, Psique revela en este interjuego metafórico-concreto su carácter único y singular. Los antiguos griegos representaban esta concretud metafórica de la psique como sigue. Pensaban que al morir se liberaba en la última expiración una mariposa, representación concreta y poética del alma. PSI como letra griega esboza dicha mariposa. La sexualidad como cuerpo vivo, vulnerable y misterioso, se entrama en ese espíritu de Psique. Espíritu siempre poético, inefable, esencial, que dibuja y esculpe constantemente el limite de lo vivo y lo muerto.

En una segunda dimensión del libro, los autores delinean los “quiebres de la intimidad sexual en lo contemporáneo”. Si bien pudiera el lector creer que va a hallar allí las clásicas líneas sobre lo pre edípico y edípico, se encontrará con un esfuerzo de tramitar a nivel simbólico de la palabras y del entendimiento aquel espacio que transita en el sufrimiento/placer del cuerpo. El lector se hallará con la intención de los autores por dibujar las inscripciones de la sociedad, las formas de vida contemporánea y cómo éstas producen un sujeto que manifiesta singularidades clínicas del padecer sexual adulto (falta de deseo, perversidad, quiebre de la intimidad, rechazo a la sexualidad, disfunción eréctil, etc). Así, a pesar del espíritu poético de la sexualidad, esta se instala por su propia naturaleza humana en los terrenos propios de la cultura definiéndose, mutando y delimitándose mutuamente. Surge así un sujeto sexual que es hijo y padre de la cultura que lo inscribe.

En la ultima parte del libro, en la dimensión “inscripciones de la cultura en la sexualidad”, el lector se topará quizás con lo que Winnicott hubiera nombrado como “el negativo de la cultura”. Es decir, incursiona en aquellos territorios despojados de la propia naturaleza simbólica viva y sexual. Allí las nuevas tecnologías pueden desacreditar la presencia del cuerpo, en una intención tal vez de sustituirlo o robarle significación. También, estas nuevas inscripciones de la cultura abren otras posibilidades de encuentro humano. En ellas, la producción simbólica y erótica alcanza nuevas y diferentes significaciones. La dicotomía de género, hombre- mujer, se desdibuja y da paso a otras modalidades de sexualidad, las ya conocidas como neosexualidades descritas por Joice Mc Dougal, casi impensables en épocas anteriores.

Esta misma forma impregnadora de modelos que gesta el hombre a través de la cultura, atraviesa los ejes etarios de la vida y de la sexualidad. Pareciera ser que la vejez es el grupo etario menos estudiado y más devaluado en lo que a sexo respecta. Esta postergación se relaciona probablemente con consideraciones edípicas de las generaciones anteriores (los padres no tienen sexo) y sin lugar a dudas, por la falta de valor que posee la vejez en nuestra cultura. Nos parece interesante el esfuerzo realizado en el último capítulo del libro, por significar la sexualidad en la vejez como un espacio diverso, posible y principalmente ligado, como siempre ocurre en el sexo, a la individualidad y las circunstancias de cada sujeto.

Sexo y psicoanálisis

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