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ОглавлениеIntroducción
Debatiendo el nuevo terreno
[Los] Estados Unidos [...] han dejado de ser nuestros socios privilegiados. Ahora el socio privilegiado para América Latina es China.
Ricardo Patiño, exministro de Asuntos Exteriores de Ecuador1
Desde el inicio de la década que inauguró el presente milenio, cuando la mayor parte de la región aún no se recuperaba del estallido de la burbuja puntocom en los EE. UU. y de la profundización de dicha recesión a causa de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington D. C., China se convertía en un actor mucho más importante en América Latina y el Caribe (ALC). Aunque el crecimiento en ALC estaba por los suelos en 2001, esta tendencia se revirtió casi de la noche a la mañana (figura I.1). Quiso la Madre Naturaleza que la región de América Latina dispusiese de las materias primas que China precisaba para propulsar hacia una etapa más madura su modelo de desarrollo de alto crecimiento basado en exportaciones. Bajo el impulso de la voraz demanda de China, se dispararon los precios del petróleo, del cobre, del mineral de hierro, del grano de soya y de la harina de pescado (tabla I.1). Para Sudamérica en particular, la década que corre entre los años 2003 y 2013 se convertiría en la más grande lotería de las materias primas. La tasa de crecimiento promedio anual para la región en su conjunto fue de 4,8 por ciento entre los años 2003 y 2013: casi el doble de su tasa histórica2. Aunque ciertamente hay más elementos en esta historia que el simple auge de China en América Latina, la demanda comercial y el suministro de capitales provenientes de China han ayudado a facilitar el crecimiento económico en ALC desde el inicio del nuevo milenio.
Figura I.1
Crecimiento porcentual del producto bruto interno (PBI), 1998-2017
Fuente: The Conference Board Total Economy DatabaseTM (versión ajustada), marzo de 2018.
El súbito crecimiento de América Latina se produjo inmediatamente después de un importante impulso de reforma que se había venido dando en la región desde finales de la década de 1980 e inicios de la siguiente. Bautizado por el economista John Williamson como el Consenso de Washington (CW), este enfoque centrado en el mercado se basaba en tres pilares: privatización, liberalización y desregulación (Williamson, 2003). Casi tres décadas después, la evidencia acumulada muestra que, efectivamente, los países de la región de ALC han tenido significativos avances en cuanto a privatización de activos en manos del Estado; los regímenes comerciales han sido liberalizados, y se ha producido una diversificación de socios comerciales; los mercados financieros se han abierto, profundizado y desregulado; se han reducido las deudas externas de los países; y varios países han desarrollado grandes reservas de divisas (Armijo, Wise, & Katada, 2015; Lora, 2001). Se trata de una realidad completamente insólita en los antecedentes de América Latina, donde un alza de precios efímera y repentina procuraba enormes ganancias para la región, pero escaseaban políticas macroeconómicas sensatas e instituciones económicas robustas. Este último fue, por ejemplo, el escenario de la crisis de la deuda latinoamericana en 1982 que empujó a ALC hacia la «década perdida» de inflación elevada, fuga de capitales y crecimiento cero durante la década de 1980.
Si damos un salto de cinco lustros y consideramos las respuestas de la región de ALC a la crisis financiera global (CFG) en 2008-2009, la diferencia entre ambos escenarios es como la noche y el día: ningún país se vio obligado a recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI). La región de ALC tampoco se había restablecido jamás de una crisis de esta magnitud tan plenamente como lo hizo en 2010, sin depender de una reactivación del motor de la economía estadounidense. Aunque la CFG fue esencialmente una crisis financiera, esta golpeó a América Latina, China y a la mayoría de las demás economías emergentes (EE) por el lado comercial. Ello se debe a que los bancos de las EE habían evitado en gran medida los imprudentes instrumentos financieros de alto riesgo que llevaron al sistema bancario estadounidense al borde del abismo en 2008. Los impactos de la CFG fueron claramente variados a través de las EE y de los países desarrollados, pero las respuestas fueron bastante similares. Tanto China como los EE. UU. hicieron rápidos cambios, donde los gestores de políticas de ambos países inocularon a sus respectivas economías domésticas con un enorme estímulo fiscal. Solo en 2009, los EE. UU. gastaron el 5,9 por ciento de su PBI en intentos para evitar una completa depresión económica, mientras que el estímulo fiscal en China ese mismo año ascendía al 4,8 por ciento de su PBI (Armijo, Wise, & Katada, 2015, p. 212).
Tabla I.1
Tendencias anuales del precio de materias primas en dólares reales (2010), 2000-2018
Año | Cobre, US$ / tonelada métrica | Petróleo crudo, precio al contado,US$/barril | Frijol de soya, US$ / tonelada métrica | Harina de pescado, US$ / tonelada métrica | Mineral de hierro, US$ / tonelada métrica seca |
2000 | 2.279 | 35 | 266 | 519 | 36 |
2001 | 2.061 | 32 | 256 | 636 | 39 |
2002 | 2.061 | 33 | 281 | 801 | 39 |
2003 | 2.235 | 36 | 332 | 767 | 40 |
2004 | 3.371 | 44 | 360 | 763 | 45 |
2005 | 4.195 | 61 | 313 | 833 | 74 |
2006 | 7.475 | 71 | 299 | 1.297 | 77 |
2007 | 7.459 | 75 | 402 | 1.234 | 129 |
2008 | 6.764 | 94 | 508 | 1.102 | 152 |
2009 | 5.339 | 64 | 453 | 1.275 | 83 |
2010 | 7.535 | 79 | 450 | 1.688 | 146 |
2011 | 7.955 | 94 | 487 | 1.385 | 151 |
2012 | 7.226 | 95 | 537 | 1.414 | 117 |
2013 | 6.682 | 95 | 491 | 1.592 | 123 |
2014 | 6.354 | 89 | 455 | 1.582 | 90 |
2015 | 5.645 | 52 | 400 | 1.596 | 57 |
2016 | 5.192 | 46 | 433 | 1.601 | 62 |
2017 | 6.834 | 61 | 387 | 1.477 | 72 |
2018 | 6.075 | 54 | 381 | 1.480 | 69 |
Fuente: Monitor Económico Global (GEM) del Banco Mundial. Disponible en http://databank.worldbank.org/data/views/variableselection/selectvariables.aspx?source=global-economic-monitor-%28gem%29-commodities
Argentina, Brasil, Chile y el Perú pudieron capear el período de recuperación sujetándose al faldón de China, lo que igualmente le permitió a cada uno emprender políticas para contrarrestar el ciclo negativo de la CFG (Pastor & Wise, 2015). Investigaciones recientes llevadas a cabo por el economista Ambrogio Cesa-Bianchi y sus colegas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han determinado que «el impacto de largo plazo de un shock [positivo] del PBI chino sobre la economía típica de América Latina se ha incrementado tres veces desde 1990» (Cesa-Bianchi, Pesaran, Rebucci, & Xu, 2012, p. 32). Por consiguiente, para todos, a excepción de México, el rápido repunte del crecimiento en China y la demanda de materias primas de ALC llevaron a esos países a estar operativos mucho antes de la recuperación de los EE. UU. Por estar más estrechamente integrado al mercado de los EE. UU., México estaba ligado a la recuperación económica estadounidense y, por lo tanto, su restablecimiento fue más lento. El panorama general, sin embargo, lucía prometedor. El 9 de noviembre de 2009, Brasil aparecía en la portada de la prestigiosa publicación The Economist bajo el título «Brazil Takes Off» (Brasil despega). Incluso Argentina, la pesadilla de los mercados financieros internacionales tras su turbia suspensión del pago de bonos por valor de US$ 100.000 millones en 2001, fue elogiada por el FMI por lograr una recuperación de la CFG más vigorosa de lo esperado (Buenos Aires Herald, 2011).
Pero en el mundo de los auges de precios de materias primas, inevitablemente, todo lo que sube tiene que bajar. A excepción del petróleo crudo, los precios de todos los productos empezaron a caer en 2014-2015 (véase la tabla I.1); a inicios de 2016, los precios del petróleo habían entrado en su propia caída libre, hundiéndose hasta un nivel justo por debajo de US$ 30 por barril (Kraus, 2016). En 2019, los precios se habían estabilizado alrededor de US$ 62 por barril. Evocando la caída del precio del petróleo de 1986, la combinación de un excedente de producción y la retracción del ritmo de crecimiento de China, de 9-10 por ciento anual en promedio que habían mantenido durante tres décadas, a aproximadamente 6,5 por ciento, mostraba cuán rápidamente un shock negativo del PBI de China podía enfriar el crecimiento mundial. Para la región de ALC, del mismo modo que el shock positivo del PBI de China había sido una bendición durante el período 2003-2013, este revés significaba una sacudida nefasta. El efecto fue agudo para aquellos países que fueron los más celebrados apenas tres años antes: Brasil y Argentina. En ambos casos, la economía se había contraído, los déficits crecían rápidamente y las tensiones sociales eran palpables (Ribeiro, 2018; McNamara, 2019). Tras cancelar su deuda al FMI en 2006 y declarar una guerra de relaciones públicas contra esa entidad, una humillada Argentina se vio obligada a recurrir nuevamente al Fondo a mediados de 2018. El FMI demostró no guardarle rencor, armando un nuevo paquete de créditos para Argentina de alrededor de US$ 57.000 millones (The Guardian, 2018).
Según Pekín, la contracción del ritmo de crecimiento de China ha sido parcialmente intencional, dado que los gestores de políticas de este país buscan distanciarse de una excesiva dependencia de exportaciones de manufacturas y grandes proyectos de inversión a nivel doméstico, y orientarse más hacia servicios, tecnología y consumo doméstico. Pero un crecimiento más lento de China también refleja trabas en cuanto a reformas domésticas en todo el sistema, especialmente en los sectores financiero (desmesuradas deudas de empresas estatales y otros préstamos en cartera vencida) y de bienes raíces. La repercusión para la región de ALC en su conjunto ha sido una contracción del ritmo de crecimiento de 1-2 por ciento en promedio desde el año 2014 (Focus Economics, 2019). Más aún: en la medida en que se desvanece la aureola de abundancia, las antiguas brechas en cuanto a reformas se han hecho más notorias en ambas orillas del Pacífico. Tanto China como la región de ALC enfrentan severos retos en los campos de eficacia gubernamental, calidad regulatoria, Estado de derecho y control de la corrupción. Pero es en ALC, mucho más que en China, donde los indicadores de eficiencia, competitividad e inversión productiva se encuentran más agudamente rezagados (Perry & Forero, 2014).
La presente coyuntura es el factor que impulsa a escribir este libro. La lotería de las materias primas es aparentemente fortuita e impredecible y, una vez que se disipa, rara vez deja un impacto positivo. Antaño, los productores del guano peruano (usado como fertilizante) y los barones del caucho brasileño descubrieron a duros golpes esta realidad. Respecto a oscilaciones de precios en materias primas más cíclicamente volátiles como el petróleo, los actuales aprietos económicos postauge de una Venezuela productora de petróleo equivalen a volver a ver una mala película (Labrador, 2019). Pero, a diferencia de auges anteriores, la presencia de China en la región de ALC se mantiene firme. De hecho, según declaraciones formuladas por el presidente de China, Xi Jinping, en un foro organizado en Pekín en enero de 2015 con 33 países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Gobierno chino está comprometido a duplicar a US$ 500.000 millones el comercio entre China y ALC para el año 2025, y a invertir US$ 250.000 millones en América Latina durante la próxima década (Cepal, 2015). Es este compromiso para mantenerse en la región el que ha desencadenado debates respecto a las «verdaderas» intenciones de China en ALC. Al mismo tiempo, académicos y analistas de políticas han expresado abiertamente sus inquietudes sobre las asimetrías en cuanto a comercio e inversión que han llegado a caracterizar las relaciones económicas entre China y ALC.
Debatiendo el nuevo terreno
Pese a la aparición de abundante bibliografía sobre la economía política de las relaciones entre China y ALC, aún estamos arañando la superficie en términos de nuestra comprensión de este fenómeno3. ¿Fue el reciente auge de China simplemente otro éxito pasajero para América Latina, o habrá cierta permanencia en los aparentemente consistentes vínculos comerciales y de inversión que se han forjado? ¿Es acaso cierto, como lo han sostenido recientemente los gurús realistas John Mearsheimer y Stephen Walt, que Washington necesita enfocarse más en «preservar la preponderancia de los EE. UU. en el hemisferio occidental»? (Mearsheimer & Walt, 2016, p. 71). Esta invocación ha recibido una respuesta parcial desde el advenimiento de la Administración de Donald Trump, en tanto los partidarios de la línea dura en el Departamento de Estado y el Consejo Nacional de Seguridad han tratado de presentar las relaciones entre China y ALC como una amenaza a la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental. En círculos intelectuales, un gran número de artículos recientes señalan los patrones emergentes de asimetría comercial y de inversión entre China y la región de ALC, caracterizándolos como una forma de «neodependencia»4.
Similarmente, una nueva ola de investigaciones advierte que los vínculos comerciales más fuertes con China pueden llevar a una convergencia de posturas en política exterior entre países de la región de ALC y China que representen un retroceso para los primeros. Por ejemplo, aunque se basan en datos muy escasos, Gustavo Flores Macías y Sarah Kreps reportan que dentro la Asamblea General de la ONU se ha producido una difusión de las preferencias menos favorables de votación de China respecto a temas específicos de derechos humanos en países que son sus más importantes socios comerciales en ALC (Flores-Macías & Kreps, 2013). Al mismo tiempo, otro estudio cuantitativo realizado por Georg Stuver encontró que «la comparación de patrones de convergencia en cuanto a políticas entre China y países en Sudamérica […] a nivel de relaciones bilaterales y multilaterales no reveló ningún panorama consistente» (2014, p. 148). En cuanto a la difusión de las intenciones políticas más ocultas de china hacia sus socios en ALC, aparentemente las opiniones al respecto llevan a un empate, y por ahora quizás es mejor dejar así las cosas.
Mi respuesta a las otras tres preguntas planteadas arriba es la siguiente. Pese a algunos escépticos que gozan de alta credibilidad, la relación entre China y ALC constituye actualmente un elemento persistente del panorama de la economía política en ALC; ello, antes que amenazar, complementa la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental; y la teoría de la dependencia, con su enfoque en la estructura del capitalismo internacional, tiende a pasar por alto las consecuencias divergentes a nivel doméstico que vienen surgiendo en estos países como resultado de su involucramiento más estrecho con China (Frieden, 1991, p. 235). Por lo tanto, la teoría de dependencia sigue siendo una descripción lúcida de los rasgos del subdesarrollo y evita que incurramos en errores, señalando como problemáticas las considerables asimetrías entre China y sus socios en ALC; sin embargo, este enfoque sistémico no puede dar cuenta del desempeño diferenciado de las EE dentro de la economía política internacional (EPI).
Este libro trata precisamente de la variación en los resultados referidos a la economía política, que surge como consecuencia de una integración más estrecha de China con 6 de los 10 países que ellos han designado como «socios estratégicos» (SE) en América Latina: Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, México y Perú. Al igual que muchos gestos de la diplomacia china, la designación de un país como SE está abierta a interpretaciones. Aunque la práctica de China de nombrar países como SE empezó en 1993, no existe una lista formal de SE de China, dado que los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores temen que «ello podría llevar a confusión e innecesario descontento para países importantes que no están considerados como socios estratégicos de China» (Zhongping & Jing, 2014, p. 8)5. El uso que hago del término aquí sigue la línea del trabajo de Yanran Xu, quien extrae una definición a partir de los discursos del ex primer ministro Wen Jiabao: «estratégico» significa que la cooperación es de largo plazo y estable, y que transciende la ideología y los eventos particulares; «socio» sugiere que el vínculo entre China y un país determinado es mutuamente beneficioso, una relación en la que ambos lados ganan, y que se ha establecido en condiciones de igualdad (Xu, 2017). En el capítulo 1, defino claramente la naturaleza de la integración de China con estos SE y analizo los efectos de este involucramiento a través de la lente de diversas teorías y modelos de desarrollo económico. Pero, antes de ir al meollo del tema, permítaseme dar mi propia interpretación sobre los debates antes mencionados.
¿Es China simplemente un amigo oportunista?
En este punto, se ha vuelto costumbre recitar de paporreta la información que confirma que la relación entre China y ALC es mucho más que un capricho pasajero. De hecho, en el prefacio recurrí a ese enfoque relámpago. Ahora, permítaseme replantear el argumento que recorre todo el libro. China, pese a proyectar la imagen de un inmenso Estado asiático desarrollista, enfrenta graves limitaciones en cuanto a recursos naturales. Lo más apremiante son sus urgentes necesidades de alimentar a la población doméstica más numerosa del planeta y de adquirir los recursos para impulsar la que pronto será la más grande economía a nivel mundial. Por necesidad, China ha internacionalizado su estrategia de desarrollo. Lo que empezó como la promoción de Deng Xiaoping de la estrategia de «reforma y apertura» del Partido Comunista de China (PCCh) a finales de la década de 1970, ha evolucionado gradualmente hacia un modelo de desarrollo que se basa en la incorporación de EE selectas, ricas en recursos y ubicadas en África, el Sudeste Asiático y, cada vez más, en América Latina. Esta estrategia internacionalizada de desarrollo ha sido posible gracias a la acumulación por parte de China del más alto nivel de reservas en divisas, que en marzo de 2019 se ubicaba en US$ 3,09 billones. El estatus singular de China como EE que a la vez ostenta abundancia de capitales refleja su tenaz búsqueda de un modelo de desarrollo impulsado por las exportaciones –muy parecido a las estrategias empleadas por Japón y Corea del Sur en el pasado–, basado en una enorme reserva de mano de obra barata, bajo consumo doméstico, una moneda subvaluada y, en el caso de China, enormes economías de escala. Sin embargo, al igual que en Japón y Corea del Sur, este enfoque ha llegado a su fin en China. Con los resultados variados y la saturación de la inversión doméstica en grandes proyectos industriales y de infraestructura, los gestores de políticas y empresarios en China actualmente se ven en apuros para encontrar un uso más productivo y eficiente para esos fondos. En momentos en que los bancos multilaterales de Occidente se enfocan en la reducción de la pobreza y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, China ha entrado a financiar proyectos que llenan brechas cruciales de infraestructura en otras EE como parte de su propia estrategia internacionalizada de desarrollo (Gallagher, 2016).
Bushra Bataineh y sus colegas estiman que los préstamos de China para proyectos de infraestructura se han incrementado «de una cuarta parte del sector de préstamos para el desarrollo en 2002 (medidos en activos totales) a más de tres cuartas partes de este monto en 2016» (Bataineh, Bennon, & Fukuyama, 2018). Estos mismos autores señalan que el enfoque de China hacia las inversiones en infraestructura en el exterior es una derivación del crecimiento del país a nivel doméstico durante los últimos 30 años y, contrariamente a los prestamistas occidentales, los proyectos de China «son evaluados más por su impacto que por la viabilidad específica del proyecto en cuestión». Como tales, estos proyectos de infraestructura están estrechamente vinculados a la producción de bienes y a la extracción de recursos que a continuación son enviados para estimular el desarrollo en China. El énfasis de China en el comercio, préstamos e IED relacionados con todos los aspectos de la extracción de recursos del exterior refleja su continua condición de EE.
Inadvertidamente o no, China está promoviendo el desarrollo de sus antes mencionados SE en ALC, la mayoría de los cuales ostentan dotaciones de factores complementarias a la de China. Reiteremos en este punto las considerables cifras que apuntalan la pujante relación entre China y ALC: el nivel total de comercio entre China y ALC, que llegó a US$ 306.000 millones en 2018, se ha incrementado exponencialmente desde los pocos miles de millones de dólares a los que ascendía en el año 2000; en cuanto a los seis países considerados en este estudio –Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, México y Perú–, en 2017, China representaba el 9 por ciento de sus exportaciones y el 16 por ciento de sus importaciones6. Respecto a la inversión de China en ALC, el monto total de inversión extranjera directa de salida (IEDS) de China hacia ALC-5 (omito aquí a Costa Rica, por cuanto el ingreso de IED de China hacia este país es insignificante) de 2000 a 2018 se estima en US$ 129.800 millones, que representan cerca del 15 por ciento del flujo total de IED hacia ALC.
Según datos oficiales de China, el grueso del ingreso de IED proveniente de este país hacia América Latina es canalizado a través de las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas, principalmente para efectos tributarios, lo cual dificulta estimar el monto preciso que ha sido invertido realmente en cada país. En consecuencia, me baso en datos compilados por Enrique Dussel Peters en la Universidad Nacional Autónoma de México en Ciudad de México (Dussel Peters, 2018b). En cuanto al país de destino, los mayores beneficiarios han sido Brasil, Perú y Argentina, en ese orden (tabla I.2). En promedio, las materias primas representaban cerca del 60 por ciento de la IEDS de China hacia ALC en el período 2000-2017; la IEDS de China en manufactura fue menor hasta el año 2017, cuando se incrementó casi 14 veces por encima del nivel que ostentaba en 2010 (tabla I.3). La IEDS de China en servicios se intensificó en 2016, promediando un 33 por ciento del total entre 2000 y 2017. La asistencia de China hacia ALC fue de aproximadamente US$ 560 millones en 2013, fondos que fueron asignados en una combinación de subvenciones tradicionales y préstamos blandos o sin intereses (Stallings, 2016, p. 78).
En el intervalo 2010-2019, varios países de ALC han recibido asimismo préstamos de dos grandes bancos de desarrollo chinos, el Banco de Desarrollo de China (China Development Bank, CDB) y el Banco de Importación y Exportación de China (Export-Import Bank of China), cuyos compromisos conjuntos hacia ALC desde el año 2005 ascienden a unos US$ 150.000 millones (Gallagher & Myers, 2019). Solo durante el año 2015, los préstamos a América Latina provenientes de estos bancos de desarrollo chinos fue casi el doble de los fondos combinados totales prestados a la región por bancos multilaterales de Occidente (Ray, Gallagher, & Sarmiento, 2016). La mayoría de los proyectos que China ha financiado en ALC tienden a hacer uso intensivo de capital, con enormes economías de escala y altas barreras de salida. Ejemplos de estos proyectos incluyen la construcción de ferrocarriles y represas en Argentina; una represa, carreteras, puentes y hospitales en Ecuador; y la modernización de importantes puertos en Brasil, México y Perú (Aisch, Keller, & Lai, 2015). Activos fijos, elevados costos indirectos y empresas mixtas son otros rasgos del rápido crecimiento de los vínculos entre China y ALC. Dado el caos político y económico en que ha sucumbido Venezuela, un proyecto auspiciado por China para la construcción de un ferrocarril de alta velocidad colapsó a mitad del proceso. Stephen Kaplan y Michael Penfold reportan que «los talleres del ferrocarril ubicados a los lados del corredor de la construcción fueron saqueados para llevarse los generadores de energía, computadoras, revestimientos metálicos y cables de cobre» (Kaplan, & Penfold, 2019, p. 27). No obstante, «elefantes rojos» chinos como este no desmerecen el hecho de que el compromiso de China con la región de ALC es de largo plazo y que ahora forma una parte integral de su propia estrategia internacionalizada de desarrollo (Kynge, Peel, & Bland, 2017).
Tabla I.2
Flujos de salida de la inversión extranjera directa de China hacia América Latina
2000-2005 | 2010 | 2014 | 2015 | 2016 | 2017 | 2000-2017 | |
Argentina | |||||||
Número de transacciones | 0 | 3 | 3 | 0 | 3 | 3 | 19 |
Monto (millones de US$) | 0 | 5.597 | 523 | 0 | 215 | 1.283 | 11.870 |
Empleo | 0 | 2.601 | 480 | 0 | 670 | 3.874 | 11.210 |
Brasil | |||||||
Número de transacciones | 6 | 10 | 13 | 19 | 16 | 13 | 107 |
Monto (millones de US$) | 3.565 | 12.867 | 1.747 | 5.139 | 13.309 | 2.902 | 48.021 |
Empleo | 6.303 | 15.208 | 7.128 | 13.950 | 37.163 | 32.955 | 138.613 |
Chile | |||||||
Número de transacciones | 0 | 1 | 2 | 1 | 3 | 4 | 22 |
Monto (millones de US$) | 0 | 18 | 36 | 286 | 215 | 2.764 | 6.091 |
Empleo | 0 | 0 | 43 | 175 | 4.284 | 5.691 | 10.721 |
México | |||||||
Número de transacciones | 4 | 4 | 10 | 9 | 4 | 19 | 68 |
Monto (millones de US$) | 563 | 84 | 1.140 | 1.001 | 81 | 2.498 | 6.010 |
Empleo | 6.354 | 478 | 2.470 | 4.915 | 1.455 | 17.524 | 40.615 |
Perú | |||||||
Número de transacciones | 0 | 4 | 5 | 1 | 0 | 3 | 33 |
Monto (millones de US$) | 0 | 296 | 518 | 2.500 | 0 | 1.635 | 19.347 |
Empleo | 0 | 3.552 | 5.381 | 3.000 | 0 | 8.300 | 34.090 |
Fuente: Dussel Peters (2018b).
Tabla I.3
Flujos de salida de la inversion extranjera directa de China hacia América Latina por actividad (2000-2017)
2000-2005 | 2010 | 2014 | 2015 | 2016 | 2017 | 2000- 2017 | |
Materias primas | |||||||
Número de transacciones | 40,00 | 36,67 | 19,05 | 11,43 | 25,71 | 13,33 | 29,88 |
Monto (millones de US$) | 85,35 | 61,47 | 54,89 | 68,29 | 28,72 | 23,61 | 57,93 |
Empleo | 50,69 | 76,64 | 60,70 | 15,22 | 27,35 | 18,13 | 41,04 |
Manufactura | |||||||
Número de transacciones | 26,67 | 23,33 | 40,48 | 48,57 | 34,29 | 51,11 | 36,28 |
Monto (millones de US$) | 2,67 | 2,61 | 3,66 | 19,76 | 1,90 | 35,82 | 8,58 |
Empleo | 6,86 | 5,00 | 14,29 | 74,44 | 13,80 | 26,16 | 25,27 |
Servicios y mercado doméstico | |||||||
Número de transacciones | 33,33 | 40,00 | 40,48 | 31,43 | 40,00 | 33,33 | 32,62 |
Monto (millones de US$) | 11,98 | 35,91 | 41,45 | 11,25 | 69,38 | 38,36 | 33,19 |
Empleo | 42,45 | 18,36 | 25,01 | 7,80 | 58,85 | 53,39 | 32,89 |
Compra de tecnología | |||||||
Número de transacciones | 0,00 | 0,00 | 0,00 | 8,57 | 0,00 | 2,22 | 1,22 |
Monto (millones de US$) | 0,00 | 0,00 | 0,00 | 0,70 | 0,00 | 2,21 | 0,29 |
Empleo | 0,00 | 0,00 | 0,00 | 2,54 | 0,00 | 2,32 | 0,80 |
Fuente: Dussel Peters (2018b).
La inversión extranjera directa de salida proveniente de China hacia proyectos enormes relacionados con recursos dentro de otras EE se ha venido dando aproximadamente desde el año 20107. Una vez más, y tal como es el caso en estas otras EE, ALC está empezando a ver un cambio en la composición sectorial de la IEDS, apartándose de la explotación de recursos y vinculándose con la manufactura y los servicios. Tal como se indica en el 13.er Plan Quinquenal de China, el presidente Xi está buscando lanzar una iniciativa de los «Próximos 30 Años» en busca de la modernización del país hacia un Estado desarrollista más maduro. Proyectos adicionales de infraestructura buscarán desarrollar economías regionales de escala y una integración más estrecha mediante redes de transporte. En Asia, ello queda ejemplificado por la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI) lanzada en 2013 bajo el Gobierno de Xi y que incluye la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI. La pieza central financiera es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank, AIIB), lanzado por China en 2015. Un manifiesto sobre desarrollo emitido por el Comité Central del PCCh, integrado dentro del 13.er Plan Quinquenal, indica que la competencia y la eficiencia sustentarán la consideración de políticas chinas referidas a los campos fiscal, financiero, de comercio exterior e IEDS.
En relación con América Latina, las reformas en China podrían tener significativos efectos multiplicadores y de repercusión. Al parecer, la asignación de la BRI se ha convertido en sinónimo de la anterior política china de «abrirse al mundo». ALC está involucrándose en parte del asunto, aunque pareciera que la BRI ha servido para dar visto bueno a proyectos que marcharían con o sin ella. Tal es el caso de un contrato por valor de US$ 2.100 millones obtenido en 2018 por la Corporación Estatal de Ingeniería de la Construcción en China para hacer carreteras en Argentina (Ge, 2018). Tal como ocurre con muchos proyectos chinos en Argentina, dicho Gobierno ha aceptado un alto porcentaje de insumos procedentes de China con este proyecto, incluyendo los referidos a ingeniería, construcción, actualizaciones y mantenimiento operativo (Stanley, 2018). Otros acuerdos entre China y ALC parecen coincidir con este perfil, como la construcción de un cuarto puente sobre el Canal de Panamá por parte de la compañía China Communications Construction por valor de US$ 1.420 millones. Aunque actualmente son 19 los países de América Latina que han firmado memorandos de entendimiento (MdE) con China referidos a la BRI, la terminología empleada en la mayoría de los acuerdos es imprecisa. Tal es el caso del MdE firmado por China y el Gobierno de Guyana para el otorgamiento de un préstamo relacionado con BRI para construir obras de infraestructura pública (Reuters, 2018; Departamento de Información Pública de Guyana, 2018).
Cabe resaltar que ni Brasil ni México participan por el momento de la BRI, y que en la reunión del Grupo de los 20 celebrada en Buenos Aires en 2019, Argentina declinó el ofrecimiento del presidente Xi para suscribir cualquier proyecto adicional referido a la BRI. Dadas las inquietudes respecto a la sostenibilidad de la deuda para países participantes de la BRI fuera de ALC (por ejemplo, Malasia, Pakistán, Sri Lanka y Montenegro), y las controversias sobre la naturaleza turbia y explotadora de algunos de estos contratos, probablemente sea mejor que la BRI aún no haya echado raíces importantes en la región de ALC. Citando un editorial de Financial Times: «El 89 por ciento de los contratistas de proyectos de transporte financiados por [la BRI de] China provenían de ese país. Los proyectos chinos son conocidos adicionalmente por incumplir con dar a conocer sus estudios de impacto» (Opinion: The FT View, 2018).
Ya la falta de evaluaciones serias de impacto ambiental y los efectos nocivos de algunos proyectos relacionados con la BRI han empañado la imagen de esta iniciativa. Pero aquí hay mucho más de lo que se ve a simple vista. Un estudio realizado por el Grupo Rhodium identificó que, en 38 renegociaciones de deuda entre China y 24 países en desarrollo durante la década pasada, «se encontraron condonaciones de deuda en 14 casos, prórrogas en 11 casos, y refinanciamiento y cambios en los términos de la deuda en la mayoría de los otros casos» (Hancock, 2019). Al no contar con cláusulas de condiciones, China tiene escasas opciones excepto negociar con sus deudores, algunos de los cuales han arrastrado a China hacia una trampa para acreedores. De hecho, la única confiscación de activos llevada a cabo por China durante este tiempo fue la del puerto de Hambantota, en Sri Lanka, realizada en 2017, una decisión de cuyas consecuencias Pekín aún no puede librarse.
Ahora que el proceso de profundización de relaciones entre China y ALC ha ingresado a su tercera década, se han estabilizado los flujos de salida de IED provenientes de China hacia la región. Parte de esta estabilización se debe a la propia desaceleración del crecimiento de China, pero también a su deficiente historial de debida diligencia. Del mismo modo, infracciones ambientales, conflictos con comunidades locales y numerosas acusaciones de corrupción han pasado la factura a los inversionistas chinos (Myers, 2019). Al mismo tiempo, el comercio entre China y ALC alcanzó en 2018 su más alto nivel histórico, US$ 306.000 millones, y el poder de atracción de China viene abonando los vínculos a través del Pacífico, incluyendo unas 41 sedes del Instituto Confucio que ofrecen instrucción en idioma mandarín en la región y programas de intercambio estudiantil entre China y ALC. El primer ministro chino Li Keqiang ha planteado la posibilidad de reubicar la producción industrial china en América Latina, incluyendo propuestas para formar empresas mixtas entre las compañías chinas (estatales y privadas) y firmas latinoamericanas locales en los sectores de alta tecnología y manufactura (por ejemplo, telecomunicaciones, logística, ferrocarriles y construcción naval). Incluso si estos proyectos propuestos, relacionados o no con la BRI, resultan ser nada más que sueños de opio, no hay dudas respecto a que China continúa echando raíces en América Latina, y al parecer este proceso será permanente.
Hegemonía de los EE. UU. sobre ALC – ¿Buscando amenazas en el lugar equivocado?
En especial desde que China accedió en 2001 a la OMC, este país se involucró activamente en cada región de la economía global, y en países desarrollados y en desarrollo por igual. Se ha convertido en el principal destino de mercados emergentes para la IED, y ha ascendido a los primeros lugares del comercio mundial más rápidamente que cualquier otro país en desarrollo durante el período post Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, China ha desplazado a Alemania como el principal exportador de productos al resto del mundo en apenas una década, y en este proceso «ha pasado de ser uno de los exportadores más insignificantes en cuanto a alta tecnología, a ser el fabricante número uno de alta tecnología en el mundo» (Gallagher & Porzecanski, 2010, p. 8). Ello no debe confundirse con independencia tecnológica. Tal como vimos en 2018, cuando ZTE, uno de los mayores fabricantes de equipos de telecomunicaciones de China, estuvo a punto de colapsar debido a las sanciones impuestas por los EE. UU. a China en respuesta a la violación de un acuerdo de detener exportaciones con usos tanto comerciales como militares a Corea del Norte e Irán, China aún depende de proveedores externos (y en particular de compañías estadounidenses) para el 95 por ciento de los circuitos integrados y componentes de manufactura de alta gama (Yang & Hornby, 2018, p. 3). Pese al esperanzado mensaje del exministro de Asuntos Exteriores del Ecuador en el epígrafe de esta introducción, los EE. UU. todavía son la principal economía en el mundo, el principal intermediario político y económico en América Latina, y China sigue dependiendo de compañías estadounidenses para sus insumos tecnológicos.
Los datos que he presentado hasta el momento delinean las maneras en las cuales se ha concretado la llegada global de China a América Latina, todo lo cual corresponde al marco de la diplomacia económica convencional. Como evidencia adicional de su creciente compromiso hacia la región, China obtuvo estatus de observador permanente en la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 2004, y en 2008 pagó la cuota de ingreso de US$ 300 millones para convertirse en miembro pleno del BID. En virtud de un acuerdo entre el Chexim y el BID, China también estableció un Fondo para América Latina de US$ 1.800 millones para estimular inversiones de capital en infraestructura, empresas de mediana escala y recursos naturales en la región (Mueller & Li, 2018). Tal como se ha señalado, la cumbre Celac-China celebrada en 2015 en Pekín resultó en compromisos por parte de la República Popular de China (RPCh) sobre niveles cada vez mayores de comercio e inversión en la región. China ya ha establecido tres plataformas financieras regionales independientes que en conjunto totalizan US$ 35.000 millones en créditos para cooperación industrial, infraestructura y otros proyectos productivos (Ray, Gallagher, & Sarmiento, 2016, p. 5).
Desde el punto de vista de los EE. UU., sin embargo, el meteórico auge de China en el hemisferio occidental ha provocado frecuentes llamados de alarma. El ascenso de China y el proyectado relegamiento de los EE. UU. hacia el año 2027 (si no antes) como el país con el mayor PBI en el mundo han generado preocupación sobre el deterioro de la hegemonía estadounidense y, con ello, la mengua del prestigio y liderazgo de dicho país a nivel internacional8. Esta percepción de que los EE. UU. se encuentran bajo un creciente asedio político y económico fue acentuada por la gravedad de la CFG inducida por Wall Street en 2008-2009 y exacerbada por las esforzadas pero caras e interminables guerras libradas por los EE. UU. en Afganistán e Irak desde que ocurrieron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El advenimiento de la Administración Trump y de su programa America First (Los Estados Unidos Primero) han magnificado temores sobre el declive de los EE. UU., tanto en lo político como en lo económico. El estilo agresivo y unilateral de Trump refleja una pérdida del poder relativo de los EE. UU. y un ataque contra el orden económico liberal que sus predecesores se esforzaron por construir y cultivar a lo largo de la era post Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una confrontación entre China y los EE. UU. sobre la hegemonía en el hemisferio occidental es todavía una posibilidad muy remota (Blyth, 2016).
Pero esta improbabilidad no ha logrado que algunos funcionarios nombrados por Trump cejen en sus intentos por precipitar un choque entre Oriente y Occidente sobre el control de la región. Por ejemplo, en la víspera de su primera visita a América Latina a inicios de 2018, Rex Tillerson, quien ocupó brevemente el cargo de secretario de Estado en la Administración Trump, declaró que la Doctrina Monroe era «tan relevante hoy como lo fue el día en que se redactó» (Webber & Rathbone, 2018). Tal declaración era una repercusión de los comentarios formulados en 2005 por el excongresista republicano Dan Burton de Indiana, quien, en una audiencia ante el Subcomité del Hemisferio Occidental en el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, declaró: «Hasta que no sepamos definitivamente si China acatará las reglas del comercio justo y participará responsablemente en temas transnacionales, considero que deberíamos […] llegar incluso a considerar las acciones de China en América Latina como el avance de un poder hegemónico en el hemisferio» (Burton, 2005). Durante su recorrido por ALC, Tillerson se mofó de sus anfitriones con comentarios sobre el auge del imperialismo chino en el hemisferio occidental, tal como lo hizo también su sucesor, el secretario de Estado Mike Pompeo.
Algunas autoridades en el Perú y en Chile refutaron públicamente los comentarios maliciosos de Tillerson contra China, señalando que sus respectivos países habían podido establecer una mejor relación de trabajo con Pekín que con Washington. Que quede claro: John Kerry, exsecretario de Estado durante el gobierno de Obama, había puesto fin a la Doctrina Monroe en un discurso que ofreció ante la OEA en 2013: «Acabó la era de la Doctrina Monroe […] La relación que buscamos y que nos hemos esforzado por fomentar no gira en torno a una declaración de los Estados Unidos sobre cómo y cuándo intervendremos en los asuntos de otros Estados americanos. Se trata de que todos nuestros países nos veamos mutuamente como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en temas de seguridad, y acatando […] las decisiones que tomamos como socios para impulsar los valores e intereses que compartimos» (Keck, 2013). Por el momento, el propio Washington ha abandonado este poder de atracción, esta postura internacionalista liberal, y la ha reemplazado con reafirmaciones del dominio estadounidense en la región. Estas proclamaciones tampoco reflejan las posturas de las Administraciones Clinton y Obama sobre la necesidad de priorizar y revitalizar los vínculos entre los EE. UU. y América Latina. No sorprende a nadie que un sondeo de opinión realizado por el Centro de Investigaciones Pew identificase que «la imagen de los EE. UU. en América Latina […] ha sufrido un tremendo golpe desde que Trump asumió la Presidencia». Impensable hace apenas una década, en toda América Latina, a excepción de Brasil, Colombia y partes de América Central, China está dejando atrás a los EE. UU. como socio preferido en la región de ALC (Oppenheimer, 2019).
Para concluir esta sección, quisiera comparar el papel que han cumplido China y los EE. UU. en el hemisferio occidental, según algunas de las mediciones tradicionales de poderío hegemónico: venta de armas, comercio e IED. Dado que China vende armas únicamente a naciones en desarrollo, compararé los dos países respecto a este parámetro. A escala global, en el año 2015, los EE. UU. representaban el 41 por ciento de los acuerdos para transferencia de armamento a países en desarrollo, mientras que China representaba apenas el 9 por ciento de este rubro9. En el hemisferio occidental, las transferencias de armas por parte de China a América Latina se han incrementado a más del triple de su volumen desde 2008 y, entre 2012 y 2015, promediaron US$ 2.700 millones cada año; el promedio de transferencias de armamentos de los EE. UU. hacia ALC se mantuvo estable en US$ 2.600 millones anuales durante el mismo período. Para poner estas cifras en perspectiva, entre los años 2012 y 2015, la venta de armamento de China a ALC promedió el 16,3 por ciento de sus volúmenes totales, mientras que, durante el mismo período, un 46 por ciento fue a parar a África y un 10 por ciento, a Asia. No obstante, dado que China y los EE. UU. están actualmente empatados en cuanto a la venta de armas a ALC, ¿debería Washington ser más receloso?
Ted Piccone, de la Institución Brookings, cita un informe elaborado por la militarista Comisión sobre Economía y Seguridad China – EE. UU. (USCESC), el cual declara que China no representa actualmente una amenaza evidente a la región en materia de seguridad (Piccone, 2016, p. 24). La USCESC identifica dos fases en la venta de armas chinas hacia ALC: «Primero, un bajo nivel de ventas militares e intercambios de artículos como aviones o helicópteros para transporte de tropas y misiles antitanques (1990-2000); y, segundo, ventas por un valor aproximado de US$ 100 millones al año de equipos más sofisticados como aviones, radares y misiles aire-aire, principalmente para Venezuela, pero también para Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina (2000-2015)» (Piccone, 2016, pp. 8-9). Más recientemente, China ha incursionado en acuerdos de tecnología militar superior con países de ALC, por ejemplo, el acuerdo suscrito por Argentina y China en febrero de 2015 para coproducir vehículos blindados anfibios y la integración de aviones de caza chinos en la flota argentina. La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, del Partido Justicialista10, negoció una serie de acuerdos clandestinos con China, incluyendo la construcción de un satélite y una estación de control espacial en la Patagonia que plausiblemente podía convertirse en una base militar china. Le tocó al gobierno posterior del centroderechista Mauricio Macri lograr un acuerdo por parte de Pekín, declarando que esta base solo podía ser empleada para «fines pacíficos» (Londoño, 2018).
Otras fuentes son más ambiguas respecto a estas tendencias. Allan Nixon señala los precios más bajos de China y la falta de cláusulas de condiciones para la venta de armamentos a estos países en ALC: «Ello podría allanar el camino para que China coseche los beneficios de mejores relaciones diplomáticas y vínculos económicos, como el apoyo para asegurar los lucrativos contratos sobre energía que persigue tan empecinadamente» (Nixon, 2016). Tal como advierte Nixon: «Los esfuerzos de China por consolidar su influencia a través de estas ventas probablemente tendrían un impacto negativo sobre la influencia estadounidense en el largo plazo del proceso». Esta es una consideración importante, especialmente debido a que en 2017 China construyó su primera base militar en el extranjero en la República de Yibuti, en África, y esta fue ciertamente apenas el inicio de su expansión militar en el exterior. Empero, si tratase de hacer lo mismo en Buenos Aires o Río de Janeiro, sería de hecho una catástrofe geopolítica desde la perspectiva de la alianza occidental en su conjunto. Michael Beckley argumenta por qué este escenario es tan improbable: «Ineficiencias y barreras socavan el poderío militar de China. En promedio, los sistemas chinos de armamento poseen más o menos la mitad de la capacidad de los estadounidenses en términos de rango, potencia de fuego y precisión. Las tropas, pilotos y marineros chinos carecen de experiencia de combate y reciben menos de la mitad del entrenamiento al que se someten sus contrapartes estadounidenses. Más aún: la defensa de las fronteras y la seguridad interna consumen por lo menos el 35 por ciento del presupuesto militar chino y la mitad de sus efectivos están inmersos en esta actividad» (Beckley, 2018).
Respecto al comercio, en 2018, el total de exportaciones e importaciones entre China y América Latina ascendía a casi US$ 306.000 millones, mientras que ese mismo año lo comerciado entre los EE. UU. y ALC totalizaba aproximadamente US$ 896.000 millones. En lo que respecta a inversión extranjera directa, los EE. UU. representaban en 2016 el 35 por ciento de la IED en ALC en nuevas inversiones o «proyectos que empiezan desde cero» (greenfield) (US$ 24.200 millones), en comparación con la cuota del 5 por ciento (US$ 3.700 millones) representada por China. Cierto es que China se ha convertido en el socio comercial más importante en términos globales para Brasil, Chile, el Perú y Uruguay59(Cepal, 2015). Sin embargo, en un plano más general, América Latina todavía representa una pequeña tajada en la estrategia de «salir al mundo» y el modelo internacionalizado de desarrollo de China. Siempre consciente de que esta es la esfera de influencia de los EE. UU., y de su propia dependencia en materia de inversiones y de exportación hacia el mercado estadounidense, China ha ingresado con cautela en el hemisferio occidental (Cheng, 2007).
Sin importar la errática atención que los EE. UU. han prestado a la región durante la primera década de este milenio, la importancia de América Latina para los EE. UU. aún resulta evidente en términos de peso económico, influencia política de larga data y vínculos de seguridad. Al ocupar gran parte del hemisferio occidental, ALC es también un factor crucial en la capacidad de los EE. UU. de proyectar su poder a nivel global. Un análisis adicional referido tanto a los EE. UU. como a China en América Latina sugiere el surgimiento de una especialización de tareas. Sin duda, los EE. UU. continuarán promoviendo en la región la democracia, los derechos de propiedad, el Estado de derecho y las inversiones en servicios y manufactura, mientras que China se encargará del trabajo pesado referido a la expansión comercial, la extracción de recursos, la inversión en infraestructura y una serie de otros proyectos de desarrollo. En esencia, la participación de China en América Latina ha asumido mayoritariamente un carácter de desarrollo, lo cual es un reflejo de su propia condición como EE. Un artículo pionero escrito por Francisco Urdínez y sus colegas, titulado «Gobernanza económica china y hegemonía estadounidense en América Latina», sostiene que, más bien, «Pekín ha llenado un vacío dejado por una disminución de la presencia estadounidense en su propio patio trasero» (Urdínez, Mouron, Schenoni, & De Oliveira, 2016, p. 3). Para los EE. UU., un enfoque más sensato hacia el fenómeno China-ALC sería profundizar los lazos económicos y diplomáticos con ambas partes en asuntos relacionados con el hemisferio occidental.
El quiebre de la democracia en Venezuela que sobrevino en agosto de 2017 –cuando el presidente Nicolás Maduro montó una elección amañada para asegurar un Congreso que le permitiría redactar una nueva constitución y gobernar dictatorialmente por decreto– es el ejemplo más reciente de esta división del trabajo entre China y los EE. UU. en el hemisferio occidental. Los EE. UU., el Reino Unido, la Unión Europea y una serie de naciones de América Latina se rehusaron a reconocer la votación fraudulenta en Venezuela, y los EE. UU., México y Colombia anunciaron sanciones inmediatas contra Maduro y una serie de funcionarios de su gobierno. La crisis venezolana ofreció una oportunidad concreta para que China ingresase a la contienda y, de este modo, interfiriese en la hegemonía estadounidense. De hecho, por lo menos un académico chino ha sostenido que Pekín está esperando su oportunidad «para crear una “esfera de influencia” en el tradicional “patio trasero” de los Estados Unidos [...] en represalia por el confinamiento y el cerco que los EE. UU. ejercen sobre China» en la región asiática (Yu, 2015, p. 1048). En realidad, China evitó dar cualquier apariencia de una confrontación (Wilkinson, 2019).
En la etapa actual, los SE de China en la región se basan en comercio, inversiones y recursos, y es mejor no sacar demasiadas conclusiones al respecto. China ha recubierto estos SE en su propia versión de poder de atracción y los ha adornado con eufemismos sobre confianza mutua, reciprocidad, entendimiento especial y otras expresiones por el estilo. La conclusión aquí es que China ha negociado acuerdos de préstamos a cambio de petróleo con Ecuador y Venezuela, pero no tiene intenciones de utilizar su capital político para apoyar locuras antiestadounidenses en estos países (Dreyer, 2006). Más aún: Brasil puede ser el principal receptor de la región de IEDS proveniente de China, pero estos dos países han mantenido un intenso desacuerdo debido a la negativa de China a respaldar la postulación de Brasil a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. China también mantiene una disputa continua con sus principales socios comerciales en ALC –Argentina, Brasil y México– en relación con denuncias antidumping presentadas por estos tres países ante la OMC contra la RPCh. Aunque teóricos realistas no han podido asimilar el concepto o las implicancias de la internacionalización de la estrategia de China hacia el hemisferio occidental, existen escasas señales de que las actividades de China en la región supongan una amenaza a la hegemonía estadounidense (Mearsheimer & Walt, 2016).
El reavivamiento de la teoría de la dependencia: descripción densa, explicación rala
Respecto a las dinámicas de economía política que han venido ocurriendo desde el dramático y repentino incremento de los vínculos comerciales y de inversión entre China y ALC en la década de 2000, los dos diagnósticos más comunes que provienen de la teoría de la dependencia han sido el del «intercambio desigual» y «el síndrome holandés»11 o la «maldición de los recursos». El intercambio desigual se refiere a la dependencia por parte de una región en vías de desarrollo como ALC respecto a sus exportaciones de materias primas, las cuales se ven afectadas por bajones cíclicos de precios, y la importación de bienes manufacturados que estos países necesitan y cuyos precios se mantienen en un patrón de perpetuo ascenso. Este concepto se convirtió en un pilar del énfasis de la teoría de la dependencia respecto al sistema internacional, y en particular sobre esta relación entre núcleo y periferia como el factor que perpetúa el subdesarrollo (Sánchez, 2003). Sin embargo, la transformación por la que atravesaron Japón, Taiwán y Corea del Sur desde la década de 1970, en la que pasaron de ser países pobres (10 por ciento o menos del PBI per cápita de los EE. UU.) a ricos (50 por ciento o más del PBI per cápita de los EE. UU.), sugiere que la estructura del capitalismo internacional es menos importante que las instituciones domésticas y políticas concretas en las cuales un Estado determinado se basa para integrarse a los mercados globales (Kroeber, 2016, pp. 9-10).
El auge de China en la economía global brinda evidencia adicional sobre las limitaciones de este paradigma para explicar el desempeño ampliamente disímil de las EE en cuanto a su economía política. Aunque a China aún le queda un trecho por recorrer para alcanzar un estatus de país desarrollado, los gestores de políticas en Pekín tienen sus miras puestas claramente en esa meta. Según estimados del Banco Mundial, al inicio de la era de reforma en China en 1979, el PBI per cápita ascendía a US$ 182; el último estimado, realizado en 2017, ubica ese mismo indicador en US$ 7.329. Al calcular la paridad del poder adquisitivo, el PBI per cápita en China en 2017 ascendía a US$ 15.30812. En 1979, el PBI total de China era de aproximadamente US$ 76.900 millones, y ahora es de cerca de US$ 11,2 billones. La teoría de la dependencia siempre ha sido hábil para describir los fracasos de las políticas y la movilidad descendente en el mundo en desarrollo, pero encuentra problemas para explicar estos casos exitosos en Asia que rompen con el molde.
Sobre esta cuestión del intercambio desigual, a excepción de Costa Rica y México, es cierto que el patrón de comercio entre China y sus SE ha reproducido el convencional modelo de ventajas comparativas que existía en la región a inicios del siglo XX: los países de Sudamérica exportan primordialmente productos no procesados y materias primas hacia China, y, a su vez, importan de esta bienes manufacturados con valor añadido. La naturaleza asimétrica de la relación entre China y ALC en términos de la IED es otra realidad. Se estima que el monto total de IEDS proveniente de ALC hacia China entre 2003 y 2018 es de aproximadamente US$ 5.300 millones (Americas Quarterly, 2019), versus los aproximadamente US$ 109.100 millones en IEDS proveniente de China hacia ALC entre los años 2000 a 2017 (Dussel Peters, 2018b). Pero, aunque la experiencia inicial de este patrón de comercio e IED inspiró políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) y una amplia crítica de los términos desfavorables del comercio para la región, las condiciones estructurales que actualmente prevalecen dentro de la mayoría de estas economías son radicalmente diferentes13.
Tabla I.4
Tasas promedio de manufactura en ALC, 2000-2017
País | Exportaciones de manufactura(% de exportaciones de mercadería) | Manufactura, valor añadido(% del PBI) |
Argentina | 30,9 | 16,5 |
Brasil | 44,4 | 12,5 |
Chile | 14,9 | 13,0 |
Costa Rica | 60,6* | 14,9 |
México | 78,6 | 16,5 |
Perú | 16,4* | 15,3 |
Nota. * Datos disponibles solo hasta 2016.
Fuente: Indicadores de Desarrollo Mundial; datos computados como valores promedio de estadísticas correspondientes a 2000-2017, disponibles en: http://databank.worldbank.org/data/home.aspx
A excepción de Chile y el Perú, las EE en ALC han realizado considerables avances hacia la industrialización, y los productos manufacturados representaban por lo menos el 44,4 por ciento de las exportaciones totales en promedio de Brasil, el 60,6 por ciento de Costa Rica y el 78,6 por ciento de México, entre los años 2000 y 2017 (tabla I.4). Más aún: para todos estos países, a excepción de Costa Rica y México, los términos de intercambio durante el auge de China fueron altamente favorables. El aspecto negativo de esta historia es que, aunque los enlaces hacia adelante en términos de exportación de manufacturas claramente han mejorado en ALC, los enlaces hacia atrás todavía son demasiado débiles para el mercado doméstico. Tal es, por ejemplo, el caso de México, donde la producción de manufacturas depende de la IED entrante al grado que los productores locales de bienes intermedios todavía no son competitivos como proveedores en estas zonas de producción14. En un grado menor, Argentina y Brasil enfrentan el mismo dilema: de ahí la facilidad con la cual China ha conquistado los nichos de exportación para insumos intermedios en Argentina, Brasil y México. Dicho en términos más sencillos: esos bienes intermedios que productores de esas tres EE en ALC importan de China tienen un valor añadido y un contenido tecnológico mayores, y precios más competitivos.
Las EE de ALC no han seguido el ritmo de los logros en cuanto a competitividad que China ha registrado en su sector de manufactura durante los últimos 20 años, avances que son resultado de gastos y políticas muy focalizados que desde inicios de la década de 1980 han promovido la ciencia, la adaptación tecnológica, la educación superior en los campos de las ciencias exactas, y la investigación y desarrollo15. Basándose en su análisis econométrico, Jaime Ortiz sostiene que ALC «ha llegado a un punto en su frontera de posibilidades de producción a partir del cual no es posible incrementar su nivel de desempeño sin una intervención en términos de tecnología e innovación. América Latina debe ampliar su base de productividad, avanzar hacia propuestas más sofisticadas, y diversificar su canasta de exportaciones para ganar una cuota del mercado»75(Ortiz, 2012, p. 188). Pese a su defensa de la sustitución de importaciones y el proteccionismo, incluso los teóricos primigenios del intercambio desigual propugnaban la adaptación tecnológica, el reforzamiento de los enlaces hacia atrás y la diversificación de las exportaciones (Prebisch, 1950). Con el auge de China en mercados regionales, los países de ALC están más apremiados que nunca a trepar rápidamente la escalera de la producción con valor añadido y a articular una visión de más largo plazo para un modelo de crecimiento basado en la eficiencia, la innovación y la competitividad (Devlin, 2008)16.
Los diagnósticos referidos a la maldición de los recursos resultan más convincentes. Este término se refiere a la dependencia de un país con respecto a la exportación de materias primas en desmedro del sector industrial, la creación de empleos y la gestión de políticas macroeconómicas sensatas17. Aunque esta etiqueta tuvo origen en el auge del gas natural y la consiguiente revalorización de la unidad monetaria en los Países Bajos, rápidamente se hizo popular como una lente de análisis para explicar esta similar ocurrencia de la maldición de recursos en países en vías de desarrollo. Antaño, el conjunto de políticas macroeconómicas que sustentaban la maldición de los recursos en América Latina –proteccionismo comercial, represión financiera, derroche fiscal y tasas de cambio sobrevaluadas– preparaban fácilmente el camino para desatar una verdadera crisis de balanza de pagos una vez que los precios de las materias primas empezaban a caer. Tal como sugerí anteriormente, la CFG puso en evidencia el mérito de las reformas macroeconómicas y de los sectores financiero y comercial, emprendidas por muchos países de ALC durante las últimas dos décadas. Los avances de estas reformas ayudaron a contener los tradicionales colapsos de la balanza de pagos que solían aparecer tras el auge de precios de una materia prima. Venezuela, país que se ha rehusado obstinadamente a impulsar reformas de políticas económicas y a la modernización de las instituciones financieras domésticas, brinda aquí el ejemplo contrafáctico, dado que la economía se hundió como nunca mientras los precios del petróleo caían en picada en 2014-2015 (véase la tabla I.1) (Schipani, 2016).
Para las otras EE en ALC, la tasa de cambio ha sido la variable más difícil de controlar. En respuesta a la CFG, el Sistema de Reserva Federal de los EE. UU. implementó una política de tasa de interés cercana a cero desde diciembre de 2008 hasta finales de 2015, y tanto la inflación como las tasas de interés se han mantenido bajas desde entonces. Como resultado, se ha dado un amplio espectro en cuanto a tasas de interés en las EE frente a las de los países que conforman el bloque de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). Tal situación alentó influjos masivos de capital hacia algunas EE de ALC durante la década de 2000 y, al combinarse con la ya mencionada alza de precios de materias primas, permitió la acumulación de niveles sin precedentes de reservas en divisas. Una consecuencia de ello fue la considerable sobrevaloración de las monedas hasta que se produjo la devaluación del yuan chino en agosto de 2015. En 2011, el exministro de Finanzas de Colombia, Mauricio Cárdenas, hizo notar este «síndrome holandés financiero», advirtiendo que algunos países en ALC estaban perdiendo competitividad respecto a las tasas de cambio y las exportaciones a manos de entusiastas especuladores globales y, por consiguiente, «encareciéndose más de lo que les conviene» (Cárdenas & Levy Yeyati, 2011).
Conviene aclarar algo: el síndrome holandés financiero es apenas una de las posibles consecuencias en este escenario. Por ejemplo, Chile y el Perú fueron afectados aún más severamente por la caída de los precios de las materias primas y la reducción de la demanda desde China post-2013, aunque los gestores de políticas en ambos países capearon esta tormenta mucho mejor que sus vecinos en Sudamérica. Guillermo Perry y Alejandro Forero atribuyen el éxito tanto de Chile como del Perú a «una combinación de un mayor desarrollo previo de la PTF [productividad total de los factores] en la industria en el Perú y Chile, y a dos factores de políticas macro que mitigaron el grado de la verdadera revalorización del tipo de cambio en ambos países: en primer lugar, ellos fueron los únicos dos países de la región que mantuvieron un superávit fiscal durante el auge [...] y, en segundo término, ambos acumularon mayores fracciones de reservas del PBI que los demás países» (Perry & Forero, 2014, p. 22). Los autores añaden que Chile y el Perú también emprendieron las intervenciones fiscales más significativas para corregir el ciclo negativo mientras se encontraban en lo peor de la CFG, pero redujeron estas políticas a niveles previos a la crisis una vez que la recuperación se puso en marcha. Aunque Brasil y Argentina implementaron con éxito en 2008-2009 políticas para contrarrestar el ciclo negativo, ambos países simplemente siguieron gastando en el período posterior a la crisis.
Aunque he cuestionado la utilidad de recurrir a este paradigma de la teoría de la dependencia en busca de explicaciones, no descartaría estas de plano. Pero ambas teorías deben ser consideradas desde el punto de vista del siglo XXI. Mientras que una referencia anterior al intercambio desigual correspondía a exportadores de materias primas con bajos niveles de desarrollo industrial, los casos de Argentina y Brasil confirman que esta dinámica también puede prosperar cuando un país ha logrado un nivel considerable de capacidad industrial y de exportación. En cuanto a la maldición de los recursos, tampoco resulta acertado el énfasis inicial en el declive del sector de manufactura durante un auge de precios de las materias primas, dado que el nivel promedio de exportación de manufacturas de ALC fue aproximadamente del 47 por ciento en 2013 (Cepalstat, 2014). Otro asunto es el síndrome holandés financiero, y la pronunciada revalorización de la moneda que tiende a acompañarlo. Bajo el impulso de influjos masivos de capital, la vertiginosa alza de precios de las materias primas, y la acumulación de niveles sin precedentes de reservas de divisas, la apreciación de la moneda fue más dramática en Brasil post-2006 y en Argentina post-2009 (Prates, Fritz, & De Paula, 2017). En Argentina, la sobrevaloración de la moneda fue exacerbada por la recurrencia a una represión financiera al estilo de la década de 1960, en tanto las políticas para contrarrestar el ciclo negativo que resultaron eficaces en determinado momento se mantuvieron en vigencia más tiempo del debido, mucho después de la exitosa recuperación del país respecto a la CFG.
Una interpretación de la maldición de los recursos acorde al siglo XXI quizá se refleja mejor en la abundante y dinámica bibliografía que resalta la calidad de las instituciones domésticas como la variable que explica de manera más contundente las diferencias en cuanto a resultados de desarrollo entre países ricos en recursos naturales (Mehlum, Moene, & Torvik, 2006). Dicha bibliografía plantea dos preguntas interrelacionadas que informarán mi propio análisis en el capítulo 5: (1) ¿de qué manera podrían las debilidades institucionales condicionar los efectos de la abundancia de recursos naturales sobre el desempeño económico?; y (2) ¿cómo podrían instituciones consideradas efectivas deteriorarse bajo el influjo de un significativo auge de materias primas? (Karl, 1997; Ross, 2015). De acuerdo con la distinción que Daron Acemoglu y James Robinson hacen entre instituciones eficientes y extractivas al explicar las trayectorias económicas (2012), Halvor Mehlum y los demás autores de su trabajo enmarcan este fenómeno en términos de instituciones «favorecedoras de los apropiadores» versus «favorecedoras de los productores»: «Con instituciones favorecedoras de los apropiadores existen ganancias a partir de especialización en actividades improductivas de influencia, por ejemplo, debido a un deficiente Estado de derecho, una burocracia inoperante, y la corrupción. Las instituciones favorecedoras de los apropiadores pueden ser particularmente nocivas para el crecimiento cuando la abundancia de recursos atrae recursos empresariales escasos de la producción y los deriva hacia actividades improductivas. Sin embargo, con instituciones favorecedoras de los productores, la abundancia en recursos atrae a los empresarios hacia la producción, lo que implica un mayor crecimiento» (Mehlum, Moene, & Torvik, 2006, pp. 2-3).
Las clasificaciones contenidas en la tabla I.5 sirven para detectar fácilmente cuánto cayeron las instituciones en Argentina, definidas en términos generales, durante el auge en China en los años 2003-2013. En este respecto, Brasil salió marginalmente mejor librado del auge. De hecho, China, país que deplora el uso de estos indicadores y que ha solicitado reiteradamente ser eliminado de estas bases de datos, empata con las bajas clasificaciones correspondientes a Argentina y Brasil respecto a temas cruciales como calidad regulatoria, Estado de derecho, y percepciones sobre corrupción (2014). Al mismo tiempo, en clasificaciones sobre competitividad en general, China se ubica en el puesto 27, mientras que Argentina y Brasil ocupan los puestos 92 y 80, respectivamente. Ello sugiere un escenario en China en el cual, pese a comportamientos caracterizados por la avidez de rentas y la corrupción, instituciones favorecedoras de los productores funcionan en un grado tal que el crecimiento económico no se ha visto significativamente desalentado. Yuen Yuen Ang describe el entorno más amplio que ha facilitado una clasificación más alta de la competitividad en China: «Fue [...] la disposición de Pekín a permitir y dirigir la improvisación a nivel local lo que permitió el dinamismo económico de la nación [...] [E]l país aprovechó el conocimiento y recursos locales, promovió la diversidad, y motivó a las personas a aportar sus ideas y esfuerzos» (Ang, 2018).
Tabla I.5
Clasificaciones institucionales de América Latina y China, 2018 (valor percentil entre todos los países)
País | Doing Business. Total de países: 189 (más cerca a 0 = favorable) | Informe de competitividad. Total de países: 144 (más cerca a 0 = favorable) | Percepciones de corrupción. Total de países: 175 (más cerca a 100 = favorable) | Libertad económica. Total de países: 178 (más cerca a 100 = favorable) |
Argentina | 119 | 81 | 49 | 52 |
Brasil | 109 | 72 | 35 | 52 |
Chile | 56 | 33 | 67 | 75 |
China | 46 | 28 | 39 | 58 |
Costa Rica | 67 | 55 | 56 | 65 |
México | 54 | 46 | 28 | 65 |
Perú | 68 | 63 | 35 | 68 |
Fuentes: Banco Mundial, http://doingbusiness.org/rankings; Foro Económico Mundial, http://reports.weforum.org/global-competitiveness-report-2018/competitiveness-rankings/; Transparencia Internacional, https://www.transparency.org/cpi2018; y Fundación Heritage, http://www.heritage.org/index/ranking
Hasta el momento, los líderes políticos y gestores de políticas tanto en Argentina como en Brasil no han podido convocar la cohesión institucional y el espíritu de cuerpo destacados en el comentario de Ang. En ambos países, el auge de China desencadenó numerosos ejemplos de copamiento de instituciones. En Argentina, por ejemplo, élites políticas lideradas por Fernández de Kirchner (2007-2015) obtuvieron montañas de dinero en efectivo mediante el gravamen directo de exportaciones del grano de soya y el encauzamiento de estos ingresos hacia subsidios populistas en el sector de energía y otras necesidades básicas. Durante este mismo período, las élites brasileñas se embolsaron miles de millones de dólares de Petrobras y arruinaron tanto a la compañía como la calificación crediticia del país, que en cuestión de pocos meses pasó de tener «calificación para inversión» a convertirse en «bonos basura». Pero otros países con abundantes recursos, como Chile y el Perú, pudieron mantener el crecimiento e incrementar significativamente el PBI per cápita tanto durante el auge de China como después de este. Aunque la tabla I.5 revela los fundamentos institucionales de este éxito relativo, la teoría de la dependencia ofrece escaso esclarecimiento sobre estas trayectorias de desarrollo marcadamente distintas.
La pregunta más general, al parecer, debería ser cómo una coyuntura crítica como el auge en China consiguió fortalecer (o desalentar) instituciones políticas y económicas, rebajar (o elevar) barreras a las reformas, y abrir (o cerrar) el paso a un nuevo liderazgo, cambio organizacional e innovación en políticas (Karl, 1997, pp. 11-13). Dos nociones vienen a la mente. La primera, tal como nos lo recuerda Douglass North y como sugieren los casos chileno y peruano, el desarrollo no tiene que ser «una historia de inevitabilidad en la cual el pasado predice rigurosamente el futuro» (North, 1990, pp. 98-99). En otras palabras, no hay nada de determinista en estas tendencias; más bien, ellas reflejan cómo han interactuado las instituciones y los intereses domésticos en el transcurso del tiempo dentro de un entorno global intensamente cambiante. La segunda, una mirada retrospectiva, muestra el considerable margen de agencia e innovación en políticas de la región que el auge de China en ALC ha otorgado a los gestores de políticas. En todo caso, este fenómeno ha confirmado el verdadero nivel de importancia de las instituciones, del liderazgo y de la gestión de políticas sensatas.
Plan del libro
Este libro se divide en dos partes. Primero, en los capítulos 1-3, desarrollo mi argumento sobre la naturaleza de la estrategia internacionalizada de desarrollo de China, el papel de América Latina dentro de ella, y los efectos interactivos de este vínculo rápidamente creciente sobre seis de los SE designados por China en la región de ALC: Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, México y el Perú. En el capítulo 1, sostengo que el auge de China en la economía tanto de ALC como del mundo nos ha forzado a repensar los paradigmas establecidos y los debates emergentes en los campos de EPI y la economía del desarrollo. También analizo la evidencia empírica –comercio, IED, préstamos, y flujos de asistencia– respecto a cómo ALC ha sido incorporada en la estrategia internacionalizada de desarrollo de China, y explico cómo he agrupado los tres estudios de caso. En el capítulo 2, sitúo la relación entre China y ALC en un contexto histórico adecuado, retrocediendo hasta la fundación de la RPCh en 1949, en contraposición a la tendencia de bibliografía reciente sobre el tema que ubica la aparición del auge de las materias primas como el inicio de una nueva relación (Armony & Strauss, 2012). A partir de allí, en el capítulo 3, sigue un análisis comparativo de economía política sobre las reformas económicas marcadamente diferentes emprendidas desde la década de 1980 por China, de un lado del Pacífico, y los países de ALC por el otro.
La segunda parte del libro, capítulos 4-6, sondea las maneras en que ha variado el impacto del involucramiento de China en la economía política de la región según la dotación de factores, el rigor y profundidad institucional, y la naturaleza del modelo de desarrollo vigente en un país determinado al iniciarse el nuevo milenio. Identifico tres agrupaciones con criterios de economía política que han cobrado vida durante las últimas dos décadas. (1) Las tres pequeñas economías abiertas (Chile, Costa Rica y el Perú) que han hecho que la apertura funcione en sus respectivas relaciones con China. Al suscribir tratados de libre comercio (TLC) bilaterales independientes con China, los tres países han expandido los contornos conceptuales de la integración bilateral y han generado expectativas sobre el potencial de que los TLC Sur-Sur rindan más frutos. (2) La ventaja complementaria de que gozan Argentina y Brasil en sus respectivas relaciones con China. Estos países son los más estrechamente integrados a la estrategia internacionalizada de desarrollo de China y están ostensiblemente industrializados en grado suficiente para haber evitado una abierta crisis de maldición de los recursos; sin embargo, una definición ampliada de este término apunta a la erosión institucional como un significativo lastre para el crecimiento, en el período que siguió al auge en China. Y (3) la postura de desventaja competitiva de México con respecto a China, pese a su situación como el más industrializado de los seis SE aquí considerados.
No todas las tendencias son positivas, ni son buenas todas las noticias sobre el auge de China en América Latina. No obstante, considero que este fenómeno ofrece muchísimos motivos para ser optimistas. En primer lugar, aunque claramente ha menguado la demanda de China por materias primas de ALC, se mantiene el dinamismo de los patrones de intercambio comercial a través del Pacífico. En segundo lugar, la región de ALC se ha convertido en beneficiaria del estatus de China como una EE con abundancia de capital. Pero, a diferencia de la década de 1970, cuando el grueso de los préstamos que fluían hacia la región respondía a una saturación de capitales relacionada con los impactos inflacionarios en precios del petróleo ocurridos en 1974-1975, los préstamos e IEDS provenientes de China están ligados a proyectos productivos específicos donde las barreras de salida son considerablemente altas. Por último, el ingreso de China a ALC ha resaltado la necesidad para una nueva ronda de reformas para realzar la eficiencia y competitividad, y también ha brindado un considerable margen financiero a los gestores de políticas para seguir adelante con tales reformas. Ahora depende de los líderes políticos, gestores de políticas y élites económicas en estos países enfocarse en aprovechar las abundantes oportunidades de comercio e inversión que China está ofreciendo, al mismo tiempo que buscan maneras creativas para minimizar los riesgos.
1 Citado en Zibechi (2015).
2 Basado en el promedio de 12 tasas de crecimiento anual del PBI en América Latina. Indicadores de Desarrollo del Banco Mundial, disponibles en: http://data.worldbank.org
3 Un buen punto para empezar a consultar esta bibliografía lo conforman los trabajos siguientes: Ellis (2009); Gallagher y Porzecanski (2010); Gallagher (2016); Hearn y Léon-Manríquez (2011); Jenkins (2019); Myers y Wise (2016).
4 Consulte, por ejemplo: De Freitas Barbosa (2008a); Ortiz (2012); Laufer (2013); Puyana y Costantino (2015).
5 Empleando una definición más amplia, Georg Struver estima que China ha establecido relaciones de alianzas de esta manera con 67 países. Véase Struver (2017).
6 Cálculo de la autora de seis países seleccionados de ALC, basado en datos de comercio procedentes de https://comtrade.un.org/data
7 Para un análisis detallado de la incursión muy anterior de China en África, por ejemplo, véase Brautigam (2009).
8 Véase, por ejemplo: Jacques (2009) y Fenby (2014).
9 Los datos citados en este párrafo pueden encontrarse en Theohary (2016).
10 Continuador del Partido Único de la Revolución y luego Partido Peronista.
11 Este término apareció por primera vez en un artículo publicado en 1977 por The Economist, en referencia a la caída del sector manufacturero holandés debido al descubrimiento del gas natural a finales de la década de 1950. Mientras los altos precios del gas natural desencadenaron un auge del mercado cambiario y, a su vez, la apreciación de la divisa, las exportaciones industriales y el empleo decayeron. Véase The Economist (1977, pp. 82-83).
12 Véase: https://tradingeconomics.com/china/gdp-per-capita-ppp. A diferencia de mediciones convencionales del PBI per cápita, la paridad del poder adquisitivo (PPP, por sus siglas en inglés) toma en cuenta las diferencias nacionales en cuanto a costo de vida. Basado en esta medición y dados los precios domésticos radicalmente más bajos en China, en 2014 el Fondo Monetario Internacional anunció que el PBI per cápita de China basado en PPP había sobrepasado al de los EE. UU. Nadie mostró más intensamente su desacuerdo con este anuncio que la propia China. Véase Schiavenza (2014).
13 El trabajo fundamental sobre la materia corresponde a Prebisch (1950).
14 Entrevista de la autora con Andrés Campos, senior business developer, Ensenada Economic Development Commission, Ensenada, Baja California, México, 28 de julio de 2016.
15 Véanse Mani (2012) y Gallagher y Porzecanski (2010; capítulo 3).
16 Véase también Hausmann (2013).
17 Véase The Economist (1977, pp. 82-83).