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CARTA AL LECTOR

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Apreciado lector:

Gracias por leer mi libro. Lo escribí para ti y para cualquiera que tenga una mínima curiosidad o ambición laboral, para profesionales curtidos, para cualquiera que guste de explorar por el mero placer de explorar, para (futuros) emprendedores, para los que buscan trabajo, para (futuros) intraemprendedores, para cualquiera que quiera quebrar el statu quo, para aquellos con ambiciones y con el deseo de labrarse un éxito, para los que cambian de rumbo profesional, para cualquiera que se sienta culpable porque piensa que estos son problemas del primer mundo, para cualquiera que quiera ser útil y hacer el bien, para cualquiera que ansíe sentirse realizado, para los que son lo bastante valientes para marcar la diferencia e incluso para los que anheláis hacer realidad vuestros sueños más disparatados.

Sea cual sea vuestra situación profesional, quiero que sepáis, sobre todo, que es normal.

Todos afrontamos desafíos de una forma u otra. He aquí un secreto de una asesora profesional: la mayoría de nosotros no sabemos lo que hacemos. Solo nos subimos a un tren que casualmente pasa por delante, o hacemos lo que consideramos correcto, pero en el fondo aún tenemos muchos deseos y sueños por descubrir. O apenas ansiamos una vida más equilibrada, no necesariamente un trabajo diferente.

Por lo general, no sabemos con certeza qué rumbo profesional queremos seguir.

De pequeña, solía taparme con las sábanas y me quedaba leyendo con la linterna hasta las tantas, pero mi madre siempre me pillaba. Recuerdo cómo revoloteaban esos miles de palabras ante mí, y cuánto me gustaba transformarlas en películas en mi mente. Lo previsible habría sido que acabara siendo guionista o editora, por ejemplo. Pero no.

Me sigue apasionando la literatura, los libros, la ficción, la no ficción, las revistas, los periódicos, los ensayos y la poesía. Soy una friqui de las palabras; hasta me hacen llorar. Me pueden dejar patidifusa. Soy capaz de leer frases diez veces una detrás de otra y cabrearme, casi, con el autor, al mismo tiempo que reboso de admiración por lo bien que ha descrito una situación o un sentimiento.

La cuestión es que, en el entorno en que crecí, no había nadie que fuera autor. No conocía a nadie que se ganara la vida escribiendo. Nunca até cabos. No escribí nunca, aparte de algunos versos lamentables. No era consciente de que sabía escribir. Escribí alguna cosilla en el instituto, pero me daba bastante sofoco. Me llenaba de orgullo, pero también de vergüenza. Escribir no era guay, así que seguí un camino profesional repleto de vaivenes. Probé cosas, experimenté y divagué. Además, los libros no eran lo único que me gustaba. También me gustaban la historia, los idiomas, la psicología, la antropología, la ecología, la filosofía... y un largo etcétera.

Estuve diez años subida a una montaña rusa profesional.

Diez años. Eso significa que, desde que me gradué del instituto con diecisiete años, no he tenido nada claro mi futuro laboral. Me costó lo indecible encontrarme a mí misma profesionalmente. Creo que he probado más de quince trabajos... y vidas, en general. Estuve en un hotel haciendo camas, fui camarera, encargada de selección de personal, auxiliar de vuelo, periodista de investigación y profesora de instituto. ¡Nunca subestiméis el trabajo de una profesora, porque es lo más duro que he hecho jamás! Me fui a meditar en silencio durante diez días allí donde Jesús perdió la alpargata. Vendí coches y fui voluntaria en un geriátrico hospitalario durante un día. Dediqué un día entero a aprender cómo se elaboraba el queso de cabra en una granja. Durante una hora entera, y con veinticinco pestañas abiertas en internet, valoré seriamente la opción de convertirme en sumiller de té. Y en la línea de mi generación, jugueteé con la idea de ser una nómada digital, sí. ¿Instructora de yoga en Bali? Claro, ¿por qué no? Chef vegana en veleros. Una emprendedora en el sector tecnológico. Una modernilla de food truck. Una curadora de arte. Ya puedes decir cosas, que seguro que me las he planteado.

Durante un periodo sabático en 2010, la forma políticamente correcta de decir que andaba perdida tras una dolorosa ruptura y la enésima crisis existencial laboral, abracé mi lado más zen y cogí un avión, sola, hacia la India para «encontrarme a mí misma». Ahí encontré y aprendí muchas cosas, e India es un país que me encanta, en serio. Pero, por desgracia, no hallé la respuesta definitiva a lo que se suponía que debía hacer en la vida.

Ahora sé que mi vida rebosa de problemas del primer mundo e incertidumbres millennials. La gente a mi alrededor me dice siempre que estoy como una cabra, pero no lo entienden. «Conténtate con lo que tienes, Carole» o «¿Cuándo sentarás la cabeza y buscarás un trabajo de verdad?». Probablemente fui la causa de muchas de las canas que le salieron a mi madre, al abandonar y retomar los estudios universitarios siempre que me picaba el gusanillo... ¡Lo siento, madre!

Hay una escena en la película Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen, en que se representa la relación poliamorosa que tiene Scarlett Johansson con Penélope Cruz y Javier Bardem. De repente, Scarlett decide romper y Javier le pregunta qué quiere, a lo que ella responde: «No sé lo que quiero. Solo sé que esto no es lo que quiero». Penélope se lo toma muy a pecho y, con tristeza, le espeta a Scarlett que sufre de «insatisfacción crónica».

Me parece una de las escenas más duras que he visto en una pantalla. Es cierto que hay atletas olímpicos y prodigios de Silicon Valley que han sabido siempre qué querían o quiénes querían ser, o gente que se despierta, ve amanecer y se dice: «esto es lo que quiero». Pero la mayoría de nosotros andamos a tientas y vamos aprendiendo sobre la marcha. Vivimos cosas, aprendemos y un día nos despertamos y nos damos cuenta poco a poco de que eso ya no es lo que queremos.

Y obviamente, nada de esto habría sido posible de no ser por los privilegios (blancos) con los que crecí, y que no tengo reparos en admitir. Pasé por penurias, pero, en general, tuve una infancia afortunada, un entorno acogedor, mentores, acceso a una educación de calidad y referentes.

Lo único que quería era un test de la personalidad simple y exhaustivo que me apaciguara. Un test con un resultado diáfano: esto es lo que deberías hacer. Esta es tu labor en la Tierra. O que alguien apareciera de la nada, me señalara y dijera: «Tú. Tu misión es ser granjera. Compra un terreno ya. Cambia el mundo de olivo en olivo». No saber lo que hacer con mi vida laboral me hacía sufrir mentalmente. Sé lo que es hastiarse del trabajo. Tuve una lumbalgia terrible durante largo tiempo, y busqué sin cesar algo que me satisficiera. Y en cuanto a la vergüenza que te asola al pensar que padeces de insatisfacción crónica y que tienes un problema del primer mundo, ¿qué hacemos? ¿Por qué no puedo ser normal y punto?

Recuerdo que me preguntaba por qué era tan intrincado. ¿Por qué es tan complicado saber a qué te quieres dedicar? ¿Por qué tantos trabajos se sienten sin sentido o se vuelven aburridos rápidamente? Y encima era cabezona, porque no quería conformarme. Así pues, decidí tomarme en serio la cruzada. Gracias a un asesor profesional, descubrí lo que me llamaba. Al parecer, me interesaba muchísimo... ¡descubrir a qué te quieres dedicar! Como es natural, había investigado sobre las elecciones a nivel laboral, la psicología organizativa y la filosofía en el lugar de trabajo.

Como coach y asesora profesional, encontré algo que me apasionaba de verdad. Había pasado por lo mismo que las personas a quienes ayudaba y, por extraño que parezca, al darles herramientas y guiarlos, encontré soluciones para mis propios problemas. Y cuando vi que crecían ante mí, sentí cómo me invadía esa cálida y confusa sensación. Me di cuenta de que tal vez mi obstáculo fuera el camino, y trepidaba de emoción. Una vez, un hombre sabio me dijo que los mejores maestros de esta vida son los que aún están aprendiendo sobre la materia, porque es la mejor catalizadora para la inspiración. Además, al enseñar algo a otros, lo estás asimilando e interiorizando.

Con la ayuda de otros asesores y coaches profesionales, también entendí que podía ser muchas cosas, que no tenía que elegir algo y apechugar con las consecuencias. Podía combinar cosas y, quizá, guardarme otras para más adelante. El simple hecho de que decidiera ser una coach laboral de profesión no significa que no pueda ponerme a estudiar arte a los cincuenta, ¿no? O dar la vuelta al mundo en un velero cero residuos... Conceptos como «generalista creativo» o «polifacético» me libraron de la carga de tener que elegir ser «tal persona» o tener «tal área de especialidad». En teoría, podía ser lo que quisiera y cuando quisiera. Además, las carreras ya no son lineales. Gran parte de los privilegiados vivimos mucho más gracias a la sanidad moderna, y cambiaremos de rumbo profesional varias veces a lo largo de nuestra vida.

Durante los últimos años, con vistas a ahondar en mi conocimiento y en la pasión por este mundo de los negocios y del trabajo, he aprendido de profesores ilustres, escuelas de negocios y programas virtuales: la London Business School, la INSEAD, la Universidad Harvard, la Universidad Bocconi, la IESE Business School, la Esade, etc. Por no hablar de los incontables libros sobre la vida laboral, la psicología organizativa y el desarrollo personal. ¡El tsundoku nunca ha sido mi filosofía!

En un momento crucial de mi vida llegué a entrar en una prestigiosa escuela de negocios española como asesora profesional. Con mi equipo, trabajamos con las empresas de la lista Fortune 500 y con varios alumnos destacados de licenciatura, máster, MBA y MBA para ejecutivos.

Hoy se me podría considerar una coach y una escritora, entre otras cosas. Pero como ya sabéis, mi misión no cayó del cielo, sino que se fue forjando poco a poco. Seguí con perseverancia mi intuitiva y obstinada curiosidad, y se transformó en algo profundamente mío.

Llevo varios años afianzando mis conocimientos en el sector del asesoramiento profesional. Y creedme cuando os digo que, en el idioma de los millennials y de Carole, eso es una eternidad. Significa que he dedicado una cantidad ingente de horas a escuchar a gente que no encontraba su camino profesional, más las miles de horas en que he buscado mi propio camino.

He ayudado a personal de limpieza y restauración, a artistas, a personas que acababan de salir de la cárcel, personas que llevaban más de diez años en paro, estudiantes de MBA, millonarios, altos ejecutivos y, sí, otros asesores profesionales.

Como asesora profesional en una escuela de negocios internacional, tengo la ocasión de trabajar con alumnos magníficos y mentes brillantes. Competimos con las mejores escuelas del mundo y me encanta proporcionar recursos y conocimientos a mis alumnos para que consigan un puesto en las empresas más grandes y «prestigiosas» del mundo. Para mí, este mero hecho ya tiene su qué.

En el fondo, lo que he deseado siempre ha sido ser útil, pero me costó lo suyo descubrir cómo. Encontrar un sitio en el que pueda dar y hacer algún bien. Y ser curiosa y estar animada. Pero también tener tiempo para mí misma, hacer ejercicio y hornear mi propio pan con masa madre... aunque admito que tiene una pinta horrible. Para pasar tiempo con mis seres queridos y en la naturaleza.

Y es cierto: podemos decir que los consentidos millennials lo queremos todo. Pero la cosa es que no lo quiero todo. No quiero una mansión ni un cochazo. No quiero viajar a islas en las antípodas del mundo y comprar diez bañadores diferentes para mi perfil de Instagram. No quiero más, solo quiero salud, disfrutar mi vida a tope, seguir aprendiendo y, de paso, hacer algo bueno.

Ahora más que nunca, creo que si hacemos lo que nos conviene a nosotros y al mundo a nivel profesional, podemos ser personas mejores y más felices. Irónicamente, hacer algo por el bien común es justo el tipo de experiencia que ansiamos: algo más grande que nuestra búsqueda individual de felicidad.

Creo que muchas de las cosas que nos incomodan, nos inquietan y dañan nuestra salud mental están relacionadas con el consumismo, el conformismo, el capitalismo, el individualismo y el egocentrismo. Tristemente, he conocido a muchas personas que siguen persiguiendo fama, estatus y dinero.

Empecé a soñar con transformar profesionales en activistas por el cambio climático. No quería que fueran meros peones indefensos de las grandes compañías. Soñaba con inspirar a las personas a convertirse en líderes de un mundo mejor y a proteger nuestro planeta. Mi anhelo era ayudar a alcanzar la paz interna laboral que yo había encontrado y la alegría y satisfacción que una encuentra cuando puede dar, no solo recibir. Y ansiaba poner a disposición de todo el mundo los sublimes consejos profesionales que suelen recibir los estudiantes de empresariales. Mi sueño era que todo el mundo pudiera acceder a este conocimiento y, la verdad sea dicha, por eso decidí escribir este libro.

No, esperad. Me he olvidado de otro momento álgido que me inspiró para escribir el libro. Podríamos incluso llamarlo un miniavance. Os contaré de qué va la cosa.

El 26 de marzo de 2019 conocí a Gunter Pauli, autor de un libro titulado La economía azul, presidente y director de la empresa ECOVER y miembro del Club de Roma. Es escritor de libros infantiles sobre el mundo natural y aboga fervorosamente por una economía «azul» y, por tanto, diferente, ecológica y regenerativa.

No es moco de pavo, ya lo sé.

Dicho llanamente, The Huffington Post se ha referido a Pauli como al «Steve Jobs de la sostenibilidad», aunque creo que es un símil desafortunado, pues al señor Jobs no parecía importarle demasiado el medio ambiente.

Sea como fuere, habían invitado a Pauli a dar una charla en la Conferencia sobre Energía Global en la escuela de negocios donde yo trabajaba por aquel entonces. Cuando le di la bienvenida al campus, me estrechó la mano y se presentó. La primera impresión ya me conmovió muchísimo.

Con sus ejemplos reales de innovaciones y proyectos «azules» sostenibles en todo el mundo, Pauli estaba expresando algo que, en el fondo, yo había sabido siempre: el momento de actuar es ahora. Así de simple.

El cambio climático es real. Estamos cargándonos la naturaleza, el suelo, el aire y el agua. Nos resistimos al cambio. Como sociedad, somos espantosamente incapaces de sustituir con facilidad esos hábitos contaminantes y perjudiciales tan arraigados. La carencia de opciones mejores y más accesibles, la falta de urgencia, la dinámica del sistema económico vigente que complica la difusión masiva de la sostenibilidad... y podría seguir.

En esencia, «[...] somos una sociedad excesivamente guiada por el capital y la riqueza; muchos de nuestros valores y actitudes se fundamentan en el deseo de acumular dinero. La identidad social se calcula en muchos sentidos por la riqueza y se canaliza a través de lo que compramos como consumidores y de nuestro trabajo. Al mismo tiempo, el rápido crecimiento económico mundial ha dado pie a una desigualdad inmensa. Y todo está relacionado con el cambio climático. Ha llegado la hora de replantearnos la relación entre nuestra economía, el progreso social y los sistemas ecológicos»1.

Por suerte, Pauli ofrecía soluciones. Hay tantas soluciones interesantes y métodos respetuosos con la naturaleza... La ecología y la economía pueden ir de la mano. Podemos ser prósperos y sostenibles. Hay esperanza, aunque en un primer momento no la veía. Sí recuerdo que al principio me sentí enojada e inquieta. Amenazada y nerviosa. Era como si alguien me estuviera quitando la sensación de seguridad, así que mi reflejo natural fue rebatir con argumentos poco oportunos (lucha), distraerme con otras cosas (huida) o sentirme fatal por ello (parálisis), pero fui incapaz de hacer nada.

Según un informe de 2017, «reconocer la realidad del cambio climático y sus consecuencias puede infundir miedo, fatalismo, ira y fatiga crónicos, una dolencia a la que los psicólogos cada vez aluden más como ecoansiedad»2.

Ecoansiedad. Ecopsicología. «Dolor climático», utiliza también la periodista Ash Sanders en un fantástico recopilatorio de ensayos sobre la verdad, el coraje y las soluciones para la crisis climática. Parece casi que cuanto más sabes sobre el cambio climático, más te desanimas. Cuanto más entiendes el poco tiempo que falta y lo gigantescas que son sus secuelas, mayor es la ansiedad. Y eso es justo lo que sentí yo durante la presentación de Gunter Pauli. Ecoansiedad. Dolor climático. Tristeza por el estado en que se halla el mundo donde vivimos. Frustración. En el fondo estamos enfadados con los políticos y las empresas por no comprometerse lo suficiente, y nos sentimos totalmente impotentes ante la magnitud del problema. Sí, podemos reciclar más y hacer más a nivel individual, ¿pero qué más puedo hacer yo? ¿Y cómo de nimia es esa huella?

Entiendo que hay una dicotomía mental. Cuando haces frente a esa ecoansiedad, siempre tomas una decisión. Tu primera opción es mostrarte indiferente, olvidar, acallar los pensamientos, criticar o atacar al mensajero, distraerte o confiar en que otro lo hará por todos nosotros, que hay otras personas más «capacitadas». ¿Qué demonios podrías hacer tú, pobre infeliz?

O puedes elegir la segunda opción: tener miedo y no combatir esa ansiedad. Eliges admitir que ha llegado el momento y que necesitamos a todo el mundo, y que, al reinventar tu trabajo, tú también podrías ser un ecologista, un activista, un líder destacado o una persona inspiradora. Sí, puedes repercutir más. No hay que hablar de si el cambio climático es un hecho o no; lo que hay que hacer es pensar en ideas para aportar nuestro grano de arena, aunque no lo arreglemos todo de una tacada.

Al terminar la presentación de Pauli, asumí que todos tenemos la responsabilidad y la ocasión de aprovechar nuestras privilegiadas vidas y carreras. Si estás leyendo este libro, es muy plausible que seas un habitante acomodado de un país occidental o industrializado. Ahora quizá nos consideremos privilegiados, pero ¿por cuánto tiempo? Somos los que lo tenemos que arreglar, o al menos intentarlo. Y una manera de dejar huella es hacer algo bueno con nuestro trabajo diario y redefinir nuestras condiciones del éxito a corto plazo.

Nuestra emergencia climática exige pensar a lo grande y de todas las formas posibles, pero no hay una única solución elegante, ninguna panacea para un futuro habitable. Infravaloramos el poder de contribuir, de actuar en nuestra esfera de influencia para abordar una parte del problema que tenemos delante de las narices.

ABIGAIL DILLEN, presidenta de Earthjustice3

Pensando en esto, empecé a buscar soluciones relacionadas con el cambio climático, consulté a gente y entrevisté a expertos en sostenibilidad y economía regenerativa, gurús de la innovación, profesores, ejecutivos, escritores, coaches y emprendedores sociales.

Me topé con términos y jerga como: bienestar en el trabajo, responsabilidad social corporativa (RSC), empresas B Corps, sostenibilidad humana, programas Human Flourishing, moonshot thinking, cathedral thinking, lugares de trabajo regenerativos, economía regenerativa, finanzas verdes, economía azul, formación en resiliencia, reinventar organizaciones, desinversiones, liderazgo ético, pensamiento a largo plazo, inversión para la descendencia, fondos de inversión sostenibles, buscadores de empleos RSC, el Gran Reinicio, empleos y competencias verdes... y la lista continúa con un montón de palabras que empiezan por «re»: reinventar, reimaginar, revertir, regenerar, reiniciar y demás.

A modo de ejemplo, la directora económica de LinkedIn, Karin Kimbrough, dice que, «a raíz de los compromisos estatales y empresariales para alcanzar la neutralidad de carbono, se crearán millones de nuevos empleos y los trabajos de hoy cambiarán. Con esta transformación habrá que “descontaminar” el mercado laboral, añadiendo veinticuatro millones de empleos nuevos en todo el mundo antes de 2030, y exigiendo aptitudes ecológicas en las vacantes existentes».

Hay un clima muy favorable para la economía regenerativa y hay un movimiento de gente que trabaja con el mismo afán: hacer lo que al mundo le conviene a través de nuestra economía y el empleo. Ahora creo que podemos buscar nuestro trabajo ideal pensando en nuestro propio bien y en el del mundo. Nos puede ir mejor en un futuro, pero necesitamos que nos planteen retos. Ahora, más que nunca, tenemos la responsabilidad de elegir y cultivar nuestro rumbo profesional con inteligencia. A mi entender, el trabajo es un lugar en el que invertimos mucho tiempo y energía y tiene un potencial enorme, aunque no aprovechado, para hacer del mundo un lugar mejor. Y no solo para el mundo, sino para ti también. Y para ser clara, mi trabajo no es perfecto. Mi vida no es una «empresa B Corps»4. Y el propósito no es ser feliz en todo momento. El fin no es convertirse en hippies. Mi profesión cambia constantemente y, por ahora, no estoy modificando mis hábitos por completo. Pero encontré una manera de estar en paz con mi trabajo, de estar sana y de disfrutar de la vida. Y eso es mucho decir.

¿Todavía me enfrento a ideas limitantes? Pues claro. ¿Tuve que superar muchas inseguridades para escribir este libro? Mmm, sí. Podría escribir un libro entero sobre los escarceos mentales a la hora de decidirme a escribirlo. Pero vamos a darle a esas dudas la patada en el trasero que se merecen, juntos.

Se trata de utilizar la (eco)ansiedad y la ira que pueda tener, de una buena manera. «La ira que se hunde en la desesperación es impotente para hacer un cambio. La ira que se convierte en convicción es imparable»5.

Además, he optado adrede por escribir un libro accesible, breve y sencillo. He incluido tantos recursos y referencias como he podido al final, tantos como me ha permitido mi conocimiento y capacidad. He tomado prestadas muchas palabras de grandes pensadores, pues los considero aliados en esta empresa, y siempre he reconocido el mérito cuando hay que hacerlo. No soy científica ni catedrática.

Os pido perdón por las veces en que generalizo y digo cosas que podrían no ser correctas desde un punto de vista científico. Soy una ignorante en una pila de cosas. No quiero que sea un libro científico, sino una mera obra de intuición basada en un puñado de artículos, libros, entrevistas con profesionales y experiencias reales con personas, tanto científicas como legas. También es una obra llena de contradicciones, por las que pido disculpas. Mi excusa, aunque barata, es que he sido maestra de filosofía y he encontrado la belleza en las paradojas.

Y no cabe duda de que estos recursos y referencias están sesgados, se refieren predominantemente a los EUA y a Europa y me sirven para encontrar otros argumentos parecidos más allá de mi intuición y de mi experiencia. Sería igual de interesante encontrar argumentos y teorías contrarios que discrepen con mi texto, así como diversificar y añadir recursos de otros países y continentes y escritos en otros idiomas. Pero reitero que no soy una académica ni una catedrática o científica. Y no puedo dejar mi trabajo diario, ¡así que también tengo un tiempo limitado! Y como el escritor Howard Nemerov tuvo la agudeza de señalar en su día: «Escribe lo que sepas. Así habrías de tener tiempo libre de sobra».

Una parte importante de este libro son las preguntas y sugerencias. Las considero sin duda mucho más importantes que toda mi jerigonza de autoayuda, que, aunque sentida e intuitiva, no deja de ser seudopsicología. Y reconozco que hablar de «jerigonza» es mi prerrogativa como escritora no científica. O como dijo la periodista sobre ciencia y escritora Jennifer Margulis en un artículo de abril de 2020, aparecido durante la cuarentena por la covid-19:

La censura es peligrosa. Dialogar y debatir es sano. Sé que todos somos lo bastante inteligentes para leer y barajar varios puntos de vista. Es mezquino tratar de usar la palabra «ciencia» para que la gente se calle, como si estuviera escrita en piedra6.

No quiero dar a entender que he descubierto la verdad. Simplemente he encontrado algo que tenía valor para mí y que espero que te inspire. Este libro no es una enciclopedia con ejercicios profesionales, no es un manual solo para descubrir lo que quieres. Ante todo, es un llamamiento a que pienses en tu salud y actúes en beneficio del mundo.

Espero que paséis el libro a cualquier persona que esté padeciendo, sufriendo o dudando. Si estás buscando un trabajo o una vida relevante, satisfactoria, responsable y saludable, espero que encuentres alivio, esperanza y éxito en estas páginas. Al fin y al cabo, tu profesión moldea mucho tu vida. Espero que este libro te inspire a soñar, hacer el bien y gozar de felicidad y salud. Yo te estaré animando.

«Cuando echo la vista atrás, vuelvo a quedar

realmente atónita con el poder de la literatura para

dar vida. Si hoy fuera una persona joven que tratara

de hallar mi lugar en el mundo, volvería a hacerlo

leyendo, tal como hice en mi juventud».

MAYA ANGELOU

Mi trabajo ideal y cómo encontrarlo

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