Читать книгу Emprender con equilibrio - Carolina Nieto - Страница 7
ОглавлениеMi propósito
No todas las mujeres nacemos con las mismas oportunidades para enfrentar el mundo cambiante y los retos para crear nuestros sueños, pero todas podemos apoyarnos en otras personas para aprender lo que es necesario.
Para tener éxito en los negocios se requiere de muchas habilidades que no necesariamente se aprenden en la escuela, sino que más bien se heredan cuando crecemos en familias en las que el trabajo, el negocio y las actividades productivas son parte de la vida cotidiana; pero en mi familia no había negocios y nadie me enseñó a vender o a administrar una empresa.
No fui a la universidad cuando correspondía porque quería ser artista, me gustaba pintar y crear con las manos. Estudié una carrera técnica mientras me casaba solo porque mi madre insistió, y cedí al entender que ella no había tenido esa oportunidad y yo sí. Tiempo después, cuando ya tenía a mis tres hijos y regresé al trabajo, pensé que sería bueno estudiar de nuevo y me inscribí a la preparatoria abierta, a mis cuarenta años. Mis hijos estudiaban lo mismo que yo, así que aproveché para que me ayudaran. Siempre sentí que había hecho todo al revés.
Tuve varias oportunidades que cambiaron mi vida, una de ellas fue la de encontrarme con dos grandes maestros que guiaron mi camino; el primero fue el doctor Fernando Flores, con quien me formé profesional y personalmente. Gracias a él inicié mi experiencia como consultora de empresas —que hoy he trasladado a los emprendimientos de mujeres— y estudié cinco años llevando sus enseñanzas y disciplina como la base de todo lo que he construido profesionalmente. Toda mi gratitud por la fortuna de haberlo encontrado en mi vida.
Años después me crucé con Guadalupe Maldonado, una gran maestra de vida que me enseñó a vivir en equilibrio, a fluir con serenidad, con aceptación, siempre entendiendo que «lo que viene, conviene». A ella le agradezco mi paz y mi camino espiritual, además de la fortaleza para enfrentar las diversas situaciones difíciles que me han tocado vivir.
Gracias a ambos, a estas alturas de la vida he aprendido a encontrar alegría y profunda satisfacción en lo que hago en todos los espacios de mi vida: con mis hijos y mis nietos, con mis amigas y amigos, con mis colaboradores y compañeros de viaje, en el trabajo diario y los proyectos, en mi tiempo libre y mi espacio espiritual. Todo ello a pesar de los momentos de pérdidas, de tristeza, de dolores inevitables y necesarios que he experimentado para poder vivir la vida profundamente.
Así que esta tercera década en mi vida laboral es un gran regalo para ofrecer lo mejor de mí, mi experiencia y aprendizaje dirigiendo a otros y enseñando todo lo que he logrado. También incluye aprender a vivir este proceso con paz y equilibrio, compartiendo mi creatividad y pasión por la vida. Más importante aún es poder escribir todo lo que quiero decir a otras mujeres.
Durante muchos años, mis compañeras me animaron para que escribiera lo que enseñaba a las mujeres, porque constatábamos su transformación cuando descubrían oportunidades y desarrollaban nuevas habilidades para alcanzarlas. Con frecuencia hablamos de esos momentos trascendentales en donde hubo un maestro que nos abrió el panorama o nos enamoró de su materia; de aquella persona que nos guio hacia un camino determinado. Escuché a varias decir que cuando supieron lo que costaba su hora de trabajo comenzaron a valorarse a sí mismas, y eso es lo que hoy me invita a escribir.
Pertenezco a una época en la que las mujeres prácticamente trabajábamos entre hombres. Por muchos años impartí talleres a grupos de ejecutivos y funcionarios en los que nunca participaba una mujer, lo que representaba un reto enorme. Con frecuencia sentía actitudes de descalificación y de rechazo, incluso comentarios sobre lo «incómoda» que resultaba para ellos mi presencia. Era perfectamente «aceptable» que los hombres no nos quisieran en su espacio.
Aprendí entonces a validarme como mujer y a pelear mis espacios mientras atendía a mi familia, entre la satisfacción de ser madre y la culpa de ser profesionista. Estaba convencida de lo que deseaba y del compromiso con mi carrera, pero mi madre y el entorno social no agradecían que trabajara y «descuidara a mis hijos», como ella decía. Mamá era una mujer de casa que valoraba el rol de madre y esposa. En ese tiempo las mujeres apenas comenzaban a participar en otras áreas que no fueran el hogar y la familia, y los hombres tenían que acostumbrarse poco a poco. Y también las mujeres como mi madre.
Afortunadamente, tuve la suerte de contar con una pare-ja que creyó en mí y me impulsó sin condiciones, y también con muchas otras mujeres que ya habían dado el paso pa-ra construir su vida profesional y son mi ejemplo.
Años después de esta etapa de tanto estrés y exigencia conmigo misma descubrí el trabajo con mujeres, y no dudé ni un momento en darle un giro a mi vida para dedicarme a ellas. Comencé participando en una red llamada Mujeres y Punto, en donde aprendí del mundo social, ciudadano y político, desarrollando proyectos de capacitación para el liderazgo, de cómo construir la confianza, sobre temas de autovaloración, crecimiento personal y todo aquello que las ayudara a salir de casa para participar en la vida de sus comunidades. Definitivamente esta experiencia cambió mi vida.
Así surgió todamujer.com, un sitio virtual donde pudieran aprender y compartir sobre sus temas de interés: desde el hogar, la pareja y los hijos, hasta la profesión, el emprendimiento y la equidad de género. Este fue uno de mis grandes proyectos y lo disfruté hasta el final. Lo arranqué sin tener idea de internet, pero me lancé junto con una socia, iniciando un proyecto completamente nuevo, desconocido, con alto riesgo y con un gran potencial.
Esa fue tal vez la experiencia profesional más intensa en mi vida porque no solo retó mis capacidades, sino porque me expuso a la inequidad de género cuando tuve que solicitar recursos para una empresa manejada por mujeres. La discriminación que viví entonces fue una de las razones que me impulsó a trabajar en el tema del emprendimiento femenino, buscando siempre abrir nuevas oportunidades en un mundo dominado por los hombres.
Me fue muy útil para adentrarme en las diferencias de género cuando se trata de comenzar un proyecto, pues al escribir al respecto en una sección llamada «Atrévete a emprender» conocí las preocupaciones, los intereses y los propósitos que llevan a las mujeres a iniciar su propio negocio. Ahí constaté, al conversar con muchas de ellas, que sin autonomía económica no hay libertad para decidir nuestra vida, pero también que el dinero no es el móvil más importante, aunque lo parezca.
Fue en estas conversaciones que surgió la idea de conectar a mujeres de distintas ciudades: a las que estaban más orientadas al servicio y los negocios de venta de productos con aquellas que eran productoras (generalmente ubicadas en zonas aisladas y vulnerables). Estaba convencida de que si unía estas dos necesidades lograría una cadena de valor con gran impacto para ambos lados. Sin embargo, en la primera experiencia se hizo evidente que lo que se producía en las comunidades no era atractivo para el mercado en la ciudad, y que había que hacer un gran trabajo de diseño, de calidad y de cumplimiento en tiempo y forma. Decidí entonces que mi labor tenía que centrarse en desarrollar las capacidades de las mujeres productoras para poder incluirlas en el mercado y también, de pasada, de las emprendedoras que buscaban desarrollar su negocio.
Poco a poco trasladé mis actividades al mundo social, a zonas rurales y a proyectos con mujeres vulnerables que recibían lo que yo daba con el corazón abierto y con una mente ávida de conocimiento. Mi vida cambió radicalmente cuando «toqué» la realidad de mujeres tan distintas, pobres económicamente, pero ricas en sabiduría, en tradiciones y en hermosos espacios naturales: artesanas, indígenas y mestizas que trabajan con las manos o en el campo; que me mostraron la profunda conexión que compartimos porque tenemos los mismos anhelos, necesidades e inquietudes a pesar de las diferencias en nuestro estilo de vida, en nuestra economía, en nuestros valores o creencias. Todas, de mundos tan diversos y desiguales, nos parecíamos cuando hablábamos de la familia, de los hijos, de la pareja, de los padres.
Me convencí entonces de que lo que creemos, lo que nos gusta, lo que deseamos para nosotras y para los demás, es válido, es inspirador y podría transformar al mundo. Nuestra mirada y nuestros propósitos revelan otra manera de elegir prioridades, de tomar decisiones que afectan a otros, de dar importancia a lo que parece irrelevante. No tengo duda de que nuestra contribución puede cambiar profundamente muchas de las creencias del mundo actual.
Es por ello que lo que escribo hoy se centra en esas ideas que nos hacen diferentes cuando emprendemos, ya que plantean valores importantes que se han dejado de lado por considerarse irrelevantes. Tener el regalo y la oportunidad de «dar vida» y de cuidar a otros nos da otros ojos para mirar lo que es importante y prioritario; es una perspectiva en donde el afecto, las emociones, el cuidado, la nutrición del alma y el cuerpo están por encima de todo.
La vida profesional es importante para nosotras, sin duda, pero cuando tenemos que elegir entre la vida familiar y la laboral generalmente nuestra naturaleza pesa al buscar el equilibrio. También he encontrado que no hay diferencia entre lo que vivimos en diferentes contextos, entre las mujeres que tienen más oportunidades y las que no; lo único que cambia es el nivel de aprendizaje y de retos.
En mi trayectoria he constatado que así como algunas mujeres tienen que aprender a no depender del gobierno para lograr sus propios ingresos, otras tienen que moverse, salir de sus comunidades y buscar ayuda con el cuidado de los hijos para poder viajar. La mayoría luchan por la libertad en la vida de pareja, por la no discriminación en sus propias comunidades y, desde luego, por no ser excluidas del mercado laboral y del mundo.
He conocido mujeres que trabajan en casa y cuidan de los hijos, que se enfrentan al reto de no dejar de lado sus ilusiones y sus proyectos de vida, de no volcar todo lo que les da sentido en los otros. Su propósito es maravilloso y contribuye de manera importante a la construcción de nuestra sociedad, pero también estoy segura de que desean una vida propia que las haga felices.
Todas las mujeres que emprenden aprenden que no pueden hacerlo solas, se dan cuenta de que el propósito y el sentido de lo que desean hacer es suyo y de nadie más. Es por ello que en este libro hablo de creencias importantes para mí, porque mi camino no ha sido muy distinto del de tantas otras. Mi propósito de vida ha surgido del aprendizaje con mujeres, de experimentar juntas un mismo proceso: el de estar alerta para nunca dejar de soñar, nunca dejar de lado mi proyecto y equilibrar el sentido de mi vida personal con mis hijos, mi pareja y todas las exigencias del entorno.
Mi propósito hoy, y hacia el futuro, es ayudar a que cada mujer pueda confiar en sus deseos más profundos y que juntas podamos construir un mundo mejor, más justo, más equitativo, más amoroso, más equilibrado. Un mundo en el que los niños puedan jugar y disfrutar, sin violencia, sin inseguridad. En el que todos vivamos con esperanza, con confianza, sabiendo que el estudio y el trabajo son la mejor herencia; donde podamos emprender y contribuir con la misma fuerza y con el mismo compromiso, aceptando las diferencias de oportunidades, pero luchando para que todos las tengan.
En estas páginas no hablo desde la academia, las estadísticas o los estudios; solo expreso lo que la vida me ha enseñado gracias a mi trabajo profesional, que es donde he aprendido quien soy, y también desde mi experiencia como madre de una mujer y dos varones con quienes he constatado estas vivencias al emprender, al ser profesionistas y al tomar decisiones de vida.
Deseo que todas las mujeres que hoy dudan de sus decisiones sepan que no están solas, que las que han perdido sus sueños los recuperen a costa de lo que sea, que aquellas que viven en desesperanza puedan despertar y ver que el futuro es posible y está sus manos: que ninguna más viva en la soledad, en la depresión o con esa sensación de que la vida la decide alguien más, no su corazón.
A todas estas mujeres, y a las que sí están inspiradas, a las que han emprendido, a las que tienen grandes sueños y ambiciones, a todas las invito a ser parte de este camino acompañado y solidario. Desearía hacer realidad el «hoy por ti, mañana por mí» y que algunas de nosotras pudiéramos ser el bastón de otras para poder seguir juntas, siempre hacia adelante.
En esta trayectoria social, lo que he dado a cada mujer que se ha cruzado en mi camino me ha regresado en altas dosis de gratitud, de alegría y de solidaridad; porque con cada momento que paso en una comunidad, en contacto con la sencillez de la vida, con el bosque, la tierra y el sol brillante, encuentro que mi vida en la ciudad no es mejor. Cada vez que comparto con una mujer que vive el día a día y es feliz con lo poco que tiene, me pregunto si teniendo un poco más soy también más feliz que ella, y descubro que esa felicidad es relativa y que no podemos decirle a nadie cómo tiene que vivir para alcanzarla.
Contribuir a la vida de otras mujeres ha sido mi camino, pero ahora reflexionando sobre lo que las hace felices. Cada una tiene su propio viaje, y cada elección es respetable, por lo que debemos aceptar que no siempre el nuestro es el mejor. Pero lo verdaderamente importante es que exista esa brecha que recorrer, un anhelo, un sueño que nos guíe hacia una vida plena, alegre, llena de satisfacciones, en lugar de vivir en la desesperanza y el sufrimiento que, desafortunadamente, abaten a muchas mujeres de nuestra sociedad hoy en día. Este es mi propósito: ayudar a que cada mujer construya un camino propio. Espero que este libro te ayude a descubrir el tuyo.