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3. La mesa italiana y mi encuentro con Fezzik
ОглавлениеUnos días más tarde todos los miembros del elenco nos reunimos para nuestra primera mesa italiana en la sala de banquetes del hotel Dorchester, uno de los cinco estrellas más antiguos y distinguidos de Londres, situado en el elegante barrio de Mayfair, donde Rob, Andy y Bill se alojaban. Al entrar en la sala miré a mi alrededor y me fijé en que casi todos los miembros del reparto ya estaban allí, con aspecto muy relajado. La sala estaba totalmente abastecida de refrescos y tentempiés colocados en bandejas de plata, incluidos los famosos sándwiches de berros y huevo del hotel. En el centro de la sala había una enorme mesa de roble con unas veinte sillas alrededor. En la mesa, unos cuantos guiones. Un par de docenas de sillas más rodeaban el perímetro: asientos para los jefes de varios departamentos. Vi a Rob y a Andy hablar con un hombre al que inmediatamente reconocí como Bill Goldman y fui derecho hacia ellos.
—Hola, Cary —dijo Rob, y me dio otro abrazo de oso—. ¿Has conocido ya a Bill?
—N-no —tartamudeé—. Hola.
Allí estaba. De pie frente a mí… El legendario William Goldman. Un hombre cuya obra me había fascinado de niño. Era alto y delgado, con mechones de pelo gris. También tenía una sonrisa cálida y una apariencia sencilla.
—Encantado de conocerte —saludó con un apretón a pesar de mi mano sudorosa.
Mientras le decía cuánto me gustaba el guion y el libro (diálogo al que estoy seguro que Goldman estaba muy acostumbrado a esas alturas de su carrera), el tema se desvió hacia Fezzik.
—Entonces, ¿quién lo interpreta? —pregunté.
—Oh, sí. Tenemos al hombre perfecto —dijo Rob, emocionado—. ¿Te acuerdas del luchador del que te hablé en Berlín? Su nombre es André el Gigante.
—¿De verdad su apellido es «el Gigante»?
—¿No has oído hablar de él? —preguntó Bill Goldman con una sonrisa.
—Creo que recordaría un nombre así.
—Oh, es fantástico. ¡Es un luchador mundialmente famoso! —contestó Bill.
Resulta que era, como él mismo decía, un «fan lunático» de André.
—¿Has visto alguna vez ese episodio de El hombre de los seis millones de dólares en el que conoce a Bigfoot? —me preguntó Rob.
—Creo que sí —dije mientras caía en la cuenta—. No estoy seguro.
—Bueno, pues ¡es él! ¡El tipo que hace de Bigfoot! —exclamó Rob.
—Era el candidato perfecto, ya que tiene los pies grandes de verdad —añadió Andy metiendo baza y quedándose tan corto que daba risa.
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WILLIAM GOLDMAN
Sabía que tenía un gigante en la historia. Y entonces, un día que estaba viendo la televisión, años antes de escribir siquiera el guion, pensé: «André podría hacer del gigante». Luego fui a Madison Square Garden, lo vi y me enamoré de él como todo el mundo. Y era perfecto para nosotros.
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—Así que es un gigante de verdad, ¿no? —pregunté.
—Es literalmente el tío más grande del planeta. ¡Y lucharás contra él! ¿Qué te parece? —añadió Rob con una risotada.
¿El hombre más grande del planeta?
Traté de imaginármelo.
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ANDY SCHEINMAN
Encontrar a André fue interesante. Sabes que hay una escena donde Westley se le sube a la espalda a Fezzik mientras están peleando, ¿verdad? Bueno, pues acabé subiéndome a la espalda de mucha gente gigantesca tratando de encontrar a ese tipo, porque cuando nos reuníamos con ellos y les pedíamos que leyeran el papel, todos decían: «Podría hacerlo mejor si te me subieras a la espalda en esta escena». Hubo un tipo, que había ganado el concurso del hombre más fuerte del mundo, y ahí estaba yo, subido a su espalda mientras intentaba leer sus líneas. Conocimos a un par de tipos más, incluido Richard Kiel, que había hecho de Jaws en la película de James Bond La espía que me amó y Moonraker. Pero ninguno de ellos era el adecuado.
ROB REINER
Fue Bill Goldman el que dijo: «Tendríais que echar un vistazo a André el Gigante». Todos conocíamos a André porque lo habíamos visto pelear, pero no tenía ni idea de si sabía actuar o no. Nos reunimos con él en un hotel de París, y cuando entramos, el director dijo: «Hay un hombre esperándolos en el bar». Así que entramos en el bar; tenía exactamente el mismo aspecto que Fezzik en el libro. Era como una masa de tierra sentada en un taburete. Subió a nuestra habitación a hacer la prueba. Teníamos preparada una escena de tres páginas, y no entendí ni una palabra de lo que dijo. Además, nunca había estado en un solo sitio más de dos semanas; siempre estaba viajando por todo el mundo. Le dije: «Sabes que esto son quince semanas, ¿verdad?» Y él contestó: «Yo lo hago, jefe». Entonces añadió: «¿Quieres que interprete estas tres páginas durante quince semanas?». Pensó que eso era todo su papel. Así que le dije: «No, no, sales en toda la película. Hay muchas escenas». Y volvió a decir: «Yo lo hago, jefe». Así que se marchó (realmente era un tipo muy dulce) y yo me volví hacia Andy y le dije: «Madre mía. No sé si puede hacer esto». Pero era perfecto para el papel. Tenía el aspecto idóneo.
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En ese mismo momento, la puerta de la ornamentada sala se abrió y entró el mismísimo gigante…, André. Fue como una escena de una vieja película del Oeste, donde el tipo entra en la cantina y todo el mundo se queda quieto, incluido el pianista. Lo primero que recuerdo sobre él, aparte de su enorme altura, por supuesto, era su hermosa, dulce y radiante sonrisa. Era una sonrisa gigante, y la razón de ello era que tenía unos dientes de tamaño normal, así que se le veían todos cuando abría la boca. Tuvo que agacharse bastante al pasar por la puerta para no golpearse la cabeza contra el marco; obviamente, algo a lo que se había acostumbrado con los años. Recuerdo que Rob nos presentó y vi mis dedos desaparecer cuando nos dimos la mano, completamente sepultados por una palma más grande que un guante de béisbol. Si quieres hacerte una idea de lo grandes que eran, busca en Google «André el Gigante» y «lata de cerveza», y entenderás de lo que estoy hablando. Según su página web oficial, su talla de zapato era un 56 y su muñeca medía unos treinta centímetros de circunferencia. ¡De pie solo le llegaba al ombligo!
En retrospectiva, André parecía haber nacido para aquel papel, como dijo Rob: «Cuando anuncias un casting para buscar un gigante no es que recibas un montón de llamadas». Era un auténtico gigante, con sus 2,25 metros de altura y sus 255 kilos. Según Rob, al principio André expresó su inquietud respecto a aparecer en la película. Era francés (su verdadero nombre era André René Roussimoff), y al parecer se sentía muy inseguro acerca de su habilidad para hablar inglés con fluidez. Rob alivió sus preocupaciones al enviarle una cinta con una versión grabada de la escena de Fezzik que quería que viese, para que la estudiara y luego, si estaba interesado, hacer una prueba para el papel. Cosa que hizo para Rob y Andy cuando viajaron a París tras encontrarse conmigo en Berlín. Cuando la prueba terminó, Rob se volvió hacia él y le dijo: «Ha estado genial, André. ¡Es tuyo, amigo!».
—Gracias, jefe —respondió.
Habría que remarcar que, pese a su colosal tamaño, André llamaba a todo el mundo «jefe» como método para desarmarlos de una manera encantadora.
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ROB REINER
Lo que hice fue grabarle en cintas todo el papel. Lo representé y André lo estudió una y otra vez y lo pilló. Quiero decir, no tuvimos ni que repetirlo. Así que André era la tercera pieza. Si no hubiera conseguido a alguno de ellos, no podría haber hecho la película.
ANDY SCHEINMAN
Rob y yo grabamos todas las escenas de André en cinta. Rob hacía de André y yo hacía de cualquier otro que estuviera en la escena. Y André caminaba por ahí con los auriculares puestos, con la cinta puesta todo el tiempo. Escuchándola, entendiéndola. ¡Y funcionó! Lo hizo genial.
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Finalmente, todo el guion se grabó en una cinta para que comprendiera y memorizar a su papel. E hizo un gran trabajo con ello, pese a que el inglés no era su lengua materna y a no estar en las mejores condiciones de salud. Al parecer tenía programada una operación de espalda.
La primera mesa italiana fue una experiencia extraordinaria. Había muchísima gente con talento en una única sala. En más de una ocasión tuve que tragarme los nervios que me provocaba estar trabajando con un grupo tan extraordinario de gente con un gran talento. Miré a Chris Sarandon y pensé: «Este es el tío al que nominaron a un Oscar por su interpretación de Leon, su primer papel en el cine, en una de mis películas favoritas de Sidney Lumet, Tarde de perros».
Miré hacia otro lado y vi a Wally Shawn, e instantáneamente pensé no solo en su notable actuación y maravilloso guion en Mi cena con André, sino también en sus papeles en Empieza el espectáculo y Manhattan.
Y allí estaba Mandy, a quien reconocía de Ragtime, de Milos ̌ Forman, charlando en una esquina con Chris Guest. Ambos eran auténticos veteranos del mundillo. ¡Era una locura! Todo el mundo parecía tener un currículum más prestigioso que el mío. Incluso Fred Savage había acumulado una increíble cantidad de papeles en televisión a la tierna edad de diez años. Esto no era «el típico grupo de Hadassah», como bien señaló Goldman una vez. Aunque hice todo lo que pude para ocultarlo, desarrollé un ligero complejo de inferioridad.
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CHRIS SARANDON
La audición fue algo así: entré por la puerta y Rob y Bill Goldman fueron ambos muy amables y encantadores. Y dije: «Lo siento, no puedo contenerme. ¡Los Knicks han fichado a fulano de tal!». Entonces, Bill Goldman y yo procedimos a hablar sobre el draft de los Knicks durante los siguientes diez o quince minutos. Ambos estábamos realmente enfadados. Al final de la conversación me sentía muy cómodo porque solo éramos un par de tipos de Nueva York hablando de baloncesto. Y entonces, Rob me dijo: «¿Te importaría leer la escena?». Y eso hice; era la escena en la que Humperdinck le pregunta a Buttercup si lo consideraría una alternativa al suicidio. Creo que escogieron esa escena porque es muy divertida, pero la leí con total seriedad. Y Rob simplemente se partió de risa porque…, bueno, en primer lugar, es el mejor público del mundo. Y de golpe me encontraba en un avión rumbo a Inglaterra para rodar la película.
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Hubo otras sorpresas ese día, como la inesperada presencia del guionista Buck Henry, ataviado con su característica gorra de béisbol y gafas. No tenía nada que ver con La princesa prometida, pero estaba en Londres de casualidad por otro negocio y se alojaba en el hotel. Aunque nunca nos habían presentado, obviamente conocía su trabajo. Allí estaba un hombre cuya carrera como actor y guionista abarcaba ya tres décadas, desde la creación de Superagente 86 a mediados de los sesenta con Mel Brooks, a los guiones para El graduado, Trampa-22 y El cielo puede esperar, entre otros muchos. Era amigo de Rob y un presentador invitado habitual de Saturday Night Live. Creo que todos sentían que, si Buck quería estar presente en la lectura, ¿por qué diantres no iba a ser así? Claramente no estaba allí para comentar el guion; nadie «pelea» con Bill Goldman. Supongo que la idea era que si podíamos hacer que Buck Henry soltara una carcajada, riera o incluso sonriera durante la lectura, entonces, tal vez, íbamos por buen camino.
Aunque resultaba irónico (dado que nuestros personajes eran los protagonistas), Robin y yo éramos los novatos del grupo. Incluso André era un actor mucho más experimentado que nosotros. Aparte de aparecer en El hombre de los seis millones de dólares, había participado en numerosos programas de televisión, incluido Billy Joe y su mono, The Fall Guy y El Gran Héroe Americano, y había hecho una aparición anónima como favor a su amigo Arnold Schwarzenegger en Conan, el Destructor. También podía decirse que era un artista en todos los sentidos de la palabra. Después de todo, era un tipo que se ponía un maillot casi cada noche de su vida y montaba un espectáculo para miles de fans.
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ROB REINER
Sentía que Mandy estaba muy nervioso por hacer la película, y tuve que hablar con él un par de veces para evitar que se derrumbara. Pero nunca tuve que hacerlo con Cary. Sabía mantener el tipo, o lo que sea que hagan los británicos. Seguía adelante.
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Hasta ese momento, yo solo había hecho películas británicas, y las mesas italianas no eran algo muy común en Inglaterra por aquel entonces. Una mesa italiana tiene básicamente dos propósitos. El primero es que todo el mundo se haga una idea del ritmo del guion (hay una diferencia entre leer las palabras para ti mismo en silencio y oírlas recitadas en voz alta por todos los actores interpretando sus papeles), y el segundo, permitir que todos se conozcan en un ambiente relajado y divertido. Básicamente, es como una reunión para jugar, al final de la cual, si sale bien, puedes empezar a formarte una idea de la película en tu cabeza.
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CHRIS SARANDON
Cary y Robin eran simplemente perfectos. Eran los candidatos perfectos para esos dos personajes. De Cary recuerdo que pensé que es un protagonista, pero puede hacer mucho más. Sabe imitar dialectos y cuenta grandes historias. Es un tipo con mucho talento. Y creo que todos estábamos un poquito enamorados de Robin porque era encantadora. Tiene algo misterioso. Así que no pensé ni una vez: «Madre mía, estos dos novatos nos van a traer problemas». Sencillamente sentí que todos conectábamos. Además, es mucho más fácil cuando estamos todos juntos y nos hacemos amigos en el plató, porque entonces confiamos los unos en los otros. Llegamos a conocernos muy bien. Sabes en qué puedes salirte con la tuya y qué es pertinente. Aprendes a llevarte bien.
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Tras un largo rato, Rob le hizo señas a nuestro mánager de producción, David Barron, para que comenzáramos.
—Sentaos todos, por favor —anunció David.
Tomamos asiento alrededor de la mesa en nuestros sitios asignados; había un pequeño cartel con nuestros nombres enfrente de cada uno. Rob presidía la mesa, a su izquierda estaba Andy y, a su derecha, Bill Goldman.
—Vamos a empezar con las presentaciones —anunció Rob—. Soy Rob Reiner, el director. Gracias a todos por estar aquí. Solo quiero decir lo emocionado y entusiasmado que estoy por rodar esta película. Sé que nos lo vamos a pasar muy bien. —Hizo una pausa, luego señaló a su izquierda y añadió—: Y este es Andy Scheinman, nuestro productor, que también dirigirá la segunda unidad. Y como Billy y Carol no están aquí todavía, yo leeré las líneas del Milagroso Max y Andy leerá las de Valerie.
Andy levantó la mano y dijo:
—Hola, soy Valerie. —Hubo una carcajada como respuesta.
Como descubriría más tarde, es habitual en las mesas italianas que cada persona se presente seguido del personaje que interpretan. Yo estaba sentado junto a Robin, el cuarto o quinto en la lista de presentaciones. Recuerdo notar que me sudaban las manos solo de pensarlo. Las cerré sobre el regazo para que nadie se diera cuenta. Cuando llegó el momento y el corazón me latía más rápido que nunca, solté:
—Hola, soy Cary Elwes, e interpreto el papel de Westley.
No tenía ni idea de si esta lectura era una prueba. ¿Y si oían mi interpretación del personaje y decidían reemplazarme?
«¡Calma, Cary! ¡Intenta mantener la calma!», me decía a mí mismo.
Lo único que consiguió que me bajaran las pulsaciones fue mirar a Bill. Si había una persona en la mesa que parecía más nervioso que yo, era él. Como pronto sabría, a pesar de su colosal talento, Goldman era conocido por ser un escritor ansioso. Mientras lo miraba, parecía estar encogiéndose en sí mismo, tratando de hacerse más pequeño. Cuando llegó su turno de presentarse, nos ofreció un poco de contexto sobre por qué había escrito la novela, y como la novela se había convertido en un guion. Había sido una auténtica obra de amor y un libro de cuentos que regalar a sus hijas. Durante años se había preguntado si alguna vez sería adaptado a la gran pantalla; incluso si podría ser una película.
Entonces, habló aún más bajo.
—Por favor, entended que este es un proyecto muy personal —dijo Bill mientras su voz se convertía casi en un susurro—. Normalmente no me importan mucho mis obras. Pero esta es diferente. Es mi favorita de todo lo que he escrito en mi vida. Así que si se me ve un poco nervioso, este es el motivo.
Dio las gracias a Rob y a todos nosotros por estar allí y nos aseguró que el proyecto estaba en buenas manos.
Creo que, de alguna manera honda y profunda, la perspectiva de que La princesa prometida cobrara vida debió de aterrorizarlo. Después de todo, este era el logro más preciado de toda su vida artística. Y no creo que mucha gente en la sala supiera que se trataba de un proyecto tan personal para él hasta que lo mencionó. En retrospectiva, tenía sentido que hubiera establecido un vínculo tan personal con Rob. No quería que cualquiera hiciese la película. Quería que se hiciera bien de verdad.
Apenas imagino cómo debió de ser para él: sentado allí en silencio y escuchando a otras personas leer las líneas que tan meticulosamente había escrito. Ver a los actores dar vida a sus palabras y a sus personajes, y esperar y rogar a Dios que funcionara. No era solo que quisiera que la película tuviese éxito; creo que, en realidad, tenía miedo de que fracasara. Estoy seguro de que estaba pensando: «¿Y si nadie se ríe de las bromas? O aún peor, ¿y si se ríen cuando no se tienen que reír? Hay tantísimas cosas que podrían salir mal». Entonces, después de que el último actor se presentara, Rob leyó el guion.
—La princesa prometida, de William Goldman… Fundido en negro: un videojuego en una pantalla de ordenador…
Miré a Goldman. Desde ese momento, permaneció sentado en silencio, asimilándolo todo. No había duda de que estaba diseccionando cada palabra pronunciada mientras pasaba las páginas en silencio. Cada cierto tiempo, tomaba el lápiz y anotaba algo en el margen. Me fijé en que lo hizo un par de veces mientras yo leía. Tal vez, solo estaba haciendo algún apunte sobre el diálogo. Desde luego esperaba que esa fuera la razón. Rob también lo hacía, pero, más que nada, se reía mucho.
Debería tomarme un momento antes de continuar para explicar a aquellos que no han visto la película o leído el libro de qué trata el extraordinario cuento de La princesa prometida. Para aquellos que conocéis un poco la historia, o incluso os la sabéis de memoria, podéis saltároslo si lo deseáis. Pero para aquellos que no, por la presente, ofrezco un poco de contexto. Si no queréis que os la destripe, entonces tal vez deberíais ver la película primero antes de continuar o saltaros esta sección.
Así que, después de disculparme sinceramente con el señor Goldman, comenzaré. En la versión cinematográfica de La princesa prometida, el cuento de hadas se narra en el marco de la historia de un abuelo que lee un libro a su nieto enfermo. El libro que el abuelo está leyendo se titula La princesa prometida, y el abuelo promete que está lleno de acción y aventuras. Pero el niño, que se indigna ante el primer «trozo en que se besan», piensa que lo ha engatusado para escuchar una historia de amor. Finalmente, queda cautivado por el cuento y se muere de ganas de saber qué les sucede a Westley y a su amada Buttercup. Las primeras palabras de Westley hacia ella son «Como desees» (que en realidad significan «Te amo»), y dedica toda la película, y varios años de su vida, a cumplir su promesa.
Al temer que un simple mozo de labranza nunca sería capaz de proveer adecuadamente a su amor, Westley se lanza en busca de fortuna con la intención de regresar un día y casarse con Buttercup. Pero, ¡ay!, sus planes se ven trastocados cuando su barco es atacado por el pirata Roberts, quien, como cuenta la leyenda, nunca hace prisioneros. Varios años después, Buttercup, que aún sigue enamorada de Westley y llora su muerte, acepta casarse con el príncipe Humperdinck, el rico e hipócrita heredero al trono de Florin. Y ahí es donde la historia se complica con giros argumentales; traiciones y dobles traiciones que hacen que la compleja Marathon Man