Читать книгу Una pareja de tres - Catherine George - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеCUANDO estuvo segura de que no había nadie en el balcón, Joscelyn Hunter se escondió detrás de una de sus columnas y dejó escapar una sonrisa. Había tenido la sensación de haber reído y conversado amenamente como una perfecta invitada durante horas. Ya estaba bien. Había sido una dura prueba el ir sola a la fiesta aquella noche. Pero con Anna tenía una gran amistad desde hacía años, y no podía faltar a la celebración de su compromiso.
El aire era fresco. Joss tembló y se cubrió los brazos con las manos. Pronto, podría inventar una excusa y marcharse. ¿Dónde? ¿A su piso vacío? Se quedó mirando alrededor, inmersa en sus pensamientos, hasta que una tos a su espalda la alertó de que no estaba sola. Joss se dio la vuelta disgustada y descubrió un hombre alto con una copa en cada mano.
–Te he observado apartarte de la fiesta –el extraño le alcanzó una de las copas–. Algo me sugirió que te apetecería una copa.
No podía dar un bofetón a uno de los invitados de Anna y decirle que se perdiera, así que no tuvo más remedio que agradecérselo de mala gana y aceptar la copa.
–¿Prefieres que te deje sola? –dijo el hombre, después de un largo silencio.
Joss alzó la mirada y lo miró a la cara.
–Tienes tanto derecho a mirar Hyde Park como yo –dijo ella encogiéndose de hombros.
–Tomaré eso como un «no» –el hombre chocó su vaso con el de ella y agregó–: ¿Por qué brindamos?
–¿Por la feliz pareja?
El hombre asintió y brindó, pero apenas probó la copa.
–¿No te gusta el champán? –le preguntó ella con cortesía.
–No. ¿Y a ti?
–Lo odio en secreto.
–Tu secreto está a salvo conmigo –le aseguró él.
Joss se relajó apoyada en la columna, sorprendida por encontrar casi agradable la compañía del extraño. Era preferible a estar a solas consigo misma.
–¿Eres amigo de Hugh?
–No. Soy amigo de un amigo, quien me arrastró hasta aquí.
Ella lo miró de arriba abajo, divertida.
–Eres un poco grande como para que te arrastren. ¿Por qué no querías venir?
–No me gustan las fiestas. Pero mi amigo desaprueba mi vida social. O mi falta de ella –se apoyó cómodamente en la otra parte de la columna–. Me dice que no es bueno tanto trabajo y tan poca diversión en mi vida. Me lo repite monótonamente. Así que cada tanto me rindo y le doy el gusto. No bebas eso si prefieres no hacerlo –agregó.
–He estado bebiendo agua mineral hasta ahora. Tal vez una dosis de champán me levante el ánimo –Joss bebió la copa como si se tratase de una medicina.
El hombre asintió lentamente.
–Ya veo…
Ella lo miró y dijo:
–¿Qué es lo que ves?
–Te he estado observando durante un rato y viendo el lenguaje de tu cuerpo.
Ella alzó la vista y exclamó burlonamente:
–¿Qué dice?
–Que algo no anda bien en tu vida.
–Así que has venido en mi ayuda con la medicina del champán –Joss agitó la cabeza en señal de admiración–. ¿Sueles representar el papel de buen samaritano muy a menudo?
–No. Nunca.
–Y entonces, ¿por qué ahora sí?
Él se apoyó más cerca de ella.
–Por varias razones. Pero sobre todo porque… soy curioso.
–¿Qué te resulta curioso exactamente?
–El estado de ánimo que se esconde detrás de las sonrisas.
–Pensaba que lo había logrado –dijo Joss y desvió la mirada hacia el parque.
–Nadie más se ha dado cuenta.
–Espero que tengas razón. Lo que menos necesita Anna es un espectro en la fiesta.
–¿Anna es amiga tuya?
–Una amiga íntima. Pero esta noche está demasiado eufórica como para darse cuenta de nada.
El desconocido se movió y le rozó el brazo con la manga negra de la chaqueta. Para su sorpresa, Joss descubrió una reacción eléctrica al sentir su tacto, como si de verdad la hubiera tocado.
–¿Vives con Anna? –le preguntó él.
–No.
–Tienes frío –dijo él súbitamente–. Tal vez debieras entrar.
–Todavía no. Pero tú puedes ir, si quieres.
–¿Quieres que entre?
–No, si prefieres quedarte –dijo ella con indiferencia, pero deseó que él quisiera quedarse. En la luz tenue, lo único que podía distinguir era una figura impresionantemente alta, una cara de rasgos pronunciados y un pelo oscuro y espeso. Pero lo que podía ver le gustaba.
–Toma esto –él se quitó la chaqueta y la puso por encima de los hombros de Joss. Ella se sintió envuelta en un masculino perfume, a cítrico y especias–. Si no, pillarás una neumonía con ese vestido.
Joss se rió incómoda por la intimidad del gesto.
–¿No te gusta mi vestido?
–No.
–¿Por qué no?
–Si fueras mi novia, no te dejaría que lo llevases puesto.
–¿De verdad? –exclamó ella.
–No soy conocido por mi tacto. Tú me has hecho una pregunta y yo te la he contestado.
–Es verdad. El vestido ha costado muy caro, en honor a la ocasión. A mí me gusta.
–¡A mí también!
Era un vestido negro, ceñido al cuerpo y largo hasta los tobillos. En el bajo llevaba un encaje, el mismo que llevaba en el escote por encima de sus pechos. Se sostenía por un par de finísimos tirantes y a un lado tenía una abertura hasta las rodillas. Joss se miró; luego, dirigió la mirada a su acompañante con una sonrisa.
–¿Pero no te parece bien que lo lleve?
–No.
–Yo que estaba tan segura de que me quedaba bien… –dijo ella con una burlona cara de tristeza.
–Todos los hombres de la fiesta piensan que estás sensacional –le dijo él.
–Menos tú.
–Sobre todo yo. Pero es un vestido muy ambiguo.
Joss descubrió que se estaba divirtiendo.
–Una palabra muy extraña para describir un vestido.
La risa de él vibró y ella sintió un estremecimiento que le recorrió la columna vertebral.
–Tal vez sea un vestido de fiesta para ti –siguió él–. Pero a mí me recuerda el dormitorio.
–Te aseguro que no es un camisón. Yo no duermo con algo así.
–Lo que me despierta más aún la curiosidad acerca de lo que usas para dormir –dijo él suavemente, lo que hizo que ella se volviera a estremecer.
–No deberíamos estar hablando de esto –dijo ella repentinamente.
–¿Por qué?
–Nos acabamos de conocer.
–Entonces, presentémonos –él le tomó la mano–. Dime tu nombre.
Joss miró sus manos, asombrada del escalofrío que le producía su tacto.
–Mejor dejemos los nombres. No quiero ser yo esta noche. Simplemente… llámame… Eva.
–Entonces yo seré Adán –le dio la mano formalmente–. La fiesta prácticamente ha terminado. Apiádese de un extraño solitario, señorita Eva, y venga a cenar conmigo.
Joss lo miró.
–Creí que habías venido con un amigo.
–Sí, es cierto. Pero a él no le importará –bajó la cabeza para mirarla a los ojos–. ¿Cuál era tu plan original para esta noche?
Joss apartó la mirada.
–Tenía una cita esta noche. Pero se estropeó. Por eso no tenía ánimo de fiesta. Por lo tanto, Adán, no estoy de ánimo para un restaurante.
–Entonces pediré que me manden la comida a la habitación que tengo aquí –sonrió él pícaramente al ver la cara de asombro de ella–. Lo único que te ofrezco, y espero, es una cena, Eva.
–Si acepto una cena en tu habitación, es posible que esperes algo más que eso.
–Te he estado observando bastante tiempo antes de que te escondieras aquí –le recordó él–. Sé que no eres la típica chica frívola con quien pasárselo bien.
–¿Sí? –Joss le dio la chaqueta–. Pero tú tienes una ventaja, Adán. Si me has estado observando antes, evidentemente sabes qué aspecto tengo. Yo ni siquiera te he visto bien la cara.
Él se puso la chaqueta, luego se movió hacia el centro del balcón. La luz de dentro iluminó una cara de rasgos pronunciados, una nariz aguileña, y una boca firmemente apretada. Los huesos de sus mejillas eran altos, los ojos rasgados, una ceja se alzaba hacia su pelo mientras la miraba con curiosidad.
–¿Y?
–De acuerdo, Adán. Me gustaría cenar contigo –dijo ella rápidamente, antes de que pudiera cambiar de opinión–. Pero no en tu habitación.
Él sonrió pícaramente.
–Entonces dime en qué restaurante para que lo arregle.
«Así de simple», pensó Joss. Lo miró con curiosidad. Sin duda a un hombre así no lo rechazaría ningún restaurante, aunque estuviera muy solicitado.
Ella lo pensó un momento, luego lo miró directamente.
–Como te imaginas, no tengo ánimo de fiesta. Pero podemos cenar en mi casa, si quieres.
–¿Sabes cocinar? –preguntó él con la boca torcida.
–Te he ofrecido una cena, no alta cocina –respondió ella.
Él se rió. Luego, se acercó al rincón en sombras donde estaba ella y tomó su mano.
–Acepto gustoso su invitación, señorita Eva.
Nuevamente su tacto le produjo una violenta reacción. Pero ella prefirió ignorarla dado su estado de ánimo.
–Vayámonos entonces –dijo Joss–. Pero no juntos. Tú primero.
Él asintió.
–Permíteme unos minutos para darles las gracias a tus amigos. En veinte minutos, tendré el coche en la entrada principal.
Cuando estuvo sola, Joss se apoyó en el balcón un momento, casi convencida de que había soñado aquel encuentro. Pero una mirada furtiva por las cortinas le mostró a su acompañante rodeado del grupo que estaba con Anna y a Hugh. Era un hombre demasiado alto, seguro y apuesto para ser fruto de su imaginación. Ella esperó hasta que él se marchó. Luego, emergió de su escondite y se unió a Anna y a Hugh.
–Estábamos a punto de enviar un equipo de rescate para encontrarte, Joss –dijo Anna, indignada–. ¿Dónde diablos estabas?
–Disfrutando de la naturaleza desde un discreto balcón –contestó ella.
–¿Sola? –sonrió Hugh, con picardía.
–Por supuesto que no. De todos modos, debo darme marcharme. Me espera una cena. Gracias por esta maravillosa fiesta. Hasta pronto –Joss abrazó a Anna, dio un beso en la mejilla a Hugh, se despidió de todos, y luego fue al aseo a arreglarse. Finalmente, tomó el ascensor hasta la entrada al edificio, donde un hombre con uniforme del hotel la llevó hasta un coche que la esperaba afuera.
–Llegas tarde –le dijo una voz impaciente cuando ella se sentó.
–Lo siento. Me entretuvieron –Joss le dio su dirección de mala gana, deseando que aquello no fuera un error colosal.
–Había empezado a pensar que habías cambiado de opinión –dijo Adán mientras se alejaba con el coche.
No estaba lejos de la verdad.
–Si hubiera sido así, te habría enviado un mensaje.
–¡Ah! ¡Una mujer de principios!
–Intento serlo.
–Lo consigues, Eva.
–Bien. Por cierto, ¿qué pasó con tu amigo?
–Al decirle que iba a cenar con una hermosa mujer, me dio su bendición.
Joss se rió.
–Evidentemente, sois viejos amigos.
–Nos conocemos de toda la vida.
–Como Anna y yo –ella suspiró–. Espero que Hugh la haga feliz.
–¿Hay alguna razón por la que no pueda hacerlo?
–Ninguna que yo conozca. Me gusta mucho Hugh.
–Entonces, ¿no confías en el matrimonio en sí mismo?
–No exactamente. Pero Anna está muy segura de que serán felices toda la vida, y como muchas veces no es así…
–Deja a tu amiga en manos de su enamorado y concéntrate en ti misma, Eva.
–Gracias por el consejo –dijo ella. Y luego habló de cosas sin importancia hasta que llegaron a su moderno apartamento, sorprendentemente en armonía con sus vecinos del victoriano Notting Hill.
Adán aparcó el coche, luego siguió a Joss y entró con ella en el ascensor de su casa.
–Vivo en el sexto piso –dijo ella, un poco incómoda al cerrarse las puertas y verse en un espacio tan pequeño con un extraño.
Adán frunció el ceño.
–No te sientes cómoda con esto, ¿verdad?
–No del todo –admitió ella.
Él se encogió de hombros.
–En ese caso, te acompañaré hasta la puerta y desapareceré en la noche.
Joss sintió remordimientos.
–No. Te he invitado a cenar, y lo cumpliré –lo miró–. ¿Realmente me habrías despedido en la puerta?
–Si hubieras querido, sí. Pero con pesar –él le presionó la mano en un gesto amistoso–. Yo cumplo con mi palabra, Eva.
–Si no hubiera creído eso, no te habría invitado aquí –le dijo ella.
Cuando llegaron al piso, Joss hizo entrar a su acompañante, pasó de largo por la puerta cerrada de su dormitorio y encendió las luces. Luego, lo hizo pasar a un salón con grandes ventanas que daban a unos jardines comunitarios. El salón era grande, con estanterías con libros, y un par de lámparas de bronce apoyadas precariamente en el estante de arriba. Había un solo sofá y un enorme cojín en el suelo.
–Por favor, siéntate –dijo Joss–. No hay problema con la cena, ya que he hecho compra hoy. Pero no sabía que tendría invitados, así que todo lo que puedo ofrecerte de beber es vino tinto, o un whisky.
–Un vino está bien –Adán se sentó en el sofá, y estiró sus interminables piernas–. Si es tinto, debería airearse, así que esperaré a la cena. ¿Puedo ayudarte en algo?
Joss negó con la cabeza.
–No hay sitio para gigantes en mi cocina. Abriré el vino primero, luego haré la cena. No tardará.
Mientras preparaba la cena, Joss pensó que le gustaba el aspecto de su inesperado visitante. No era apuesto exactamente, pero sus facciones, su cabello oscuro y sus ojos azules le resultaban atractivos. También le gustaba ese aire de seguridad que demostraba de forma tan natural.
Joss preparó una ensalada mixta, cortó lonchas de pollo frío, y puso queso en un plato. Sirvió la ensalada en dos platos, los colocó en una bandeja junto a unas servilletas y unas copas, agregó el pan, el queso y el vino, un cuenco de fruta, y volvió al salón.
Su invitado estaba absorto mirando los libros de una estantería. Se dio la vuelta y le sonrió.
–Una gran variedad de literatura –comentó.
–Es mi mayor capricho. Siéntate –sonrió ella a modo de disculpa mientras le servía vino–. Va a ser una cena fría. Te lamentarás de no haber cenado en tu hotel.
–Lo dudo –Adán recibió el plato agradecido–. ¿Qué cena sería mejor que ésta? –alzó la mirada y se la sostuvo–. Gracias, Eva.
–Es un placer –dijo ella. Luego se acurrucó en el cojín del suelo.
Después de haber tenido en perspectiva una noche solitaria, en la que seguramente no se habría molestado en comer siquiera, aquello era sin lugar a dudas algo mejor.
–Para mí sí que es un placer –dijo Adán–. Y un privilegio que jamás hubiera anticipado cuando te vi por primera vez esta noche.
–¿Cuándo fue eso?
–Cuando llegué. Sobresalías entre la gente.
–Porque soy alta. Pero, ¿cómo es posible que me perdiera a alguien de tus dimensiones?
–Llegamos tarde. Y fue tu cabello lo que me llamó la atención, no tu altura. Estabas de espaldas a mí, pero tenías un espejo enfrente. Pude ver ese fino rostro enmarcado en él, y me preguntaba por qué esos ojos no hacían juego con aquella sonrisa. Eso me intrigó: la contradicción.
–Me alegro de no haberlo sabido –dijo Joss con sentimiento–. Ha sido como una especie de cámara indiscreta. Espero haberme comportado bien.
–Por supuesto que sí. Como la perfecta invitada –Adán se sirvió más pan–. Pero yo sabía que no estabas con espíritu festivo. Me sorprendió, y me impresionó, que pudieras fingirlo durante tanto tiempo.
–O sea que me has visto desaparecer –dijo Joss pensativa.
Él asintió.
–En ese momento, me vino la inspiración. En el peor de los casos, me habrías mandado a paseo.
–¿Y en el mejor?
–Podría tener el privilegio de hablar contigo –él hizo una pausa y la miró–. Mi imaginación no ha llegado tan lejos como lo que insinúas.
–¿Te refieres a la ensalada de pollo y al vino?
–Exactamente. Y ahora dime por qué me has invitado aquí esta noche.
Joss le dedicó una mirada de advertencia.
–Ciertamente no para compartir mi cama.
–Creí que ya habíamos descartado ese tema –dijo él impacientemente–. Escucha, Eva, te juro que no me echaré encima de ti en cuanto terminemos de cenar, ni en ningún otro momento. ¿Te queda claro ahora?
Había sido claro y directo, pensó Joss.
–Sí, gracias.
Él la miró detenidamente.
–Evidentemente has tenido malas experiencias en el pasado en este tipo de situación, ¿verdad?
Ella agitó la cabeza negativamente.
–Jamás invito a hombres a cenar aquí –era cierto.
–¿Nunca? –él frunció el ceño.
–Nunca.
–¿Y por qué a mí?
–Porque has estado en el sitio y el momento justo –dijo ella–. Esta noche necesitaba compañía, y tú me has ofrecido la tuya.
Adán se echó hacia adelante, alzando una ceja.
–¿Quieres decir que he estado más cerca que cualquier otro hombre?
–No. Has sido amable. Eso me gustó. Pero lo más importante de todo: eres muy alto.
Él la miró divertido.
–¿La altura es un requisito indispensable?
–No. Pero para mí es importante. Yo soy muy alta, y me encantan los tacones.
Adán se rió y volvió a llenar las copas. Ella le ofreció terminarse el queso y el pan; no tuvo que insistir demasiado para que él lo hiciera. Luego, Joss le ofreció la fruta.
–Toma una fruta de éstas.
–Muy apropiada, Eva –le dijo tomando una manzana roja–. ¿Cambiará mi vida después de probarla?
–Prueba y verás –sonrió Joss. Y volvió a hundirse en su cojín mientras él mordía la fruta.
–Lo siento, pero no tengo postre.
–No puedo pedir más. Incluida la compañía. ¿Te sientes mejor ahora?
–Sí. No he comido bien últimamente.
–No me refería a la comida.
–Lo sé. Y ya que me preguntas, sí, me siento mejor.
–Bien –Adán terminó la comida de su plato y lo puso en la bandeja–. ¿Me permites que lleve esto a la cocina?
–Déjalo. Yo lo haré más tarde.
–Mucho más tarde –la miró firmemente–. No tengo intención de marcharme todavía.
Joss se alegró. No le apetecía quedarse sola.
–He respetado el veto de los nombres, pero, ¿es mucho pedir preguntarte a qué te dedicas? –preguntó él.
Joss no quería decirle que era periodista. Eso era decirle demasiado. Aquella noche sería la romántica, la misteriosa Eva.
–Trabajo… en una publicación.
–¿De ficción?
–No, no es de ficción. ¿Y tú?
–Trabajo en la construcción.
A la mente de Joss acudió una imagen de unos músculos bronceados y un pesado cargamento de ladrillos.
–Evidentemente te pagan bien –dijo ella, mirando su ropa.
–Si te refieres al traje, se trata del que uso para fiestas y funerales. Es mi traje de domingo.
–¿De verdad?
–Absolutamente –él le miró el pelo rubio, los ojos grandes, la nariz respingona. Se detuvo un momento en la curva de su boca, luego siguió hacia abajo hasta llegar al vestido negro–. Tampoco tú has comprado eso en un supermercado.
–Es cierto. Pensé que la fiesta de compromiso de Anna merecía algo especial –sus ojos se nublaron–. Y cuando me lo compré, estaba con otro ánimo.
–¿Se trata de la cita que se malogró?
Joss sonrió.
–En cierto modo.
–Pero hay más.
–¡Oh, sí! –dijo Joss. Sus ojos brillaron con rabia–. Mucho más.
–¿Te ayudaría que me lo contases?
Joss frunció el ceño.
–Es fácil confiar en extraños –señaló él.
–Ya veo. Te cuento mi patética historia, tú me ofreces un hombro donde llorar, luego te sumerges en la noche y jamás volvemos a vernos –ella sonrió–. Ya he visto esa película.
–Prefiero alterar un poco el guión –dijo él sonriendo–. Pero sea lo que sea lo que me cuentes, será estrictamente confidencial.
–¿Como la confesión a un cura?
Adán agitó negativamente la cabeza.
–No serviría para ese papel.
–Tienes razón.
–Pero sé escuchar a la gente –le aseguró él.
–¿Y eres curioso?
–Estoy interesado, ciertamente.
Joss lo miró un momento. Se sentía débil por su necesidad de hablar con alguien. Anna tendría que haber sido la persona que la escuchase, pero eso no había sido posible. Al menos hasta que pasara su compromiso.
–¿Estás seguro de que quieres escuchar?
Adán asintió.
–Quiero saber qué había detrás de una representación tan buena esta noche.
Joss sonrió pícaramente.
–Compartía este piso con mi prometido. Hace escasas semanas me dejó.