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Capítulo 2

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JOSS había hecho un gran esfuerzo por llegar temprano a casa al menos una vez en su vida. Había entrado cargada de bolsas de la compra para la celebración de una cena. Y casi se había caído encima del equipaje que había en el vestíbulo.

Se había quedado mirando estupefacta. En ese momento, Peter Sadler había salido del dormitorio con cara de culpabilidad.

–¡Llegas temprano a casa!

–Y tú no te alegras de verme. ¿Hay algún problema?

–Sí, algo así –Peter le había quitado la bolsa de la compra–. Llevaré esto a la cocina. ¿Quieres un té?

Joss se quedó esperando nerviosa a que Peter llenara la tetera.

–Bueno, ¿cuál es el problema? ¿Y por qué las maletas? ¿Te vas en viaje de negocios?

–No –se había girado para mirarla.

–He dejado el trabajo.

–¿Por qué?

–Me anticipé, antes de que me echaran del trabajo.

–¡Es demasiado precipitado, Peter! Si estabas tan preocupado de que te echasen, ¿por qué no me lo has comentado?

–¿Cuándo? –le dijo él enojado–. Tú no estás nunca aquí.

–¡Eres un exagerado! Compartimos la cama, ¿no te acuerdas? Podrías haberme dado una pista en una de las raras ocasiones en que no te has quedado dormido inmediatamente.

–Sabes que necesito dormir –había dicho Peter, un poco molesto–. Y últimamente no ha habido nada por lo que valiera la pena quedarse despierto. Hace semanas que no hacemos el amor. Siempre has deseado más tu trabajo que a mí.

Joss había sentido que su vida se desintegraba.

–Evidentemente, llevas mucho tiempo planeando esto. He sido ciega para no verlo. Sé que has estado un poco callado últimamente, pero pensaba que era por otras razones.

–¿Por qué otras razones? –había preguntado él, agregando más leña al fuego–. En lo único en lo que podía pensar en los últimos tiempos era en el trabajo del complejo a orillas del río. Por si te interesa saberlo, Athena lo ha rechazado.

Joss lo miró apenada.

–¡Cuánto lo siento! Sé cuánto has trabajado por ello –frunció el ceño–. Pero no es el fin del mundo, ¿no es cierto?

–Del mío, sí, con esta empresa de arquitectos al menos –Peter se encogió de hombros–. Pero da igual. Nunca he querido trabajar en una gran empresa, Joss. Acepté el trabajo porque tú me presionaste. Voy a volver a trabajar con la empresa de mi familia. Que es donde está mi lugar –agregó para redondear el tema. Miró su reloj, luego vio que ella lo estaba mirando y se ruborizó–. No tengo prisa, Joss. Puedo tomar el siguiente tren.

–¡No cambies tus planes por mí! –exclamó Joss con los brazos cruzados–. Debo suponer que lo nuestro ha terminado, ¿no es verdad?

Peter tragó saliva.

–Supongo –dijo.

–¿Lo supones?

–Te he dejado una carta, Joss. En ella te lo explico todo.

–¡Qué considerado! –ella lo miró con desprecio–. O sea que, si hubiera llegado a casa a la hora de siempre, me habría encontrado con los hechos consumados.

–Pensé que sería más fácil de ese modo –murmuró Peter, y le ofreció una taza de té.

Joss la apoyó violentamente en un estante.

–Más fácil para ti, ciertamente, Peter.

–De acuerdo. Más fácil para mí. Mira, Joss, las cosas no están bien entre nosotros desde hace tiempo. Si quieres que te diga la verdad, ya no soy feliz contigo. Eres mayor que yo, más ambiciosa, ganas más dinero, ¡caramba!, ¡hasta más alta que yo! Tú… tú me haces sentir inferior, Joss. Ya no puedo aguantarlo.

–Ya veo –Joss lo miró furiosa–. Así que… ¿eso es todo? El año que pasamos juntos no significa nada para ti, ¿verdad?

–¿Ha sido sólo un año? –dijo Peter con crueldad–. Creí que había sido más tiempo. De todos modos, siento que tenga que terminar de este modo. Es una pena que hayas vuelto a casa antes de que pudiera…

–¿Escapar como un delincuente? –preguntó ella.

–¡No, Joss! Separémonos como amigos… por favor –le imploró y le puso una mano en el brazo.

Ella se lo quitó violentamente. De pronto, no aguantó su contacto.

–Recoge tus cosas y vete, Peter. Es una pena que haya vuelto antes. Podrías haberte marchado impunemente.

–Entonces, ¿por qué viniste temprano? –dijo él, ofendido.

–Simplemente, me apeteció. Adiós, Peter.

Él se acercó a ella, con los brazos extendidos, pero se echó atrás al ver la expresión en el rostro de Joss.

–Adiós, Joss. Yo… Hubiera querido que las cosas fueran de otro modo. Si hubiera conseguido el trabajo de Athena…

–Yo habría seguido siendo mayor que tú… y más alta –ella torció la boca–. Nunca me hubiera imaginado que eso podía ser tan importante.

–Al principio no lo fue.

Joss lo miró fijamente y dijo:

–Peter, dime la verdad. Creo que me merezco eso por lo menos.

Él frunció el ceño.

–Te he dicho la verdad. ¡Maldita sea! Incluso he pensado que me había pasado al decírtelo. No había tenido intención de sacar a relucir lo de tu edad, la altura y todo eso…

Joss lo miró impacientemente.

–Eso no tiene importancia. Simplemente dime si hay otra persona.

–¿Otra mujer? ¡Oh, Dios santo! ¡No! –exclamó Peter con candor–. Tú siempre has sido más mujer de lo que yo he sido capaz de manejar, Joss. Jamás he tenido tiempo, ni energía, para nadie más.

Joss miró a Adán, agradecida a la expresión de disgusto en sus ojos.

–Aquél fue el último día que lo vi. Hice una escena terrible, le tiré el anillo y lo eché con sus maletas. Luego, llamé a una empresa de mudanzas y arreglé para que le enviaran el resto de sus pertenencias a sus padres –torció la boca–. Es el motivo por el que no tengo demasiadas comodidades en mi casa. Todos los muebles eran de Peter, pero me quedé con el sofá y la cama hasta… Hasta que compre otros.

Adán la miró extrañado.

–¿Y has mantenido todo esto en secreto?

–Sí. Nadie lo sabe aún, excepto tú.

–¿Ni siquiera tus padres?.

–Ya no tengo padres. Y no era justo que estropeara la felicidad de Anna en este día. Le he dicho que Peter estaba de viaje, haciendo un curso, y que no podía venir. Ella vive en Warwickshire, así que fue fácil ocultárselo.

–No me extraña que no estuvieras de humor para fiestas –dijo él secamente.

–Ha sido un verdadero esfuerzo sonreír para mí. Por eso me fui a ese balcón.

–En esas circunstancias, me sorprende que hayas podido ser tan cortés conmigo cuando te encontré.

Joss sonrió.

–Mi primera reacción fue quejarme y mandarte al diablo. Pero después de un rato, me alegré de tu compañía. Me sirvió para no seguir compadeciéndome. Ha sido muy galante por tu parte venir a rescatarme.

Adán agitó la cabeza.

–No soy un caballero que viene a salvar a la dama, Eva. Si la dama en apuros hubiera sido menos guapa, habría sentido la misma comprensión por ella, pero dudo que hubiera hecho algo al respecto.

–¡Un hombre sincero!

–Intento serlo. Te observé desde que llegué. Vi cuando te separaste del resto, tomé dos copas de champán y te seguí.

–¿Qué habrías hecho si un esposo vengativo hubiera seguido tus pasos?

–Me habría batido en retirada. No me gusta intervenir donde hay maridos, sean vengativos o no. Prefiero que mis mujeres no estén comprometidas.

–¿Tus mujeres?

–Es un modo de hablar.

–Por cierto, ¿eres un hombre sin compromiso?

–Sí. Si no, no habría ocurrido esto.

–¿Te apetece un café?

–¿Es una forma amable de decirme que me tengo que marchar? –preguntó él.

–No, si te apetece quedarte un rato.

–Sabes que sí. Y no quiero más café –dijo él deliberadamente–. ¿Puedo decirte qué quiero?

–No… por favor. Antes de que Peter y yo empezáramos a vivir juntos, habíamos pasado mucho tiempo saliendo juntos. No tengo práctica en este tipo de cosas.

–¿Qué tipo de cosa crees que es ésta?

–¿Y qué piensas tú?

–Un sencillo deseo de conocerte. ¿Qué piensas tú?

Joss se quedó pensando.

–Te he invitado a cenar porque estaba deprimida y enfadada. Y tú habías sido amable conmigo y…

–Era bastante más alto que tú –dijo él.

Joss se rió. De pronto se sintió más relajada.

–¡Eres más alto que la mayoría de la gente!

–Nunca me he alegrado más de serlo que en esta ocasión. Así que, misteriosa Eva, ven, siéntate a mi lado y tómame la mano.

–¡Ah! Pero si te doy mi mano, ¿no querrás más luego?

–Sí. Soy un hombre normal. Pero, en lo concerniente a las mujeres, no suelo tomar lo que no me ofrecen. Sólo acepto lo que me dan.

–En ese caso… –Joss se movió de su cojín para sentarse al lado de él. Debido al tamaño de Adán, apenas le quedó sitio para acomodarse.

–No queda sitio casi…

Adán le hizo sitio levemente y le tomó la mano.

–Tenías razón. Tu mano no es suficiente. Vuelve a tu cojín.

–¿Qué más tienes en mente? –le preguntó Joss.

Como respuesta Adán la rodeó con su brazo.

–Sólo esto.

Ella apoyó su cabeza en el hombro de Adán. Era extraño sentirse pequeña y frágil al lado de un hombre. Se apoyó en él. Allí se sintió segura y a salvo. Aquella calidez entibiaba su rabia y el daño que le había hecho Peter con su marcha.

–¿Por qué suspiras? –preguntó él.

–Estaba pensando en lo extraño que es sentirse así con un hombre que he conocido hace unas horas.

–Pero ya no tienes miedo de mí –comentó.

–No te tenía miedo.

–¿Estabas nerviosa, entonces?

–Sí –sonrió ella.

–¿Estás nerviosa ahora?

–No.

–Entonces, ¿cómo te sientes?

–Cómoda.

Él se rió.

–No es muy halagüeño.

–Es lo más parecido a un cumplido que puedo decirte esta noche.

Él alzó la mano de Joss y le dio un beso.

–Si te sirve de consuelo, pienso que tu prometido es un auténtico idiota. Pero se lo agradezco.

–¿Por qué?

–Si él no se hubiera marchado, yo no estaría aquí.

–Cierto –Joss bostezó de repente–. Lo siento. Últimamente no he dormido mucho.

Adán le acarició la cabeza y le dijo al oído:

–Relájate.

Joss cerró los ojos, y se acurrucó contra él.

Se despertó de una breve siesta en brazos de Adán, camino del dormitorio. Él se agachó levemente para abrir la puerta, y entonces la dejó en la cama y se quedó mirándola.

–Buenas noches, Eva –susurró, y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

Joss movió la cabeza deliberadamente, de manera que el beso fuera a dar directamente en su boca, y de pronto sintió nuevamente la abrumadora necesidad de sentirse bien, normal, deseable.

–No me dejes. Sólo por esta noche, ¿de acuerdo? Por favor… –dijo ella con voz trémula.

Notó que él cerraba los ojos, apretaba los puños un instante y luego exhalaba profundamente el aire. Se sentó en la cama, la puso en su regazo y apoyó su frente en la de ella.

–Esto no estaba en los planes, Eva.

–¿No me deseas? –preguntó ella desolada.

–¡Sabes muy bien que sí! –se quejó él.

–Entonces, demuéstramelo.

Él la abrazó y le dio suaves besos en las comisuras de los labios, pero aquel contacto encendió un calor entre ellos que hizo que los besos se hicieran más apasionados, demostrándole cuánto la deseaba. Ella lo besó también, deleitándose en el deseo que expresaba el cuerpo de Adán mientras la apretaba contra sí.

Los besos se hicieron más salvajes, con la boca más abierta, las lenguas juguetonas. Él buscó los pechos erguidos y los acarició. Adán tenía la respiración agitada. Se quitó la chaqueta y se aflojó la corbata. Joss hundió su cara en su pecho viril y desabrochó con sus dedos los botones de la camisa en busca de su cálida piel. Se acaloró cuando lo notó duro y listo debajo de sus piernas. Entonces, él la puso en pie y Joss dio un paso atrás, mirándolo en la penumbra. Ella se bajó el vestido lentamente, emergió de la laguna de encajes y seda, y se agachó para desabrocharse el liguero negro. Adán la estrechó en sus brazos y la besó apasionadamente mientras se deshacía de la ropa que les quedaba. Finalmente, la levantó en brazos mientras fijaba sus ardientes ojos en ella. Joss se estremeció de excitación, y escondió su cara roja en el cuello de Adán. Entonces, él la dejó en la cama.

–¿Estás segura? –le preguntó él un momento antes de que fuera tarde.

Joss asintió vehementemente y extendió los brazos tirando de él. Adán se echó al lado de ella y la abrazó, acariciándole la espalda. Sus corazones latían al unísono. Joss hizo un sonido de protesta cuando él la apartó un poco, y luego gimió de placer cuando empezó a besar todo su cuerpo. Las caricias suaves y controladas empezaron a enviar un fuego a cada una de sus terminaciones nerviosas de Joss hasta que se sintió en tal estado de excitación, que él abandonó el control y la volvió loca de placer. Ella respondió acariciando su pecho musculoso, sus anchos hombros. Él se alzó con sus manos. Hizo una pregunta breve, urgente, y ella agitó la cabeza salvajemente. Finalmente, el cuerpo de Adán tomó posesión del de ella con un empuje de puro placer. Ella gimió, sobrecogida por aquel furioso y rítmico placer que aumentaba sin parar. Hasta que la intensidad llegó su punto máximo y estallaron de goce.

–¿Qué tiene que decir uno en una circunstancia como ésta? –preguntó ella luego.

–¿Qué dices tú habitualmente?

–Buenas noches, supongo.

Él alzó la cabeza para mirarla a los ojos.

–¿Es eso lo que quieres que diga?

–No –ella bajó los ojos–. A no ser que quieras irte.

Él la besó profundamente.

–No, no quiero irme. Quiero quedarme aquí, estrechándote en mis brazos toda la noche, y tal vez pellizcándome cada tanto para convencerme de que esto es real.

–Yo siento lo mismo. Estoy en estado de shock también.

–¿En estado de shock por lo que hemos hecho?

–No.

–¿Entonces por qué?

–Por haberte rogado prácticamente que me hicieras el amor. No lo he hecho jamás.

–Estoy segura de que no lo has hecho –él se rió.

–¡Me alegro de que te resulte gracioso!

–Extraordinario, no gracioso –le dijo con voz ronca–. Si no me hubieras rogado que te hiciera el amor, tal vez hubiera tenido la valentía de besarte, decirte «buenas noches» y marcharme. Pero sinceramente lo dudo. Te he deseado desde el mismo momento en que te vi en el espejo.

–¿Me lo dices para hacerme sentir mejor?

Adán sonrió y la miró a los ojos.

–No. Es la verdad.

Joss suspiró satisfecha y luego sonrió. Él se agachó para besarla. Cuando ella pudo hablar por fin, dijo:

–Has conseguido algo maravilloso esta noche.

–¡No lo sabía!

–No me refiero a eso. Bueno, a eso también, porque ha sido maravilloso. Pero el modo en que me has hecho el amor, ha sanado mi pobre y maltrecho ego.

–¿De qué manera?

–Fue como si yo fuera una comida y tú un hombre hambriento –Joss se sonrojó en la oscuridad.

Él se rió y le acarició las caderas.

–Ha habido algo de eso. Para mí toda la noche ha sido un maravilloso juego preliminar. Antes de haber podido besarte, de haber podido acariciar tus pechos, no pensaba más que en esto.

Adán la acarició con tanto deseo, que los dos volvieron a entregarse a la pasión, perdiendo el aliento en el camino del placer hacia el éxtasis.

Una pareja de tres

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