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1 ESTÁNDAR O IMPREVISTO

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NO PODER HABLAR ES HUMANO

A menudo, las familias que consultan a profesionales por indicios en sus hijos de lo que se ha venido en llamar «trastorno del espectro autista» (TEA) se encuentran muy confundidas y desconcertadas por las grandes diferencias en las propuestas existentes sobre el diagnóstico y el tratamiento. Es lógico. En la actualidad hay diferentes saberes —teóricos, prácticos— que muestran autoridad para diagnosticar, explicar, tratar, educar o terapeutizar el TEA. Y, efectivamente, hay grandes contradicciones entre ellos. Es una situación inevitable: la unanimidad es imposible.

Eso no obsta para que podamos desplegarnos un poco y explicar a los lectores cuál es nuestra opción, que es elegir un tratamiento orientado por el psicoanálisis y no las terapias cognitivo conductuales (TCC), de base biologista, como modo de entender y tratar el autismo.

En primer lugar, hay que ampliar el espectro. Porque lo que está en juego no es cómo entendemos y tratamos el autismo, sino cómo entendemos y tratamos lo humano. Porque vemos que, para el psicoanálisis y para las TCC, lo esencial, lo más importante, son cosas diferentes. Para el psicoanálisis, lo cognitivo, el pensamiento, no es lo esencial en la subjetividad. Constituye un aspecto parcial de lo psíquico.

Para aproximarnos a lo específicamente humano desde el punto de vista psicoanalítico diremos, aunque parezca extraño, que hay algo en cada uno de nosotros mismos que cada uno no puede pensar ni decir.

El lenguaje, que parece tan a nuestro alcance, a veces es insuficiente para pensar o expresar algunas cosas. Cosas importantes, que nos tocan.

Y eso es tan general, y tan poco exclusivo del autismo, que la primera investigación psicoanalítica sobre dificultades con la expresión verbal no fue sobre autismo. Freud1 estudió magistralmente el olvido temporal de nombres propios como fenómeno cotidiano. Y descubrió algo sin precedentes que atañe al mismo punto al que nos estamos aproximando sobre la especificidad de lo humano: la relación del ser humano con el lenguaje no es meramente natural, instrumental, como se pensaría desde una perspectiva adaptativa o darwinista. La perspectiva adaptativa supondría una finalidad de nuestra existencia —la adaptación al medio para sobrevivir como especie— y el lenguaje estaría allí, como un instrumento a nuestro servicio para comunicar pensamientos nuestros que conoceríamos bien, o para preguntar las cosas que desconocemos a los que sí las saben y nos las podrían enseñar.

Pero no siempre sabemos lo que queremos decir, ni siempre lo decimos... Y también en las respuestas de los otros siempre falta algo que tal vez sería lo que resolvería nuestra duda. Sucede también, en ocasiones, que es en nuestro propio discurso donde, de golpe, falta una palabra que, inexplicablemente, no conseguimos recordar.

Por otro lado, para nuestro tema es importante tener en cuenta otra perspectiva sobre el lenguaje: las palabras pueden alegrarnos, entristecernos, consolarnos, sorprendernos, asustarnos, dejarnos indiferentes... Es decir, las palabras nos impactan, pueden golpearnos. Algunas se quedan, adheridas, no se van.

RECHAZAR PENSAR

Lo que Freud descubre en su investigación sobre la psicopatología de la vida cotidiana es que esas palabras que le faltan temporalmente al hablante son palabras rechazadas, activamente rechazadas, porque tienen que ver, siempre, en último término, con la sexualidad o con la muerte. Estas constituyen aquello que el ser hablante no quiere pensar, rechaza pensar. Hay algo impensable e indecible para cada uno sobre su propia sexualidad y su propia muerte, lo cual no es trivial. Si es impensable es porque es insoportable. Pero eso que rechazamos, siempre vuelve de maneras diversas. Es insoportable, pero no podemos deshacernos de ello. Una forma de retorno2 es ese olvido, que se convierte así en un modo especial e intenso de recuerdo, aunque no se pueda reconocer como tal.3

Aproximarnos a la problemática del lenguaje desde el psicoanálisis supone alejarnos de cualquier perspectiva naturalista en la que el lenguaje, el psiquismo, la sexualidad, simplemente se desarrollarían, madurarían. Lejos de eso, en el ser hablante el proceso se revela como extremadamente delicado, donde diferentes elementos en un principio separados (el cuerpo, el lenguaje) van uniéndose, separándose y, así, constituyéndose como tales en la subjetividad del ser hablante, generando nuevas realidades.

Es un proceso en el que muchos de esos momentos, si uno está lo bastante cerca y atento, se pueden situar con mucha precisión. A partir del próximo capítulo podremos, por ejemplo, seguir el cambio fructífero que se produjo en el mundo de un niño autista de veintidós meses, con ocasión de una palabra.

SENTIR DECIR

El proceso tiene que ver con un concepto que nombra, por decirlo de algún modo, la fuerza que nos mueve.

La primera expresión que utilizó Freud4 para empezar a elaborar lo que luego llamó «pulsión» fue «carga» o «catexia». Ocurría que algunas palabras que le faltaban al paciente que narraba su propia historia podían hallarse siguiendo de un modo muy especial los síntomas por los que había consultado. Podemos tomar como ejemplo el caso de una mujer que sufría una neuralgia facial sin explicación de base orgánica. En el tratamiento con Freud, explicó que, tiempo atrás, en el contexto de una discusión con su marido, este le había dicho una frase ofensiva, a lo que añadió, ella misma sorprendida: «Fue como si me hubiera dado una bofetada».5

Este «sentir» una palabra en el cuerpo es muy importante. Es una sensación, y la concebimos como satisfacción, teniendo en cuenta que el ser hablante puede vivir como placentera y displacentera una misma situación en el mismo momento.

El ejemplo más claro es, tal vez, el de la persona adicta a una droga, que quiere dejar de consumirla y no puede. Siente el placer y el displacer en el mismo acto, quiere y rechaza lo mismo. De modo que no entenderemos «satisfacción» necesariamente como «placer». Puede ser un placer que incluya el displacer. Más tarde, el psicoanalista francés Jacques Lacan lo denominó «goce».6 Por ahora, entenderemos la satisfacción vivida en el cuerpo como algo que puede ser al mismo tiempo placentero y displacentero. Esto que se siente es esencial en el proceso de constitución del ser hablante como sujeto, tomando como eje la cuestión de la elección.

Es un proceso en el que, apoyado en sus interlocutores primordiales, fraguarán para él las palabras fundamentales. Pero no se trata solo de palabras y personas. Se trata de cómo va a quedar unido o separado, o de cómo va a poder unirse y separarse cada uno, precisamente, de las palabras, los objetos, las personas..., del mundo. Es un proceso complejo, en el que cada uno de estos aspectos no es independiente. Lo que ocurre en un campo tiene consecuencias en el otro. A lo largo de los próximos capítulos nos dedicaremos a estudiarlo desde diversas perspectivas.

ELEGIR NUESTRO MODO DE SER

Desde las TCC se afirma que el TEA tiene causas genéticas.7 Para el psicoanálisis no es así. Precisamente, lo específicamente humano es que nuestro modo de ser no está determinado ni por la genética ni por el instinto. Nuestro modo de ser, cada uno, se va construyendo en un proceso que dura toda la vida, aunque en la primera infancia ya se constituye lo esencial.

En los seres humanos, la predeterminación genética solo puede encontrarse en aquello que concierne a lo orgánico y a sus efectos, pero no en la subjetividad. En la subjetividad hay elección, y esta es muy temprana: de ahí el enorme valor de la atención precoz.8 Pero no se puede elegir cualquier cosa. Estamos tal vez habituados a una idea de elección muy impregnada por el consumo capitalista, donde parece que se pudiera ir al centro comercial y comprar todo lo que nos puede satisfacer.

Hay varias cuestiones importantes para aproximarnos al tipo de elección en juego. En otro gran texto, Freud,9 precisamente, estudia cómo algunas zonas corporales —la boca, la zona anal— serán zonas especiales del cuerpo del bebé, fuentes de excitación, de localización de la libido —otro nombre de la energía psíquica, que tiene que ver con la sexualidad—, ligadas de algún modo tanto al cuerpo como a las palabras de sus cuidadores.

Fue Lacan quien, en su primera época, remarcó la importancia del lenguaje en este proceso.10 Esto ocurre en el marco de las oportunidades de encuentro de un cuerpo y otro, el del bebé y el de la persona que lo cuida —a través de la voz, la piel, las miradas, la alimentación, la higiene— que van marcando el cuerpo del sujeto, construyéndolo, en realidad; haciendo de ese cuerpo el cuerpo de ese bebé, único.11

En los últimos años, la conceptualización en psicoanálisis ha dado giros muy importantes, gracias a los cursos de Jacques-Alain Miller12 quien, desplegando la última enseñanza de Lacan, está realizando una reelaboración de gran trascendencia.

Si bien Freud introdujo y conservó el término «elección», es en el contexto de la última enseñanza de Lacan donde encontramos el concepto elaborado y puesto en relación con otras grandes cuestiones del edificio psicoanalítico, lo que nos permite desbrozar el tipo de elección que hay en juego en este momento precoz y crucial de la vida subjetiva.

Hay varios registros para analizar la apropiación del cuerpo por parte del sujeto. El tipo de apropiación al que nos referimos ahora es aquel en el que, habiendo sentido algo en el cuerpo, el sujeto es capaz de aceptarlo y vivirlo como propio. Como venimos viendo respecto a todo lo humano, esta apropiación no se da de forma natural, simplemente madurativa. En atención precoz vemos a menudo a niños insensibles al dolor físico, por ejemplo, de modo que cuando se dan un golpe que les daña visiblemente la piel no se dan cuenta, o no perciben su debilidad o cansancio cuando tienen fiebre. Por lo demás, esto está descrito en la literatura psiquiátrica para algunos casos de psicosis.

HACER. FRAGMENTO CLÍNICO

Volviendo a la cuestión de elegir apropiarse: en realidad, a lo largo de un período prolongado, la actividad psíquica de la cría humana consiste básicamente en aceptar como propios y rechazar como ajenos diferentes aspectos de su experiencia, en un mundo que al mismo tiempo va construyendo.

Es muy importante saber que el mundo «exterior» y el «interior» en condiciones normales no quedan separados de forma tajante. Hay zonas comunes. Y hay zonas muy difíciles de situar. Citaremos, por ejemplo, los bordes: bordes de orificios corporales que biológicamente conectan el «interior» con el «exterior», sirviendo para incorporar o desechar. El texto en el que Freud elabora este importantísimo hallazgo, de enorme valor y vigencia para la clínica y para el día a día con los niños que han sufrido alteraciones en este proceso, se titula La negación.13

Estos momentos de elección no son momentos deliberativos. No se piensa; se hace. Uno mismo encuentra que ya lo ha hecho; se siente involucrado, ha dicho que sí o que no. Es un acto. El acto transforma al sujeto. No hay vuelta atrás. Ha ocurrido y tendrá consecuencias.

Para desplegar esta cuestión expondré, brevemente, un fragmento clínico:

Es un niño de dos años y medio. Habla mucho, con voz alta, aguda y despersonalizada. Su mirada es huidiza. De sus padres y familia extensa, menciona siempre el coche que posee cada uno. Se nombra a sí mismo en tercera persona, por su nombre. Es asustadizo. Los ruidos, especialmente en la oscuridad, como en el aparcamiento de su casa, lo sobresaltan.

En las sesiones juega con coches en un aparcamiento con recorridos interiores, rampas móviles, ascensores. A menudo se oyen ruidos provenientes del exterior del despacho, próximo a la sala de espera. Él se sobresalta. Entonces, abro la puerta, me asomo y pregunto jugando, sin hacerme oír realmente por la gente de la sala: «¿Quién ha hecho ese ruido?». Luego cierro la puerta y le digo a él: «Ha sido un nene», y voy variando de respuesta cuando vuelve a ocurrir. Cada vez más, la secuencia se va convirtiendo en un juego y él espera mi participación. Se percibe claramente una satisfacción lúdica en ello.

Un día, al escapársele una de las rampas interiores del aparcamiento y golpear esta un coche metálico, con el aparcamiento convertido en caja de resonancia, el ruido se amplifica produciendo un estrépito. Su sobresalto es mayúsculo. Su mirada se pierde, perpleja, unos instantes, tras los cuales dice, sin dar lugar a mi participación: «He sido yo». Su voz al decirlo no tiene el tono agudo, monótono, que usa normalmente. Esta vez es una voz grave y poco articulada. Da la sensación de que la voz, como viento, ha salido de su cuerpo.

Momentos como este son muy delicados en el autismo. Una frase así, en este caso, tiene una gran carga subjetiva.14 Vemos que él ha evitado hasta entonces nombrarse en primera persona, lo que testimonia su gran dificultad para reconocerse en lo que dice. Es, por eso, un momento de riesgo. Él podría simplemente haber retrocedido y volver a las marcas de los coches. Pero es lo que llamamos un momento constituyente. Por eso decimos que son momentos delicados. Hay un riesgo, pero al mismo tiempo constituyen una oportunidad preciosa. Él hace algo. Por lo tanto, no estamos en la dimensión del pensamiento sino del acto. Da un paso con el que atraviesa algo que nunca había atravesado.

El «He sido yo» vale para el ruido que se le escapa de las manos, pero especialmente para el ruido que se le escapa por la boca, y que él elige reconocer como su voz, su palabra. Se reconoce en esa voz, en esa frase. Así se constituye, en ese instante, él mismo. Antes de eso, de algún modo él no estaba allí.

Decimos, pues, que el tiempo verbal, para el sujeto del que hablamos en psicoanálisis, es siempre el pasado. Porque no podíamos prever que eso ocurriera. Ocurrió y podría no haber ocurrido. Ese es el enorme valor de este pequeño gran acontecimiento.

Las cosas cambian desde entonces para este niño. Inmediatamente después, durante un tiempo, narra de manera reiterada, dirigiéndose a interlocutores adultos, que algo lo ha hecho él. Con esa reiteración está haciendo suya una satisfacción elegida, que suma a la satisfacción de compartirla, de querer que los otros le reconozcan ese logro. Es muy importante que pueda permitirse desear ese reconocimiento, que lo acerca a los demás de un modo muy diferente al hecho de clasificarlos por sus coches.

Nos aproximamos, pues, un poco, a la diferencia de consideración que el psicoanálisis y las TCC tienen por los procesos constitutivos del sujeto y por el pensamiento. Estas diferencias son tan importantes que están plagadas de consecuencias. No vamos a dedicar el libro a compararlas. Pero hay otras cuestiones que comentaremos, al tiempo que vamos entrando en materia.

ESTÁNDAR O IMPREVISTO

Las TCC preconizan y utilizan, para el diagnóstico de TEA, escalas y manuales con entrevistas pautadas, pruebas deliberadamente estandarizadas para así evitar el juicio clínico, al que desechan por no ser objetivable. Su aspiración es que un día no sean necesarias ni siquiera las entrevistas o escalas, y que baste con marcadores biológicos que se obtengan con una muestra de sangre.15

Vemos, así, cómo la clínica se degrada. El afán pseudocientífico16 pretende una clínica y técnicas terapéuticas puras, de manera que, manual en mano, haya vía directa al diagnóstico, pasando por encima del clínico... y del sujeto. No hay lugar para ninguno de los dos en el cuadro. No solo se pretende despojar a la clínica de teoría y subjetividad, sino también de los matices que fueron enriqueciendo las descripciones y evidenciando sus contradicciones, desde que grandes psiquiatras europeos del siglo pasado y del anterior construyeron la nosología psiquiátrica, descubriendo las constantes en las que el padecimiento subjetivo se organiza.17

La clínica estandarizada crea la ilusión de eficacia y seguridad, y deja al clínico en una posición de mero burócrata que aplica un formulario. Su propio saber, y en especial su propio no saber, no se pone en juego. Tampoco su juicio. En esta estandarización las cosas transcurren tranquilamente según lo previsto: se leen las preguntas ya escritas en el test, se apuntan las respuestas, luego se suman los puntos y se obtiene el diagnóstico, que se comunica a la familia, a la que se le propone el tratamiento ya previsto. El sujeto se queda solo con su padecimiento.

Desde nuestra perspectiva, en cambio, en cada tratamiento hay algo de descubrimiento, de sorpresa, algo inesperado; no previsto por el saber ya constituido, e imposible de prever. Y eso que ocurre de manera sorpresiva constituye la palanca del tratamiento. En el caso del que hemos comentado un pequeño fragmento, se puede observar que ocurre así. Ni apuntábamos a que eso ocurriera ni lo esperábamos. Se había iniciado una relación terapéutica, en la que los sustos —importantes para ese niño— pudieron empezar a tratarse de un modo nuevo para él. Él había consentido en que esos sobresaltos entraran en un juego con un interlocutor, modificándolos así y obteniendo cierta pacificación. En el marco de esa relación y del nuevo lugar que ocupan para él los ruidos repentinos, ocurre ese imprevisto. Él ya tiene otras herramientas para tratarlo pero, sobre todo, decide usarlas y reconocerse allí.

Por otro lado, haremos hincapié en que, a diferencia de la posición de burócrata en las TCC, el psicoanalista, o el terapeuta que aplica el psicoanálisis, está en otra posición. A propósito de esto, comentaremos un caso muy especial.

En una clase de su Seminario,18 Lacan había cedido la palabra a la hoy célebre Rosine Lefort, para que narrara el tratamiento de un niño, al que ella llamó Roberto.19

Rosine y Robert Lefort fueron psicoanalistas en Francia y dedicaron toda su vida profesional al estudio y tratamiento de niños; con especial entrega a las psicosis infantiles y el autismo.

FRAGMENTO CLÍNICO: EL CASO ROBERTO

Roberto es un niño de tres años y nueve meses cuando empieza el tratamiento en la institución donde estaba ingresado por abandono. Ha estado al cargo de su madre, diagnosticada de paranoia, que vivía con intermitencias en la calle y en instituciones hospitalarias, hasta que es abandonado legalmente a los once meses. Desde entonces hasta los tres años, pasa por numerosos cambios de residencia, hospitales...

Ha sufrido experiencias extremas de abandono, inanición, con graves problemas orgánicos que requieren intervenciones en extremo cruentas y dolorosas.

Su desarrollo, en todos los aspectos —orgánico, cognitivo, psicoafectivo, motriz—, está gravemente afectado, es caótico. Roberto tiene tendencias autodestructivas muy acentuadas, y es necesaria la posición de Rosine Lefort, orientada por la enseñanza de Jacques Lacan y alentada por él en una época en que nadie trata a niños autistas, para que el niño la vaya aceptando, en un mar de contradicciones, avances y retrocesos. A lo largo de un año, siguiendo el tratamiento con la señora Lefort, conquista de forma asombrosa numerosos hitos con relación a todos y cada uno de los ítems de cualquier escala de desarrollo, lo que aporta una enseñanza valiosísima una y otra vez.

En un momento relativamente avanzado del tratamiento, ocurre lo siguiente, según narra Rosine Lefort:

«Roberto, desnudo frente a mí, recoge con sus dos manos unidas agua, la eleva a la altura de sus hombros y la hace correr a lo largo de su cuerpo. Lo repite de este modo varias veces, y me dice entonces, muy bajito: “Roberto, Roberto”».20

Lacan, al respecto, dirá:

Comienza luego esa elaboración extraordinaria que culmina con el conmovedor autobautismo, cuando pronuncia su propio nombre. Palpamos aquí en su forma más reducida la relación fundamental del hombre con el lenguaje. Es extraordinariamente conmovedor.21

Lacan reitera «extraordinario» y «conmovedor», como si lo enfático de esos calificativos no alcanzara a tocar la enormidad de aquello de lo que se trata.

En efecto, el bucle entre lo singular y lo universal se da en cada cura de cualquier sujeto. Pero los sujetos autistas, así como los afectados por otros trastornos afines de edades muy tempranas, hacen presente en la cura la encrucijada ante la cual cada uno de los seres que componen la humanidad se habrá encontrado: contarse o no entre los demás, incluirse o no en el lenguaje común, apropiarse a su modo de él, instrumentalizarlo, o estar a su merced.

Hoy es importante enfatizar esto. La dignidad del sujeto autista está amenazada por las TCC, que no tienen en cuenta activamente la grandeza de lo que hay en juego en la cura. Y también lo está la dignidad humana en general.

En el encuentro del practicante del psicoanálisis con el sujeto autista, como en toda experiencia humana, las cosas no están predefinidas. No se sabe qué ocurrirá. No hay test, ni manuales, ni garantías.

Asumimos el compromiso de un tiempo de oferta, sabedores de que quien pide ser acompañado en un trayecto orientado por el psicoanálisis, sea cual sea su diagnóstico, está atrapado en un modo de satisfacción que él mismo desconoce y que desearía cambiar. Asumimos así exponernos a la conmoción, contando con nuestro deseo como impureza que fecunda el proceso.

Construyendo mundos

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