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Capítulo 2 Autoestima

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Resulta obvio que en algún momento necesitamos entender de qué se trata la vida realmente y al ir creando nuestra propia realidad vamos descubriendo cosas positivas o negativas, que cada uno en forma personal las analizará a su manera... o no... según lo crea conveniente.

Los motoviajeros sabemos que en viajes largos, cuando la cinta asfáltica es nuestro destino, sin importar demasiado dónde lleguemos, el casco es un excelente psicólogo y en esas largas jornadas de ruta que tanto disfrutamos, no solo cantamos o silbamos o escuchamos música, sino que también tenemos largas charlas con nosotros mismos, con nuestro interior, nuestros sueños, proyectos, decepciones, fracasos. “Con nuestros sentimientos”.

Y cuántas veces, ante alguna circunstancia adversa, nos preguntamos: ¿qué estoy haciendo acá?, ¿por qué tomé este camino si sabía que podía suceder tal cosa?, ¿será que debo seguir así o debería retomar por otra ruta?

Y sobre la base de eso vamos intentando disfrutar de los kilómetros lo máximo posible, armando nuestro itinerario a medida que el viaje se va desarrollando.

Caramba... ¡qué coincidencia con el viaje de la vida!... en el cual a veces podemos acelerar fuerte y disfrutar del “viento en la cara” y otras veces debemos de poner el pie en el freno y adaptarnos a reglas de tránsito que no nos gustan.

El equilibrio justo es personal, pero entendemos que no hay vida ni viaje perfecto. Buenas y malas se van a ir sucediendo y ambas son importantes.

Hay situaciones desagradables que en nada nos favorece ignorarlas y mucho menos negarlas.

No nos sentimos mejor mintiéndonos y tampoco las superamos más fácil.

Si estamos contentos lo disfrutamos y si estamos tristes intentamos salir de esa situación lo antes posible, pero en ningún caso negamos la realidad.

No es fácil llevarlo a la práctica, ni siquiera sabemos si es bueno intentarlo. Solo vivimos y seguimos nuestro viaje.

Bendito casco... si hablara... seguramente podría contar cómo vibran nuestros sentidos durante el “viaje”.

Es evidente que todos nuestros sentidos están conectados, no solo a nuestra mente, sino también a nuestro corazón. De hecho sentidos y sentimientos son familiares en el diccionario, por ende no solo deberíamos hablar, mirar, escuchar, etc., desde nuestro raciocinio, sino que también, en oportunidades, deberíamos hacerlo desde nuestro corazón, ¿o acaso no debería ser en forma proporcionada en el cien por ciento del tiempo?... mmm… qué duda.

Proporcionalmente deberíamos de ver y escuchar el doble de lo que hablamos. La madre naturaleza nos dota de órganos dobles para vista y oído y un solo órgano para el habla.

Es muy necesario tener esto presente para cuando interactuamos con otras personas.

Viajando por la vida, en ocasiones nos toca compartir nuestro camino con personas que no solo no comparten nuestro punto de vista, sino que además son tan opuestas que nos es casi imposible procesar sus acciones y pensamientos y por mucho que lo intentamos no logramos empatizar con su proceder, ni ellas con el nuestro. ¿Cómo es posible que ante situaciones similares tengamos actitudes tan dispares? Ponemos todos nuestros sentidos en alerta para tratar de entender esta situación y al no poder resolverla nos sentimos decepcionados entre nosotros.

Parece y hasta resulta cierto que nuestros sentimientos se ven afectados.

Nuestra mente se nota confusa y nos es muy difícil mantener un equilibrio estable.

Esto provoca una relación tóxica que probablemente nos lleve a separar totalmente nuestras sendas de forma definitiva. Pero... cuando esta persona con la cual “aparentemente” no coincidimos en ningún punto y esto nos hace cuestionarnos: ¿quién de los dos está tan equivocado?, es alguien de nuestro círculo más íntimo y está entre nuestros más preciados afectos, ¿cómo lo resolvemos?... ¡Acá sí que estamos solos!

Tal vez... y solo tal vez en este caso deberíamos inclinar la balanza de nuestros sentidos, lo máximo posible hacia nuestro corazón y desde ahí tratar de comprender que posiblemente ninguno de los dos está tan equivocado y podamos “ver” ciertas coincidencias que unen nuestros caminos a pesar de todo. Solo los sentimientos serán nuestro as en la manga.

En la otra punta del ovillo, encontramos personas que son, en apariencia, totalmente afines con nosotros y nuestros enfoques de la vida y entonces nos resulta muy fácil entablar una relación que suponemos buena y duradera. Con ellas podemos viajar y disfrutar largos kilómetros de nuestro viaje por la vida, siendo felices mientras pensamos: “somos el uno para el otro”.

Esto resulta bueno y muy beneficioso para nuestro corazón y nuestra mente. De todos modos sabemos que debemos estar muy seguros de nosotros mismos al momento de enfrentar algunas irregularidades que, irremediablemente, van a aparecer en nuestro camino, porque recordemos que solamente somos seres “humanos” y nos van a sacudir nuestros sentidos.

¿Cuánta diferencia habrá en el daño que puede provocar a nuestros sentimientos aquella persona con la cual solo encontramos diferencias y aquellas que parecemos iguales y en algún punto nos sentimos defraudados?

¿Tan difícil resulta encontrar los puntos de conexión entre los seres humanos? ¿No deberíamos aplicar aquí la teoría de “mirar” y “ver”?... ¿y la autoestima?... ¿qué rol juega en estos casos?

Pareciera que no existen ni la felicidad completa, ni la infelicidad completa. Será que, inevitablemente, construir algo necesita sí o sí, una de cal y una de arena.

Otra vez es difícil y otra vez... totalmente personal.

Y en eso de los puntos de conexión, indudablemente deberíamos apuntar todos nuestros cañones a tratar de entender por qué es tan difícil encontrarlos. Solamente somos personas, nacemos, aprendemos, pensamos, nos reproducimos, todos lo mismo. ¿Por qué no comprendemos que los demás no nos entiendan? Y fijándonos bien... ¿por qué no entendemos a los demás? Parece tener poco sentido. ¡Algo tan importante!... ¿cómo no lo ve?... ¡¡Increíble!! Pero miremos bien... ¿esa otra persona tiene o hace algo importante? Nos parece que no. Entonces resulta obvio que para ellos nosotros tampoco hacemos algo importante. Qué trama complicada en la cual pareciera que cada quien juega su propio juego. Tal vez... y solo tal vez... deberíamos cambiar el enfoque de nuestra mirada, para poder ver un poco más claro que, posiblemente dentro de un contexto mucho más global, es necesario que las personas sean todas distintas y que cada una sin querer vaya ocupando un espacio que, si bien es particular y propio, forma parte de alguna “realidad general” que la mayoría de las veces no alcanzamos a comprender.

Lo que sí deberíamos entender de una vez por todas es que las otras personas son tan importantes como nosotros y no tienen por qué valorar lo nuestro, si nosotros no valoramos lo de ellos. “Ojos bien abiertos” nos brindarán una mirada que pondrá a nuestra mente atenta y nos llevarán a reflexionar. Ya lo dice el refrán: “Cada uno es cada uno y cada cual es cada cual”.

Nos encontramos con palabras muy importantes dentro del diccionario: amor, inteligencia, comprensión y muchísimas otras. Sin embargo podemos identificar una palabra que podría asociarse con todas las demás palabras y hasta... casi... ser sinónimo de todas. Es la palabra “interés”, dejando de lado la acepción bancaria o monetaria. Interés como “estar interesado”. Distintas personas comprenden y aprenden distintas cosas o disciplinas. Se podría pensar que distintas personas poseen distintos grados de inteligencia. Pero en realidad solo comprendemos y aprendemos aquellas cosas que nos interesan y nos cuesta aprender y comprender aquellas que no nos interesan.

Atendiendo a nuestros “intereses”, desatendemos los intereses ajenos y esto en algunos casos podría confundirse con incomprensión y hasta algo de egoísmo hacia los demás, pero lo cierto es que cada persona es un ser irrepetible y absolutamente único. Ningún aprendizaje es más relevante que otro, por lo cual ninguna persona es superior a otra.

Somos conscientes de que nacemos con una identidad única que nos acompaña hasta el último día. Lo importante es reconocer quiénes somos y “valorar lo que somos”. Fuera de eso vamos a desarrollar cada cosa en la que pongamos “interés”. Dependerá de la forma que entienda la vida cada uno particularmente para sumar o restar lo que considere interesante. Esto puede mejorarnos o empeorarnos, pero nuestra esencia se mantendrá inalterable a lo largo de nuestra vida y no existe una regla que dictamine intereses generales a todas las personas.

Entonces el concepto de “ser o no ser” es relativo y no resulta del todo cierto, porque ¿quiénes son?, y ¿quiénes no son?

Todas las personas “son” lo que son y muchas, olvidando su esencia, “quieren” ser lo que no son.

Está en nosotros permanecer permeables a valorar el ser de cada uno y poder captar en qué cosa tienen interés.

Pareciera que algunas personas no tienen interés en nada o casi nada y no escuchan para entender, sino para contestar, debemos mirar con atención para poder ver y aprender lo que transmiten.

Es difícil poder comprender distintas actitudes en distintos momentos de la vida.

Nuestra propia autoestima, palabra muy utilizada en distintos cursos o “discursos”, influye sobremanera en nuestros “intereses”... Tan personal.

¿De qué hablamos cuando hablamos de autoestima?, ¿cuánta tenemos?, ¿cuánta tendríamos que tener?, ¿en qué punto exactamente se conecta con la autoestima de las demás personas? ¿Cómo reconocemos el límite con el egoísmo, con la indiferencia, con el dolor que puede ocasionarle al otro?

Muchas veces el límite es delgado y no podemos ignorarlo y mirar para otro lado.

Nos amamos, nos cuidamos, nos respetamos porque somos muy importantes, “somos seres humanos”. Igual que “todos los demás seres humanos”.

Entonces “todos nos autoestimamos” en mayor o menor medida, o posiblemente en medidas similares, con la diferencia de las vivencias particulares de cada uno.

Otra vez debemos de agudizar la mirada para poder ver dónde está el equilibrio, que vuelve a ser personal e independiente y seguramente nos equivoquemos como tantas veces y otra vez surge la pregunta de si vale la pena ponerse a hacer este tipo de análisis y cuestionamientos. Sería tan fácil transitar por la vida valorando y respetando cada cosa y disfrutando cada momento. Sin embargo esa ambigüedad que es parte de nosotros hace que la búsqueda del avance muchas veces nos haga retroceder.

Vemos personas que viven angustiadas, tal vez equivocadamente. Unas tienen mucho y no disponen del tiempo para poder disfrutar lo que tienen y otras que tampoco disfrutan porque aparentemente no tienen nada. ¿Acaso los niveles de autoestima están demasiado elevados en unos y muy bajos en otros... o al revés? Por mucho que observemos es difícil encontrar una respuesta.

“Parece que las pupilas de nuestros ojos deberían ser el límite exacto de nuestra autoestima, porque desde ese punto podemos ver proporcionalmente hacia afuera y hacia adentro... Y otra vez, nadie puede ayudarte”.

A veces necesitamos años para resolver esta encrucijada, hasta que un día dejemos de “mirar” de frente nuestra propia realidad y por encima del hombro la realidad de los demás y empecemos a “ver” que todas las realidades individuales deben ser miradas de frente igual que la nuestra. Sin tanto análisis.

¿Estamos capacitados para hacerlo? ¿Realmente queremos hacerlo?

Nuestra mente y nuestro corazón son las herramientas que nos llevarán a “ver” sin “mirar” cuál es la realidad absoluta en la que conviven todas las realidades personales. ¿Te animás?, vos solo, francamente, sin ayuda.

Sabemos que cuando tiramos y tiramos demasiado de la soga, esta puede llegar a cortarse y esto nos llevaría a sobrepasar el límite o simplemente a no reconocerlo. Es necesario tener bien en claro el límite. Es muy importante valorarnos como personas, valorar nuestro ser y saber exactamente quiénes somos y cómo nos llamamos. Y saber que pase lo que pase nos vamos a seguir llamando igual porque eso es lo que somos y seremos hasta el final de nuestra vida. Pero... ¿qué sucede cuando prejuzgamos a otras personas por su color, por su vestimenta, por su condición social o por cualquier otro motivo?... y entonces intentamos cambiarle su nombre por algún sobrenombre ridículo y ofensivo, aludiendo a su aspecto, color, religión o alguna otra cosa. ¿Será que ahí cortamos la soga y sobrepasamos el límite de nuestra valoración y nos creemos superiores a todos?... ¿o por lo menos a algunos?... Posiblemente otras personas nos prejuzguen a nosotros y de esa manera nos vamos ubicando en alguna extraña escala de valores en la cual encontramos personas que valen más y otras que valen menos... ¿será cierto?

“Una persona franca es aquella que intercambia zapatos con otra persona para ubicarse en el punto correcto que le permita razonar profundamente sobre los hechos de esa persona y poder decirle francamente lo que siente, sea positivo o negativo, y a su vez, cuando otra persona le dice francamente lo que siente, sea positivo o negativo, intercambia zapatos con esa persona para poder ubicarse en el punto correcto que le permita razonar profundamente acerca de sus propios hechos”.

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