Читать книгу Hong Kong Hacker (versión española) - Chan Ho-Kei - Страница 8

Оглавление

CAPÍTULO 2

1.

NGA-YEE ESTABA DELANTE DE UN bloque de apartamentos de la calle Dos de Sai Ying Pun, mirando la numeración, confundida.

Ciento cincuenta y uno... ¿Sería este el lugar?

Volvió a mirar la dirección escrita a mano en la tarjeta, luego los números que había junto a la puerta, tan gastados que estaban casi ilegibles. El edificio debía de tener unos setenta años por lo menos. La pared externa era de un color gris desvaído, que a juicio de Nga-Yee debía de haber sido blanco originalmente. El canalón se estaba despegando del techo de la galería, y no había buzones. Un sencillo portal llevaba a una escalera que se perdía en la oscuridad de la planta baja. El edificio no tenía nombre, solamente el número 151, aunque la mitad inferior del 5 estaba casi borrada.

Eran las once de la mañana del día siguiente a la reunión de Nga-Yee con el señor Mok. Había seguido la dirección de la tarjeta, adentrándose en Sai Wan, en la isla de Hong Kong. Esperaba encontrarse con un edificio comercial, pero cuando salió de la estación de tren de Sai Ying Pun y tomó por la calle Dos, solo vio bloques de edificios vetustos. Claro, el señor Mok había dicho que N no tenía licencia, así que era poco probable que tuviera su empresa en un rascacielos reluciente.

Con todo, el edificio era muy diferente de lo que había imaginado. No parecía habitable para seres humanos, no porque estuviera descuidada la fachada, sino por el aspecto de abandono que lo envolvía. Todas las ventanas menos las del piso superior estaban cerradas y ningún piso tenía unidades de aire acondicionado, a diferencia del edificio amarillento de cinco pisos que estaba justo enfrente, que contaba con aparatos de aire acondicionado de diferentes tamaños y marcas en todos los pisos y tendederos de ropa con camisetas, pantalones y sábanas. El número 151 tenía el aspecto de estar deshabitado desde hacía años, uno de esos edificios que pasan a ser ocupados por vagabundos, delincuentes, drogadictos... hasta fantasmas. La única señal de que no estaba abandonado era que las ventanas estaban intactas y el portal no estaba clausurado con tablas de madera.

¿Estarían a punto de demolerlo y reconstruirlo?, se preguntó Nga-Yee. Miró a su alrededor, pensando si no estaría mal la dirección. La calle Dos era levemente curva y atravesaba el antiguo vecindario de Sai Ying Pun. Había edificios altos y modernos en cada extremo, pero en la parte donde estaba el número 151 eran todos bloques antiguos. Excepto una papelería y dos ferreterías, la docena de otros locales de la zona tenían las persianas bajadas, pero no pudo distinguir si era porque estaban clausurados o solamente cerrados a esa hora. Casi no se veían peatones en la calle, que tenía espacio para dos carriles de tráfico. Había una camioneta negra aparcada a unos metros de Nga-Yee, bloqueando uno de ellos. A dos manzanas, la alborotada calle Queen Oeste era algo completamente diferente. ¿Se habría equivocado el señor Mok con el nombre de la calle o con el número? Tal vez había querido escribir Calle Uno o Calle Tres, un error comprensible.

Mientras Nga-Yee vacilaba, preguntándose si debía subir por la escalera oscura o dar media vuelta y buscar en otra parte, oyó pasos ruidosos. Una mujer con vestido azul oscuro bajaba por la escalera.

—Disculpe, ¿este es el 151 de la Calle Dos? —preguntó Nga-Yee.

—Así es —respondió la mujer. Tendría unos cincuenta años.

Miró a Nga-Yee de arriba abajo mientras ella estudiaba el cubo de plástico rojo lleno de productos de limpieza, guantes de goma y un paño.

—¿Usted vive aquí? Quería preguntar si en el sexto piso...

—¿Busca a N?

Entonces era el sitio indicado, sí.

—Está en el sexto piso, correcto —dijo la mujer, echando un vistazo a la tarjeta que Nga-Yee tenía en la mano y sonriendo amablemente—. Hay un solo apartamento por piso, lo encontrará enseguida.

Nga-Yee le dio las gracias y observó cómo se alejaba hacia la calle Water. Si esta residente —¿sería la encargada de la limpieza?— conocía a N, debía de estar en el lugar indicado. Con el corazón en la boca, subió por la oscura escalera. No tenía idea de si N podría ayudarla o no, pero este sitio le daba escalofríos. Sentía que una criatura horrenda se le abalanzaría encima desde cualquier rincón.

Después de subir despacio cinco tramos de escaleras, llegó al sexto piso. El descansillo tenía una puerta de madera blanca con una reja metálica por delante. No había nada en la reja ni en la puerta: ni un letrero de detective privado ni la habitual efigie del dios de la puerta ni la bandera roja que proclamaba “Llega y vete en paz”. En la pared había un timbre negro antiguo, como de la década de 1960 o 1970.

Una vez que se aseguró de que la placa de la pared decía 6, tocó el timbre.

Tak-tak-tak-tak-tak-tak. Un zumbido antiguo.

Aguardó unos instantes, pero no hubo señales de movimiento.

Tak-tak-tak-tak-tak-tak. Lo intentó de nuevo.

Transcurrieron otros treinta segundos. La puerta permaneció cerrada. ¿Habría salido? Pero entonces oyó un ruido amortiguado procedente del interior del apartamento.

Tak-tak-tak-tak-tak-tak-tak-tak-tak. Mantuvo el dedo sobre la perilla y el ruido enloquecedor se prolongó como el de una ametralladora.

—¡Basta! —La puerta blanca se entreabrió y dejó ver la mitad de un rostro.

—Eh... Hola, soy...

La puerta se cerró con violencia. Nga-Yee se quedó boquiabierta en el silencio. Volvió a tocar el timbre, desatando de nuevo un alboroto.

—¡He dicho que basta! —La puerta se abrió de nuevo, esta vez dejando ver un poco más del rostro.

—¡Señor N! ¡Espere, por favor! —suplicó ella.

—Nada de por favor. ¡Hoy no atiendo a nadie! —exclamó el hombre, y cerró la puerta otra vez.

—¡Me envía el detective Mok! —gritó Nga-Yee con desesperación antes de que se cerrara del todo.

Las palabras “detective Mok” parecieron surtir efecto. El hombre se detuvo, luego volvió a abrir la puerta. Nga-Yee buscó la tarjeta de Mok y se la pasó por la reja.

—¡Maldición! ¿Qué asunto estúpido me manda el cretino de Mok esta vez? —Cogió la tarjeta y abrió la reja para dejar pasar a Nga-Yee.

Una vez dentro, Nga-Yee pudo mirarlo bien, y lo que vio no era lo que esperaba. Tendría unos cuarenta años y no era ni alto ni corpulento. Un sujeto común, más bien flacucho. Tenía el pelo enmarañado y el flequillo le caía por debajo de la frente sobre unos ojos letárgicos que contrastaban con una nariz aristocrática. Tenía la barba a medio crecer y, combinada con la camiseta gris sucia y los gastados pantalones cortos a cuadros azules y blancos, le daba el aspecto de alguien que duerme en la calle. Nga-Yee había crecido en una urbanización gubernamental y había visto muchas de esas figuras desaliñadas. El marido de Tía Chan era así. Todos los días ella se plantaba frente a él con los brazos en jarras y le gritaba que era un inútil, mientras que Tío Chan la ignoraba y seguía bebiendo cerveza.

Nga-Yee desvió la mirada y quedó impactada una vez más. Tres palabras le vinieron a la mente: “nido de ratas”.

Todo tipo de objetos se apilaban junto a la puerta: periódicos, revistas, ropa, zapatos, cajas de cartón de todos los tamaños. Más allá de la entrada, la sala también era un caos. Dos librerías ocupaban toda la pared posterior y rebosaban de libros desordenados. Sobre la mesa redonda situada frente a ellas había tres cofres de madera del tamaño de cajas de zapatos llenos de cables, alargadores y componentes electrónicos que Nga-Yee nunca había visto. Todas las sillas de la mesa estaban llenas de cosas, incluso un ordenador viejo y amarillento que estaba patas arriba.

En el costado izquierdo de la sala había un escritorio, tan desordenado como el resto de la estancia: cubierto de papeles, sobres, libros, botellas de cerveza vacías, papeles de golosinas y dos ordenadores portátiles. Frente al escritorio había dos sillones color verde oscuro, enfrentados. En uno de ellos había una guitarra eléctrica y una maleta rosa. Entre los sillones, una mesa baja: el único mueble que no estaba atestado de basura. Los estantes a cada lado del escritorio contenían un equipo de sonido vetusto y cientos de CD, discos de vinilo y casetes de cinta. En el estante inferior estaba el amplificador de la guitarra eléctrica, con los cables enrollados en el suelo, como una madeja de lana. A la derecha de la librería había una planta de un metro frente a una ventana. A pesar de que la persiana estaba rota y a media asta, la luz del sol lograba colarse y entrar, e iluminaba la gruesa capa de polvo que cubría todas las superficies, así como también las manchas de las tablas de madera del suelo.

¿Qué clase de detective famoso tendría el aspecto de un vagabundo y viviría en una cueva como esta? Nga-Yee casi se hizo la pregunta en voz alta.

—Disculpe, ¿usted es el señor N? Soy...

—Siéntate. Acabo de despertarme —replicó el hombre, pasando por alto su pregunta. Bostezó; descalzo, se dirigió al baño que estaba a un costado del vestíbulo. Nga-Yee miró a su alrededor, pero no había dónde sentarse, por lo que se quedó de pie, incómoda, junto al sofá.

Desde el baño llegaron ruidos de agua del inodoro y del grifo. Nga-Yee estiró el cuello y vio que la puerta estaba abierta, por lo que se volvió para quedar de espaldas al baño. Junto a la estantería había una puerta entreabierta. Distinguió una cama deshecha con cajas, ropa y bolsas de plástico todo alrededor. Todo eso le daba escalofríos. No era una fanática de la limpieza, pero este apartamento era un basurero. Solamente porque estaba en el último piso y el techo era alto no le resultaba completamente sofocante.

El otro motivo de su incomodidad salió en ese mismo instante del baño.

—¿Por qué te quedas de pie, así, como una boba? —dijo el hombre desaliñado, rascándose una axila—. ¿No te he dicho que te sientes?

—¿Usted es el señor N? —preguntó Nga-Yee, esperando que él respondiera: “El detective ha salido, yo solo soy su compañero de apartamento”.

—Llámame N. Nada de “señor”. No me gusta. —Agitó la tarjeta que le había dado ella—. ¿No es eso lo que ha escrito Mok aquí?

N quitó la guitarra del sillón y se dejó caer pesadamente. Miró a Nga-Yee y le indicó con los ojos que moviera la maleta. Ella lo hizo; era tan liviana que debía de estar vacía.

—¿Por qué te ha dicho Mok que vengas a verme? Tienes cinco minutos para explicármelo. —Se reclinó en el sillón, completamente desinteresado en ella. Volvió a bostezar.

Pero qué patán tan arrogante. Nga-Yee sintió la tentación de dar media vuelta y marcharse de ese lugar tan desagradable.

—Me... me llamo Au, y quiero contratarlo a usted para que me ayude a encontrar a una persona.

Nga-Yee le hizo un rápido resumen de todo lo que había sucedido: un hombre había acosado a Siu-Man en el tren, luego se había declarado culpable, alguien había publicado en Popcorn que no se había hecho justicia, habían hostigado a su hermana por internet, los reporteros la habían perseguido y, finalmente, ella se había suicidado.

—Le pedí al señor Mok que me ayudara a encontrar al sobrino de Shiu Tak-Ping, para que yo pudiera ir a hablar con él, pero ha descubierto que el señor Shiu no tiene hermanos y, por lo tanto, tampoco tiene sobrinos. —Buscó el informe del señor Mok en el bolso y se lo entregó. N miró la primera página, hojeó el resto y lo dejó caer sobre la mesa baja.

—Conociendo las habilidades de Mok, diría que ha llegado hasta donde ha podido —ironizó N.

—El señor Mok no tiene los conocimientos tecnológicos necesarios para buscar la identidad de una persona a partir de una publicación de internet, por lo que me ha dicho que hable con usted. —A Nga-Yee no le gustó el tono desdeñoso de N. Al fin y al cabo, el señor Mok era una buena persona que había tratado de ayudarla.

—No acepto casos de este tipo —declaró N, sin rodeos.

—¿Por qué? No he dicho cuánto estoy dispuesta a pagar.

—Es demasiado fácil, así que no voy a aceptarlo. —Se puso de pie para acompañarla a la puerta.

—¿Demasiado fácil? —Nga-Yee se quedó mirándolo, incrédula.

—Demasiado fácil, superfácil —replicó N, impávido—. No acepto casos aburridos. Soy detective, no técnico. Nunca acepto casos de poco nivel que solo me requieren que siga los pasos para llegar a la respuesta. Mi tiempo es muy valioso, no pienso desperdiciarlo en un caso de mierda como este.

—¿Cas... caso de mierda?

—Sí, de mierda: es aburrido y carece de todo sentido. Este tipo de cosas suceden todos los días. La gente se pasa la vida buscando online la identidad de alguien para vengarse de alguna tontada. Si aceptara casos como este, sería poco más que una línea de teléfono de atención al cliente. Mok se está poniendo sentimental otra vez. Ya le dije que no me mandase basura. No soy su empleado de la limpieza.

Nga-Yee había estado esforzándose para mantener el control, pero ese breve discurso la hizo estallar de furia.

—¡No... no sabe cómo hacerlo, por eso busca excusas para decir que no!

—¡Ah!, ¿te vas a poner emocional? —N sonrió ante el enfado de ella—. Podría resolver este caso con los ojos cerrados. Es simple. Todos los servidores de los foros de chat tienen un registro de las direcciones IP. Tardaría solo unos minutos en meterme en el back end de Popcorn y descargar el archivo que necesito. Después, solo tendría que introducir la dirección IP en una base de datos, hacer una búsqueda inversa del ISP, ver el historial de entradas del ISP y calcular la ubicación real del ordenador cliente. ¿Crees que la policía no sabe rastrear a las personas que distribuyen material sensible o convocan manifestaciones políticas online? Para ellos es una tontería. Y si ellos lo pueden hacer, yo también.

Nga-Yee no tenía idea de qué era un servidor ni un ISP, pero la explicación metódica de N la convenció de que sabía lo que hacía, lo cual la enfureció aún más. Si todo era tan fácil, ayudarla a identificar a Kidkit727 no le costaría nada, pero aun así la rechazaba.

—Si tan fácil es, buscaré otra persona que me lo haga —le espetó, tratando de quedarse con la última palabra.

—Pues no has entendido nada, señorita Au —dijo N con tono arrogante—. Esto es fácil para mí. Hasta donde sé, en Hong Kong existen unos doscientos hackers que podrían entrar en el servidor de Popcorn, pero menos de diez que lograrían hacerlo sin dejar rastro. Buena suerte con tratar de conseguir a uno de esos diez... Ah, no, espera: son nueve, porque yo ya te he dicho que no.

Nga-Yee comprendió en ese instante que N era uno de esos hackers de los que había oído hablar, individuos que acechaban en la oscuridad de internet, ganando sumas astronómicas solamente por mover los dedos. Delincuentes electrónicos que extorsionaban a los famosos invadiendo su intimidad y pidiendo dinero a cambio de no revelarla.

Sintió escalofríos; ese sujeto la aterraba, pero era la persona perfecta para ayudarla. Decidida a encontrar una explicación por la muerte de Siu-Man, apartó a un lado la ira, tomó aire para afianzarse y volvió al ataque.

—Señor N, por favor, ayúdeme. Ya no sé qué hacer. Si me rechaza, no tengo adónde ir. Si quiere que me ponga de rodillas, lo haré. No puedo soportar la idea de que mi hermana haya muerto a manos de un desconocido...

—Listo —dijo él, batiendo las palmas.

—¿Listo?

—Han pasado tus cinco minutos. —Fue hasta el escritorio y cogió la sudadera roja con capucha que colgaba del respaldo—. Hazme el favor de irte. Voy a salir a desayunar.

—Pero...

—Si no te vas, llamaré a la policía. —Se dirigió al vestíbulo y se puso las chancletas. Abrió la puerta principal y la reja y le hizo un ademán con la cabeza para que saliera.

A Nga-Yee no le quedó otra opción que recoger los documentos de la mesa baja, volver a guardarlos en el bolso y salir. Se quedó en el descansillo de la escalera, sin saber qué hacer. N pasó caminando por su lado sin mirarla y bajó.

Al verlo desaparecer, volvió a sentirse presa de la impotencia. Bajó por la oscura escalera, sintiendo que el alma se le iba a los pies con cada piso que dejaba atrás. El señor Mok le había advertido que tal vez N no aceptara su caso, pero no había pensado que pudiera ser tan grosero. Tuvo la sensación de que, por más que luchara, no podría escapar de lo que el destino le tenía preparado. La humillación bajo la que la había enterrado N no era más que un aviso del destino.

Volvió a recordar el consejo del funcionario de Vivienda en cuanto a que fuera un poco más flexible.

Cuando salió del edificio oscuro a la calle, la luz del sol la sacó bruscamente de sus pensamientos. Se llevó la mano hacia los ojos para protegerse y oyó unos pasos apresurados cerca de ella.

—Tú..., ¡eh!

Delante de sus ojos dos hombres se abalanzaron sobre N. El más alto era joven y musculoso. Sus brazos eran más gruesos que los muslos de Nga-Yee y tenía un tatuaje de un dragón en la muñeca izquierda. El más bajo no tenía aspecto tan atemorizador, pero llevaba el pelo rubio afeitado en las sienes y vestía una camiseta ajustada, lo que le daba el aspecto distintivo de un gangster de alguna organización criminal de la tríada.

El hombre del tatuaje le sujetó las manos a N, luego le rodeó el cuello con un brazo, apretándole la tráquea para que no pudiera gritar. El rubio le pegó un par de puñetazos en el estómago, corrió hasta donde estaba aparcada la camioneta negra y abrió la portezuela para que el tatuado lo empujara adentro.

Nga-Yee no sabía qué hacer, estaba aturdida, como en una nube. Pero no tuvo demasiado tiempo para pensar, tampoco.

—Mira, D, esa chica parece estar con él —dijo el rubio.

—¡Tráela a ella también! —gritó el tatuado. Antes de que Nga-Yee pudiera echar a correr, el rubio la agarró de la muñeca.

—¡Suéltame! —gritó ella.

Él le cubrió la boca con una mano y tiró con fuerza. Nga-Yee trastabilló, y habría caído si él no la hubiera sostenido para empujarla al interior de la camioneta.

—¡Vámonos! —rugió el tatuado en cuanto el rubio hubo cerrado la portezuela de un golpe.

Nga-Yee comprendió lo que estaba sucediendo: el tatuado y el rubio seguramente pertenecían a alguna organización mafiosa de la tríada que habría tenido un problema con N, y ella no era más que un daño colateral. Forcejeó con fuerza, pero el rubio le oprimía el hombro y le hundía la rodilla en el muslo, manteniéndola inmóvil. Lo fulminó con la mirada y se topó con sus ojos asesinos.

Por lo menos N estaba en la camioneta con ella. Seguramente ya habría pasado por muchas situaciones similares. Sin duda era un experto luchador, como el Jack Reacher de Lee Child, y estaría peleando con el tatuado...

—Gggg...

N estaba inclinado hacia delante en su asiento, sujetándose el estómago y haciendo arcadas. Había una hilera de asientos contra cada pared. El tatuado estaba sentado junto a N en una de ellas, y parecía tan sorprendido como Nga-Yee. Los dos estaban pensando lo mismo: N era bastante patético.

—Ggg... Mierda... ¿qué necesidad teníais de pegarme tan fuerte? —Escupió algo que podía haber sido bilis o simplemente saliva. Se echó hacia atrás, con el rostro pálido. El tatuado y el rubio, este último aún sujetando a Nga-Yee, intercambiaron miradas, sin saber del todo cómo manejar el asunto. Por lo general, a esas alturas sus prisioneros ya trataban de liberarse y ellos respondían con puñetazos o armas.

—¿Eres N? Nuestro Hermano Tigre quiere hablar contigo —dijo el tatuado, sin poder encontrar algo más amenazante que decir.

N no respondió; metió una mano en el bolsillo izquierdo de la sudadera. El tatuado inmediatamente se le abalanzó y le sujetó la muñeca.

—No intentes nada o te... —gruñó.

—Perfecto, no voy a tocarlo —dijo N, levantando las manos—. Sácalo tú.

—¿Qué dices? —El tatuado no tenía ni idea de qué estaba hablando.

—Ggg... Lo que tengo en el bolsillo. Por favor, cógelo.

—¿Qué pasa, quieres sobornarnos? —Se burló el tatuado. En ocasiones, sucedía: algunos le ofrecían dinero para que los liberara. Nunca era tan tonto como para aceptar. Si se enteraba su jefe de la tríada, las cosas no terminarían bien para él.

El tatuado buscó dentro del bolsillo de N y sacó un sobre blanco. Era demasiado delgado para que fuera dinero; como mucho, contendría una o dos hojas de papel. Lo volvió y de pronto su cara se desfiguró, como si hubiera visto un fantasma a plena luz del día.

—¿Qué es esto? —exclamó.

—¿Qué sucede? —preguntó el rubio, y aflojó la presión sobre Nga-Yee.

—¡Te he preguntado qué es esto! —gritó el tatuado, con miedo. Sin prestar atención al rubio, agarró a N del cuello de la camiseta.

—Gggg... Una carta para ti —respondió N con tranquilidad, sin dejar de hacer arcadas intermitentes.

—¡No me refiero a eso! ¿Cómo sabes mi nombre? —El tatuado apretó el cuello de N con más fuerza.

Nga-Yee echó un vistazo al sobre, que tenía escrito Ng Kwong-Tat con bolígrafo azul.

—Ábrelo y te enterarás —repuso N.

El tatuado lo empujó de nuevo hacia atrás en el asiento y rompió el sobre para abrirlo. Una fotografía cayó del interior. Ni Nga-Yee ni el rubio pudieron verla, pero sí observaron cómo el tatuado palidecía y se le agrandaban los ojos.

—Hijo de...

—Ni lo intentes —replicó N.

El tatuado había estado a punto de abalanzarse sobre N otra vez, pero quedó paralizado al oírlo.

—Tenía lista esa imagen, lo que significa que vengo completamente preparado. Aun si me cubres con hormigón y me arrojas a la bahía Hau Hoy, mis compañeros se asegurarán de que todos vean esa fotografía.

—¿Qué sucede, D? —quiso saber el rubio. Soltó a Nga-Yee.

—¡Nada, nada! —Con movimientos frenéticos, el tatuado se guardó la fotografía y el sobre en el bolsillo del pantalón.

El rubio miró con desconfianza a N y, luego, a su cómplice.

—También tengo una para ti —dijo N. Sacó otro sobre y se lo entregó al rubio, que quedó boquiabierto al ver su nombre escrito en él. Lo abrió y palideció. Nga-Yee se inclinó para mirar. La fotografía mostraba al rubio en un sillón de color marrón, con los ojos cerrados y una botella de cerveza en la mano derecha. Parecía profundamente dormido.

—¡Hijo de puta! —El rubio parecía haberse olvidado por completo de Nga-Yee. En el comprimido espacio del interior de la camioneta, extendió el brazo para agarrar a N del cuello. —¿Cómo te metiste en mi apartamento? ¿Cuándo has hecho esa foto? ¡Si no me lo dices, te mato!

El tatuado apartó al rubio mientras Nga-Yee miraba la escena, confundida. ¿Por qué el mafioso ahora ayudaba a N?

—Gggg... —N se sacudió con una arcada—. Vosotros, los jovencitos, os alteráis mucho hoy en día. Siempre estáis hablando de pegar y matar. —Se frotó el cuello y siguió hablando—: Wong Tsz-Hing... ¿o prefieres tu apodo, Blackie Hing? Da lo mismo, supongo. Y no importa cuándo entré en esa pocilga que llamas tu casa, me puse a tu lado y te saqué la foto. Lo que debería preocuparte es que lo hice sin que te dieras cuenta. Estuve así de cerca y estabas indefenso. ¿Te has puesto a pensar si la cerveza que bebes todos los días es realmente cerveza? ¿Si alguien le ha puesto algo en el pan que comes? Y respecto de los... eh... artículos que guardas en la cisterna del inodoro, ¿si alguien te los ha cambiado por pastillas comunes para el dolor de cabeza?

—¡Maldito...! —El rubio intentó nuevamente estrangular a N.

—Si me pones una mano encima, aunque te queden nueve vidas, no bastarán para salvarte. —De pronto la expresión de N se volvió diabólica; se acercó al rostro del rubio y lo miró directamente a los ojos—. Podría arrancarte los ojos mientras duermes. Extirparte los riñones. Colocarte parásitos comecerebros en el agua que bebes para que te vacíen el cráneo. No creas que tienes huevos solo porque te has metido en algunas peleítas por orden de tu jefe. Nunca serás ni la mitad de duro que yo. Puedes matarme ahora mismo, pero te garantizo que en adelante no te valdrá la pena vivir, ni siquiera por un segundo.

En unos pocos segundos, N pasó de estar a merced de aquellos rufianes a ser el que los amenazaba. El tatuado y el rubio parecían asustados, perdidos, como si de pronto no pudieran controlar la situación. Nga-Yee estaba estupefacta.

—Ah, y también tengo algo para el conductor. ¡Oiga, señor Yee! —gritó N al hombre que iba en la cabina—. Déjeme en el puesto de fideos de la calle Whitty... De otro modo, no podré garantizarle que no vaya a haber un misterioso accidente en la guardería de Santo Domingo Savio de Tsuen Wan.

El conductor frenó de manera tan brusca que Nga-Yee estuvo a punto de caer al suelo. Con cara de terror, el conductor giró la cabeza para fulminar a N con la mirada y balbucear, furioso:

—Pedazo de... Si te atreves a tocar a mi hija...

—¿Por qué no iba a atreverme? —repuso N, otra vez imperturbable—. Señor Yee, usted tiene un buen empleo. ¿De verdad necesita ayudar a escorias como estas para ganar un poco más? Si se mete en problemas, se hundirá junto con su mujer y su hija. Lo más inteligente sería hacer girar el vehículo ahora mismo. Si tarda más de un segundo, tal vez no haya nada que pueda hacer yo.

La camioneta estaba cerca del Centro Shun Tak de la calle Connaught Oeste, en Sheung Wan. El conductor dirigió una mirada nerviosa al tatuado, que masculló:

—Haz lo que dice.

Cinco minutos más tarde, estaban de regreso en Sai Ying Pun, cerca de la calle Whitty. En el breve trayecto, Nga-Yee sintió una extraña tensión en el interior de la camioneta. No lograba comprender qué estaba sucediendo. Era una de las víctimas, pero ahora, de pronto, se sentía como si estuviera en posición de ventaja. El tatuado y el rubio no dijeron ni una palabra; se limitaron a mirar con temor a N —y, tal vez, a ella también— como si pudieran convertirse en monstruos horrendos si no los vigilaban.

Mientras se apeaba del vehículo, N buscó en su bolsillo y le entregó un tercer sobre al tatuado:

—Coge esto —dijo.

El tatuado vaciló.

—¿Qué es?

—Es para tu jefe —repuso N—. Vas a volver con las manos vacías, ¿no? Llévate ese sobre y dáselo a Chang Wing-Shing. No solamente no te echará la culpa de nada, sino que jamás volverá a molestarme a mí.

El tatuado no pareció convencido, pero extendió la mano para coger el sobre. N lo retuvo un instante.

—Te lo advierto: no lo leáis. —Esbozó una sonrisita—. La curiosidad puede costaros caro. No podéis permitiros jugar con las vidas de mierda que lleváis.

El tatuado y el rubio se quedaron paralizados. N soltó el sobre, cerró la portezuela sin mirar atrás y golpeó la parte trasera de la camioneta para indicarle al conductor que arrancara.

Nga-Yee observó cómo se alejaba la camioneta, sin poder creer lo que acababa de ver.

—Señor N... —comenzó a decir, pero no supo cómo seguir.

—¿Por qué sigues aquí? Ya te lo he dicho, no voy a aceptar tu caso, llévatelo a otra parte. —N frunció el ceño, mirándola con fastidio. Por un instante, ella se preguntó si habría soñado todo lo sucedido.

—No. Solo... Solo quería saber... ¿Qué diablos ha sido todo eso? —Se estremeció al recordar el momento en que la habían subido a la camioneta.

—¿Tienes mierda en el cerebro, o algo así? ¿No es obvio? Esos matones querían pelear conmigo —respondió N despreocupadamente.

—¿Pero por qué? ¿Les ha hecho algo?

—A ellos, no. Un ejecutivo corrupto idiota perdió dinero y les pidió que se vengaran de mí. El Hermano Tigre, Chang Wing-Shing, es el nuevo jefe de la Tríada de Wan Chai, o sea, la mafia. No lleva suficiente tiempo en el puesto para saber cuáles son sus límites...

—Entonces, ¿por qué nos han soltado? —interrumpió Nga-Yee.

N se encogió de hombros.

—Todo el mundo tiene un punto débil. Siempre y cuando descubras el de tus adversarios, podrás hacer básicamente lo que desees.

—¿Qué punto débil? ¿Qué era esa foto que le ha enseñado al tipo de tatuajes?

—Se acuesta con la mujer de su jefe. Era una foto de ellos en la cama.

Nga-Yee se quedó mirándolo, horrorizada.

—¿Y cómo la ha obtenido usted? —Pensó un instante, luego se le ocurrió algo todavía más extraño—. No, espere... Se han sorprendido mucho de ver sus nombres en los sobres. ¿Ya sabía usted que venían a secuestrarlo?

—Por supuesto. Antes de hacer algo, las tríadas investigan los lugares, igual que los detectives siguen a los sospechosos e investigan el sitio en cuestión. Se llama reconocimiento. Hace casi una semana que están espiando mi vecindario. Solo un estúpido no los habría visto.

—¿Pero cómo sabía usted cómo se llamaban? ¿Lo ha averiguado todo sobre ellos, se ha colado en sus casas para hacer esas fotos? ¿No eran gangsters habituales, de esos que están en todos lados?

—¿Qué estabas diciendo hace exactamente quince minutos, jovencita? —N esbozó una sonrisa burlona—. Me resulta muy fácil descubrir la identidad de una persona. Lo puedo hacer sin despeinarme. En cuanto al resto, es un secreto de la profesión, y no te lo voy a contar a ti.

—Dado que usted ya conocía sus puntos débiles, ¿por qué ha permitido que lo subieran a la camioneta? ¿Por qué no los asustó desde el principio? —Nga-Yee todavía no podía comprender lo sucedido.

—-Hay que dejar que los adversarios se adelanten un poco, para que piensen que tienen la situación bajo control. De ese modo, cuando golpeas, el impacto será más fuerte y causará más daño. ¿No sabes que a las presas hay que darles un poco de cuerda antes de la estocada final?

—Pero...

—¿No te cansas de hacer preguntas? Ya he dicho todo lo que quiero decir. Aquí termina nuestro tiempo juntos. Gracias por venir. Adiós. —N entró en el local de venta de comida.

—¡Hola, N! ¡No te he visto en toda la semana! —lo saludó un hombre que parecía ser el dueño.

—He estado ocupado —rio N.

—¿Lo de siempre?

—No, no tengo tanto apetito. Acaban de pegarme en el estómago. Voy a llevarme una sopa con wantán, nada más.

—Ja, esos idiotas no saben en lo que se meten, provocándote a ti.

Nga-Yee permanecía fuera del local, escuchando el ir y venir de las bromas. N parecía una persona completamente diferente del hombre astuto e implacable que había visto en la camioneta. El restaurante era pequeño, y los diez asientos estaban todos ocupados, pues era la hora del almuerzo. No sabía si seguir a N y entrar, pero después de pensarlo comprendió que seguir allí solo le causaría más desazón, por lo que echó a andar por la calle Whitty hacia la estación de metro.

Subió al tren, oprimida por un sentimiento de pesar.

Él puede perfectamente ayudarme a encontrar a la persona que provocó la muerte de Siu-Man...Esa idea no se le iba de la cabeza. Había visto la facilidad con la que N los había salvado a ambos del peligro, manteniéndose muy por delante de los rufianes, descubriendo sus secretos incluso antes de que le pusieran una mano encima. Con esos poderes cuasi divinos, seguramente podría encontrar a Kidkit727 y averiguar sus motivos.

Cada día que pasara sin que supiera qué había sucedido no sería más que otra espina en su corazón.

Más que nada, tenía el deber de averiguar la verdad.

2.

Durante la semana siguiente, Nga-Yee fue a Sai Ying Pun todos los días. Su horario laboral era irregular, de manera que unas veces iba antes de trabajar, otras veces iba después. Trató de volver a ver a N, pero por más tiempo que se quedara pulsando el botón del timbre, nunca obtenía respuesta. Al principio no supo si él estaba en casa, pero el tercer día, cuando oyó que ponía música a todo volumen dentro del apartamento, supo que la estaba ignorando deliberadamente. Golpeó la puerta con fuerza, pero la respuesta fue un aumento del volumen de la música. Esperó media hora, y, durante todo ese tiempo, sonó una y otra vez la misma canción en inglés. Se dio por vencida y bajó las escaleras, con la melodía retumbándole en los oídos. N se estaba burlando de ella. El primer verso de la canción decía: “No puedes conseguir siempre lo que quieres”.

Nga-Yee temía que, si N seguía tratando de ahuyentarla con música fuerte, sus vecinos terminarían por notarlo y la acusarían de hostigarlo. Tal vez hasta llamaran a la policía. Para no meterse en problemas, a partir de ese momento se quedó fuera del edificio, pero nunca vio a N. Miraba la ventana del sexto piso mientras esperaba, pero ni de día ni de noche, con la ventana abierta o cerrada, con luces encendidas o apagadas, llegó a tener siquiera un atisbo de él.

Todo esto le llevaba dos o tres horas cada día, pero no pensaba rendirse. En algún momento se toparía con él. En cuanto a qué le diría, no había podido decidirlo todavía.

La tarde del 12 de junio, corrió a la calle Dos después del trabajo y siguió esperando en vano. Llovía copiosamente y tenía los pantalones empapados, pero se quedó junto a una farola, protegiéndose con el paraguas y comiendo a toda prisa la hamburguesa de McDonalds que se había comprado para cenar, sin apartar los ojos en ningún momento de la puerta del número 151. Al día siguiente no trabajaba, y justo cuando intentaba decidir si quedarse allí toda la noche, a pesar del mal tiempo, sonó su teléfono. Sacó del bolso su Nokia de diez años de antigüedad y vio que indicaba un número desconocido.

—¿Sí?

—Por favor, deja de esperar delante de mi apartamento, queda muy feo.

—Señor N... ¿Cómo ha conseguido mi número? —balbuceó.

—Secretos del oficio.

—Señor N, por favor, escúcheme... —Decidió dejar pasar el asunto del número telefónico—. Le suplico, le daré lo que quiera, solamente averígüeme quién es esa persona, es lo único que le pediré en la vida, por favor...

—Puedes dejar de decir disparates. Voy a aceptar el caso.

—Por favor, piénselo, señor N, le prometo que ... ¿Cómo ha dicho?

—Sube. Veremos si puedes pagarlo.

N cortó la comunicación. Nga-Yee se sintió abrumada por la sorpresa y el júbilo. Tragó el resto de la hamburguesa y subió corriendo al sexto piso. Antes de que pudiera tocar el timbre, N le abrió la puerta y la hizo pasar. Estaba igual de desaliñado que la vez anterior. Tenía menos barba a medio crecer, sin embargo, lo que significaba que en algún momento se había afeitado.

—Señor N...

—N a secas —repuso él, mientras cerraba la puerta. Parecía ofuscado como un jefe que da órdenes.

—Por supuesto, lo que usted diga. —Nga-Yee sabía que estaba siendo sumisa y servil, pero a esas alturas ya había perdido toda la dignidad—. N, ¿va a ayudarme a encontrar a Kidkit727?

Él se dirigió al escritorio y se sentó.

—Veremos si puedes pagar lo que cobro.

—¿Cuánto? —preguntó Nga-Yee, nerviosa. Dejó el paraguas empapado en el vestíbulo y se acercó a él.

—No es tanto, solamente 82.629,50 dólares.

Nga-Yee no respondió. Era mucho dinero, pero si estaba tratando de ahuyentarla, ¿por qué no pedir directamente un millón o diez millones? Eso sí que quedaría fuera de su alcance. ¿Y por qué una suma tan específica?

Justo cuando comenzaba a pensar que algo no andaba bien, le vino una imagen a la mente.

—¿Pero eso no es...? —Esa mañana había hecho un reintegro por cajero automático y el saldo en la pantalla había sido... —. ¡Pero qué grandísimo...! ¿Cómo lo...? —Se interrumpió. Estaba claro que N se había metido dentro de su cuenta bancaria. Se sintió completamente desnuda, como si ese hombre tan grosero pudiera ver cada centímetro de su cuerpo. Comprendió cómo se habían sentido el rubio y el tatuado al ver sus nombres en los sobres.

—¿Me pagarás esa suma? —preguntó N, reclinándose contra el respaldo de la silla.

—¡Sí! —respondió Nga-Yee sin vacilar. Ahora que él había cambiado de idea, quería asegurarse la oportunidad, antes de que su estado de ánimo volviera a modificarse.

N sonrió y le extendió la mano.

—Perfecto, trato hecho. Esto no es nada legal, así que no esperes que te firme un contrato ni nada.

Nga-Yee se adelantó y le estrechó la mano. A pesar de que era muy delgado, apretaba la mano con firmeza. Sintió la energía que emanaba de aquella mano y supo que N encontraría a la persona que había llevado a Siu-Man a la muerte.

—No necesito un depósito. Quiero todo el dinero antes de comenzar a trabajar —declaró N.

—Muy bien —se apresuró a decir Nga-Yee.

—Y lo quiero en efectivo.

—¿En efectivo?

—Sí, o en bitcoins —dijo N mientras le indicaba con un ademán que se sentara junto al escritorio—. Pero supongo que no tienes la menor idea de qué es eso.

Nga-Yee negó con la cabeza. Había oído esa palabra en los informativos pero no conocía su significado.

—¿Quieres la suma exacta en efectivo, hasta las monedas? —preguntó.

—Sí. No aceptaré que falte tan siquiera un centavo.

—Comprendido. Pero...

—Pero ¿qué? Si no estás conforme, no hay trato.

—No. Solo quería preguntarte por qué has cambiado de parecer.

—¿Sabes por qué he puesto esta cifra exacta de honorarios, señorita Au? —preguntó N.

Nga-Yee negó con la cabeza.

—Porque quería asegurarme de que este caso fuera lo que más te importa en el mundo. Has aceptado inmediatamente. Muchos han venido a verme, pero cuando les pido los ahorros de toda su vida, enseguida se retractan. No están dispuestos a entregarlos, en cambio pretenden que yo, un desconocido, corra riesgos para...

—Entonces... ¿estos últimos días has estado poniéndome a prueba?

—¿Tengo cara de buen samaritano? —se burló N—. Estoy dispuesto a aceptar tu caso porque resulta que es mucho más interesante de lo que pensé al principio. Por supuesto, si hubieras valorado más tu dinero que encontrar la respuesta, no habría aceptado ayudarte por más fascinante que fuera.

—¿Es... interesante? —repitió Nga-Yee, desconcertada.

—Sí, mucho. Si fuera solo cuestión de rastrear a alguien, como te dije al principio, no lo tocaría, ni siquiera si te quedaras en la calle lo suficiente como para que empezaras a pudrirte y te crecieran hongos—. N apartó a un lado un paquete vacío de cacahuetes y dos botellas de cerveza, abrió un ordenador portátil y giró la pantalla hacia Nga-Yee. Allí estaba la publicación de Popcorn sobre la “Putita de catorce años”.

—Estos son los datos de entradas en Popcorn de ese día, con la ubicación de cada usuario. —N abrió otra ventana y aparecieron filas y filas de texto denso en una plantilla.

—¿Ya... ya me lo has averiguado?

—Jovencita, vamos a dejar clara una cosa. Yo no “te” he hecho nada. Solo estaba aburrido —respondió N—. Aun si hubiera encontrado el nombre de la persona, su edad, domicilio, empleo y árbol genealógico de dieciocho generaciones, no te lo habría contado.

Nga-Yee permaneció en silencio, aunque maldiciéndolo mentalmente. Solo tendría que aguantarlo un poco más.

—Esta es la dirección IP de Kidkit727 —prosiguió N, y señaló una serie de números—: 212.117.180.21.

—¿Qué es IP?

N la miró como si fuera un animal extraño.

—¿No sabes lo que es una dirección IP?

—-No entiendo de ordenadores.

—Qué primitiva. —Se burló él—. Significa dirección de Protocolo de Internet, o Internet Protocol, en inglés. Para simplificar, es el número de serie que nos dice dónde está alguien cuando aparece online. Igual que cuando vas al banco o al médico y te dan un número para atenderte. Cuando te conectas a internet, el proveedor de servicios te adjudica un número que es solo para ti. Cuando navegas, juegas online o participas en chats, todo sucede con este número.

—¿Los sitios de publicaciones y noticias como Popcorn también?

—Lo acabo de decir, todo el mundo que está en internet tiene uno de estos números. Si quieres publicar en un boletín de noticias como Popcorn, el servidor, es decir, la “maquinaria” del boletín, tomará nota de todas las direcciones IP. Lo que significa que puedes hacer una búsqueda en sentido inverso de cualquier publicación para averiguar de qué ordenador salió. ¿Comprendes?

Nga-Yee asintió enfáticamente.

—Entonces, ¿sabes desde dónde salió ese mensaje de Kidkit727?

N sonrió con ironía.

—De Steinsel, un pueblo situado en la región central de Luxemburgo.

—¿En Europa? —Nga-Yee estaba anonadada. —¿Entonces Kidkit727 no está en Hong Kong?

—Este amiguito está queriendo engañarnos. —N señaló la dirección IP en la pantalla. Esto es un relay. —Utilizó la palabra en inglés.

—¿Un relay?

—En chino le diríamos un repetidor, una estación de transferencia. Si quieres esconder tu identidad en internet, la forma más sencilla y eficaz de hacerlo es a través de un relay, un repetidor que te conecta con un ordenador situado en el extranjero. Ese ordenador después hace la conexión, que se registra como que viene de ese otro ordenador y no desde tu verdadera ubicación.

—Entonces, ¿solamente tenemos que buscar a los que usaron ese ordenador de Luxemburgo ese día y encontraremos la verdadera dirección IP de Kidkit727?

N arqueó una ceja.

—Eres rápida para entender. Sí, estás en lo cierto, eso funcionaría en teoría, pero no en este caso.

—¿Por qué?

—Porque me he fijado, y estoy seguro de que este sujeto utilizó más de un repetidor. Esa IP de Luxemburgo ha aparecido en mis archivos varias veces. Es un punto común de repetición y pertenece a la red Tor, o, como le decimos en chino, “el Router Cebolla”.

—¿Cebolla?

—El nombre viene de los principios fundamentales de la red. No quiero entrar en detalles, básicamente es una red anónima gigantesca. Mucha gente la utiliza para entrar en la internet oscura, esos sitios ocultos que se usan para cosas como pornografía o venta de drogas, pero Tor fue inventada, en primer lugar, para que la gente pudiera ocultar sus huellas digitales. La forma más fácil de utilizar Tor es con un software independiente llamado el “Explorador Cebolla”. Este va saltando automáticamente entre miles de repetidores de todo el mundo, así que, aun si yo hackeara el servidor de Luxemburgo y obtuviera los registros de ese día y examinara todas las direcciones IP de ese repetidor, debería poder descubrir si el usuario estaba en Norteamérica, Francia, Brasil o donde fuera. Tendría que hacerlo varias veces para tener la oportunidad de descubrir la ubicación verdadera. Y si uno de todos esos repetidores no tiene registros recuperables, el camino muere ahí. Es como buscar una aguja en el fondo del océano.

Nga-Yee sintió una gran desazón.

—Al toparme con una pared respecto de la dirección IP, intenté buscar otras pistas. Kidkit727 abrió y registró la cuenta el mismo día en que subió la publicación —N señaló una línea en la pantalla—. La dirección de mail asociada a la cuenta es rat10934@yandex.com. Yandex es un servicio de correo electrónico ruso que no necesita verificación telefónica para abrir una cuenta. Estoy seguro de que esto era una cuenta anónima. —N movió el dedo por la línea de Kidkit727 y se detuvo más adelante en la cuadrícula—. Lo que es más importante es que este tal Kidkit727 se tomó el trabajo de borrar otra información. Cuando un usuario accede a un sitio web, el explorador envía una hilera de caracteres que revelan qué dispositivo se está usando (se denomina agente de usuario) para que el otro ordenador sepa si estás usando Microsoft o Apple, un smartphone o una tableta, o incluso qué versión de explorador estás empleando. Por ejemplo, Windows Nt 6.1 es el número de la séptima versión. OPiOs es Opera, el explorador de Apple iOs, y así todo. Pero en los registros de Popcorn hay solamente un carácter donde debería estar el agente de usuario de Kidkit727.

Nga-Yee dirigió la vista a la casilla que decía HTTP-AGENTE_USUARIO. Todos los otros eran complicadas combinaciones de letras y números, como había dicho N, pero en la línea de Kidkit727 solamente había una X.

—¿X?

—Nunca he visto un agente de usuario tan corto. Debió de codificarlo a mano el mismo usuario. Algunos navegadores permiten que sus usuarios cambien la fila de caracteres para ocultar el dispositivo o navegador que están usando. Tor es uno de ellos.

—Espera... Has dicho “uno de ellos”. ¿Eso significa que pudo haber usado otro?

—Jovencita, sigues sin entender. —N se echó hacia atrás con las manos entrelazadas sobre el escritorio—. Haya usado Tor o no, esta persona evidentemente ocultó su rastro. Kidkit727 se registró como usuario de Popcorn el mismo día en que apareció la publicación y entró solamente una vez, para publicar eso. No hay registros de ninguna otra actividad. No solo eso, sino que utilizó un repetidor para hacer todo esto, así que no hay rastro de qué explorador ni qué dispositivo usó. Eso es una forma casi perfecta de borrar su identidad. Si solo buscaba defender a Shiu Tak-Ping, ¿por qué iba a tomarse todo ese trabajo? Lo que está diciendo es: “Entiendo que esta publicación va a recibir mucha atención y la gente va a querer indagar, pero no quiero que nadie sepa quién soy”.

Nga-Yee comprendió por fin adónde quería llegar N. Lo miró, incrédula.

—La persona que publicó esto sabía perfectamente bien lo que provocaría. Debe de tener experiencia en informática —dijo N—. La pregunta es: ¿este misterioso individuo quería de verdad probar la inocencia de Shiu Tak-Ping, o esto fue una campaña de acoso virtual dirigida a tu hermana?

Estoy en casa. 21:41
Papá me ha preguntado por qué he llegado tan tarde. Le he dicho que estaba estudiando con unos amigos. 21:43
Creía que estaba contigo. 21:44
¿Soy una asesina? 21:51
pero qué disparates dices 21:53
ella eligió tirarse 21:53
no tiene nada que ver con ninguna otra persona 21:54
la gente que hace acusaciones falsas como esas merece morir 21:55
¿Estás seguro de que nadie sabrá que fuimos nosotros? 22:00
no empieces con eso otra vez 22:01
no hay forma 22:02
no tiene nada que ver con ninguna otra persona 22:03
confía en mí, sé lo que hago 22:04
aun si la policía se involucra, no va a encontrar nada
OK 22:05
Pero tengo que contarte otra cosa 22:06
Hong Kong Hacker (versión española)

Подняться наверх