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…Y VIVIERON FELICES
La boda se celebró con gran esplendor y vivieron felizmente hasta el final de sus días.
BRIAN ROSE, en The Complete Fairy Tales of the Brothers Grimm
Hoy en día, no somos muchos los que creemos en el «y vivieron felices durante el resto de sus días». Las estadísticas revelan que en nuestra cultura bastante más de la mitad de las parejas casadas se divorcian, y que aquéllos que deciden seguir juntos lo hacen por otras razones distintas a la felicidad personal —porque es muy problemático dividirlo todo, trasladarse y tener que empezar otra vez, por no hablar de los niños y de los aspectos emocionales y financieros de una separación—. En un ambiente tan práctico como el del siglo XX es difícil tomar la frase anterior como algo más que una metáfora en la que «durante el resto de la vida» es más bien «durante un tiempo».
Teóricamente, esta definición podría permitir que una persona viviera felizmente el resto de sus días si viviera consecutivamente diversas relaciones felices durante un tiempo, que aunque es cierto que estuvieron de moda en los años sesenta y setenta, se empezaron a cuestionar en los ochenta, cuando se conoció y comprendió la epidemia del sida. Pero no es sólo el miedo al sida lo que está cambiando las relaciones contemporáneas. En nuestros seminarios nos encontramos con hombres y mujeres cuyos deseos de compañerismo surgen de la sensación de que se puede sacar algo importante de una relación significativa. Y parece ser que más que simplemente un deseo de «asentarse», las parejas de hoy buscan un compormiso entre sí, pero un compromiso especial, uno que contenga tanto un elemento espiritual como físico, así como aspectos emocionales, fisiológicos y también materiales.
Este fenómeno, bastante nuevo, nos lleva a pensar que quizá hayamos entrado en una Nueva Era. Por ejemplo, el concepto de «casarse por amor» es relativamente reciente, una idea que se ha hecho popular hace tan sólo un par de siglos. Antes, las consideraciones familiares y materiales prevalecían sobre cualquier tipo de atracción emocional, física o intelectual, y la mayoría de los casamientos se celebraban entre familiares. También hay que tener en cuenta cómo se han desarrollado los aspectos socio-sexuales de las relaciones durante los últimos cien años en nuestra cultura occidental: de un período de valores y actitudes victorianas se pasó, al cambiar el siglo, a una época en la que se «aligeraron» un poco las costumbres, pero cuyos corsés no desaparecieron hasta los años veinte o treinta. En los años cuarenta, la guerra romantizó las relaciones al mismo tiempo que las deshacía, y los años cincuenta heredaron los resultados de esa guerra: entramos en la era de la bomba atómica con la determinación de hacer que funcionara la familia nuclear. Luego vino la revolución sexual de los años sesenta, que engendró el movimiento feminista de los años setenta y su demanda de igualdad social y sexual. Y así, desembocamos en los ochenta, la era de la postrevolución sexual, una época de movimiento y libertad personal que los medios de comunicación han bautizado con el nombre de generación del yo. Ahora, al acercarnos al cambio de siglo, parece ser que los hombres y las mujeres quieren enfrentarse a la vida juntos. Tal vez este sea el comienzo de la generación del nosotros, una generación que desea el final de la guerra entre los sexos y el principio de una nueva forma de relación en la que los miembros de la pareja trabajan juntos, como un equipo, para satisfacer sus necesidades, animarse el uno al otro, y viajar unidos hacia el crecimiento personal y la satisfacción espiritual y sexual.
PROMESAS
Las últimas décadas han traído consigo promesas de sofisticación sexual, independencia personal y prosperidad. Para un gran número de hombres y mujeres de hoy, muchas de ellas se han cumplido. Comenzamos una relación siendo más ricos que cualquier generación previa. Somos más ricos al saber más del mundo gracias a los medios de comunicación que nos informan diariamente, y la posibilidad de viajar entra dentro del presupuesto de muchas personas. Somos más ricos porque sabemos más de nosotros mismos; de hecho somos una cultura fascinada consigo misma. Dibujamos complejos gráficos astrológicos e intentamos leer el futuro en las estrellas. Analizamos el pasado y el presente en terapias antiguas y de vanguardia. Hacemos ejercicio, comemos bien y dejamos de fumar. Buscamos mejorar. Practicamos afirmaciones positivas. Visualizamos futuros buenos.
Habiendo recibido tantos dones, siendo tan evolucionados ¿por qué tenemos menos éxito que las anteriores generaciones a la hora de hacer perdurar las relaciones? ¿Por qué nos cuesta tanto relacionarnos con los demás durante un largo período de tiempo? Puesto que entramos en una era en la que las relaciones humanas largas e intensas son cada vez más importantes, es preciso que pensemos en estas preguntas y les demos respuesta.
SI SOMOS TAN INTELIGENTES
¿POR QUÉ NO ESTAMOS ENAMORADOS?
Hay amor, y luego hay «otro» amor. Hay amor apasionado y luego hay amor después de la pasión o sin pasión. El segundo amor también es bastante cálido y satisfactorio en muchas formas, pero puede deteriorarse de tal manera que acabe convirtiéndose en una versión pálida de la original, por ejemplo, en una tolerancia benigna; y existe el riesgo de que muera completamente o se convierta en resentimiento, en falta de respeto o incluso en algo peor.
No es del amor no apasionado del que deseamos hablar. Nos queremos centrar en un amor lleno de pasión y calor, en aquél que hace fluir la sangre dentro de ti, que es todo el alimento que se necesita. Es el amor que supera todos los obstáculos, disuelve el tiempo, te obsesiona, te posee e irradia de ti de tal forma, que la gente hace comentarios sobre tu «brillo», y se siente atraída hacia ti como si fueras un imán. Es el amor que se expresa sexualmente como una maravilla; es lo mejor.
El amor no es necesariamente ciego, como afirmó Shakespeare, pero es ciertamente un estado alterado. Los médicos dicen que bioquímicamente produce muchos de los efectos vigorizantes de las anfetaminas. Sabemos que el sistema inmunitario puede verse fortalecido por él, que las células blancas de la sangre funcionan mejor y que la producción de endorfinas aumenta. ¡Nos sentimos magníficos!
Podemos encontrar parte de la respuesta si consideramos la pasión como un tipo de energía que depende de otra energía para sobrevivir. Cuando estamos en las apasionantes primeras etapas de una relación utilizamos mucha energía intentando conseguimos el uno al otro, buscando encantar, maravillar y atraernos mutuamente. Decíamos que el amor apasionado supera obstáculos. La energía necesaria en esa superación es lo más significativo. Por ejemplo, cuando hombres y mujeres deciden vivir juntos eliminan uno de los mayores obstáculos —la separación física— pero no se dan cuenta de que están eliminando algo que contribuía a su pasión: es necesario encontrar una forma de compensar el vacío de energía que experimenta su relación cuando ya no tienen que superar el obstáculo de vivir separados. Han creado un vacío de energía, y la pasión se ve perjudicada. La disminución de energía disminuye la pasión.
En las primeras etapas de una relación amorosa, la energía apasionada parece autogenerarse. La nueva pareja está en un estado casi continuo de excitación. Están cargados. Son superconductores. Y luego, normalmente, el acto sexual disminuye —por lo menos cuantitativamente hablando—. Es menos urgente una vez que se llega a confiar en la relación, a depender del compañero, a la «familiarización». Queremos confiar el uno en el otro y depender el uno del otro, pero ¿por qué debemos perder nuestro amor?
De hecho, no tenemos por qué perder nada. Lo que normalmente ocurre es que la disminución de la práctica sexual implica una disminución de energía en la relación. Cuando las parejas no realizan esa conexión física tan a menudo, cambia el ambiente. El amor empieza a estancarse y la energía se dirige a otro sitio.
Los hombres y las mujeres que son apasionados en su trabajo, su arte o su política se reconocen por la energía que fabrican para poder conseguir, mantener y avanzar en el trabajo que se han propuesto. De la misma manera, los hombres y mujeres apasionados por su relación deben comprometerse a fabricar la energía necesaria para mantenerla. Esto es especialmente cierto en una era que ofrece tantas oportunidades y tanta libertad personal. Muchos de nosotros tenemos varias pasiones, y a veces lacantidad de energía que usamos en ellas excede la que nos devuelven. Cuando esto ocurre, operamos con una «deficiencia de pasión», y tenemos que tomar prestada energía de otras fuentes para compensarla. En último término, a menos que rectifiquemos dicha carencia en su raíz, sufriremos pérdidas serias. Demasiadas veces una de estas pérdidas es la de la pasión. Nos hemos encontrado con muchísimas parejas que están simplemente demasiado ocupadas o demasiado cansadas para hacer el amor. Ambos miembros trabajan, tienen hijos, y múltiples ocupaciones. Se preocupan de su automejora, así que dedican varias horas a la semana a su salud y a su forma física. Muchas parejas también tienen que cuidar de padres que se están haciendo viejos.
Es un hecho que las parejas modernas siempre están haciendo algo. Están agotados al cabo del día, y el sexo es lo último en lo que podrían pensar. Lo paradójico es que hacer el amor podría proporcionar a ambos más energía. La realidad es que cuando las parejas disminuyen las veces que hacen el amor comienzan el proceso, que no es tan lento, de dejar hambriento su amor, que se nutre de la energía sexual que genera una pareja.
EL COMPAÑERISMO APASIONADO
Un compañerismo apasionado no sólo necesita el alimento que ofrece la energía sexual, también necesita mantenimiento. Mantenimiento consciente. Creemos que se debe prestar tanto cuidado, cariño y atención a una relación como se presta a una profesión, familia o causa. Desafortunadamente, éste no es un concepto muy popular. Más popular pero menos real es la teoría de que el amor, habiéndonos visitado, está ya para quedarse; que una relación, una vez establecida, operará automáticamente, se mantendrá sola y no interferirá en que los miembros de la pareja continúen con sus vidas individuales. Además, las parejas esperan que su relación les complemente profesional, creativa, social y económicamente. Eso es pedir mucho; pero de hecho una relación amorosa puede nutrir todas las áreas de la vida. Puede generar la suficiente energía no sólo para sí mismo sino también para el trabajo, la familia, los amigos, las aficiones, etc. Pero esto no ocurre por arte de magia. Una relación es como un jardín. Si no se riega, no se abona, no se quita la mala hierba ni se poda, sufren sus cosechas. Una de las razones principales por las que se deterioran las relaciones es que sus miembros las descuidan.
Otra razón es que los compañeros no se comunican sus necesidades el uno al otro. Muchas personas son demasiado tímidas o tienen demasiado miedo como para decir lo que necesitan para sentirse amados, completos o simplemente felices. Algunas personas no saben usar las palabras adecuadas, temen que se les rechace la satisfacción de ciertas necesidades, piensan que la otra persona las subestimará por tener necesidades, o se avergüenzan de tales necesidades. Así que a veces guardan lo que tienen en su corazón o en su mente, y cuando finalmente llegan a expresarse, después de haberlo dejado demasiado tiempo en silencio, la comunicación resulta, quizá, excesivamente fuerte. Tenemos que aprender a comunicarnos como amantes, como compañeros, y necesitamos encontrar otra forma de comunicación distinta de la que utilizamos en otras áreas de la vida. Hablaremos más extensamente de este tema en los capítulos tercero y cuarto.
Además de la falta de comunicación y la desatención, las ideas preconcebidas sobre cómo debería ser la relación también pueden causar problemas. Éstas a menudo están profundamente arraigadas, ya que se basan en lo que hemos observado en la relación de nuestros padres mientras crecíamos, así como en la actitud —de entonces, de ahora— de la iglesia, de la sociedad y de los medios de comunicación ante las relaciones, y, finalmente, en nuestras propias experiencias en la relación con otros —familia, amigos, amantes— y la forma en que estas personas se han relacionado con nosotros. Nuestras historias personales y experiencias del pasado son parte de nuestro ser, y por tanto influyen en nuestro compañerismo. Pero cuando nos convertimos en pareja nuestra nueva relación no debería tener historia, sólo un presente y un futuro potencial De hecho, parte de lo que hacemos viviendo la relación es crear una historia de la misma.
Toda pareja soporta injustamente cargas de historias y experiencias cuyas insinuaciones llegan al presente. Ella no debe olvidar que «los hombres son mentirosos», por ejemplo. Él será mejor que recuerde que «no se puede confiar en las mujeres», que «es posible que rechacen a un hombre sexualmente o lo abandonen simplemente por antojo, en cualquier momento».
Y aun así nos sentimos atraídos el uno por el otro. Los hombres y las mujeres tienen la necesidad de unirse. Ya sea porque formar pareja es símbolo de una unión a un nivel superior o simplemente por una necesidad puramente biológica, el deseo de llegar a ser uno con nuestro amado es innegable. Y en nuestro fervor, es posible errar confundiendo unidad con igualdad. De hecho no somos iguales; son las diferencias entre el hombre y la mujer las que pueden hacer que su mezcla tenga éxito.
Por supuesto, no hablamos diferencias irreconciliables. Ni tampoco queremos decir que los hombres y las mujeres son distintos en todo. Somos iguales en mucho, y nos sentimos atraídos de forma natural por alguien que es como nosotros en ciertos aspectos —alguien con un sentido del humor similar, por ejemplo, o una historia común, o un sentido compartido del bien y del mal, o metas y sueños similares. Las diferencias de las que hablamos son esas diferencias básicas que distinguen a un hombre de una mujer —las diferencias de naturaleza sexual—. Intentar satisfacer una relación apasionada y al mismo tiempo rechazar estas diferencias es casi imposible. Pero cuando se comprende la naturaleza de la diferencia entre los sexos, se puede aprender a usarla en beneficio de la pareja y de la relación. Porque de hecho dichas diferencias son complementarias: lo que le falta al hombre la mujer lo tiene de sobra y viceversa. Aprender cómo hacer de las diferencias una ventaja para la relación, aprender cómo esas diferencias pueden satisfacerla en vez de erosionarla o gastarla, es de lo que trata este libro.
VIVA LA DIFERENCIA
Los hombres y las mujeres de hoy buscan cosas similares en una relación, y las desean en grados similares: deseamos hallar estabilidad psicológica; queremos poder confiar el uno en el otro; queremos apoyarnos, el uno al otro tanto emocional como económicamente; queremos compartir experiencias similares, ser compañeros de juego y también socios responsables; queremos mejorarnos a nosotros mismos a través de la relación y esperamos que ésta mejore con nosotros, y realmente queremos amarnos el uno al otro durante toda una vida, que deseamos pasar juntos.
El hecho de que una pareja comparta metas similares para su relación es bueno para ambos porque significa que la pareja ve su compañerismo como una entidad en sí misma. Hace que se centren en ella como algo separado de nosotros, y este punto de vista es crucial para la salud y el bienestar de la pareja.
Sin embargo, aunque los hombres y las mujeres podrían no ser tan distintos en lo que desean para sí mismos como pareja, a través de nuestros seminarios nos hemos dado cuenta de que son muy distintos cuando se trata de lo que quieren —de hecho, necesitan— para sí mismos como individuos sexuales en la relación.
Por ejemplo, hemos descubierto que la mayoría de las mujeres utilizan la palabra intimidad para describir lo que es más importante para ellas sexualmente. Intimidad sexual (como lo expresan las mujeres que hemos conocido) es un tipo de proximidad muy especial, de comunicación que va más allá de lo que puede lograr la pareja físicamente, una forma de compartir que traspasa el compañerismo material. Esta conexión profunda es descrita por muchas mujeres como una conexión espiritual, o como el sentimiento de haber encontrado al «compañero del alma». Las mujeres lo relacionan con el corazón o con el alma más que con el cerebro o los genitales, aunque cuando se da verdaderamente la intimidad sexual, la pasión sexual es su consecuencia. Esto parece ser verdad en todas las áreas, no sólo en el sexo. Cuando uno se hace «íntimo» de un sujeto o proyecto, se sumerge en él, «se mete en él», se apasiona por ello, se excita, se llena de energía, se enciende. Ocurre lo mismo con la intimidad sexual: una mujer excitada es movida física y profundamente.
Pero cuando falta la intimidad, cuando una mujer no conecta de forma especial con su compañero, permanece insatisfecha a un nivel primario, porque esta necesidad de intimidad es muy profunda. Cuando falta la intimidad es difícil para muchas mujeres sentir pasión o estar satisfechas, y cuanta más intimidad falte en una relación, más desapasionada e insatisfecha se sentirá la mujer.
Para la mayoría de los hombres, sin embargo, la palabra «intimidad» conlleva algo muy distinto. La mayoría de los hombres occidentales del siglo XX se sienten arrebatados cuando oyen que una mujer quiere intimidad sexual (que la necesita). Porque para ellos las palabras intimidad sexual significan el acto sexual. Así que si al principio de la relación la mujer parecía recibir una cantidad satisfactoria de intimidad sexual, medida por la pasión sexual que intercambiaba la pareja, y el hombre no está haciendo hoy nada distinto en la relación sexual excepto intentar más para conseguirlo, ¿de quién es la culpa? ¿Dónde está el fallo?
Éstas son preguntas comunes en las parejas de hoy, y representan una incomprensión seria de términos —un fracaso importante de comunicación en la misma piedra angular de la relación—. Es fácil proyectar el resentimiento y la ira, la frustración y el sentimiento de haber sido dañado, e incluso la vergüenza, sentimientos que sin duda aparecerán entre dos personas que no se han comunicado sus deseos más básicos, que no se han comprendido el uno al otro, que han estado operando bajo suposiciones incorrectas, quizá durante años. Y es fácil ver que su relación va a verse afectada.
Puesto que la necesidad de intimidad es tan básica para las mujeres, es necesario que cada mujer la defina por sí misma y luego comunique su significado personal a su amante. Esto no es tan fácil de lograr. Por naturaleza y físicamente, las mujeres son introvertidas desde el punto de vista sexual; contienen su sexualidad. Sus órganos sexuales, sus zonas más sensibles, son internas y están protegidas. No es difícil comprender cómo podría afectar esto la habilidad de la mujer para hablar sobre sus sentimientos sexuales más profundos, de lo reservada que podría sentirse respecto de ellos. Pero una mujer tiene que hacer que su amante comprenda lo que significa la intimidad. Cuando lo consiga, su esfuerzo le será recompensado mil veces.
Es mucho menos difícil para los hombres comunicar lo que necesitan para sí mismos como seres sexuales, o expresar lo que les mantiene apasionados. La naturaleza sexual del hombre es fundamentalmente extrovertida y proyecta muestras físicas obvias sobre lo que le excita. Dicho de forma simple, el sexo excita a la mayoría de los hombres. El sexo les hace apasionados. Los hombres aman el sexo: les encanta dos cuerpos desnudos y entrelazados juntos. Los hombres se vuelven locos con las mujeres que aman el sexo. La intimidad podría estar bien, ciertamente la compatibilidad psicológica y emocional son importantes, pero para la gran mayoría de los hombres con quienes trabajamos, el sexo es un barómetro de la salud de sus relaciones, y una relación sana es aquélla en la que se da una buena cantidad de buen sexo. Simplificando mucho (existen muchas excepciones y grados en estos sentimientos), la mayoría de las mujeres desean una experiencia de amor sentido de corazón o lleno de alma; la mayoría de los hombres quieren una experiencia glandular.
Ocasionalmente esta discrepancia se convierte en una arma en una relación que va hacia la autodestrucción —por ejemplo, cuando una mujer aparta el sexo de su pareja como castigo (a menudo porque él no comparte su intimidad con ella), o cuando un hombre no le da a su mujer la conexión íntima que ésta necesita, no la abraza amorosamente, no la mira profundamente a los ojos y le dice que la quiere (a menudo porque ella nunca quiere sexo). Esta pareja ha tomado un camino cuya única salida es el desastre. Cuanto más frío sea él con ella menos apasionada será, y más frío será él… A esta pareja le quedan segundos.
Así que, ¿cuál es la respuesta? Los hombres y las mujeres tenemos deseos fisiológicos distintos, básicos a nuestra naturaleza masculina y femenina. Aunque no lleguen a oponerse, al menos no coinciden. ¿Cómo reconciliar estas diferencias?
La solución que damos en nuestros seminarios está basada en parte en el estilo de vida tántrico que fue diseñado hace siglos especialmente para parejas. Los textos tántricos son explícitos sobre cómo se puede utilizar las diferencias entre los sexos como una fuerza positiva en una pareja; cómo la combinación adecuada de estas diferencias puede producir una reacción casi alquímica, un ambiente en que todo florece, gracias al cual el jardín de tu relación brota con color, y tú y tu persona amada prosperáis.