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Prólogo

Hay una imagen que me vuelve mientras leo Amores como el nuestro, es más el gesto de una cara en una escena cargada de sentidos. Es la jeta increíble de Charlize Theron manejando ese camión de Mad Max, furia en la carretera, la película de George Miller de 2015, y es un gesto que conocemos bien: mezcla de ira, hartazgo y desencanto.

La novela de Charo Márquez es de amor, ok, pero me gusta más pensar eso como una estrategia: un diseño de romance que cuenta más la forma de una huida, correr para salvar el pellejo de una experiencia con ribetes concentracionarios, la tortura a la que la heteronorma somete a absolutamente todas las maneras de estar en el mundo. Amores como el nuestro es la narración de una contemporaneidad que se dice y se contradice en los cuerpos sobre los que se libra la guerra de sentidos. Quiero decir: la novela de Charo es una de acción, el relato de una escapatoria desde la más oscura burocracia del ser hacia la urgencia por una bocanada de vitalidad a riesgo de casi lo único: ponerse en riesgo. Legión que atraviesa el desierto con la convicción de que no quiere lo que no tiene porque sabe sin saber que toda identidad es una prótesis y que toda certeza de una identidad propia es un sueño falaz.

Dos narradores y un puñado de personajes desencantades, furioses, hartes del cistema, de la obligación a pensarse zonbies en la superficie de un imperio heterosexual y exclusivo. Amores como el nuestro se presenta con una escritura dinámica, un sistema fácil de poner a circular muy cerca de quienes vivimos en una ciudad en este tiempo, un sistema que muestra elípticas de heridas diversas, de insatisfacción, del placer por la comida y por el sexo y también de la mitificación de esos placeres y de la idea de una satisfacción garantizada por un mercado de activos y pasivos que se corresponden a la perfección y por tanto son incapaces de dejarse huella.

Amores como el nuestro es una novela divertida y escrita con gracia afrodisíaca, pero también es una estrategia discursiva que muestra los niveles infinitos de una guerra que se libra en nuestros cuerpos y, claro, por supuesto, en algunos cuerpos mucho más que en otros. Un batallón de subjetividades lastimadas y alegres, de encarnaciones golpeadas que igual le porfían a la fiesta incomprensible, indubitable, insoportable (y ¡ay, preciosa! a pesar del horror), de estar vives.

Julián López

Amores como el nuestro

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