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EL DAÑO A LA REPRESA

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A demás de contar con una industria exitosa de madera (y algunos escándalos reales), el Reino del Oeste era reconocido por su icónica Represa del Oeste, ubicada en la ciudad capital de Fuerte Longsworth. La estructura tenía más de trescientos metros de altura y estaba hecha de más de cinco millones de bloques de roca, de modo que protegía a la ciudad de quedar bajo el agua del Gran Lago del Oeste. Tenía dos siglos de antigüedad y su construcción había tardado tantos años en concretarse que, cuando finalmente terminó en el verano de 452, se declaró un feriado nacional para celebrar este logro histórico.

El Día de la Represa era una fecha muy querida por los ciudadanos del Reino del Oeste y un momento muy importante del año. La gente tenía el día libre de su trabajo, los niños y las niñas no asistían a la escuela y todos se reunían a jugar, comer y brindar por la represa que protegía a la ciudad capital.

Desafortunadamente, todos esperaban que el Día de la Represa de ese año fuera una desilusión. Luego de una serie de terremotos inesperados, los cimientos de la Represa del Oeste se movieron y le hicieron una grieta inmensa a la estructura. El agua brotaba con fuerza por la abertura angosta y cubría Fuerte Longsworth con una lluvia constante. El daño solo empeoraba con el tiempo, ya que la grieta se hacía cada vez más grande y el agua cubría aún más a la ciudad.

Necesitaba tareas de mantenimiento urgente, pero el soberano del reino, el Rey Belicton, no estaba decidido a ordenar eso. Más allá de que se tratara de una hazaña costosa y urgente, la reparación sería una tarea peligrosa, ya que toda la ciudad de Fuerte Longsworth tendría que ser evacuada en el proceso. El rey pasó muchas noches desvelado, rascándose su cabeza calva y girando su bigote mullido, mientras intentaba encontrar una solución alternativa.

Para su suerte (y la de sus muy, muy mojados ciudadanos), había nuevos recursos a su disposición y usarlos solo le costaría un poco de su orgullo. Al principio, el rey rechazó la idea, pero mientras miraba la interminable neblina que transformaba las calles de Fuerte Longsworth en pequeños arroyos, comprendió que ya no tenía otra opción. Fue así que el Rey Belicton solicitó una porción de su papel más fino y su pluma más elegante, y escribió una carta para pedir lo único que más odiaba: ayuda.

Querida Hada Madrina:

El último año se ha ganado la gratitud del mundo entero luego de sus valientes hazañas en el Reino del Norte. Yo, junto a mis súbditos, nunca le agradecimos lo suficiente por habernos librado de la Reina de las Nieves y haber salvado al planeta de la Gran Tormenta de 651. Desde ese entonces, ha fascinado e inspirado al mundo con actos de profunda generosidad. Ya sea construyendo orfanatos y refugios, o alimentando a los hambrientos y curando a los enfermos, usted y el Consejo de las Hadas han tocado nuestros corazones con su compasión y caridad.

En este momento, le escribo con la esperanza de que considere compartir su compasión con el Reino del Oeste. En las últimas semanas, la Represa del Oeste en Fuerte Longsworth sufrió daños que deben ser reparados de inmediato. Una reparación tradicional nos tomaría gran parte de la primera mitad de la década y obligaría a miles de ciudadanos a abandonar sus hogares. Sin embargo, si usted está dispuesta a brindarnos una solución mágica, mi pueblo no tendrá que atravesar dicho agravio. Si es posible realizar este gesto, las hadas se ganarán el respeto eterno del Reino del Oeste y nos darán una razón más para celebrar nuestro tan querido Día de la Represa.

No es un secreto que el Reino del Oeste, al igual que nuestras naciones vecinas, tiene una historia complicada con la comunidad mágica. No podemos borrar la discriminación y las injusticias del pasado, pero con su amabilidad, podríamos marcar el comienzo de una nueva etapa para las relaciones entre el Oeste y la magia.

Le ruego que nos perdone y nos ayude en estos momentos tan difíciles.

La saludo con humildad,

Su Excelencia,

Rey Belicton del Reino del Oeste

El rey quedó exhausto luego de tanta humillación. Dobló la carta con cuidado y le estampó su sello oficial, antes de entregársela a su mensajero más veloz.

La mañana siguiente, el mensajero llegó a la frontera del Territorio de las Hadas, pero no pudo encontrar una forma de entrar. Un seto enorme protegía el perímetro del territorio como una pared inmensa de hojas. Estos arbustos eran demasiado altos como para saltarlos y demasiado densos como para atravesarlos, por lo que el mensajero debió bordear toda la frontera hasta que eventualmente encontró una entrada.

Se sorprendió cuando encontró un grupo bastante grande de otros mensajeros y, a juzgar por sus ropas elegantes, todos parecían llevar mensajes de familias destacadas. Pero lo más sorprendente aún era que la entrada estaba vigilada por un caballero aterrador que montaba un inmenso caballo de tres cabezas. El caballero tenía el doble del tamaño de un hombre promedio y dos astas sobre su celada. Si bien el caballero vigilaba a los mensajeros en completo silencio, no hacía falta que dijera nada para dejar algo perfectamente claro: nadie cruzaba sin su permiso.

En el suelo había dos cajas con correspondencia, una estaba destinada a los PEDIDOS y la otra a los ELOGIOS. Uno a la vez, los mensajeros temerosos se acercaban al caballero y colocaban sus mensajes en la caja correspondiente y luego se marchaban tan rápido como podían. El mensajero del Rey Belicton esperó su turno y, con una mano temblorosa, dejó la carta del rey en la caja marcada para los PEDIDOS y regresó a toda prisa al Reino del Oeste.

Unas horas más tarde, luego de entregar su carta, el Rey Belicton recibió una respuesta. Mientras disfrutaba de su cena en el Castillo del Oeste, un unicornio apareció repentinamente en su comedor con un sobre dorado en la boca. Detrás del corcel mágico aparecieron dos docenas de guardias que no habían podido impedirle la entrada al castillo. Los guardias persiguieron al unicornio en círculos por todo el comedor y, en su quinta vuelta alrededor de la mesa, el unicornio dejó caer el sobre dorado sobre el tazón de sopa del rey.

De inmediato, el animal se marchó tan rápido como había llegado. Mientras los guardias lo perseguían, el Rey Belicton secó el sobre con su servilleta, lo abrió con un cuchillo para mantequilla y leyó el mensaje que contenía en su interior.

Querido Rey Belicton:

Le hice llegar su pedido al Hada Madrina y ella le envía su más profunda empatía por sus problemas con la represa. Ella, junto a mí y el resto del Consejo de las Hadas, aceptamos ayudarlo. Llegaremos a Fuerte Longsworth al mediodía del Día de la Represa para reparar el daño.

Por favor, avísenos ante cualquier cambio, conflicto o información adicional previo a nuestra visita. Le agradecemos desde ya y le deseamos que tenga un día mágico.

Sinceramente,

Emerelda Stone,

Directora de Correspondencia del Hada Madrina

P.D.: Le pedimos disculpas por reunirnos con usted durante un feriado nacional. El Consejo de las Hadas está muy ocupado con numerosos pedidos en este momento.

El Rey Belicton se sintió lleno de alegría de oír las buenas noticias y lo vio como una victoria personal. Decidió hacer que la visita del Consejo de las Hadas fuera una ocasión especial y les ordenó a sus empleados que corrieran la voz de su pronta visita. Colocaron pancartas y banderas mojadas sobre las calles de la capital. Instalaron algunas gradas a los pies de la Represa del Oeste y un escenario donde el rey podría entregarle al consejo una muestra de su gratitud.

Este tipo de arreglos no se llevaba a cabo desde su coronación, pero el interés público en el Consejo de las Hadas estaba seriamente subestimado.

En la víspera del Día de la Represa, cientos de miles de ciudadanos de todas partes del reino llegaron a Fuerte Longsworth. Para el amanecer, las gradas estaban repletas y había multitudes en distintas partes de la ciudad mirando la represa. Las familias utilizaban los techos de sus casas, los vendedores subían a los techos de sus tiendas y los monjes se sentaban sobre los chapiteles de sus iglesias, desde donde podían ver todas las festividades. La represa rota empapaba a todos los espectadores a lo largo de toda la ciudad; la mayoría temblaba por el frío de la mañana, pero sus corazones se sentían cálidos por la promesa de la magia.

El Reino del Oeste jamás había presentado una celebración de esta magnitud y era común escuchar que la llamaran “el evento de la década”, “la celebración del siglo” y “un Día de la Represa para la historia”.

Pero incluso, con esas expectativas, nadie pudo predecir lo memorable que sería este día…


Durante la mañana del Día de la Represa, Fuerte Longsworth estaba tan lleno de gente que al Rey Belicton le tomaron tres horas viajar la corta distancia entre el Castillo del Oeste y la Represa del Oeste. Su carruaje se abrió paso por las calles saturadas y llegó a la represa con solo unos pocos minutos de sobra. Una vez que el rey se sentó en su palco privado en las gradas, un presentador energético se subió al escenario y saludó a los cientos de miles de personas que rodeaban la estructura.

–¡Hoooolaaaaa, Reino del Oeste! –vociferó–. ¡Es un gran honor darles la bienvenida a lo que seguro recordarán como el mejor Día de la Represa de nuestra vida!

La voz bulliciosa del presentador resonó a lo largo de toda la ciudad congestionada y todos los habitantes festejaron cada una de sus palabras. Su grito de entusiasmo fue tan fuerte que casi hace caer al presentador.

–En solo unos minutos, el Consejo de las Hadas llegará a Fuerte Longsworth para reparar los daños en la Represa del Oeste. Una hazaña de estas características normalmente nos llevaría años terminar, pero con la ayuda de un poco de magia, ¡la represa será reparada de manera instantánea delante de nuestros ojos! Por supuesto, nada de esto habría sido posible de no ser por las negociaciones veloces llevadas a cabo por nuestro brillante y audaz Rey Belicton. Adelante, Su Excelencia, ¡salude a esta multitud!

El soberano se puso de pie y saludó a sus adorables ciudadanos. Su festejo de respeto eventualmente se apagó, pero el Rey Belicton permaneció en pie, disfrutando de su propia gloria.

–Ahora, prepárense –continuó el presentador–. ¡En cualquier momento presenciaran un espectáculo que les garantizo que estimulará todos sus sentidos! Pero, tal vez se pregunten, ¿cómo hará el Consejo de las Hadas para reparar la Represa del Oeste? ¡Bueno, quizás lo hagan con el fuego de mil antorchas! ¡Quizás la sellen con una capa de diamantes brillantes! ¡O quizás lo hagan con cientos de tallos invisibles de hiedra! ¡No lo sabremos hasta que ocurra! Pero la puntualidad debe ser parte de su proceso porque, ¡aquí vienen!

A lo lejos, sobre la superficie del Gran Lago del Oeste, había seis jóvenes muy coloridos que se acercaban a la ciudad sobre un arcoíris en movimiento.

El grupo estaba liderado por una niña de once años con una colmena anaranjada en lugar de cabello y un vestido hecho con parches de un panal. La llevaba por el aire un enjambre de abejas vivas, el cual la bajó sobre la Represa del Oeste y se refugió dentro de su cabello. Detrás de ella, la seguía otra niña de once años, que avanzaba por la superficie del Gran Lago del Oeste en una ola solitaria. Llevaba un traje de baño color zafiro y de su cabeza fluía una cortina de agua que bañaba todo su cuerpo y se evaporaba al llegar a sus pies. Cuando la ola estaba cerca del borde de la represa, la niña saltó del lago y aterrizó junto a la niña con el vestido de panal.

–Una de ellas es la que mejor sabe lucir su aguijón y la otra es la única persona que está más mojada en todo Fuerte Longsworth. Por favor, un gran aplauso para ¡Tangerina Turkin y Cielene Lavenders! –exclamó el presentador.

Todo Fuerte Longsworth estalló en aplausos para las primeras integrantes del Consejo de las Hadas.

Tangerina y Cielene no podían creer lo que estaban viendo. Nunca habían presenciado una reunión tan inmensa.

–¿Están haciendo rebajas en todos los comercios? –le preguntó Cielene a su amiga.

–No, creo que vinieron a vernos a nosotras –dijo Tangerina.

La multitud festejó aún más fuerte cuando aparecieron otros dos miembros del Consejo de las Hadas. Una niña de trece años de hermosa piel morena y cabello negro rizado apareció navegando por el Gran Lago del Oeste en un bote cubierto de joyas. Llevaba una túnica con esmeraldas incrustadas, sandalias con adornos de diamantes y una tiara destellante. La niña llevó el bote hasta la orilla del lago y se unió a Tangerina y Cielene en la Represa del Oeste. Por detrás, la seguía un niño de doce años que avanzaba por el cielo como un cohete. El niño llevaba un traje dorado, tenía llamas sobre su cabeza y hombros y viajaba por el aire como si tuviera dos propulsores en sus pies. Las llamas disminuyeron cuando llegó a la Represa del Oeste y se paró junto a la niña cubierta de esmeraldas.

–Ella es hermosa y fuerte como un diamante. Y él no teme jugar con fuego. Ellos son ¡Emerelda Stone y Amarello Hayfield! –anunció el presentador.

Al igual que Tangerina y Cielene, Emerelda y Amarello quedaron fascinados por el mar de gente que rodeaba a la represa. Las llamas sobre la cabeza y hombros de Amarello se encendieron levemente por los nervios y se ocultó detrás de Emerelda.

–¡Mira a todos esos manifestantes! –gritó el niño–. ¿Deberíamos irnos?

–Parecen demasiado felices como para ser manifestantes! –agregó Cielene.

–Eso es porque no son manifestantes –les dijo Tangerina–. ¡Lean los carteles!

El Consejo de las Hadas ya estaba acostumbrado a ver a grupos que se manifestaban en su contra siempre que hacían apariciones públicas. Por lo general, esos manifestantes tenían carteles con mensajes como DIOS ODIA A LAS HADAS, LA MAGIA ES LA PERDICIÓN, y EL FIN ESTÁ CERCA. Sin embargo, su visita a Fuerte Longsworth no había reunido a la clase de manifestantes a los que estaban acostumbrados. Por el contrario, a medida que las hadas miraban a la multitud, notaron que solo había mensajes positivos como GRACIAS DIOS POR LAS HADAS, LA MAGIA ES HERMOSA, y NO SEAS TRÁGICO, SOLO SON MÁGICOS.

–Ah –dijo Amarello, más tranquilo–. Lo siento, me olvidé que ahora la gente nos quiere. Las viejas costumbres nunca mueren.

Emerelda gruñó y se cruzó de brazos.

–El Rey Belicton debería haber mencionado que habría público –se quejó–. Debería haberlo sabido. Los monarcas hacen un escándalo por todo.

De pronto, el ambiente quedó inundado por numerosos graznidos. Una bandada de gansos transportaba a la quinta integrante del Consejo de las Hadas hacia la Represa del Oeste. Era una niña de catorce años que llevaba un bombín, un enterizo negro, un par de botas que le quedaban grandes y un collar de tapitas de metal. Los gansos la dejaron junto al resto de las hadas y cayó sentada con un golpe seco.

–¡Auch! –les gritó a las aves–. ¿A eso le llaman aterrizar? ¡Los meteoritos caen con más suavidad!

–Será mejor que no le saquen las plumas. ¡Denle la bienvenida a Lucy Gansa! –anunció el presentador.

–¡Se pronuncia GAN-SAI! –le gritó, poniéndose de pie–. La próxima vez, investiga un poco antes de… –se quedó en silencio y boquiabierta cuando vio la cantidad de gente que las había ido a ver–. ¡Cielo Santo! ¡Miren a toda esa multitud! ¡Es más grande que la que nos observó construir el puente del Reino del Este!

–Me atrevería a decir que todo el Reino del Oeste está aquí –dijo Emerelda–. Quizás más.

Lucy esbozó una sonrisa de oreja a oreja mientras observaba a todos los presentes. Un grupo de niños le llamó la atención y se sintió muy entusiasmada cuando los vio que cada uno de ellos tenía una muñeca que se asemejaba a un integrante del Consejo de las Hadas.

–¡Incluso tienen muñecas de nosotras! –declaró Lucy–. Dios, es una lástima tener que hacer estas cosas por la bondad de nuestros corazones. Haríamos una fortuna si cobráramos una comisión.

Al cabo de un rato, el silencio se apoderó de Fuerte Longsworth, ya que anticipaban a la sexta y última integrante del Consejo de las Hadas. Solo cuando los ciudadanos empezaban a preocuparse de que no vendría, una hermosa muchacha de quince años con ojos azules deslumbrantes y cabello castaño claro descendió de las nubes dentro de una burbuja. Llevaba un traje de pantalón y saco brillante, guantes que hacían juego con el resto de su atuendo y una cola que caía desde su cintura, así como también algunas flores blancas sobre una trenza larga en su cabeza. La burbuja aterrizó con suavidad sobre la Represa del Oeste junto al resto de las hadas y la niña la hizo estallar con su varita de cristal.

–Ten cuidado, Reina de las Nieves, ¡no eres contrincante para nuestra próxima invitada! –anunció el presentador–. Ella es la compasión personificada y se la considera una diosa para los hombres… ¡Por favor, denle una cálida bienvenida al mejor estilo del Reino del Oeste a la única e inigualable Haaadaaaa Maaaadrinaaa!

Los ciudadanos celebraron tan fuerte que la Represa del Oeste vibró bajo los pies del Consejo de las Hadas. La gente al frente de la represa comenzó un cántico que se extendió hacia el resto de los presentes.

¡Hada Madrina! ¡Hada Madrina! ¡Hada Madrina! ¡Hada Madrina!

Brystal Evergreen se sintió con el corazón lleno de amor por esta bienvenida tan apasionada. Nunca había visto a tanta gente reunida en un solo lugar y cada uno de los presentes aplaudía y lloraba de la alegría por ella. Sostenían pinturas de su rostro y pancartas con su nombre por lo alto. Algunas niñas más pequeñas (y algunos hombres adultos) estaban vestidas como ella, mientras movían sus varitas hechas a mano de un lado a otro.

La admiración del Reino del Oeste era un honor increíble, pero por razones que Brystal no podía explicar, todo el entusiasmo la hacía sentir incómoda. Más allá de la felicidad de las personas que alentaban por ella, Brystal no creía merecer ese reconocimiento y, a pesar de su bienvenida enérgica, no podía luchar contra la necesidad de irse. Después de todo, tenía trabajo que hacer. Así que se obligó a sonreír y saludó a la multitud con modestia.

El resto de las hadas parecía disfrutar mucho más la atención que Brystal, en especial Lucy.

–Guau, esta multitud de verdad ama ese nombre de Hada Madrina –dijo Lucy–. ¿Estás contenta de tener ese título?

–Ya te había dicho que no quería uno –le contestó Brystal–. Me hace sentir como un objeto.

–Bueno, como mi madre solía decir, si te van a cosificar, es preferible que lo haga tu familia –dijo Lucy y le dio una palmada en la espalda a Brystal–. Solo agradece que eligieron llamarte Hada Madrina, ya nos han llamado de muchas formas peor.

–Disculpa, ¿Brystal? –la interrumpió Emerelda–. Creo que será mejor que nos encarguemos rápido de esto. Tenemos que reparar un molino a las tres de la tarde y descongelar una granja a las cinco. Además, la gente está empezando a enfurecerse allí abajo.

–No podría estar más de acuerdo –dijo Brystal–. Hagamos lo que vinimos a hacer y acabamos con esto de una vez por todas. No hace falta causar más escándalo del necesario.

Sin perder más tiempo, Brystal se paró al borde de la Represa del Oeste y movió su varita hacia el daño a sus pies. La grieta gigante de pronto se llenó mágicamente con un sello dorado y, luego de más de una semana de neblina constante, la lluvia finalmente se detuvo. Para estar más segura, Brystal movió su varita una vez más y esta vez una brisa poderosa sopló por toda la ciudad, secando las calles, tiendas y hogares. La brisa voló algunos sombreros y derribó a algunas personas al suelo, pero se pusieron de pies completamente secos.

Todo ocurrió tan rápido que les tomó un minuto a los ciudadanos comprender que habían resuelto sus problemas. Su grito de celebración fue tan poderoso que era un milagro que la Represa del Oeste no se agrietara otra vez.

–Bien, todos satisfechos –concluyó Brystal–. Ahora vamos para…

–¡Magnífico! –vociferó el presentador–. ¡Con solo un movimiento de su muñeca, el Hada Madrina reparó la Represa del Oeste y salvó a Fuerte Longsworth de una década de lluvia! ¡Ahora el Consejo de las Hadas acompañará al Rey Belicton en el escenario para recibir una muestra de agradecimiento de parte de nuestro reino!

–¿Qué cosa? –dijo Emerelda.

Las hadas miraron hacia abajo y vieron al Rey Belicton en el escenario con un trofeo de oro inmenso. Tangerina y Cielene estaban muy entusiasmadas.

–¡Quieren darnos un premio! –dijo Cielene–. ¡Me encantan los premios!

–¿Podemos quedarnos y aceptarlo? –le preguntó Tangerina al resto–. ¿Por favor?

–Absolutamente, no –dijo Emerelda–. Si el Rey Belicton quisiera darnos un premio, me lo hubiera aclarado primero. No podemos permitir que la gente se aproveche de nuestro tiempo.

–Oh, relájate, Em –la instó Tangerina–. Trabajamos demasiado para ganarnos la aprobación del mundo y ahora ¡finalmente la tenemos! Si de vez en cuando no le damos a la gente una oportunidad de admirarnos, ¡quizás perdamos su admiración!

–Creo que Tangerina tiene razón –intervino Amarello–. El Rey Belicton puede haber roto las reglas, pero su gente no lo sabe. Si no tienen la ceremonia que esperaban, probablemente nos culpen a nosotros. Y no deberíamos darles otra razón para que empiecen a odiarnos otra vez.

Emerelda gruñó y puso los ojos en blanco. Se levantó las mangas de su vestido y revisó el reloj de sol que tenía en su muñeca.

–Está bien –dijo Emerelda–. Les daremos otros veinte minutos, pero eso es todo.

El hada chasqueó los dedos y un tobogán mágico de esmeralda apareció frente a ellos. Se extendía desde la parte superior de la represa hasta el escenario abajo. Emerelda, Amarello, Tangerina y Cielene se deslizaron y acompañaron al Rey Belicton en el escenario, pero Brystal se detuvo antes de seguirlos. Notó que Lucy no había dicho nada desde que habían reparado la represa y, en cambio, estaba parada muy quieta, observando a la multitud con gran profundidad.

–Lucy, ¿vienes? –le preguntó.

–Sí, ya bajo –le contestó–. Solo estoy pensando.

–Oh, oh –dijo Brystal–. Debe ser algo serio si te estás perdiendo la oportunidad de estar en un escenario.

–¿Estamos haciendo suficiente?

Brystal se sintió confundida por la pregunta abrupta.

–¿Qué?

–Reparamos represas, construimos puentes, ayudamos a la gente… pero ¿es suficiente? –le aclaró Lucy–. Todas estas personas viajaron hasta aquí para ver algo espectacular y ¿qué les dimos? Un poco de sellador y viento.

–Sí –le contestó Brystal–. Les dimos exactamente lo que necesitaban.

–Sí, pero no es lo que querían –dijo Lucy–. Si tocar con la Tropa Gansa me enseñó algo es la psicología de una audiencia. Si estas personas regresan a sus casas decepcionadas, incluso en lo más mínimo, estarán enojadas con nosotras. Y tal como dijo Amarello, no deberíamos darles ninguna razón para que nos odien. Si empiezan a resentir al Consejo de las Hadas, pronto comenzarán a resentir a todas las hadas y ¡bum!, la comunidad mágica volverá a donde empezó. Creo que sería inteligente quedarse un rato y darles un espectáculo.

Brystal miró a la ciudad mientras pensaba en lo que acababa de decir Lucy. Era obvio que la gente quería más magia, parecían estar obsesionados con el Consejo de las Hadas desde su llegada, pero Brystal no quería consentirlos demasiado. Ella y el resto tuvieron que trabajar mucho para llegar hasta este punto. La idea de trabajar aún más para mantener su posición era agotadora con solo pensarla. Y Brystal no quería pensar en nada, solo quería marcharse y alejarse de la multitud.

–Somos filántropas, Lucy, no artistas –le dijo–. Si la gente espera un espectáculo de nuestra parte, siempre tendremos que darles un espectáculo y ¿a dónde nos llevará eso? Sería más fácil complacer a la gente y contener sus expectativas si mantenemos todo simple. Ahora aceptemos el premio del rey, estrechemos algunas manos y sigamos adelante.

Brystal se deslizó hacia el escenario antes de que Lucy tuviera oportunidad de oponerse, pero ambas sabían que su conversación estaba lejos de terminar.

–En nombre del Reino del Oeste, me gustaría agradecerle al Hada Madrina por sus enormes actos de generosidad –dijo el Rey Belicton a sus ciudadanos–. Como muestra de nuestra eterna gratitud y aprecio, le entrego el más prestigioso premio de nuestro reino, la Copa de la Represa.

Antes de que el Rey Belicton pudiera entregarle el trofeo a Brystal, Cielene se lo quitó de las manos y lo sostuvo como un bebé. Tangerina empujó a Brystal hacia adelante, obligándola a improvisar un discurso de aceptación.

–Ehm… bueno, primero me gustaría decirles gracias –comenzó Brystal y se recordó ser simple–. Siempre es un privilegio visitar al Reino del Oeste. El Consejo de las Hadas y yo nos sentimos muy honrados de que confíen en nosotros para reparar una estructura tan importante para su pueblo. Espero que, de ahora en más, siempre que la gente mire la Represa del Oeste, recuerden el potencial que la magia tiene para ofrecer…

Mientras Brystal continuaba con su discurso, Lucy estudiaba a los ciudadanos de la multitud. Parecían atentos a cada palabra que Brystal decía, pero a Lucy le preocupaba que fuera solo cuestión de tiempo para que perdieran su interés. No querían escuchar sobre la magia, ¡querían ver magia! Si Brystal no estaba dispuesta a darles el espectáculo que deseaban, entonces Lucy se haría cargo. Y confiaba que su especialidad para los problemas la ayudara.

Cuando se aseguró de que todos los ojos estaban sobre Brystal, se bajó del escenario y se acercó en puntillas de pie hasta la base de la Represa del Oeste. Frotó las manos, las colocó sobre la estructura de piedra y conjuró un poco de magia.

–Esto hará que todo sea más interesante –se dijo a sí misma.

De pronto, la Represa del Oeste comenzó a quebrarse como la cáscara de un huevo. Parte por parte, se desplomó y el agua del Gran Lago del Oeste atravesó toda la estructura. Lucy sabía que algo extraño pasaría, como siempre que usaba magia, ¡pero nunca imaginó que toda la represa se hiciera pedazos! Gritó y regresó corriendo a sus amigos tan rápido como pudo.

–… si les dejamos algo, que sea una nueva gratitud, no solo con el Consejo de las Hadas sino con la magia en general –continuó Brystal concluyendo su discurso–. Y en el futuro, espero que la humanidad y la comunidad mágica sean tan unidos que sea difícil imaginar una época en la que hubo conflicto entre ellos. Porque al final del día, todos queremos lo mismo para…

¡Brystal! –gritó Lucy.

–Ahora no, Lucy, estoy terminando mi discurso –le dijo Brystal sin mirarla.

–¡Represa!

–¡Lucy, no seas grosera! Hay que ser un ejemplo para los niños…

¡NO! ¡MIRA LA REPRESA! ¡DETRÁS DE TI!

El Consejo de las Hadas volteó justo a tiempo para ver a la Represa del Oeste colapsar por completo. El Gran Lago del Oeste avanzó hacia Fuerte Longsworth como una ola inmensa de trescientos metros de altura.

–¡Lucy! –dijo Brystal, boquiabierta–. ¿Qué has hecho…?

¡CORRAN POR SUS VIDAS! –gritó el Rey Belicton.

Fuerte Longsworth quedó consumido por el pánico. Los ciudadanos se empujaron y corrieron de un lado a otro mientras intentaban abandonar la ciudad, pero estaba tan repleta de gente que no tenían ningún lugar a dónde ir. Con la ola inmensa a solo unos pocos metros de las víctimas, Brystal entró en acción. Una ráfaga de viento con la fuerza de cien huracanes brotó de la punta de su varita y bloqueó la ola como un escudo invisible. Brystal tuvo que usar toda su fuerza para mantener su varita firme y logró detener la mayor parte del agua, pero no podía hacerlo sola.

–¡Amarello! ¡Emerelda! –gritó Brystal hacia atrás–. ¡Ustedes dos detengan el agua que se escapa por los bordes de mi escudo! ¡Cielene, asegúrate que el agua no rebalse por arriba! ¡Tangerina, ayuda a las personas a ponerse a salvo!

–¿Qué hay de mí? –preguntó Lucy–. ¿Qué hago?

Brystal la miró furiosa.

–Nada –respondió–. ¡Tú ya has hecho suficiente!

Lucy observó la escena desconsolada mientras el resto del Consejo de las Hadas seguía las órdenes de Brystal. Amarello corrió hacia la izquierda de Brystal y lanzó una pared de fuego hacia el muro de agua, la cual se evaporó y desapareció. Emerelda creó una pared de esmeraldas para bloquearla en el lado derecho, pero la ola era tan poderosa que la derribó, obligándola a construirla una y otra vez. Cielene movió la mano en un círculo grande y toda el agua que había rebalsado por el borde del escudo de Brystal regresó al Gran Lago del Oeste. Mientras sus amigos bloqueaban el agua, Tangerina envió sus abejas hacia la multitud frenética y el enjambre levantó a los niños y ancianos antes de que quedaran atrapados en una estampida.

Si bien el Consejo de las Hadas levantó una barrera rápida y efectiva, Lucy sabía que sus amigos no podrían bloquear el agua para siempre. Ignoró las instrucciones de Brystal y pensó en un plan para ayudarlos. Lucy llamó a sus gansos y la bandada se deslizó hacia abajo y la levantó del suelo.

–¡Llévenme hacia la colina que está junto al lago! –les dijo–. ¡Y que sea rápido!

Los gansos la llevaron hacia la colina lo más rápido que pudieron. La soltaron sobre la ladera de la colina y, una vez más, Lucy aterrizó sentada con un golpe seco, pum. Pero no tenía tiempo para regañar a las aves. Desde la colina, Lucy tenía una vista perfecta del Consejo de las Hadas mientras luchaba contra la ola monstruosa. Podía notar que sus amigos se estaban cansando, pero el agua estaba cada vez más cerca de la ciudad.

–Espero que funcione –rogó Lucy.

Conjuró toda la magia en su cuerpo y golpeó el suelo con su puño. De pronto, cientos de pianos aparecieron de la nada y rodaron por la colina, provocando una conmoción estruendosa y, por qué no, musical. Todos los ciudadanos asustados se quedaron mirando la avalancha extraña, atónitos. Los pianos se estrellaron contra el suelo y se amontonaron entre el Consejo de las Hadas y la ola enorme. Los instrumentos no dejaban de caer y, pronto, la pila superó a las hadas en altura. En pocos momentos, se creó una nueva represa y Fuerte Longsworth quedó a salvo gracias a una barrera de pianos rotos.

Fueron los cinco minutos más estresantes y caóticos de toda la historia del Reino del Oeste, pero los ciudadanos también acababan de presenciar una de las cosas más espectaculares de sus vidas. Aplaudieron y alentaron con tanta energía que se llegó a sentir en los reinos vecinos.

Lucy bajó de la colina para ver cómo estaban sus amigos. Las hadas estaban tan furiosas que ninguna la pudo mirar a los ojos.

–Bueno, eso fue inesperado –dijo Lucy con una risa nerviosa–. ¿Están bien?

¡Eres una pesadilla andante! –le gritó Cielene.

¿Qué rayos estabas pensando? –le preguntó Tangerina.

¡Podrías habernos matado a todos! –exclamó Emerelda.

¡Y destruido a toda una ciudad! –continuó Amarello.

Lucy se encogió de hombros inocentemente.

–Oigan, al menos no me ahogué en un vaso de agua –rio–. ¿Lo entienden? ¿Eh?

Brystal dejó salir un suspiro largo y agotado para asegurarse de dejar su ira perfectamente clara. Lucy estaba acostumbrada a enfurecer al resto, pero no podía recordar la última vez que había decepcionado tanto a Brystal. Bajó la cabeza, avergonzada, y mantuvo las manos en sus bolsillos por el resto de la visita.

–Hablaremos luego –le dijo Brystal a las hadas–. Ahora mismo debemos disculparnos por el comportamiento de Lucy ¡y marcharnos antes de perder la confianza de la humanidad para siempre!

El Consejo de las Hadas siguió a Brystal de regreso al escenario, pero de inmediato comprendieron que no era necesario disculparse. Los ciudadanos estaban tan maravillados por la magia que nunca dejaron de festejar. El Rey Belicton regresó al escenario y les estrechó las manos a las hadas profusamente. Incluso él parecía estar encantado con los eventos del día.

Mientras las hadas estaban ocupadas con los elogios interminables, un grupo de personas enganchó cuatro ruedas y ataron a seis caballos al escenario. El escenario empezó a avanzar, inesperadamente, por las calles de Fuerte Longsworth como una carroza inmensa.

–¿Qué está pasando? –preguntó Amarello.

–¿Qué? Es hora del desfile, claro –le contestó el Rey Belicton.

–¡Nunca mencionó nada de un desfile! –se quejó Emerelda.

–Ah, ¿no? –le contestó el Rey Belicton, haciéndose el distraído–. Es una tradición del Reino del Oeste darles a nuestros invitados de honor un desfile por la capital.

Emerelda gruñó y resopló.

–¡Está bien, eso es todo! –exclamó–. Ya tuvimos que soportar una audiencia inesperada, fuimos lo suficientemente buenos como para aceptar su premio, pero definitivamente no participaremos de este estúpido…

–Em, solo déjalo hacer el desfile –intervino Tangerina–. Nos lo merecemos.

–Es lo menos que podemos hacer luego de que Lucy casi destruyera toda su ciudad –agregó Cielene.

Emerelda no estaba contenta, pero sus amigas tenían razón, ya habían tenido suficientes conflictos por un día. Miró al Rey Belicton y le levantó un dedo a la cara.

–Recibirá una carta de mi oficina mañana por la mañana –dijo–. Y le advierto que tendrá palabras fuertes.

El Consejo de las Hadas desfiló por cada calle de Fuerte Longsworth y, si bien la experiencia duró más de lo anticipado, las hadas terminaron disfrutándolo. Los ciudadanos estaban totalmente entusiasmados y su felicidad era contagiosa. Las hadas sonrieron, rieron y, ocasionalmente, se sonrojaron ante las muestras excéntricas de afecto.

–¡Te amo, Hada Madrina!

–¡Quiero ser como tú cuando sea grande!

–¡Te ves fabulosa hoy, Hada Madrina!

–¡Eres mi heroína!

–¡Cásate conmigo, Hada Madrina!

Brystal sonrió y saludó tanto como el resto de las hadas, pero por dentro, no estaba tan alegre como sus amigos. De hecho, estar cerca de los ciudadanos la hacía sentir más incómoda que antes. Estaba desesperada porque el desfile terminara así podría alejarse de todas las sonrisas, pero aun así, no podía explicar por qué sentía eso.

Puede que el desfile haya sido inesperado, pero también fue un acontecimiento muy importante para las hadas. La multitud jovial era prueba de que el Consejo de las Hadas había cambiado al mundo: ¡la comunidad mágica finalmente era aceptada y estaba a salvo de la persecución! No tenía sentido que Brystal se sintiera de otra forma que no fuera triunfante, pero por alguna razón, su corazón no se lo permitía.

Porque nada de esto es real…

La voz apareció de la nada y la desconcertó. Miró alrededor del escenario viajero, pero no encontró a quién había hablado.

Muy en el fondo, sabes que no durará…

Era suave como un susurro, pero a pesar de la conmoción del desfile, la voz sonaba clara como el agua. No importaba hacia dónde giraba o dónde se paraba, era como si alguien le estuviera hablando directo a sus dos oídos a la vez. Y quien quiera que fuera, sonaba muy familiar.

Su afecto…

Su entusiasmo…

Su alegría…

Solo es temporal.

Brystal dejó de intentar encontrar la voz y se concentró en lo que estaba diciendo. ¿Acaso el afecto de la humanidad era tan inestable como sugería la voz? Lo que opinaba la gente sobre la magia había cambiado muy rápido, ¿era posible que volviera a suceder lo mismo? O peor aún, ¿era inevitable?

Hace no mucho tiempo, la gente que celebra tu desfile habría celebrado con la misma intensidad tu ejecución…

Me pregunto cuántas hadas fueron arrastradas por estas mismas calles antes de ser quemadas en la hoguera…

Me pregunto cuántas otras fueron ahogadas en el lago del que acabas de salvar a la ciudad.

La voz hacía que Brystal se sintiera insegura. Mientras miraba a la multitud, vio a los ciudadanos con otros ojos. Había algo siniestro detrás de sus sonrisas y algo primitivo sobre sus alabanzas interminables. Ya no se sentía una apreciada entre admiradores: era solo un trozo de carne entre depredadores. Pero esta no era una epifanía nueva. Esta era la razón por la que Brystal se había sentido incómoda desde el momento de su llegada, solo que no había podido descifrarlo hasta ahora.

La humanidad puede haberse olvidado de los horrores de la historia, pero Brystal nunca olvidaría lo que ellos le habían hecho a las brujas y hadas como ella en el pasado. Y nunca los perdonaría.

Ellos pueden celebrarte hoy…

Pero eventualmente, se cansarán de hacerlo…

La humanidad te odia a ti y a tus amigos, tanto como antes.

De pronto, Brystal descubrió por qué la voz le sonaba tan familiar. No era nadie que estuviera cerca, sino que provenía de su propia cabeza. Ella no estaba oyendo voces, esos eran sus pensamientos.

La historia siempre se repite…

El péndulo siempre se mueve…

Siempre

Y será mejor que te prepares.

El pensamiento oscuro se desvaneció como si acabaran de activar un interruptor, pero Brystal no sabía dónde estaba ni qué era ese interruptor. La sensación era distinta a cualquier otra cosa que jamás había experimentado. No era ajena a tener ideas peculiares y emociones inquietantes, pero esto parecía ser algo completamente aleatorio y fuera de su control.

Estos pensamientos tenían mente propia.

Un cuento de brujas

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