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FELICIDAD

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Luego de un día largo de multitudes enérgicas, caridad mágica y desastres no tan naturales, Brystal ansiaba tener una noche tranquila a solas. Desafortunadamente, apenas el Consejo de las Hadas regresó a la Academia de Magia, comprendió que la soledad no estaba disponible para ella en ese momento.

–Brystal, ¿podemos hablar de lo que ocurrió? –le preguntó lucy–. No me has dicho nada desde que nos marchamos del Reino del Oeste.

Con total sinceridad, Brystal estaba furiosa con ella, pero el comportamiento de Lucy en la Represa del Oeste no era la razón de su silencio. No podía quitarse de la cabeza los pensamientos extraños que la habían consumido durante el desfile. Cuanto más pensaba en la experiencia, más confusos e inquietantes se tornaban. Esperaba que un descanso breve la ayudara a encontrar una explicación, pero Lucy no parecía estar dispuesta a darle privacidad.

–¡Vaaamooos, Brystal! –se quejó Lucy–. ¿Cuántas veces quieres que te pida perdón?

–Hasta que te crea –le contestó.

Brystal avanzó por la escalinata del frente de la academia y subió por la escalera flotante en el vestíbulo de entrada, pero Lucy insistía.

–Una vez más, me disculpo sinceramente por mi comportamiento de hoy –le dijo Lucy, haciendo una reverencia dramática–. Lo que hice fue infantil, imprudente y completamente peligroso… peeeerooo, tienes que admitir que funcionó.

¿Funcionó? –le preguntó Brystal, sorprendida por la elección de palabras de Lucy–. ¡No puedes estar hablando en serio!

–¡Claro que sí! ¡La multitud lo amó! –dijo Lucy–. ¡Les dimos un espectáculo que nunca olvidarán y una razón para amar a la magia por siempre!

–¡Casi nos matas y destruyes una ciudad entera!

–¡Sí, pero luego los salvé!

–¡Por una situación que causaste! ¡Eso no te convierte en una heroína!

–Ya te lo dije, nunca quise destruir la represa. Honestamente, no sabía qué haría mi magia, solo quería darle un espectáculo al Reino del Oeste. Si solo me hubieras escuchado, ¡nada de esto hubiera ocurrido!

Eso enfureció aún más a Brystal. Se detuvo a mitad de los escalones flotantes y volteó hacia Lucy con una mirada furiosa.

–¡No me eches la culpa a mí! –le dijo Brystal–. ¡Tú pusiste a miles de personas en peligro! ¡Tú casi destruyes una de las ciudades más grandes del mundo! ¡Tú casi arruinas la relación de la comunidad mágica con la humanidad! Y hasta que entiendas eso, lo siento, Lucy, ¡pero quedas fuera del Consejo de las Hadas!

Lucy estaba tan sorprendida que su mandíbula parecía estar a punto de caerse al suelo.

–¡¿Qué?! ¡No puedes echarme del Consejo de las Hadas!

Brystal tampoco estaba segura de poder hacerlo. Hasta ahora, el consejo nunca había necesitado un protocolo para el mal comportamiento.

–Bueno… acabo de hacerlo –contestó Brystal, asintiendo con confianza–. Desde este instante, pierdes todos tus privilegios del consejo hasta que madures lo suficiente para ser responsable por tus acciones. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

Brystal dejó a Lucy en estado de shock en los escalones flotantes y se marchó hacia su oficina en el primer piso. Cruzó la pesada doble puerta y suspiró aliviada cuando encontró la habitación vacía.

La oficina era una habitación circular y espaciosa con estantes de libros, gabinetes de pociones y muebles de cristal. Tenía ventanas que llegaban al techo y le ofrecían una vista imponente del terreno de la academia y del océano deslumbrante a lo lejos. Algunas nubes blancas y mullidas se movían suavemente por lo alto del techo, mientras numerosas burbujas brotaban de la chimenea y flotaban por el aire.

La habitación estaba repleta de objetos únicos que Brystal y su predecesora, Madame Weatherberry, habían coleccionado durante los años. En la pared de la chimenea había una réplica inmensa del Mapa de Magia. Estaba lleno de miles de luces brillantes, una para cada bruja o hada que vivía sobre la tierra. Las luces mostraban su ubicación a lo largo de los cuatro reinos y los seis territorios.

Al fondo de la oficina, junto al escritorio de cristal de Brystal, había una esfera muy especial que le permitía ver cómo se veía el mundo desde el espacio. De este modo, Brystal podía monitorear huracanes que surcaban los mares y tormentas que golpeaban la tierra, pero lo más importante de todo era que podía usar este globo terráqueo para vigilar las luces que destellaban sobre las Montañas del Norte.

–Gracias a Dios –se susurró a sí misma–. Todavía estás ahí.

Brystal se sintió aliviada de ver que las luces del norte no se habían movido durante su ausencia. Nunca le contó a nadie por qué esas luces eran tan importantes, pero la verdad era que nadie notaba la frecuencia con la que las revisaba a lo largo del día. Era lo primero que hacía en la mañana y lo último que hacía a la noche, y durante los días en los que el Consejo de las Hadas debía viajar, siempre lo inspeccionaba antes y después de sus viajes.

Las luces significaban que Brystal podía quedarse tranquila, al menos, por una cosa. El día parecía estar lleno de preocupaciones y ni siquiera había terminado.

–¡Estás cometiendo un grave error! –declaró Lucy cuando entró a la oficina por la fuerza.

Durante una fracción de segundo, Brystal se vio tentada de quitarle la magia, pero entendió que no serviría de nada.

–¿Y por qué?

–¡Porque echar a un miembro de la banda siempre termina en desastre! –le explicó Lucy–. ¡Eso mismo ocurrió con los Tenores Globin! Hace unos años, uno de los goblins fue expulsado del grupo por comerse a sus seguidores. ¡Pero la decisión produjo el efecto indeseado! ¡Sin el cuarto miembro de la banda, la gente sintió que les faltaba algo a sus espectáculos y todos dejaron de ir a verlos en vivo!

–¡O quizás dejaron de ir porque se comían a las personas!

Lucy se detuvo por un momento (nunca lo había pensado de esa forma), pero con un gesto rápido de su mano hizo a un lado el comentario y siguió con su punto.

–Mira, entiendo que lo arruiné y merezco un castigo, pero no deberías poner al Consejo de las Hadas en riesgo solo para enseñarme una lección. Todo el mundo sabe que somos seis… ¡y eso es lo que la gente quiere ver! Si empiezan a aparecer solo cinco a nuestros eventos, la gente se sentirá decepcionada. Tal como te lo dije en la Represa del Oeste, si los decepcionamos comenzarán a resentirnos y pronto ¡odiarán a todos los miembros de la comunidad mágica!

–Lucy, sinceramente dudo que el destino de la comunidad mágica dependa de tu asistencia.

–Al principio no, ¡pero luego sí! –insistió Lucy–. Ahora mismo, el Consejo de las Hadas es el número más importante del mundo, pero cuanto más importante sea, más rápido se puede apagar. Lo he presenciado tantas veces que ya perdí la cuenta. Cuando los artistas crecen demasiado rápido, empiezan a cometer errores. Se ponen cómodos y dejan de trabajar para complacer a la gente. Empiezan a invertir menos, rompen promesas y dan por sentado al público. Y justo cuando creen que son imparables… ¡bam!, ¡el público los deja de seguir por un acto que cumple con sus expectativas!

–Lucy, ¡este no es el mundo del espectáculo!

–¡Todo es el mundo del espectáculo! ¿Por qué no lo ves?

Brystal respiró profundo y se sentó en la silla detrás de su escritorio de cristal.

–No estoy intentando molestarte, solo estoy cuidándonos –dijo Lucy–. La comunidad mágica está a salvo porque la gente ama al Consejo de las Hadas y si queremos mantener al público de nuestro lado, no podemos arriesgarnos a hacerlos sentir mal. Darle a la gente lo que quiere, cuando lo quieren, es la mejor forma de asegurar nuestra supervivencia.

Tiene razón, lo sabes…

Una vez más, el pensamiento apareció de la nada, desconcertando a Brystal por completo.

Nunca tendrás la aprobación de la humanidad…

Tendrás que ganártela una y otra vez, hasta el fin de los tiempos.

Brystal escuchó a los pensamientos con tanta claridad que se recordó a sí misma que solo estaban en su cabeza.

Puede que te traten como una salvadora, pero la verdad es que no eres nada más que una esclava

Un bufón en la corte de la humanidad…

Un payaso en sus circos…

Brystal se sentía muy perturbada por lo que le decían los pensamientos. Intentó concentrarse en saber de dónde venían, pero cada vez que aparecía uno, abandonaba tan rápido su mente que no podía trazar un hilo lógico para encontrar su origen. Era como si alguien más estuviera soltándo ideas en su cabeza antes de irse corriendo.

–Me doy cuenta de que lo estás pensando –le dijo Lucy–. No me considero una experta en muchos ámbitos, pero, por primera vez, estoy segura de lo que estoy diciendo. No importa cuánta compasión y caridad le demos a la gente, no estarán satisfechos a menos que los entretengamos. Y, con suerte, yo soy la persona indicada para eso.

Ella no quiere ayudarte…

Solo quiere ayudarse a sí misma…

Te traicionará por un poco de atención…

Te abandonará solo por un poco de gloria.

Brystal intentó ignorar los pensamientos, pero cuanto más lo intentaba, más fuertes parecían hablarle. Se cubrió las orejas para bloquearlos, pero los escuchaba con la misma claridad que antes. Lucy levantó una ceja cuando vio a Brystal y tomó el gesto como un ataque muy personal.

–¿De verdad te vas a tapar los oídos? –le preguntó.

–Lucy, por favor, no quiero seguir hablando de esto –le rogó Brystal.

–¿Tanto te cuesta escucharme?

–Es solo que tengo muchas cosas en la cabeza y yo…

–Es por lo de la Represa del Oeste, ¿verdad? ¿Qué tendré que hacer para volver a tener tu confianza?

–No, no tiene nada que ver con…

–Entonces, ¿cuál es tu problema? ¿Por qué actúas así?

Brystal suspiró y se hundió en la silla detrás de su escritorio. Una parte de ella quería contarle a alguien sobre los pensamientos inquietantes que tenía en su cabeza, pero aún estaba tan confundida que no sabía qué decir. Además, no era un gran momento para tener una conversación profunda con Lucy.

No lo entendería…

Nadie lo entendería…

Todos creerán que estás loca…

Encontrarán una forma de usarlo en tu contra…

Estarán esperando a que aparezca un motivo para deshacerse de ti.

Brystal no quería pensar esas cosas horribles, pero ya no tenía control sobre sus pensamientos. Lucy se cruzó de brazos y la estudió como si fuera un acertijo humano.

–Algo te está perturbando –le dijo–. Puedo sentirlo… Los problemas son mi especialidad.

–Ya te lo dije, no quiero hablar –le contestó Brystal.

–¿Por qué no? ¡Yo te conté todo sobre mí!

–Por favor, detente…

–¡No, no me detendré! ¡No me iré de esta oficina hasta que me digas qué está pasando!

–¡Está bien! ¡Entonces yo me iré!

Brystal se puso de pie y avanzó hacia la puerta, desesperada de tener tiempo a solas. Pero justo cuando estaba a punto de salir de su oficina, la puerta doble se abrió de golpe. Tangerina y Cielene entraron con las cajas de correspondencia de ELOGIOS y PEDIDOS. Ambas estaban repletas de sobres.

–¡Tenemos más correo de nuestros seguidores! –anunció Tangerina.

–¡No creerán cuánto recibimos esta semana! –agregó Cielene.

Las muchachas estaban acompañadas por el caballero inmenso con las astas sobre su cabeza que vigilaba la entrada. El caballero llevaba dos bolsas enormes que contenían muchos más sobres.

–¿Qué está haciendo Horence con el correo? –preguntó Brystal.

–La frontera está bastante más segura desde que el mundo se enamoró de la magia –dijo Tangerina–. Necesitábamos que alguien se encargara del correo, por lo que le dimos un nuevo trabajo.

–Brystal, ¿dónde quieres que ponga tus cartas? –quiso saber Cielene.

–¿Algunas son para mí? –preguntó Brystal.

Tangerina y Cielene la miraron como si estuviera bromeando.

Todas son para ti –dijo Tangerina.

Brystal no podía creer la cantidad de gente que se había tomado el tiempo de escribirle. Había cientos, quizás miles de cartas y cada una de ellas estaba dirigida al Hada Madrina.

Ninguna de estas personas se preocupa por ti realmente …

Solo quieren algo de ti…

Siempre quieren más y más…

Nunca estarán contentos.

Brystal se quedó inmóvil y lo más estoica posible para que el resto no notara cuánto le estaban afectando el estado de ánimo sus pensamientos.

–Solo déjenla junto a la mesa de té –indicó–. Las leeré más tarde.

–¡Nos encantaría revisar el correo, si quieres! –le dijo Tangerina.

–¡A veces la gente envía regalos! –agregó Cielene.

Lucy se cruzó de brazos y les lanzó una mirada furiosa.

–¿Nos pueden dejar solas? –les preguntó–. Brystal y yo estábamos en medio de una conversación antes de que nos interrumpieran.

–De hecho, ya me iba –aclaró Brystal–. Siéntanse libres de mirar el correo y quedarse con cualquier regalo que encuentren.

Tangerina y Cielene se sentaron en el sofá de cristal y hurgaron entre todo el correo con mucho entusiasmo. Pero, una vez más, antes de que Brystal llegara a la puerta, apareció otra invitada. Emerelda entró a la oficina con un paso firme, mientras escribía en un anotador de esmeraldas.

–Brystal, ¿tienes un minuto? –le preguntó Emerelda–. Estaba repasando nuestros horarios para la próxima semana y tengo algunas preguntas. Estoy intentando ordenar los detalles para que no haya sorpresas. No permitiré que ningún otro miembro de la realeza se aproveche de nosotras otra vez. Si lo hacen una vez, su culpa. Si lo hacen dos veces, mi culpa.

–Honestamente, Em, no es un buen momento.

–No te preocupes, no me tomará mucho –dijo Emerelda y repasó sus notas–. La Reina Endustria quisiera nombrar a un barco con tu nombre durante nuestra visita al Reino del Este la próxima semana. Le dije que depende de qué tipo de barco sea. No quiero que nadie use al Hada Madrina para cazar ballenas.

–Bien pensado –indicó Brystal, acercándose lentamente hacia la puerta–. Estoy de acuerdo, depende del tipo de barco.

–Ahora bien, próximo asunto. El Rey White quiere ponerle tu nombre a un feriado –continuó Emerelda–. Quieren conmemorar el día que pusiste a la Reina de las Nieves en reclusión. No veo un problema con esto siempre y cuando nosotras elijamos el nombre del feriado. Deberíamos ver qué tipo de festividades se llevarán a cabo ese día. No queremos que la gente juegue a ponerle la varita al hada para celebrarte.

–Suena bien –dijo Brystal–. ¿Eso es todo?

–No, todavía no –respondió Emerelda–. El Rey Champion XIV quiere levantar una estatua en tu honor en la plaza central de Colinas Carruaje. Si estás cómoda con esto, sugiero que nosotras elijamos al escultor. Lo último que queremos es algo abstracto que traume a los niños.

–Dile al rey que yo misma le escribiré sobre ese asunto –dijo Brystal, empujando la puerta–. Ahora, si me disculpas, voy a tomar un poco de aire fresco.

–¡Brystal! –reclamó Lucy–. ¿De verdad te marcharás antes de que terminemos de hablar?

–¡Brystal! –gritó Tangerina–. ¡Alguien del Reino del Norte te envió el brazalete más hermoso que jamás vi! ¡Y me queda muy bien!

–¡Brystal! –la llamó Cielene–. ¡Alguien del Reino del Sur te envió una oruga muerta! Ah, espera, la carta dice que se suponía que debía ser una mariposa hermosa cuando la abrieras. Bueno, qué lástima.

Cuando Brystal abrió la puerta, una anciana alegre entró a la oficina. Tenía cabello violeta, un delantal púrpura y estaba muy contenta de ver a Brystal, pero Brystal estaba agotada de tener que lidiar con otra visita.

–Oh, ¡qué bueno que estás aquí! –dijo la anciana–. Eres muy difícil de encontrar. ¡O estás muy ocupada o eres muy buena evitándome! ¡JA-JA!

–Hola, señora Vee –saludó Brystal–. ¿Qué puedo hacer por usted?

–Me preguntaba si ya tomaste una decisión sobre el pedido que te envié –le dijo la señora Vee.

–Ehm… sí, claro que sí –le contestó Brystal–. ¿Me puede recordar cuál era el pedido?

–Quiero derribar una pared y expandir la cocina –le contestó la señora Vee–. Tenemos muchas más bocas que alimentar. ¡Una imagen puede valer más que mil palabras, pero un solo horno no puede cocinar para mil personas! ¡JA-JA!

–Claro que puede expandir su cocina, señora Vee –le contestó Brystal–. Mis disculpas por no responderle antes. El consejo ha estado muy ocupado.

Mientras Brystal pasaba junto a la señora Vee, Amarello apareció corriendo y le bloqueó la salida.

–¡Brystal! ¡Vengo de la sala suroeste de la academia! –anunció respirando con dificultad.

–¿Qué? ¿Qué pasó? –le preguntó.

–¡Un hechizo salió muy mal durante las lecciones de esta tarde! –le avisó Amarello–. ¡Todas las hadas del quinto piso se encogieron y ahora son diminutas!

–¿Y me necesitan para cambiar eso?

–De hecho, quieren tu permiso para permanecer pequeñas. Supuestamente, notaron los beneficios de las reducciones, pero no entiendo qué le ven de bueno. De todas formas, quieren una respuesta antes de que les suba el ánimo…. ¿O baje, quizás?

Brystal se quejó y puso los ojos en blanco.

–¡Claro! ¡Lo que quieran! ¡No me importa!

Brystal empujó a Amarello y avanzó por el corredor. Estaba acostumbrada a tomar decisiones y encontrar soluciones, pero hoy se sentía como si se estuviera ahogando en los pedidos y preguntas.

Es demasiado…

Son demasiadas decisiones…

No deberías cargar sola con todo esto.

Por primera vez, Brystal estaba de acuerdo con los pensamientos extraños. Lo único que quería era tener un momento a solas. Lo único que necesitaba era un momento de silencio, pero eso parecía imposible.

Tus amigos nunca sabrán lo que sientes…

Estallarían con tanta presión…

Quedarían aplastadas por las responsabilidades.

Los pensamientos le aceleraron el corazón más y más. Si no se alejaba del resto, temía explotar. Desafortunadamente, cuando Brystal avanzó por el corredor, sus amigos la siguieron.

–¡Brystal! ¿Te gustaría enviar una nota de agradecimiento por mi brazalete?

–¡Brystal! El Rey Champion necesita una respuesta para mañana.

–¡Brystal! ¿Las hadas pequeñas deberían preocuparse de los grifos?

–¡Brystal! ¿Conoces algún hada con una especialidad para las renovaciones? ¡JA-JA!

–¡Brystal! ¿Deberíamos hacerle un funeral a la oruga?

–¡Brystal! ¿Cuándo vamos a terminar nuestra conversación?

–¡CIERREN LA BOCA!

Su crisis nerviosa desconcertó a las hadas, pero ninguna parecía tan sorprendida como Brystal misma. Se sentía avergonzada de haberles levantado la voz, pero por primera vez en todo el día, finalmente tenía silencio, dentro y fuera de su cabeza.

–Yo… yo… yo… lo siento –les dijo–. No quería gritarles… Es solo que fue un día muy largo y quiero estar sola… Por favor, déjenme sola…

Brystal se marchó por el corredor antes de que sus amigos pudieran responder. Las hadas respetaron su pedido y no la persiguieron.

–¿Qué le pasa? –le susurró Tangerina al resto.

Lucy observó a Brystal con determinación.

–No tengo idea –le respondió con otro susurro–. Pero lo voy a descubrir.


Brystal tomó una larga caminata para aclarar su cabeza y, por suerte, los pensamientos desagradables no la siguieron. Estaba desesperada por encontrar cómo y por qué escuchaba esas cosas, pero desafortunadamente, la paz y la tranquilidad no le dieron ninguna respuesta. Los pensamientos la dejaban peor cada vez que ocurrían y, cuanto más intentaba comprenderlos, más frustrada se sentía.

Caminó por el Territorio de las Hadas, con la esperanza de que el lugar pintoresco la hiciera sentir mejor. Mientras caminaba, Brystal se concentró en todas las cosas positivas que tenía a su alrededor y se recordó a sí misma todas las razones por las que debía ser feliz.

Durante el último año, la ahora Academia de Magia “Celeste Weatherberry” había cambiado tanto que era irreconocible. El castillo se había expandido casi diez veces su tamaño original para albergar a todas las hadas que se habían mudado allí. Sus torres radiantes se elevaban treinta pisos y sus paredes doradas cubrían una extensión de diez acres. Y cada vez que llegaba una nueva hada, el castillo se volvía más grande.

Los unicornios, grifos y las pequeñas hadas aladas ya no eran especies en peligro y deambulaban por la propiedad con sus rebaños y grupos llenos de salud. Los animales ayudaban a fertilizar la tierra, lo que permitía que crecieran flores más coloridas y árboles más verdes que antes.

Mirara donde mirara, Brystal veía hadas practicando su magia y enseñándole a otras a desarrollar sus habilidades. Las hadas saludaban a Brystal y le hacían leves reverencias cuando pasaban a su lado, y ella podía sentir la gratitud que irradiaba de sus corazones. Gracias a ella, la pequeña academia de Madame Weatherberry había transformado el Territorio de las Hadas y por primera vez en la historia, la comunidad mágica tenía un lugar seguro para vivir en paz y prosperar.

Todas las hadas sabían que Brystal era la responsable de su felicidad, pero, más allá de la alegría que creaba para el resto, ella no parecía guardar nada para sí misma.

Al atardecer, Brystal bajó por el acantilado hacia la playa de la academia. Se sentó sobre una banca de rocas y observó la puesta de sol. El cielo estaba cubierto por nubes rosadas y el océano brillaba a medida que el sol se hundía en el horizonte. Era una vista asombrosa, uno de los atardeceres más espectaculares que Brystal jamás había visto en el Territorio de las Hadas, pero ni siquiera eso le levantó el ánimo.

–Solo tienes que ser feliz… –se dijo Brystal a sí misma–. Ser feliz… ser feliz… ser feliz…

Lamentablemente, sin importar cuántas veces se lo repitiera, su corazón no parecía escucharla.

–¿Con quién hablas?

Brystal giró sobre su hombro y vio a una niña de ocho años detrás de ella. La niña tenía ojos castaños y estaba despeinada, y llevaba una ropa elástica que había hecho con sabia de árbol. Si bien había crecido un poco en el último año, para Brystal siempre sería la pequeña niña que conoció en el Correccional Atabotas.

–Hola, Pip –le dijo Brystal–. Lamento mucho que me hayas encontrado hablando sola.

–No te preocupes. Algunas de mis mejores conversaciones las tengo conmigo misma. ¿Quieres que te haga compañía?

Más compañía era lo último que Brystal quería, pero como estar sola no la había ayudado como esperaba, le vendría bien una distracción. Le dio una palmada a la banca de rocas y Pip se sentó a su lado.

–¿Cómo vienes con tus clases? –le preguntó Brystal.

–Bien –le contestó Pip–. Ya completé las de mejoras, rehabilitación y manifestación. Mañana empezaré a trabajar en imaginación.

–Eso es grandioso. ¿Estuviste trabajando en tu especialidad también?

–¡Sí! ¡Mira esto!

Pip tomó un anillo de su bolsillo y le mostró a Brystal cómo podía apretujar su brazo entero para pasarlo a través de este, como si su extremidad estuviera hecha de arcilla.

–Muy impresionante –la animó Brystal.

–Ayer metí mi cuerpo entero en un envase de pepinillos –le contó Pip–. Desafortunadamente, me quedé atrapada allí por tres horas. Meterse en las cosas es mucho más fácil que salir, pero supongo que así es la vida.

–Desearía haber estado allí para ayudarte. El Consejo de las Hadas ha estado tan ocupado que apenas tengo tiempo para mí.

–Todos están hablando de su visita al Reino del Oeste. Oí que fue todo un éxito.

–Fue demasiado memorable para mi agrado pero ayudamos a mucha gente y los hicimos muy felices en el proceso. Supongo que eso es todo lo que importa.

–Pero no luces muy feliz –notó Pip–. ¿Hay algo que te molesta?

Brystal miró hacia la puesta de sol y suspiró, no tenía fuerzas para seguir ocultándolo.

–La felicidad me está costando mucho en este momento –confesó–. No lo entiendas mal, quiero estar feliz. Hay tantas cosas por las cuales estar agradecidas, pero por alguna razón, no puedo evitar tener pensamientos negativos sobre todo lo que me rodea. Siento que estoy atrapada en mi propio envase de pepinillos.

–¿Estás segura de que estás siendo negativa? –le preguntó Pip–. Por mi experiencia, hay una línea muy delgada entre ser negativa y simplemente realista. Cuando vivía en el Correccional Atabotas, había días en los que me levantaba pensando, Guau, voy a estar aquí para siempre; y otros en los que me despertaba pensando, Maldición, voy a estar aquí para siempre. Pero eran puntos de vista completamente diferentes.

–No, yo definitivamente estoy siendo negativa –dijo Brystal–. Mis pensamientos me ponen de un humor horrible y hacen que me preocupe y me sienta paranoica. Dios, desearía que Madame Weatherberry aún estuviera aquí, ella sabría exactamente cómo ayudarme.

–Y si estuviera aquí, ¿qué te diría? –le preguntó Pip.

Brystal cerró los ojos e imaginó a Madame Weatherberry sentada a su lado. Esbozó una sonrisa triste cuando recordó los ojos violetas de su mentora y el tacto suave de sus manos enguantadas.

–Probablemente me alentaría a llegar al fondo del problema –respondió Brystal–. Honestamente, creo que ser el Hada Madrina me está agotando. Sabía que sería mucha responsabilidad, pero todo eso vino con un componente emocional que nunca esperé.

–¿En serio? –le preguntó Pip–. ¿Cómo es eso?

Brystal se quedó en silencio mientras pensaba una respuesta. Le resultaba tan difícil explicarse a sí misma lo que sentía, que era mucho más complicado explicárselo a otra persona.

–El mundo me conoce y me adora por una cualidad que solía ocultar y odiar de mí. Y si bien sé que no tengo nada que temer ni sentirme avergonzada, muy en lo profundo, aún cargo con ese miedo y vergüenza. En algún momento, me ocupé tanto de cambiar al mundo que me olvidé de cambiarme a mí. Y ahora creo que estas emociones viejas están empezando a jugar con mi mente.

Este nuevo descubrimiento no resolvió sus problemas, pero la hizo sentir un poco mejor. Pip miró hacia el océano con una expresión sombría, como si ella supiera exactamente lo que Brystal estaba diciendo.

–Creo que te entiendo –le dijo–. Cuando estaba en el Correccional Atabotas, nunca sentí que perteneciera a ese lugar. Es decir, habría sido raro si pensaba eso. Pero si bien ahora vivo en el Territorio de las Hadas, el vacío sigue conmigo. Como nadie me enseñó a pertenecer a ningún lugar, simplemente me siento vacía en cada lugar al que voy. Supongo que yo también cargo con esas emociones viejas.

Brystal sentía lástima por Pip y deseaba sentirse mejor para ayudarla.

–Quizás pertenecer no se puede enseñar –reflexionó–. Quizás solo sea algo que debamos practicar.

Pip asintió.

–Quizás la felicidad también –le dijo.

Las niñas intercambiaron sonrisas algo desanimadas y admiraron el atardecer en silencio. La tranquilidad solo fue interrumpida cuando oyeron un susurro.

¡Ah, mira! ¡Allí está!

¡Shh! ¡No hagas movimientos bruscos!

Brystal volteó y vio a Tangerina y Cielene en la playa detrás de ella.

–Está bien. No les voy a gritar.

–Lo siento, sabíamos que querías estar sola –se disculpó Tangerina.

–Es solo… ehm… hay algo que vino en el correo que deberías ver –le dijo Cielene.

–¿De quién es? –preguntó Brystal.

Tangerina y Cielene se miraron preocupadas.

–De tu familia –respondieron.

De pronto, Brystal sintió un nudo en el estómago. No había hablado con ningún miembro de su familia desde hacía un año. Debía ser importante si la estaban buscando. Brystal se puso de pie y Tangerina le entregó un sobre cuadrado. A diferencia de las otras cartas, este sobre estaba dirigido a Brystal Evergreen, en lugar de al Hada Madrina, y la dirección de su familia figuraba en el remitente. Brystal abrió el sobre y se encontró con una tarjeta gruesa con unas letras pomposas:


–Oh, por Dios –exclamó Brystal.

–¿Qué ocurre? –preguntó Tangerina casi sin aliento.

–¡Mi hermano se va a casar!

–¡Oh, gracias a Dios! –dijo Cielene–. ¡Tenía miedo de que se hubiera muerto alguien!

Brystal no sabía qué era más increíble: la idea de que Barrie se estuviera por casar o el hecho de que la invitaran a ella a la boda.

–Felicitaciones –le dijo Pip–. Eso debería hacerte feliz.

Brystal estaba de acuerdo, pero más allá de las buenas noticias, se sentía igual de melancólica que antes.

–Tienes razón –le respondió Brystal–. Debería hacerme feliz… Debería

Un cuento de brujas

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