Читать книгу La boca del baúl - Christian Ponce Arancibia - Страница 9

BEATRIZ A dos calles de su casa, vivía la mujer a quien tantas veces quiso hablar. Se preguntaba si alguna vez se había fijado en él.

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Solo debía caminar, llegar hasta ahí, golpear la puerta, presentarse y preguntar por ella. Repitió una y otra vez estos pasos en su mente, hasta que se acordó de unos temibles perros que algunas veces lo habían perseguido al montar su bicicleta, o le ladraron al pasar a pie.

Buscó la forma de elaborar un plan para evitarlo, pero no lo encontró. De nada serviría ir por una calle paralela, pues vivían al lado de la muchacha. A pesar de lo anterior, se animó. Luego de bañarse, se perfumó y vistió para el gran encuentro.

Afuera estaba nublado y caía una leve llovizna acompañada de una fuerte ventolera.

“Son algunas gotas, no creo que llueva de forma torrencial”.

Bastaron estos pensamientos para que las nubes abrieran una enorme llave y comenzara a caer gran cantidad de agua.

De todas maneras, salió. ¿Qué tan mojado quedaría? No le dio importancia; al fin y al cabo, iba muy cerca.

El motivo de su salida ocupaba su mente; de pronto, un vehículo pasó veloz por el torrente que corría por la calle y dejó parte de su ropa estilando.

―¿Qué haré ahora? ―Después de un minuto, decidió continuar. Quiso su suerte que, al pisar una poza, entrara agua a sus zapatos.

―¡Oh, no! Pero igual seguiré.

De pronto, se iluminó el cielo; de inmediato todo se puso negro y apareció el brillo de una nave ovalada color naranjo amarillento. Adentro, una figura imitaba sus movimientos. En un espejo iluminado vio el reflejo de la imagen, extendía un brazo con una delgada mano que trataba de comunicarse. No supo qué hacer, se asustó y retrocedió un paso. El extraño alzó la mano y con un dedo arriba impregnó el ambiente de paz. De pronto, se abrió una puerta en la pared y el ser se deslizó por ella.

“Yo iba por la calle y no entiendo cómo llegué aquí”. Caminó dos pasos y vio abrirse otra puerta, por la que cruzó con facilidad. Al otro lado, todo era blanco, luego aparecieron algunos destellos azules, rojos, amarillos y naranjos.

Pensó en la mujer. Sus deseos de ir a verla aumentaron, sin embargo, recordó la bravura de los perros del vecino. “No puedo caminar por las calles sin que mis pisadas se encuentren con esos animales. Las luces son hermosas, pero me confunden y no sé por dónde ir”.

Se encontraba de espalda en el suelo, boca arriba. Dijeron que había chocado con un poste por mirar al cielo. Recordó la intensidad de las luces. Abrió de a poco los ojos y se vio rodeado de mucha gente. Se enderezó hasta quedar sentado…

―¿La ambulancia ya viene? ―preguntó alguien.

―Sí, pero el accidentado se recuperó, porque no está.

A medida que avanzaba en busca de la mujer, su mente se fue despejando. Notó que la calle estaba mojada, muy cerca algunas juguetonas golondrinas sobrevolaban en giros. Al seguirlas con la mirada, de pronto divisó a Beatriz que salía de su casa, al tiempo que el sol se abría paso entre las nubes. Venía en dirección a él. Se encontraron de frente. Al verlo detenerse, el rostro de ella expresó temor, pero al percatarse de que en su comportamiento no había violencia, sonrió.

―Hola. ¿Qué le pasó? Está mojado. ¿No tiene paraguas?

―¡Hola! No. Tuve un pequeño percance… ―Se veía atolondrado―. Pero estoy bien.

Ella quiso continuar su camino, pero él la detuvo tomándola de un brazo.

―Quisiera presentarme… ―Extendió una bella flor rosada y aromática―. Soy...

―Sí, creo que lo he visto por aquí, pero debo irme, pues esperan por mí. Discúlpeme.

―Solo quería desearle un buen día y darle este obsequio. No quiero importunarla. Solo deseo saber si le gustaría que nos conociéramos y… salir conmigo. ―Se sonrojó.

―¿No cree que es usted demasiado osado?

―Disculpe. ―Se hizo a un lado―. La dejaré para que lo piense. Volveré para manifestarle mis buenas intenciones.

―Gracias.

―Hasta luego. ―La vio alejarse con prisa.

Ella miró con disimulo hacia atrás, incómoda por aquellas últimas palabras.

“¡Oh!, ¡qué estúpido soy! No le dije mi nombre y me porté como un galán desesperado”. Temió haberle desagradado. Deambuló por las calles para tranquilizarse, mientras esperaba que llegara la noche para volver donde Beatriz. Percibió que el tiempo se tejía en su mente como la tela construida por una araña, anhelante de atrapar pronto a su presa.

Muy entrada la noche, sus pasos se dirigieron presurosos hacia la casa, ansioso por tenerla cerca. Los pies golpeaban el suelo, el eco retumbaba en su cabeza. Las sombras de los postes crecían y luego se alejaban a medida que avanzaba, los árboles creaban sombras confusas.

Se detuvo ante el jardín vecino a su destino. Todo era silencio y soledad.

Se encendió una luz afuera de la casa de Beatriz y él se ocultó tras unos matorrales. Al verla salir, se asomó para ir a su encuentro.

―¡Usted! ¿Qué hace? ―Lucía asustada―. ¿Por qué viene a esconderse aquí? ¿Qué pretende? ¿Atacarme? ¿Asaltarme?

―¡No, por favor! Solo quiero hablar con usted…

―Pero ¿cómo se le ocurre venir a estas horas?

Lo invadió un dolor, angustia… un sentimiento que no podía explicarse.

Entonces, un aullido cortó el silencio. Un sudor helado, recorrió su espalda. No alcanzó a retroceder y se vio enfrentado a la enorme bestia que, de un salto, se le fue encima mostrando su fuerte quijada abierta, con largos y afilados colmillos. De repente, se sumaron dos hocicos que ayudaron a desgarrar su carne. Sintió pánico, olía a miedo.

Se desató un infierno entre mandíbulas. Pensó que desgarrarían sus carnes, por ahora eran solo las ropas; una intentaba morder su cuello, él lo evitaba dando manotazos. Era una bestia entre las bestias, las garras se cruzaban produciendo profundos rasguños. Había sudor y sangre.

Beatriz, impactada ante lo que sucedía, comenzó a gritar:

―¡Ya, perros, basta! ¡Socorro! ¡Y usted, váyase! ¡Váyase y no vuelva a acercarse!

Él se desprendió de un hocico y vio que otro se precipitaba sobre ella. Para evitar que la alcanzara, le dio un fuerte empujón.

Una luz se encendió en la casa vecina y alguien abrió una ventana. Era el dueño de los perros. Ante su voz de mando, detuvieron el ataque.

Jadeante, sentado en el suelo, alzó la vista y vio pasar una luz ovalada, amarillo anaranjado, de noreste a suroeste, luego otra con las mismas características.

Escuchó una voz:

―Tranquilízate, todo saldrá bien. Muchas gracias por salvarme.

Ante él se abrieron dos alas de plumaje blanco radiante, lo acariciaron, y una voz dulcificó el ambiente.

Se movió y cruzó una pared, dio dos pasos hacia un espacio como purgatorio. Cayó lento, sin tiempo, con movimientos en espiral. La armónica voz volvía y se alejaba, acompañada por el sonido de las olas del mar…

Pasaron días, semanas, tres meses desde el inesperado encuentro con el poste. Nada sabía de Beatriz. Fue hasta su casa y preguntó por ella a un niño.

―Se fue hace mucho rato.

―¿Y el vecino?

―También.

―¿Y los perros?

―Se los llevó.

Corría una suave brisa. Se sintió solo. Percibió que Beatriz era su soledad.

―Soy Dante. ―Suspiró al viento―. Quería amor desde tu belleza.

Observó, una vez más, la casa vacía. En el medidor de agua había una carta, cubierta por la rama de una planta. Giró, sin percatarse de que el sobre decía: “Para Dante”.

La boca del baúl

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