Читать книгу Que los evangelios prediquen el Evangelio - Christopher J. H. Wright - Страница 7

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Capítulo 1

La última cena

Mateo 26.17-301

Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles: —Tomen y coman; esto es mi cuerpo.

Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados. Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.

(Mt 26.26-29)

Las palabras de Jesús en este pasaje deben ser de las más preciadas y conocidas por cristianos alrededor del mundo y a lo largo de los siglos. Se trata de las palabras mediante las cuales Jesús instituyó lo que ahora llamamos la santa comunión, o la eucaristía o la cena del Señor. ¿Pero me pregunto si podríamos intentar escucharlas dentro del contexto en las que se encuentran?

Aquí, en el Evangelio de Mateo, aparecen en el centro del capítulo más largo del libro. La segunda mitad de Mateo 26 describe el arresto y juicio de Jesús. La primera mitad esta llena de tensiones que van creciendo en el transcurso de los dos días anteriores. Observen la secuencia de eventos que Mateo esboza con rapidez. Una tras otra vemos:

• conspiración contra Jesús (26.1-5)

• unción para la sepultura (26.6-13)

• acuerdo para la traición (26.14-16)

• preparativos para la conmemoración (26.17-30)

• predicción de la negación (26.31-35)

• intensa lucha personal (26.36-46)

Así que estas palabras que Jesús comparte acerca del pan y el vino están rodeadas por traición, por un lado, y por negación por el otro. Aquí tenemos hermosas palabras en boca de Jesús, palabras que dan vida, palabras de sacrificio y de amor, palabras que hemos llegado a repetir muy a menudo y que, sin embargo, están ubicadas entre palabras de engaño que provienen de la boca de Judas y palabras de negación en boca de Pedro.

Esto es el contexto oscuro, el marco lleno de pecado, dentro del cual debemos leer estas preciosas palabras redentoras de Jesús, porque estas son, todavía, las realidades de nuestro mundo. Estos son los tipos de pecados que hicieron necesaria la muerte de Jesús. Porque conocemos la maldad de estos pecados, entendemos cuan precioso es el evento que celebramos cuando repetimos las palabras de Jesús.

Lo que quiero hacer mientras estudiamos este pasaje es, primeramente, ambientar la escena y ayudarnos a imaginar lo que estaba ocurriendo. Luego, en segundo lugar, pensar sobre el significado de ese evento mientras los discípulos lo celebraban. Luego, en tercer lugar, reflexionar sobre la importancia de las palabras que Jesús pronunció. Y finalmente, preguntarnos qué deberían significar para nosotros hoy en día.

1. Ambientando la escena

Primero que nada, entonces, unámonos a Mateo mientras prepara la escena.

El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

—¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?

Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: “El Maestro dice: ‘Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

(Mt 26.17-19)

Faltaba un día para la celebración de la Pascua, justo antes de la fiesta de los panes sin levadura que duraba toda una semana. Y era la semana más volátil en el calendario anual en Jerusalén. La ciudad siempre estaba repleta durante la Pascua. Y los romanos, las fuerzas de ocupación, estaban en alerta roja ante la posibilidad de actividad terrorista, que solía ocurrir cada Pascua. Las autoridades judías, mientras tanto, trataban de aplastar cualquier actividad que percibieran como amenaza al statu quo, como la que había ocurrido unos días antes cuando un profeta de Nazaret, llamado Jesús, entró en Jerusalén montado en un burro y fue acogido por la multitud que, con alegría, agitaban ramas de palma —poderosos símbolos de nacionalismo judío. Jesús era un hombre buscado. Ya había precio sobre su cabeza y estaba en peligro de ser arrestado en cualquier momento.

¿Dónde estaba Jesús en ese momento? Se encontraba pasando la semana en Betania, un pequeño pueblo a las afueras de Jerusalén, cruzando el valle y del otro lado del monte de los Olivos. Jesús estaba en la casa de sus amigos, o quizá acampaba en las laderas del monte de los Olivos, junto con otros muchos peregrinos. A medida que se acercaba la Pascua, los discípulos probablemente comenzaban a preguntarse: ¿Podremos celebrar la cena con Jesús? —porque había reglas sobre estas cosas. Uno debía de comer la cena de la Pascua dentro de los muros de Jerusalén solamente, y se debía usar un cordero que había sido sacrificado en el templo. Pero ¿cómo podrían entrar en la ciudad cuando era tan peligroso para Jesús estar en público?

Aparentemente, Jesús tenía todo esto bajo control. Sabemos por el Evangelio de Marcos que Jesús hizo arreglos de antemano. Un amigo suyo tenía una casa en Jerusalén con una habitación en el piso de arriba lo suficientemente grande como para que Jesús se reuniera con sus doce discípulos. Así que acordaron encontrarse allí. Los discípulos habrían salido rumbo a Jerusalén por la mañana para alistar todo lo necesario para que Jesús pudiera reunirse con ellos por la noche.

Mateo simplemente nos dice: «Los discípulos… prepararon la Pascua» (26.19). Esto puede sonar simple. En All Nations Christian College, donde yo fui director por varios años, preparábamos una cena de Pascua seguida de una Santa Cena para toda la comunidad. Recuerdo que los encargados de la comida trabajaban el día entero para alistar todo para la celebración. Lo mismo habría ocurrido con los discípulos.

Imaginen a los discípulos yendo de aquí para allá, con prisa, entre las multitudes de Jerusalén. Tenían que comprar las hierbas amargas que se necesitaban para recordar la aflicción de los hebreos en Egipto. Tenían que comprar fruta, manzanas, dátiles, granadas y nueces, que después debían moler para formar una pasta que se parecía a la arcilla con la cual los israelitas habían hecho ladrillos. Necesitaban limpiar toda la casa de cualquier resto de levadura. Y luego debían hornear pan sin levadura. Debían tener agua con sal, que representaba las lágrimas derramadas. Y debía de haber suficiente vino para las cuatro copas que se compartirían durante la celebración. Y luego, claro está, necesitaban conseguir un cordero del templo, matarlo y asarlo para la comida de la noche. Luego, después de toda esa preparación para la comida, tenían que preparar el cuarto. Toda la comida debía estar puesta en el centro de la habitación, sobre una mesa baja o sobre un mantel en el suelo. También debían acomodar en forma de u unos almohadones alrededor de la mesa. Las personas se reclinarían en el piso, con un codo apoyado sobre un almohadón, y comerían de los alimentos puestos en la mesa en el centro del cuarto.

Los discípulos habrían tenido un día agitado preparando todo eso. La Pascua era un tiempo ocupado.

2. Celebrando la cena

Pero ¿de qué se trataba? ¿Qué significaba esta comida? Bueno, era la Pascua. Era una fiesta anual para recordar y celebrar el éxodo de los israelitas de Egipto (Éx 1–15). Era la época en la cual los israelitas recordaban cómo Dios había librado a sus ancestros de la esclavitud, de la opresión que sufrieron en Egipto. Unos siglos antes, la familia de Jacob/Israel había llegado a Egipto como refugiados debido a la hambruna. Pero a medida que pasaron los años se convirtieron en una minoría étnica grande, y como ocurre usualmente con las minorías étnicas, fueron perseguidos, oprimidos y obligados a trabajar como esclavos. Pero Dios vio lo que estaba ocurriendo y actuó para rescatarlos.

a) Celebrando a Dios

En la Pascua, entonces, los israelitas celebraban a su Dios. Celebraban lo que Dios había hecho por ellos siglos atrás. Celebraban el carácter de Dios. Leamos Éxodo 2.23-25:

Mucho tiempo después murió el rey de Egipto. Los israelitas, sin embargo, seguían lamentando su condición de esclavos y clamaban pidiendo ayuda. Sus gritos desesperados llegaron a oídos de Dios, quien al oír sus quejas se acordó del pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. Fue así como Dios se fijó en los israelitas y los tomó en cuenta.

El Dios a quien celebraban, entonces, era el Dios de compasión, el Dios de justicia que los había librado de la tiranía, y el Dios fiel a sus promesas. Cada Pascua los israelitas celebraban el carácter y el accionar de Dios. Jesús y sus discípulos también iban a celebrar esto. Decían: «Este es el Dios a quien alabamos. Este es nuestro Dios del pacto. Este es el Dios que nos hizo su pueblo cuando nos rescató de la esclavitud».

b) Celebrando la sangre del cordero

Por supuesto que había más. La Pascua era la conmemoración de un momento muy particular de esa historia, que está registrado en Éxodo 12. En la misma noche del éxodo Dios envió la décima y última plaga sobre el Faraón y toda la población de Egipto: la muerte de sus primogénitos. Pero Dios indicó a los israelitas que se preparasen sacrificando un cordero y que luego esparciesen un poco de su sangre en los marcos de sus puertas. Cuando el ángel de Dios habría de aparecer esa noche, «pasaría de largo» los hogares y a los hijos primogénitos de los hebreos. De esta manera, la sangre del cordero sacrificado los protegería de la muerte. Cuando las familias israelitas habrían despertado a la mañana siguiente sabrían que sus primogénitos estaban vivos porque un cordero había sido sacrificado en su lugar. El sacrificio del cordero los habría librado de la muerte. Se habrían salvado de la ira de Dios por la sangre del cordero pascual.

De esto se trataba la fiesta de la Pascua que celebraban año tras año para recordar el éxodo y el cordero pascual.

c) Celebrando con esperanza para el futuro

Naturalmente, celebraban con gran alegría, porque era un momento de agradecimiento a Dios por su liberación. Pero también celebraban con gran nostalgia. A lo largo de los siglos, incluso mientras estuvieron en su propia tierra, los israelitas sentían que de alguna manera todavía estaban en cautiverio. Sentían como si el exilio aún no había terminado, como si todavía estuvieran bajo el yugo de sus opresores —como de hecho lo estaban en ese momento bajo los romanos. Sentían como si todavía estuvieran experimentando el juicio de Dios por su pecado. Y así, cada vez que celebraban la Pascua, anhelaban que Dios volviese a rescatarlos. Anhelaban un nuevo «éxodo» que les brindara libertad y perdón.

Así que la fiesta de la Pascua recordaba el pasado, rememorando lo que Dios había hecho en su historia, y vislumbraba el futuro, con esperanza y expectativa respecto a lo que Dios haría cuando realmente se convertiría en rey.

Ese es el evento, y eso es lo que Jesús y sus discípulos se preparaban para celebrar: el evento fundacional de su nación, y el futuro que sus corazones anhelaban.

3. Escuchando las palabras de Jesús

En medio de todo esto, cuando ya habían comenzado la cena, leemos varias declaraciones de Jesús. Primeramente, están sus palabras respecto a su traidor, en los versículos 20-25. Luego están las declaraciones de Jesús respecto a su cuerpo y sangre, en los versículos 26-28. En tercer lugar, y muy sorpresivamente, en el versículo 29, están sus palabras respecto al banquete que vendrá en el futuro. Pensemos en cada una de estas declaraciones por separado.

a) Palabras respecto a su traidor (26.20-25)

Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. Mientras comían, les dijo:

—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar. Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor?

El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar —respondió Jesús—. A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.

—¿Acaso seré yo, Rabí? —le dijo Judas, el que lo iba a traicionar.

—Tú lo has dicho —le contestó Jesús.

(Mt 26.20-25)

El tiempo ha llegado. Ahí están, reclinados alrededor de la mesa. La cena ya ha comenzado, todos están conversando entre sí, y de repente Jesús hace esta impactante declaración: «Uno de ustedes me va a traicionar. En realidad, amigos, hay un traidor entre nosotros».

¿Se pueden imaginar la sorpresa y el repentino silencio? —«¿Qué acaba de decir?». Estaban atónitos, no lo podían creer. Luego todos comenzaron a preguntarse y a protestar: «Señor, ¿no te refieres a mí? ¡No podría ser yo, Señor!».

No creo que la respuesta de Jesús en el versículo 23 fuera exactamente como la traduce la nvi: «El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar». Porque todos ellos hicieron lo mismo durante la cena. Así es como se acostumbraba a comer la Pascua, alrededor de la mesa comunal, todos con «las manos a la obra» por decirlo así. Lo que Jesús quiso decir es: «alguien que come con nosotros, alguien que comparte la alianza de esta sagrada cena con nosotros y mete su mano en la comida, uno de nosotros aquí presente, uno de mis amigos, me va a traicionar». ¡Imagínense la sorpresa!

Luego, en el versículo 24, Jesús comenta el profundo misterio de lo que está sucediendo en ese momento. Dice: «El Hijo del hombre (refiriéndose a sí mismo) se irá, tal como está escrito de él». En otras palabras, su muerte ocurrirá tal como Dios siempre lo había planeado. «Pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido». En otras palabras, la muerte de Jesús sucedería de acuerdo con la voluntad y el propósito de Dios, pero el que lo traicionaría cargaría su propia responsabilidad moral por lo que hizo.

Pero el siguiente versículo, el 25, nos muestra que Judas no era un títere manipulado por Dios. Judas, junto con los demás discípulos, también le dice a Jesús: «¿Acaso seré yo, Rabí?» Este es el hombre que ya tiene treinta piezas de plata escondidas en algún lugar, porque ya acordó traicionar a Jesús con las autoridades. Había un precio por la cabeza de Jesús, y Judas ya tiene ese dinero. Jesús ya ha sido «vendido», en lo que respecta a Judas. Pero aun así se demuestra audaz delante de Jesús. Y Jesús le dice: «Tú lo has dicho».

Cuando combinamos lo que escribe Mateo con lo que Juan nos dice acerca de este momento en Juan 13.21-30, creo que queda claro que esto fue parte de una conversación privada de Jesús con Judas de un lado y con Juan del otro. Me parece casi seguro que estas palabras fueron dichas en privado entre los tres. Pero ¿qué significa esto? Debemos recordar la manera en que la cena había sido dispuesta, y debemos quitarnos de la mente la famosa pintura de la Última Cena de Leonardo da Vinci.

Jesús era el anfitrión en esta cena. Estaría sentado en centro del grupo, en el medio de la configuración en ‘u’. Y a un lado, a su derecha, estaba Juan. Ese era el primer lugar de honor. ¿Pero quién estaba al otro lado? Judas estaría a su izquierda. A su mano derecha, Juan; a su izquierda Judas. Derecha e izquierda, los lugares con mayor honor, a la par del anfitrión. En esos días, ese era el lugar donde uno habría querido sentarse en cualquier banquete o fiesta. Las personas se disputaban quién se sentaría a la derecha e izquierda del anfitrión.

Así que, por la conversación que Juan registra, parece que Jesús demostró su amor por Judas al darle ese puesto de honor en la última cena, ofreciéndole, incluso entonces, la oportunidad de cambiar. Jesús le estaba diciendo a Judas que sabía lo que estaba por suceder, que sabía lo que había en el corazón de Judas. Sin embargo, incluso en este punto, Judas se negó a cambiar de parecer. Rechazó el honor y la oportunidad, endureció su corazón, y salió a hacer lo que ya había decidido hacer. Casi seguro que los otros discípulos no escucharon el intercambio entre Jesús y Judas, porque habrían tratado de detenerlo. La idea de que había un traidor en medio de ellos era demasiado para asimilar, y todavía asumían lo mejor de Judas, incluso cuando se retiró para organizar la traición de su Señor (Jn 13.28-30).

b) Palabras sobre su cuerpo y sangre (26.26-28)

Después de ello, la cena continua, sin duda con muchas conversaciones confusas. Luego, en los versículos 26-28, tenemos las palabras de Jesús respecto a su cuerpo y sangre. Esto causa aun más sorpresa.

Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles:

—Tomen y coman; esto es mi cuerpo.

Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles:

—Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados.

(Mt 26.26-28)

i) El pan

Tenemos que entender que se trataba de una cena tradicional. La Pascua contenía toda una liturgia de palabras que debían pronunciarse y acciones que debían cumplirse. Y en un momento determinado el anfitrión partía el pan ácimo e inmediatamente pronunciaba una bendición o palabras de gratitud: «Bendito eres tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del universo, que nos das el pan de la tierra». Eso es lo que Jesús habría dicho cuando Mateo nos dice: «Jesús tomó pan y lo bendijo». Después de esto el anfitrión normalmente habría dicho: «Este es el pan de aflicción que nuestros padres comieron». En otras palabras: este pan representa el sufrimiento durante la esclavitud en Egipto todos esos siglos atrás».

Pero Jesús parte el pan, da las gracias, y luego dice algo muy diferente e impactante: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo» (Lucas y Pablo añaden que Jesús también dijo: «entregado por ustedes»). Esto sin ninguna duda significa que Jesús sabía que lo iban a matar. Sabía que su propio cuerpo sería entregado en sacrificio, que sería quebrado como el pan que estaba partiendo. Y les está diciendo a sus discípulos que al comer ese pan estarían compartiendo el beneficio del sacrificio de Jesús, tal como los israelitas se beneficiaron del sacrificio del cordero pascual y lo recordaban cada vez que celebraban la Pascua juntos.

Jesús les dice: «Este pan soy yo. Yo soy el pan partido. Yo soy la nueva Pascua. Yo soy el nuevo éxodo. Soy la liberación que anhelan. Pero sucederá porque mi cuerpo será entregado a la muerte como un sacrificio por ustedes. Por su redención, doy mi vida».

ii) La copa

La cena continua mientras ellos tratan de procesar lo ocurrido. Y entonces, probablemente cuando la cena estaba a punto de terminar,

Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles:

—Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados.

(Mt 26.27-28)

Había (y todavía hay) cuatro copas de vino durante la celebración de la Pascua. Representan las cuatro promesas que Dios hizo a los israelitas en Éxodo 6.6-7:

• Voy a quitarles de encima la opresión de los egipcios.

• Voy a librarlos de su esclavitud y

• Voy a liberarlos con gran despliegue de poder y con grandes actos de justicia.

• Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios.

La tercera copa probablemente fue la que Jesús tomó en ese momento. Correspondía a la promesa «Voy a liberarlos con gran despliegue de poder y con grandes actos de justicia». Junto con esta copa normalmente recitarían la tradicional oración que se pronunciaba después de la cena. Una vez más, Jesús tomó la liturgia normal de la Pascua y primero dijo lo que se esperaba que dijera. Dio gracias diciendo: «Bendito eres tú, Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que nos diste el fruto de la viña». Luego habría pasado la copa a sus discípulos para que tomaran de ella. Pero esta vez Jesús dice: «Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados».

Estas palabras son muy familiares a nuestros oídos porque las hemos escuchado tan a menudo. Si somos creyentes cristianos y asistimos regularmente a la iglesia, habremos escuchado estas palabras cientos de veces. Pero traten de imaginar lo que ocurrió la primera vez, en ese cuarto de arriba, con estos hombres reclinados alrededor de esta cena pascual tan sombría. Habrían sido palabras sorprendentes y desconcertantes. Una vez más, como con el pan que se refería a su cuerpo, la palabra «sangre» sin duda señalaba una muerte violenta.

Debemos ver que en estas tres frases Jesús reúne tres referencias bíblicas. ¿Notaron las tres frases?

• mi sangre del pacto…

• derramada por muchos…

• para el perdón de pecados

Me gustaría que revisemos juntos los tres pasajes de donde provienen estas frases, porque Jesús estaba tratando de ayudar a sus discípulos (y a nosotros) a comprender la importancia de lo que iba a suceder apenas unas pocas horas más tarde. Necesitamos ver ese evento, la crucifixión, a la luz de estos tres pasajes que Jesús cita.

Primero que nada, la sangre del pacto. Esta frase se encuentra en Éxodo 24.1-11. ¿Por qué no detenernos y leerlo ahora mismo, especialmente los versículos 6-11? Esta es la historia de cómo, después de que los israelitas lograron salir de Egipto luego del éxodo, llegaron al monte Sinaí donde Dios hizo un pacto con ellos. Ese pacto incluyó un sacrificio. Moisés tomó la mitad de la sangre de ese sacrificio y la roció sobre el altar (representando a Dios como una de las partes del pacto). Luego tomó el libro del pacto y lo leyó a la gente, y ellos respondieron: «Haremos todo lo que el Señor ha dicho, y le obedeceremos». Entonces Moisés tomó la otra mitad de la sangre del sacrificio y la roció sobre las personas diciendo: «Esta es la sangre del pacto que [las palabras exactas que usó Jesús], con base en estas palabras, el Señor ha hecho con ustedes». Y luego Moisés, Aarón y los ancianos del pueblo subieron al monte Sinaí. Y leemos que sorprendentemente ellos vieron al Dios de Israel, y comieron y bebieron en presencia de Dios.

¿Puedes ver, en esa historia de Éxodo 24, la combinación de sacrificio, sangre, pacto y una comida en presencia de Dios? Y Jesús dice: eso es esto. Ese sacrificio del pacto había sellado con sangre la relación entre Dios y su pueblo Israel después del éxodo. Ahora, Jesús dice: «Esta es mi sangre del pacto derramada en sacrificio para sellar la relación entre tú, yo y Dios. Ustedes, los doce discípulos del Mesías, ustedes y todos los que se unirán por medio de la fe en mí, serán míos para siempre mediante los lazos de amor en el nuevo pacto, porque los he redimido y son míos. Esta es la sangre del pacto».

En segundo lugar, Jesús dice: esta sangre del pacto es derramada por muchos. Esa frase viene de Isaías 53, uno de los capítulos mas famosos del Antiguo Testamento. Habla sobre el siervo del Señor que Isaías dijo que vendría, sufriría y moriría, no por sus propios pecados, sino por los nuestros. Isaías 53 es donde se nos dice que el siervo del Señor fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades, y el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. Pero más tarde en el mismo capítulo, Dios dice que reivindicará y glorificará a su siervo. ¿Por qué? Leamos el versículo 12:

[…] porque derramó su vida hasta la muerte,

y fue contado entre los transgresores.

Cargó con el pecado de muchos,

e intercedió por los pecadores.

A eso se refiere Jesús. «esta es mi sangre… que con mi muerte derramo por muchos. Yo daré mi vida como el siervo obediente de Dios para que por medio de mi muerte yo cargue con el pecado de muchos, muchos otros».

Y luego, en tercer lugar, esta sangre del pacto es derramada por muchos para el perdón de pecados. Esta vez seguramente Jesús tiene en mente a Jeremías 31.31-34. En ese pasaje, Dios promete por medio de Jeremías que habrá un nuevo pacto. Si revisan la nota al pie de la página de la nvi en Mateo 26.28, verán que algunos de los manuscritos del Evangelio de Mateo, junto con Lucas 22.20 y 1 Corintios 11.25 (el recuento más temprano de la Última Cena), registran que Jesús dijo: «Esta es la sangre del nuevo pacto».

Si leen Jeremías 31.31-34 verán que es una promesa compuesta de varios ingredientes muy importantes. Pero lo principal, el clímax, es la gran promesa final que Dios hace en este nuevo pacto: «Yo les perdonaré su iniquidad y nunca más me acordaré de sus pecados». Eso es lo que los israelitas de la época de Jesús anhelaban, que Dios les perdone sus pecados, que acabe con lo que ellos percibían como un exilio y que restaure la comunión con él. Y Jesús dice: «Esto sucederá. El nuevo pacto se está cumpliendo ahora. Pero ocurrirá a partir de mi muerte, porque mi sangre será derramada para dar lugar a ese perdón».

Como pueden ver, con esta maravillosa combinación de pasajes, estas repeticiones de textos bíblicos que Jesús y sus discípulos conocían tan bien, Jesús les explica el significado de lo que iba a ocurrir antes del ocaso del sol al día siguiente. Jesús sería asesinado, su cuerpo quebrado, su sangre derramada. Pero ahora sus discípulos sabían que, según Jesús, no sería meramente un accidente o una terrible tragedia. Más bien, sería un sacrificio por el cual los beneficios del éxodo, la Pascua y el nuevo pacto llegarían a su fruición. Por medio de la sangre de Cristo, sabrían que se salvarían de la muerte y que se les daría vida; que serían redimidos de la esclavitud y el pecado; que sus pecados serían perdonados, y gozarían del nuevo pacto gracias a una relación de amor con Dios. De esto se trata el maravilloso grado de extensión respecto a lo que Jesús quiso decir cuando usó estas palabras tomadas de las Escrituras.

c) Palabras sobre el banquete venidero (26.29)

Hemos escuchado las palabras de Jesús sobre su traidor, y sobre su propio cuerpo y sangre. Pero aún no ha terminado. En el versículo 29, Jesús agrega:

Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.

Tradicionalmente, en la fiesta de la Pascua, como hemos visto, hay cuatro copas y la cuarta copa está vinculada a la promesa al final de Éxodo 6.7, donde Dios dice: «Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios». Esto indica la relación íntima y personal entre Dios y su pueblo. Y en el Antiguo Testamento esto se representaba a veces como un banquete, un banquete futuro en el cual Dios festejaría con su pueblo en paz, gozo y bendición. Eso es lo que algunas Escrituras profetizaron.

Entonces, lo que parece haber sucedido en ese momento es que Jesús se negó a beber esa cuarta copa. En cambio, dijo: «No se preocupen, se cumplirá el día en que nos volvamos a reunir. Mañana me iré por causa de mi muerte. Pero llegará el día en que volveremos a estar juntos en el reino de mi Padre: un día en que el nuevo éxodo se habrá cumplido de verdad, un día en que acabará toda opresión, sufrimiento, lágrimas, muerte y dolor. ¡Anhelemos aquello!». Es lo que está por venir. Es el futuro de Dios, por causa de lo que sucedería en esos próximos tres días.

Y así, en medio de todas esas palabras difíciles que preparan a sus discípulos para su muerte sangrienta, Jesús les señala el futuro, así como la Pascua siempre señalaba el futuro, a ese día glorioso y alegre cuando se volvería encontrar con ellos en su gloria en el banquete celestial del Mesías.

Pertenezco a un pequeño grupo de lectores. Leemos todo tipo de novelas y libros, principalmente seculares, con el fin de entender nuestra cultura y buscar maneras en que podamos relacionar el evangelio con el mundo que se refleja en la literatura de hoy. Algunos de los libros que leemos son historias bastante oscuras y sombrías de asesinatos, engaños, traiciones y otros males. A menudo, cuando conversamos sobre estos libros, nos preguntamos: «¿Habrá algún momento redimible2 de este libro? ¿Habrá alguna palabra o cierto acto o giro que presente algún grado de esperanza en esta historia? ¿Sugiere el autor algún tipo de «final feliz», aun si la historia nunca llegue a eso?».

En este momento, hacia el final de la historia del Evangelio tenemos una narración de traición, engaño, negación, deserción y rechazo. Como hemos visto, estas son las realidades oscuras y malvadas de este capítulo. Pero efectivamente, sí hay un momento redimible. Y ese momento redimible no es solo cuando Jesús habla sobre un final feliz en el banquete del reino de Dios, en el versículo 29. No, el verdadero momento redimible en esta narrativa es en realidad lo único que todos en esa habitación, incluido el propio Jesús, más temían: el hecho de que, antes de que el sol se ocultara al día siguiente, su cuerpo sufriría muerte y quebranto, y su sangre sería derramada en señal de sacrificio. Esa sería la redención de toda la historia: no solo de la historia de los Evangelios, sino de toda la historia de la humanidad y de la creación misma. La cruz y la resurrección de Jesús son el momento redimible de toda la historia.

4. Viendo el significado

Entonces, ¿qué significa todo esto? Y especialmente: ¿qué significa para nosotros que participemos regularmente de la Santa Cena y que escuchemos estas palabras de Jesús una y otra vez? Porque si pertenecemos a Jesús pertenecemos al pueblo del nuevo pacto. Somos partícipes en la historia y la identidad del Israel del Antiguo Testamento, por medio de la fe en el Mesías Jesús. Somos, como Pablo dijo muy claramente a los gálatas, la descendencia espiritual de Abraham (Gá 3.7-9, 26-29). Entonces, mientras celebramos la cena del Señor o la eucaristía (o como se llame en tu propia iglesia), estamos celebrando las mismas grandes verdades que el Israel del Antiguo Testamento, solo que ahora es aún más maravilloso a la luz de la cruz y la resurrección de Jesús.

El éxodo fue el momento más importante en la historia del Israel del Antiguo Testamento.

• Si no hubiera sucedido, habrían permanecido en esclavitud.

• Si el cordero de la Pascua no hubiera sido sacrificado, habrían experimentado muertes y penas devastadoras.

• Si la sangre del pacto no hubiera sellado su relación con Dios, no habrían sido ningún «pueblo». No tendrían esperanza, no tendrían a Dios, como el resto del mundo.

¡Pero sí sucedió! Y dado que sucedió…

• Llegaron a ser libres.

• Llegaron a estar vivos y no muertos.

• Lograron saber que eran el pueblo del pacto de Dios y contaban con la presencia de Dios en medio de ellos.

Y por ello celebraban esta fiesta.

Y así es para nosotros. La cruz y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo juntas constituyen el evento más importante, no solo en el Nuevo Testamento, sino en toda la historia del universo, el cual será también redimido y reconciliado con Dios gracias a la muerte y resurrección de Jesús.

• Si no hubiera sucedido, aún seríamos esclavos del pecado.

• Si no hubiera sucedido, aún estaríamos espiritualmente muertos.

• Si no hubiera sucedido, estaríamos separados de Dios para siempre.

¡Pero sí sucedió! ¡Alabado sea el Señor! Y dado que sucedió…

• Hemos sido librados de la esclavitud del pecado.

• Nosotros, los que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, ahora vivimos en Cristo.

• Ahora somos ciudadanos del pueblo de Dios, miembros de la familia de Dios y morada de Dios por su Espíritu (Efesios 2.19-22).

Por ello celebramos esta fiesta. Por ello celebramos la cena del Señor con corazones agradecidos y con vidas cambiadas.

Pero hay un último detalle que no debemos obviar antes de terminar. En el versículo 30 Mateo nos dice, como también lo hacen los otros Evangelios, que al final de la cena, «Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos».

¿Qué cantaban? Bueno, casi seguro que cantaban ese grupo tradicional de salmos conocidos como «el gran Hallel» que comprende los Salmos 113 al 118. Pero, por lo general, eran los últimos cuatro, Salmos 115 al 118 los que se cantaban al final de la cena de Pascua en los tiempos de Jesús —y aún hoy cuando los judíos celebran la Pascua.

No voy a leer todos esos salmos en este momento. Quizás quieran hacerlo ustedes mismos después. Lean los Salmos 115, 116, 117 y 118, e imagínense cantándolos con Jesús. Imaginen a Jesús, guiando a sus discípulos, verso por verso, juntos cantando estos salmos al terminar esa última cena. Piensen en cómo las palabras de estos salmos llenaron sus mentes mientras bajaban de la habitación secreta, mientras regresaban por las oscuras calles de Jerusalén, bajando al valle y subiendo las laderas boscosas del monte de los Olivos, hacia el jardín que se llamaba Getsemaní.

Estas fueron las palabras que estaban en la mente y la voz del mismo Jesús en sus últimas horas antes de su traición, juicio y muerte.

Jesús habría cantado el salmo 116:

Yo amo al Señor

porque él escucha mi voz suplicante.

Por cuanto él inclina a mí su oído,

lo invocaré toda mi vida.

Los lazos de la muerte me enredaron;

me sorprendió la angustia del sepulcro,

y caí en la ansiedad y la aflicción.

Entonces clamé al Señor:

“¡Te ruego, Señor, que me salves la vida!”

(Sal 116.1-4)

¿Habrán llenado su mente estas palabras mientras oraba en agonía a su Padre en Getsemaní?

Tú, Señor, me has librado de la muerte,

has enjugado mis lágrimas,

no me has dejado tropezar.

Por eso andaré siempre delante del Señor

en esta tierra de los vivientes.

Aunque digo: “Me encuentro muy afligido” …

¡Tan solo cumpliendo mis promesas al Señor

en presencia de todo su pueblo!

Mucho valor tiene a los ojos del Señor

la muerte de sus fieles.

Yo, Señor, soy tu siervo;

soy siervo tuyo, tu hijo fiel.

(Sal 116.8-10, 14-16)

Y en el Salmo 118 Jesús habría cantado estas palabras:

No he de morir; he de vivir

para proclamar las maravillas del Señor.

El Señor me ha castigado con dureza,

pero no me ha entregado a la muerte.

(Sal 118.17-18)

Pero Dios sí entregó a Jesús a la muerte.

Jesús se entregó a la muerte, una muerte que sería aterradora y agonizante, aunque Jesús sabía que Dios lo iba a levantar de entre los muertos.

Y en el clímax del Salmo 118, Jesús habría cantado este Salmo con sus discípulos:

Tú eres mi Dios, por eso te doy gracias;

tú eres mi Dios, por eso te exalto.

(Sal 118.28)3

Pero doce horas después, Jesús exclamó estas terribles palabras, con su inconfundible eco: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22.1).

¿Por qué? Porque Jesús estaba cargando el pecado del mundo, tu pecado y el mío. Porque Dios hizo que aquel que no conoció pecado se convirtiera en pecado por nosotros. Por eso, durante esas horas en la cruz, Jesús experimentó el horror de haber sido abandonado, desamparado, rechazado por Dios, porque esa es la respuesta final y santa de Dios ante el pecado: expulsarlo de su presencia. Y Jesús fue a ese lugar de abandono para que tú y yo no necesitemos hacerlo, cuando confiamos en Cristo. Él cargó nuestro pecado, en su propio cuerpo, sobre el madero, como lo expresa Pedro.

Por esa razón, tú y yo podemos cantar las últimas palabras del Salmo 118, palabras que Jesús también cantó sabiendo lo que le esperaba al día siguiente, pero «por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Heb 12.2).

Den gracias al Señor, porque él es bueno;

su gran amor perdura para siempre.

(Sal 118.29)

1 Este sermón fue predicado en la iglesia All Souls el 2 de marzo del 2008.

2 N. del E.: En teoría literaria, se usa el concepto de «redención». Una expresión en inglés que se deriva de este concepto es redemptive moment, que expresa un significado no necesariamente religioso, sino que más bien comunica la idea de algo rescatable o un acto de reivindicación o un giro inesperado hacia la noción universal del bien y de la justicia. La expresión que se traduce como «momento redimible» se aproxima a la expresión en inglés según su acepción secular y quizá lo más cercano aún debería ser «momento rescatable». Pero, en el contexto de este libro y en calidad de creyentes evangélicos, debemos interpretar el «momento redimible» de la historia directamente en relación con el acto redentor de Cristo.

3 Para indicar énfasis, algunas palabras de las citas bíblicas están en cursiva.

Que los evangelios prediquen el Evangelio

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