Читать книгу Ni una boda más - Cindi Madsen - Страница 11

Capítulo 2

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Ford pisó el acelerador de su Dodge Ram Cummins Diesel, el motor rugió y salió disparado por las calles secundarias de la ciudad antes de frenar y cruzar la calle principal.

Clavó la nariz de la camioneta en el callejón entre la Pastelería Maisy y la tienda de manualidades de Lottie, y corroboró que sí había humo.

Ford hizo una rápida evaluación.

Color: blanco. Volumen: escaso. Velocidad: baja. Densidad: fina.

Llegar solo no era una buena idea, pero esperar a que el fuego creciera tampoco lo era.

De un salto bajó del vehículo y tomó su hacha, junto con el botiquín. Los incendios no eran muy comunes en esta época del año, de modo que había dejado el traje de protección en el camión de bomberos. Se le aceleró el pulso cuando escuchó una voz femenina gritar:

–¿Por qué no abres? No puedo apagar el fuego si no me dejas que abra –seguida de una tos seca que hizo que Ford se apresurara hacia la puerta con Pyro pisándole los talones.

Una mujer parecida a Maisy, aunque no del todo, estaba parada frente al horno. Con guante de cocina manoteaba contra las llamas al tiempo que murmuraba cosas sobre que su hermana había confiado en ella y que era el día más mierda de la historia.

Ford se interpuso entre la chica y el horno, y la empujó hacia atrás. El sofocante aire se filtró a través de su camisa que se adhirió con fuerza a la piel. La voz de la experiencia se hizo cargo de la situación y se enfocó en la evacuación del edificio.

–¿Hay alguien más dentro?

–No, solo estoy yo –contestó la chica tosiendo–. Por eso…

–Yo me encargo, señorita. Por favor, salga del edificio.

Con suavidad Pyro le mordió los pantalones y tiró de ella, tratando de convencerla de que se salvara.

Como no se movió, Ford estuvo a punto de dejarse llevar por la adrenalina para sacarla y llevarla afuera. Pero su cerebro ya se había puesto en modo analítico y le daba vuelta a los hechos tan rápido como su corazón le martilleaba el pecho.

No había nadie más en la pastelería y el fuego estaba contenido en el horno. Sofocar la fuente de calor será el curso de acción más seguro y rápido para todos.

Ford se subió la camisa para cubrirse nariz y boca, y se concentró en inhalar y exhalar por las fosas nasales.

–Retroceda.

Con el hocico contra las piernas de la mujer, Pyro la empujó hacia la puerta abierta y Violet pareció notar al perro por primera vez. Retrocedió, dándole a Ford el espacio que tanto necesitaba.

El maldito enchufe no quería soltarse del tomacorriente y una creciente sensación de urgencia se apoderó de la base de su cráneo. Aferró el mango del hacha y usó el borde de la hoja para liberar el plástico duro.

Con el oxígeno agotándose en el horno, una pequeña corriente de aire podría convertirse en un gran problema así que, aunque se pudiera, ahora abrir la puerta del aparato no era una buena idea. Ante el riesgo de que se propagara el fuego y de que la pastelería se incendiara, no podía dejar allí el horno.

En cuanto baje la temperatura, me ocuparé del fuego.

Se escuchó una sirena cada vez más y más fuerte, Ford colocó una mano en la espalda de la mujer y la sacó del local. Darius condujo el camión de bomberos hasta la puerta.

Él y Ford se pusieron el equipo de protección. Los gruesos guantes dificultaban un agarre firme, pero los protegían de las quemaduras. Hacer pasar el horno gigante por la puerta trasera fue como dar a luz a un elefante, pero por fin se las arreglaron para maniobrar el aparato hasta el centro del callejón, donde esperaron a ver si ameritaba que lo rociaran con la manguera.

Tras haber contenido el peligro, Ford fue a buscar a la mujer que había estado en la cocina intentando apagar el fuego por sí misma sin mucho éxito.

Pyro estaba a su lado, observando la conmoción, listo para entrar en acción si era necesario. A veces Ford pensaba que su perro era tan adicto a la adrenalina como él, lo que no siempre era bueno ya que los había metido en apuros más de una vez. Retirarse o arrepentirse era el incómodo dilema que lo perseguía desde hacía tiempo.

–Buen chico –dijo Ford, al tiempo que rebuscaba entre dos capas de tela y sacaba un premio para Pyro.

–Lo siento mucho –se disculpó la mujer con un movimiento de cabeza–. Puede que haya dejado los cupcakes demasiado tiempo, pero no entiendo cómo se incendiaron. O por qué la puerta no abría.

Ford terminó de acariciar la cabeza de Pyro y se enderezó.

–Estaba en modo de autolimpieza. Eso provoca que la temperatura suba y quema todo lo que hay dentro para que luego se pueda limpiar la ceniza.

El rostro de la chica, lleno de tizne, palideció.

–¿Y si adentro había dos bandejas gigantes de masa para cupcake?

–Hierven y comienza el fuego.

La joven se tambaleó y Ford se apresuró a sujetarla por los hombros, preocupado de que sus rodillas no la resistieran. Pyro brincó alrededor de sus piernas, mirando a Ford y la chica intermitentemente, esperando órdenes de cómo ayudar.

–Estará bien –le aseguró a su perro–. Solo está un poco en shock.

La joven se tapó el rostro con una mano.

–Más bien estoy mortificada y con ganas de que la tierra se abra y me trague entera.

–Entonces Pyro y yo tendríamos que excavar para sacarte y creo que estarás de acuerdo en que ya hemos tenido suficientes emociones por hoy.

Apartó la mano y, al levantar la barbilla, él la vio por primera vez. Su cabello era del mismo color del café que a él le gustaba: una de crema y dos de azúcar; cara en forma de corazón manchada de tizne y lo que sospechaba eran rastros de rímel; y una nariz algo prominente que llamaba la atención sobre sus iris, de un profundo tono café que casi se fundía con sus dilatadas pupilas.

Continuó mirando en las profundidades, buscando… ¿qué? ni siquiera estaba seguro qué era lo que buscaba, pero fuera lo que fuera, estaba relativamente seguro de haberlo encontrado.

Pyro ladró y lo despertó del hechizo. La gente comenzaba a reunirse en la boca del callejón, como una multitud de polillas entorno a una llama, literalmente.

La chica bajó la cabeza y con una mano se cubrió para taparse el rostro.

–Oh, genial. ¿Por qué aparece todo el pueblo?

–Es probable que hayan visto el humo o que hayan escuchado o visto el camión de bomberos. No solo es gigante y rojo con luces intermitentes, sino que rara vez sale. Además, no hay mucho que hacer en la ciudad. Es probable que esto aparezca en la primera página del periódico.

La chica gimió. Y aunque él sabía que no debía decirlo, su aspecto desaliñado sugería que había tenido un día de mierda como ella decía.

–Y yo que trataba de pasar desapercibida.

–Un pequeño consejo: Las Dudas no es el lugar para esconderte si estás huyendo. No se nos da mucho lo del bajo perfil.

Dejó escapar un resoplido, que en parte era risa y en parte sollozo, pero al menos la había hecho sonreír un poco. La chica dio un paso atrás, alisó la despeinada coleta en la parte superior de su cabeza y frunció el ceño al tocar un mechón que sobresalía como la cresta de un gallo. Con un resoplido, dejó caer los brazos.

–Gracias por tu ayuda…

Él le tendió una mano.

–Ford. Ford McGuire.

–Suenas muy tipo Bond, James Bond, presentándote así –dijo y deslizó su pequeña mano en la de él. Como si hubiera tocado el extremo de un cable, una sacudida atravesó su brazo, y tuvo que hacer un esfuerzo por no darle un apretón más allá de la cortesía.

Una naricita húmeda empujó la mano que el bombero dejó caer y Ford le dio una palmadita en la cabeza a su peludo compañero.

–Y este es Pyro.

Una chispa de burla se adivinó en el rostro de la joven, suavizando su exasperación y haciendo que él quisiera decir algo más ingenioso.

–¿Un bombero con un perro llamado Pyro?

–Me gusta pensar que soy listo –repuso Ford–. ¿Y tú eres…?

–¡Violet! –Maisy se abrió paso entre la multitud y la cautivadora incendiaria que tenía delante de él corrió hacia la mujer dueña de la pastelería.

Chocaron en un abrazo y la joven, Violet, comenzó a disculparse mientras Maisy preguntaba si estaba bien. Un comentario sobre si estaba bien y sobre no iniciar un incendio antes de que la conversación se transformara en palabras chillonas que Ford ya no pudo descifrar.

Easton se acercó, vestido con su uniforme de policía. Se saludaron con un gesto de cabeza y Ford le dio un rápido resumen. Dadas las travesuras que habían hecho de chicos, los amigos a menudo bromeaban sobre cómo habían podido terminar del lado correcto de la ley. Tener a su amigo ayudándole en las emergencias era muy útil y siempre que deleitaban al resto de la pandilla con sus historias, hacían lo que hacen los pescadores: con cada relato, las aventuras que tenían se hacían más grandes.

Ya con Easton al tanto de la situación, ambos guardaron silencio y la voz de Violet se elevó por encima del estruendo.

–… no estoy segura de cómo voy a pagarlo, pero si el horno se echó a perder, trabajaré en la esquina de la calle más cercana para conseguirte uno nuevo.

Como no era ajeno a las exageraciones, Ford captó el sentido de la frase. Sin embargo, la idea de la Violet curvilínea parada en la esquina… A pesar de que últimamente él estaba fuera de circulación, podría no ser capaz de contenerse.

No es que alguna vez hubiera pagado por ello, pero llevaba tanto tiempo y… Esto ya está tomando un rumbo extraño.

–No seas ridícula –dijo Maisy, abrazando de nuevo a Violet–. Me alegro de que estés bien.

–Sí, pero ¿y si tú hubieras estado allí? ¿O Isla? –alzó el tono de voz, sus palabras teñidas por el pánico–. ¿Está bien? ¿Dónde está?

–Ella está bien. Lottie, la dueña de la tienda de manualidades de al lado, la está cuidando mientras yo arreglo esto.

–Bueno –Violet retorció las manos y una lágrima gorda recorrió su mejilla.

Ford sintió su presión elevarse debajo de sus costillas, su instinto de ayudar se activó, aunque nunca había sido muy hábil para lidiar con las lágrimas femeninas.

Pyro lloriqueó y le lanzó una mirada a su amo, preguntando en silencio cómo consolarla. Cuando él asintió, Pyro se acercó y frotó su nariz contra su mano.

Violet dejó que la olfateara antes de acariciar su peluda cabeza.

–Me olvidé de agradecerte, ¿no? Intentabas mantenerme a salvo y yo estaba demasiado agobiada para ponerte atención.

Supongo que yo también debería poner mi nariz contra su mano. A ver si me pasa los dedos por el cabello. Probablemente sacaría la lengua y jadearía como lo hacía Pyro. Más tarde esa noche, discutiría con su perro sobre cómo él había hecho la mayor parte del trabajo y Pyro había conseguido la mayor parte de la atención.

Un destello púrpura atrapó la atención de Ford y se puso en cuclillas junto al neumático del camión de bomberos y sacó la… Aghhh. La carpeta de boda de Lexi debió de impresionarle más de lo que pensaba, porque juraría que se parecía a la que había visto poco antes en su mesa de café. Solo que arrugada y salpicada de grasa y de ceniza negra.

–Noooo –chilló Violet, saltó hacia él y le arrebató lo que fuera que tenía entre las manos. Abrazó contra su pecho el paquete de papeles y la brillante cubierta púrpura.

–Lo siento. Es solo… privado –dobló y recogió los papeles sueltos, algunos de los cuales definitivamente se habían quemado, sin mencionar los separadores plásticos que se habían derretido–. De todos modos, perdón otra vez por todos los problemas y gracias por tu ayuda. De nuevo. Sí, así que… –se enderezó con tanta fuerza que la parte superior de su cabeza golpeó contra la barbilla del bombero, haciendo que sus dientes chocaran entre sí.

–¡Auch! –dijo Violet al tiempo que se sobaba la cabeza y retrocedía como si él hubiera sido el responsable–. Voy a levantar esto.

Tan solo unos instantes antes, él había querido arrancarle una sonrisa, pero la mueca que ahora se dibujaba en el rostro de la chica tenía un toque maniaco. Hablando de cambios bruscos de humor.

Parte de la reciente sequía en su vida tenía que ver con su indiferencia por salir a conocer gente. Había renunciado a las relaciones serias hacía unos cuantos años. Aun así, después de una misión de búsqueda y rescate en el sur, las citas casuales perdieron su atractivo. Las interacciones superficiales no parecían valer la pena y su vida no le dejaba tiempo para actividades poco satisfactorias.

Pero Violet… Era innegable que había algo intrigante en ella.

Aunque, ¿quién lo diría? Era la primera vez en años que sentía la chispa con una mujer y al parecer ella estaba en medio de la planificación de una boda.

Probablemente, su propia boda.

***

Violet examinaba fijamente el interior carbonizado del horno junto con Maisy, a pesar de que no tenía ni idea de cómo saber si el daño había sido tan serio como para requerir uno nuevo.

¿Se podía saber con solo mirar?

La culpa se instaló en su intestino, junto con un duro bulto de injusticia que la hizo querer dar un zapatazo. Había estado tratando de ayudar y evitar un desastre y, en uno de sus ya clásicos movimientos, solo había empeorado las cosas.

Como cuando intentó demostrar que estaba muy bien y programó una sesión de fotos de compromiso apenas dos días después de que Benjamin se mudara. Entonces se desvaneció y tuvo una crisis nerviosa que terminó con el reembolso de la sesión de la pareja y los remitió a otro fotógrafo.

No era de extrañar que ya no estuviera inspirada.

¡Diablos! No era de extrañar que Benjamin no hubiera querido darle un anillo. Además de ser la ñoña de la que él a menudo se burlaba, era un completo y total desastre. Algo de lo que era muy consciente delante del fornido bombero que estaba a unos cuantos metros de distancia. Sin duda había pensado que estaba loca por la forma en la que le arrancó la carpeta de las manos.

La idea de que él viera sus esperanzas y sueños fallidos…

Incluso en este momento, hizo que su piel se sintiera demasiado tensa.

Tras tomar su carpeta chamuscada la fue a esconder en uno de los gabinetes de la cocina. Luego regresó al callejón para enfrentar el desastre que había causado.

Y para enfrentar también al sexy bombero de voz profunda y perfecta para las palabras sucias. Por no hablar del mentón desaliñado y de los brazos con cicatrices, que exhibía ahora que se había quitado la chaqueta de bombero.

Su compañero bombero también era guapo, unos centímetros más bajo que Ford, pero más fornido. Y también llevaba un anillo de bodas que contrastaba con su piel más morena. La escena evocaba escenarios de fantasías de bomberos. Solo que en la vida real, la mortificación mermaba su capacidad de apreciar el banquete para la vista que tenía ante sus ojos.

Si Violet no pensara que Ford y su perro intentarían revivirla, se desmayaría de la vergüenza.

Como si su hermanastra sintiera que necesitaba consuelo, Maisy la abrazó.

–Le pudo pasar a cualquiera.

Violet se sorbió los mocos, porque no era como que el tipo que estaba del otro lado de Maisy fuera a mirarla dos veces, ni siquiera en su mejor día, ni aunque estuviera bien arreglada.

–Es muy lindo que digas eso, pero soy la chica que no sabe ni siquiera meter unos cupcakes en el horno.

–Maisy tiene razón –intervino Ford para quitarle importancia al asunto–. Sucede todo el tiempo.

Ahí estaba de nuevo esa voz profunda. Aguzó el oído, rogando porque dijera algo más. El único defecto del tipo era su pelo oscuro que le llegaba hasta la barbilla, irresistiblemente despeinado y que contrastaba con su piel clara.

No es que el estilo “así-me-levanté” no le gustara. Completaba el look sexy de chico campirano que pescaba con sus propias manos y luchaba con cocodrilos por diversión.

Sí, lo bueno es que no le gustaban los tipos de cabello oscuro y piel clara, porque claramente era lo único que se interponía en su camino. Aghh, ¿podría ponerse peor este día?

Al menos la multitud en la entrada del callejón había disminuido, la mayoría de los mirones había decidido que la parte emocionante había terminado y se habían marchado.

–Espera –dijo frunciendo el entrecejo–. Dijiste que el camión de bomberos no sale muy a menudo.

Ford le sonrió torciendo un poco los labios lo que le hizo recordar las películas viejitas de Elvis que su abuela, su Bubbie como ella la llamaba, solía ver.

–No muy a menudo. Cuando hay un incendio es porque una fogata se sale de control o algún electrodoméstico provoca un corto circuito. Tostadoras, licuadoras –le dio una palmadita al ennegrecido cacharro junto a ellos–, hornos.

–Aunque se ve bastante mal, no creo que esté dañado –dijo Maisy–. Pero, si así fuera, tengo un seguro para estas eventualidades.

En un intento de tranquilizar a Maisy, Violet asintió, pero pudo oír a su ex en su cabeza. Clásico de Violet. Tienes todo un plan de boda y de vida bien trazado, con los puntos a seguir, pero vas a la tienda y no eres capaz de regresar con la única cosa por la que fuiste.

En incontables ocasiones se ponía a preparar la cena para luego olvidarse por completo de la comida. Benjamin se frustraba tanto, decía que las comidas quemadas eran un desperdicio y se quejaba porque la casa olía siempre a humo.

Eres la persona más desorganizada que conozco, le decía con frecuencia.

Los pulmones de Violet se contrajeron. Parte de los motivos por los que insistía en la organización era para ayudar a manejar su TDAH. La atención dispersa y la incapacidad para concentrarse eran los síntomas más conocidos, pero la otra cara de la moneda consistía en estar tan inmersa en las actividades que disfrutaba que se olvidaba de todo lo demás.

Por mucho que lo intentara, se perdía a menudo en la edición de fotos o en añadir imágenes inspiradoras a su carpeta de boda. Lo que parecían minutos se convertían en horas y cuando salía del relajante mundo dentro de su cabeza encontraba uno caótico, lleno de confusión. Y, lo peor de todo, con un Benjamin decepcionado.

Eso alimentaba su ansiedad y, a partir de ahí, le resultaba casi imposible hacer algo bien.

Por fin, los bomberos y el policía se marcharon y Maisy cerró la pastelería. Le dio a Violet las llaves de la casa y le dijo que se sintiera como en su propio hogar mientras recogía a Isla.

Después de aventar sus bolsas en la recámara de invitados y de ducharse, Violet volvió a sentirse medio humana.

Tan pronto como entró en la sala, Maisy señaló los dos vasos de vino que había servido. En lugar de tomar uno, Violet agitó sus dedos con el clásico movimiento de dame.

–Lo primero es lo primero. He estado esperando todo el día para acurrucarme con mi sobrina.

Isla estaba calientita, olía a aceite de bebé y llevaba puesta una pijama con una estrella en el trasero.

Violet se instaló en el sofá, colocó a su sobrina en su regazo antes de alcanzar el vino y tomar un sorbo. Devolvió la copa al posavasos y luego pasó un nudillo por la mejilla regordeta de Isla.

–Un día, cuando seas mayor, la tía Violet te dirá lo que no debes hacer con tu vida, porque resulta que es una experta en el tema.

–Detente. La gente que lo tiene todo resuelto es aburrida, por no decir molesta –Maisy levantó su copa–. Y piénsalo de esta manera. A partir de ahora, el resto de tu estancia solo puede mejorar.

–¿Todavía estás segura de que me vas a aguantar tanto tiempo?

Maisy meneó la cabeza como si hubiera hecho una pregunta absurda.

–Todo el mundo comete errores, Vi. ¿Sabes cuántos pasteles he arruinado en mi pastelería? He probado tantas combinaciones raras que me han hecho desear no tener papilas gustativas. Pero después de cada decepción, dejo la masa y vuelvo a intentarlo. Así es como se me ocurrió mi tarta de tres moras y avellanas, famosa en esta zona. Y en caso de que no te acuerdes, yo te rogué que vinieras a visitarme.

La vehemencia de su media hermana sorprendió a Violet. En el pasado, había sentido como si Maisy, y en realidad todo el clan Hurst, siguiera un guion haciendo por ella solo lo “apropiado”.

–Bueno, haré todo lo que esté en mis manos para evitar causar más fiascos –repuso Violet–. Y si no vuelvo a ver un camión de bomberos, estoy del otro lado.

–¿Estás segura de eso? Entre tú y Ford parecía haber… –Maisy se inclinó hacia Violet–, ¿me atrevo a decir, chispas?

Violet cerró los ojos, como si eso la ayudara a retroceder en el tiempo y a borrar lo desastrosa que fue delante del tipo.

–Las únicas chispas eran las del horno, pero en serio ¿por qué él tiene que ser tan irresistiblemente sensual? ¿Y por qué tengo yo que ser tan sosa?

–Te veías… –Maisy hizo una mueca y le dio una palmadita en la rodilla a Violet–. Digamos que encantadoramente despeinada.

–Supongo que es bueno que haya renunciado a los hombres –repuso Violet después de gemir.

–Eso es lo que digo sobre el chocolate todos los días, pero como te darás cuenta mis caderas no son precisamente más estrechas –el brillo de alegría en la expresión de Maisy le produjo un destello de aprensión–. Sabía que te gustaban los chicos de pelo oscuro.

Negó con la cabeza y los cabellos aún húmedos tras la ducha le hicieron cosquillas en el cuello y en las mejillas.

–No… no es solo el pelo, ¿recuerdas? Claro, puedo reconocer que ciertos miembros de la especie masculina de pelo oscuro y piel clara no son del todo desagradables. Eso no cambia el hecho de que no son mi tipo.

–Mmm…

Isla comenzó a moverse y a inquietarse, y Violet la sentó y miró sus grandes ojos azules. Con dos dedos, formó un rizo con el mechón de pelo de su sobrina.

–En cambio, a ti te fascina el pelo oscuro y la piel de marfil. Ya lo creo –besó la mejilla regordeta de Isla–. Mua, mua, mua. ¿Estás lista para muchos abrazos y pellizcos en los cachetes? ¿Qué tal una fiesta nocturna donde bebemos mucha leche y nos quedamos dormidas en el sofá?

Isla abrió la boca como si tuviera una respuesta preparada. Hizo ruiditos y el corazón de Violet se derritió, junto con el estrés del día. Si hubiera seguido el primer borrador de su plan de vida, a estas alturas ya tendría uno, si no es que dos hijos. Pero cada vez que mencionaba la idea de un bebé, Benjamin salía con su famosa respuesta: “Seguro, algún día”.

Hoy en día, y con esta edad, no necesito un hombre para tener un bebé. Solo su esperma y puedo tenerlo sin tener citas, así que… ¡ja!

Naturalmente, ella querría un donador grande, fuerte y valiente. Algo así como Ford, el bombero arrojado, que sabía qué hacer y que fue amable con ella, a pesar de su actuación irracional.

Aunque dudaba mucho de que esa clase de hombre frecuentara los bancos de esperma. Pero antes de que terminara trazando un plan con puntos a seguir y una carpeta llena de posibles nombres, artículos para bebés y cuartos de ensueño, supuso que debía poner su vida, es decir, su carrera, en orden.

Primero, rellenaré mi pozo de la creatividad ayudando a Maisy con la decoración de la pastelería, ya luego veré dónde estoy y haré un plan a partir de ahí.

Violet puso a su sobrina contra su hombro y se acurrucó cerca de ella, y en ese momento, su vida no le pareció un caos. Era culpable de apilar una cosa mala sobre otra hasta sentir que el peso aplastaba su espíritu.

Que la hubieran arrestado precisamente cuando estaba en su punto más bajo no había ayudado, pero era otro hito en el espejo retrovisor que esperaba dejar atrás.

Maisy apoyó su codo en el respaldo del sofá y luego las lágrimas le llenaron los ojos.

–Me lo perdí, Vi. Podríamos habernos divertido mucho juntas cuando te quedabas con nosotros durante los veranos, pero estaba tan enfadada de que mi padre engañara a mi madre y que no pudiéramos seguir adelante porque…

–Por mi culpa –terminó Violet, con la voz entrecortada–. Me temo que fui una niña egoísta y horrible. Yo siempre quise una hermana y luego tuve una y, en lugar de abrazarte, mantuve mi distancia.

Como niñas había sido difícil no comparar. Maisy tenía una nariz pequeña y respingada, preciosos ojos azules y cejas delicadas que no necesitaban ser domadas todo el tiempo. Tenía el amor de papá a raudales y Violet recordaba haberse preguntado cómo sería tener un padre de tiempo completo que se enorgullecía de ella durante la cena, como hacía papá con Maisy y con su hijo, Mason.

–Está bien.

–No, no está bien. Ahora que Travis no está, nuestras llamadas son la única razón por la que no he perdido la cabeza. Me encanta Isla, pero el resto de mi familia como siempre está ocupada y extraño la conversación adulta. No puedo decirte lo contenta que estoy de tenerte aquí –apartó la lágrima que rodó por su mejilla–. Me gustaría intentar recuperar el tiempo perdido y darnos la oportunidad de ser hermanas conforme a la definición más clásica.

Violet sintió un nudo en la garganta.

–Para ser honesta, también me he sentido sola. Me encantaría robarte tus Barbies y tomar prestada tu ropa sin preguntarte y… cualquier otra cosa que hagan las hermanas.

Maisy se rio y abrazó con suavidad a Violet, incluyendo a Isla en el abrazo grupal.

–Gracias por estar aquí.

Aunque Violet quería señalar que solo había traído calamidades a su vida, decidió que este no era el momento para el autodesprecio. A pesar de que le ponían los nervios de punta los incómodos encontronazos entre su padre y su esposa, Violet se concentró en el afecto que la invadía y que curaba lentamente viejas heridas.

Era agradable sentir que tenía una hermana, no solo porque compartían el mismo ADN, sino por elección. Lo que hizo que el título de media hermana saliera sobrando.

Una hermana y una sobrina, un lugar donde estar y una pastelería que decorar.

El sentido de propósito, que desde hacía tiempo la eludía, la llenó de ánimo y le inyectó una muy necesaria dosis de optimismo, sin caer en “ser positiva”. Tal vez un día, en un futuro no muy lejano, podría arreglárselas para por fin poder dejar el pasado en donde pertenecía.

Ni una boda más

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