Читать книгу Ni una boda más - Cindi Madsen - Страница 15

Capítulo 4

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Cuando entró en la pastelería una oleada de aire dulce recibió a Violet. Inhaló y se deleitó con el aroma, como lo haría un buen adicto. Si quería volverse a poner en pie sin tener que cargar con kilos de más, la única manera de hacerlo era inhalar y cerrar la boca.

Terminó de escribir su respuesta en el chat de La Tripulación de las Damas de Honor. Leah y Amanda eran las más activas, pero Camille, Alyssa, Morgan y Christy respondían de vez en cuando con la misma rapidez.

VIOLET:

Hasta ahora sobrevivo a la vida de provincia. En la tienda de Martin’s Trading Post hay pintura, herramientas y ropa de camuflaje por si alguna vez me decido a hacer una excursión campirana.

LEAH:

Si lo haces, voy a necesitar fotos.

AMANDA:

¡Yo también! Y al parecer te lo tenemos que recordar, ya que ayer no tomaste fotos de los bomberos sexys, o sea, las fotos son LO TUYO.

Corrección, las fotos eran lo suyo, pero sus amigas habían estado tan preocupadas cuando se enteraron de la boda de Benjamin que no les quiso confesar que había dejado la fotografía. No solo porque se estresaban, sino porque a lo mejor creerían que era su deber confrontar a su ex y ya se habían hecho mucho daño.

VIOLET:

Tal vez ya envié una foto del camuflaje, pero no la pueden ver porque está funcionando bien.

Se rio de su propia broma y sacó las muestras de pintura que había recogido del Martin’s Trading Post, junto con un bolígrafo. Apoyó las tarjetas de la paleta de colores contra la antigua pared blanca de la pastelería, comprobando qué tonos quedaban mejor con la iluminación y los suelos de madera.

El ruido de las cacerolas significaba que Maisy ya estaba horneando.

–A qué no adivinas a quién vi corriendo en el parque con una manada de perros. Después de ayer, planeo evitarlo a toda costa, así que me escondí en un callejón como si estuviera huyendo de los paparazzi, pero…

Violet se quedó congelada en su lugar. Sintió el pulso palpitar en las sienes. Por favor, por favor, que sea solo un sueño.

–¿Qué? –preguntó Ford que estaba delante del horno. Se pasó el brazo por la frente y, por supuesto, el movimiento levantó su camiseta lo suficiente para mostrar una raya de abdominales tonificados y una línea de pelo oscuro que conducía a… bueno, a donde conduce ese tipo de vello–. Me interesa escuchar el resto de la historia.

Maisy se paró detrás de él, con sus ojos caricaturescamente abiertos, con lo que dejaba en claro que sí, que todo era tan incómodo como parecía y que ruborizarse estaba por completo justificado.

–Ford vino temprano para revisar el horno y asegurarse de que funcionaba correctamente. ¿No es muy amable de su parte?

El señor Soy un Buen Tipo sonrió.

–Encantado de servirles. Violet, tal vez pueda ayudarte a esconderte de quien te estés escondiendo. Soy muy bueno jugando a las escondidillas.

–Te equivocas –musitó Violet–. No eres bueno para esconderte. No solo eres un tipo grandote, sino que apareces por todas partes.

Su sonrisa se ensanchó.

Y al igual que en la mañana, cuando vio sus largas y musculosas piernas trotando con su manada de adorables perros, Violet decidió fingir que Ford no estaba allí.

Sostuvo ante Maisy tres muestras de color.

–Me gustaría que la pastelería sea tan bonita como tus pasteles, pero no quiero que los colores opaquen los postres –abanicó las cartas para alinear el muestrario de modo que se apreciaran los distintos tonos–. Esto es lo que pienso hacer con los colores de acento.

Maisy sacudió la harina de las palmas de sus manos.

–Como ya fuiste tan amable en señalar, no soy nada buena en lo que respecta al diseño, así que en serio, decide tú.

–¿Quieres mi opinión? –preguntó una voz ronca desde detrás de Violet quien se sobresaltó, y luego apretó los dientes cuando oyó que el chico reía por lo bajo. ¿Por qué había estado pensando tanto en este tipo desde ayer por la tarde?

–No –repuso, lanzándole una aguda mirada a su atuendo–. Es claro que combinar no es tu fuerte.

Ford dejó caer la mandíbula, pero luego se echó a reír. El sonido de su risa rompió el hielo que rodeaba su corazón.

Con toda honestidad, su atuendo era como él. Deportivo. Masculino. Algo que ella no debería estar mirando.

La campanilla de la puerta sonó y Violet se precipitó a dar la bienvenida a los primeros clientes del día.

–¿En qué puedo ayudarles? –preguntó y dejó caer las muestras de pintura en el mostrador, dirigiéndose a las tres mujeres que acababan de entrar.

Una señora mayor con rizos grises y blancos se adelantó, con una emoción infantil en su rostro mientras observaba los dulces detrás del vidrio.

–Estamos aquí para la degustación de pasteles, pero mientras esperamos, me encantaría dar una probadita a los brownies.

Violet trató de identificar el acento. ¿Alemán, tal vez? Aunque no estaba segura.

–Lucia, sabes muy bien que no debes comer eso –dijo con tono severo la mujer morena que estaba detrás–. Tu nivel de azúcar en la sangre subirá lo suficiente con la prueba de pasteles.

Violet recorrió con la mirada las golosinas, buscando la etiqueta que había visto el día anterior.

–Oh, tenemos estos brownies que son…

–Absolutamente deliciosos –dijo la mujer más joven del grupo, la de la edad de Violet. Su cola de caballo oscura sobresalía de una gorra azul y naranja de la Universidad de Alabama, su rostro sin maquillaje e impecable. Eso no era justo: Violet necesitaba media docena de productos y maquillajes para lucir así de fresca y alegre–. Pero mi nonna está quitando el azúcar de su dieta.

Levantó las cejas. Era obvio que intentaba mandarle un mensaje a Violet, pero ella estaba perdida.

Nonna. Eso es italiano, ¿verdad?

Lucia frunció el entrecejo mientras estudiaba a Violet.

–¿Por qué no te conozco? Conozco a todo el mundo.

Nonna, esa no es forma de presentarte –la chica de la gorra de béisbol se puso una mano en el pecho–. Hola, soy Addie Murphy, la novia. Ella es mi abuela, Lucia, y mi madre, Priscilla.

–Violet –respondió. Parecía que esperaban algo más, pero no tenía intenciones de contar la historia de su vida, aunque la miraran esperando que lo hiciera.

–Bien, Priscilla –dijo Lucia–, ya me trajiste hasta aquí, tienes pruebas de que Addison no me deja comer azúcar. Ahora, como tú no eres una dama de honor ni la niña de las flores, como yo, te puedes ir.

¿La niña de las flores? Violet tenía demasiada experiencia en todo lo relacionado con las bodas, así que le llevó un segundo comprender lo que suponía. Y simplemente adoró la idea de una mujer caminando por el pasillo y lanzando pétalos.

–Después del supermercado, volveré para recogerla.

Lucia tomó del brazo a Addie.

–Addison me llevará a casa, ¿verdad, querida?

–Claro, Nonna. Descubriste y te aprovechas de mi debilidad para decirte que no.

Priscila vaciló un instante y Addie levantó la voz.

–Excepto cuando se trata del azúcar y de alimentos altos en colesterol, porque eso es por tu propio bien.

Aparentemente satisfecha, Priscilla salió de la pastelería, pero se detuvo y sostuvo la puerta para que pasara una rubia belleza sureña. Retro y clásica con un toque moderno y labios rosa brillante, de un tono que Violet desearía conseguir. En serio, ¿ser atractiva era un requisito de la ciudad?

La mujer entró como una exhalación. Sus tacones repiqueteaban sobre el suelo de madera.

–Siento llegar tarde. Mi coche no arrancaba, así que conduje la camioneta de Will y… Oh, cielos. Mi carpeta y las revistas estaban en la cajuela de mi coche.

–No te preocupes por eso –dijo Addie antes de dirigirse a Violet–. Ella es Lexi, una de mis damas de honor. Mi hermana vive fuera del estado, así que estamos esperando solo a alguien más.

Maisy se asomó, limpiándose las manos en el delantal.

–En realidad, tu otra dama de honor ya está aquí. Vino temprano para revisar mi horno.

Genial. Violet ni siquiera había empezado a pintar y su hermana ya actuaba como si los vapores la afectaran. Revisar mi horno sonaba como una alusión abiertamente sexual, sobre todo porque Ford la había seguido desde la cocina y sonreía burlonamente.

Le guiñó un ojo a Violet y ella se cruzó de brazos con un resoplido. Si él pensaba que eso era todo lo que se necesitaba para ganársela, tenía que esforzarse bastante más.

Pasó junto a ella y rodeó el mostrador para abrazar a Lucia, que lo saludó con un beso en la mejilla. Luego abrazó a la hermosa rubia y terminó chocando puños con la novia.

–Ah, así que ya conociste a mi dama de honor, mi madrino –dijo Addie–. ¿O preferimos llamarlo caballero de honor? –ladeó la cabeza un poco–. ¿Amigo de honor?

Ford se encogió de hombros.

–No soy exigente. Y aunque me siento perdido con el resto de los planes de la boda, estoy totalmente calificado para la degustación de pasteles –giró la muñeca y miró su reloj–. Sin embargo, solo tengo una hora antes de que tenga que volver a casa. El mal no da tregua y todas esas cosas.

Violet se quedó boquiabierta con la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Intentaba procesar lo que ocurría. Cada vez que visitaba esta ciudad, descubría una nueva capa estrambótica. Tal parecía que lo no tradicional era el nuevo tradicional.

Lo cual, siendo honesta, no era lo que esperaba de un lugar que creía olvidado por el tiempo. Si no tuviera ya una idea hecha sobre Las Dudas, le parecería hasta refrescante.

–¿Te importaría ayudarme con las muestras? –le preguntó Maisy, jalándola del brazo.

–Mientras no me necesites para hornearlas –repuso, burlándose de sí misma.

Una vez que colocaron las muestras en el centro de la mesa más grande, Violet se apartó. Es hora de que termine de hacer los planos para estas paredes.

Su confiable libreta le servía como un pequeño escudo y un objeto al que aferrarse, pero la gente, que entraba y salía de la pastelería, y la conversación del cortejo de la boda no dejaban de despertar su curiosidad.

Si Violet no hubiera escuchado las palabras “amigo de honor”, asumiría que Addie y Ford eran la pareja prometida. Era obvio que eran muy cercanos, pero se trataba de algo más ligero que un romance. Mientras degustaban las muestras entre mmm y yumis, se reían, bromeaban y se empujaban los hombros, como si fueran espectadores casuales en lugar de estar eligiendo uno de los pilares de una boda.

–¿Están prestando atención? –preguntó Lexi, y tanto Ford como Addie se enderezaron en sus asientos, como dos niños que se habían metido en problemas en la escuela. La rubia bajó el bloc de notas que había sacado de su bolso Louis Vuitton y murmuró algo sobre el pastel de almendras.

Ford miró por encima del hombro en dirección a Violet. Demasiado tarde, ella se giró para contemplar la pared y luchó contra el impulso de golpearse la cabeza contra el muro, porque la sorprendió mirando. Pero ella había estado observando la dinámica de grupo, no a él.

No es que hubiera pasado por alto el modo en que él le pasaba bocados extras a Lucia, su risa fácil y su encanto despreocupado. Pero eso solo significaba que tenía un lado intrigante que atraía a las mujeres para luego joderlas.

Un mujeriego hecho y derecho. Puedo olerlo a un kilómetro de distancia. Ahora mismo.

Había sido ingenua al pensar que la relación de compromiso que tenía con Benjamin, había cancelado sus dotes de mujeriego. Como ese modo que tenía de observar a otras mujeres cada vez que salían. Según ella era el típico macho incapaz de controlar sus ojos. Pero ahora se daba cuenta de que su novio nunca había dejado de buscar a alguien más guapa y mejor que ella.

A veces pasaba una semana entera sin que Benjamin le pusiera atención y encima la criticaba por distraída. Con el tiempo, ella se enfadaba, y entonces él se disculpaba y tenía algún gran detalle para tranquilizarla y le daba una falsa sensación de seguridad.

Por eso yo ya terminé con el tema de los hombres.

Nada de volver a caer en sus trucos. No, no, no.

Violet se concentró en las pegatinas multicolores que había descubierto en Etsy. El plan original era comprar plantillas de esténcil, pero encontró unos puntos de vinilo brillantes, caprichosos y del tamaño perfecto.

–Disculpa… –escuchó, seguido de una rasposa voz que decía “Se llama Violet”.

–Disculpa, Violet –por el rabillo del ojo vio aproximarse las brillantes uñas en las manicuradas manos de la dama de honor rubia–. ¿Podría pedirte tu opinión sobre algo?

Despacio, Violet volteó hacia la mesa donde estaba el grupo que organizaba la boda. Cuatro pares de ojos estaban sobre ella, pero por alguna razón, su mirada se dirigió al único par de ojos masculinos. Bajo esa luz, no podía decir si eran color avellana o verde, ¿y qué importaba eso?

Se aclaró la garganta.

–No estoy segura de poder ayudarlos. Solo pregúntenle a Ford: la cocina y yo no somos una buena combinación.

Maldita sea. ¿Por qué se había puesto sola en el centro de atención para que contaran el vergonzoso relato del desastre de ayer?

Lexi se puso de pie y tomó a Violet de la mano.

–No te preocupes –la condujo hasta el asiento a su lado el cual, para su mala fortuna, era también contiguo al de Ford–. Solo necesito otra perspectiva femenina. Aunque Addie es técnicamente femenina, le falta la parte del cerebro que cuida de los adornos, los vestidos y que se asegura que el pastel sea la pièce de résistance que debe ser.

Aunque esta chica Lexi era mucho más sofisticada de lo que Violet jamás sería, estaba de acuerdo con ella. En efecto, el pastel mejoraba cualquier celebración, pero un pastel de bodas simbolizaba el compromiso de proveerse el uno al otro. Cortar desde el nivel inferior significaba longevidad.

Addie se desplomó en su silla, con las piernas separadas.

–Lexie no se equivoca. Me he decidido por el chocolate blanco con crema de frambuesa, pero en cuanto a estilo, estoy perdida. Para mí el objetivo del pastel es darle un mordisco lo antes posible, no ponerme a ver cuán elegante es. Y los grandes pasteles extravagantes me asustan porque sé que chocaré con la mesa, la derribaré y lo arruinaré todo.

–En este caso, tú serás la novia, así que la gente te perdonará –Lexi le lanzó una expresión semiseria–. No te atrevas a tirarlo, aunque no es el objetivo, y no puedo creer que tenga que decir eso, pero siento que debo hacerlo.

–Sí –Ford le dio un puñetazo juguetón a Addie en el brazo–. Deja de intentar sabotear tu propia boda. Pero si derribas el pastel, declararé una pelea de comida, y le daremos un giro a la fiesta. Será como estar de nuevo en sexto año, cuando le pegaste a Derek Wheeler con tu manzana por decir que las chicas no podían lanzar tan bien como los chicos.

–Me metí en muchos problemas, pero mi castigo no duró tanto como su ojo morado –resopló Addie.

La mirada asesina que Lexi les lanzó hizo que Violet quisiera escabullirse, pero no pareció molestar a Ford en lo más mínimo.

Addie hizo una mueca de disculpa.

–Lo siento. En serio, no podría importarme menos cómo se ve el pastel. Estoy segura de que lo que haga Maisy será increíble.

–¿Ves a qué me refiero cuando digo que necesitamos otra perspectiva femenina?

Violet no pudo evitar mirar a la abuela.

–Yo también soy mujer –afirmó Lucia–. Pero yo digo que hay que hacer que el pastel sea más fácil de disimular debajo de las narices de mi nuera, y tal parece que esa no es una respuesta aceptable –recorrió su silla hacia atrás–. Hablando de contrabando, voy a ir a buscar los brownies antes de que regrese mi oficial de libertad condicional.

Para ser una mujer mayor, ciertamente era veloz. Se apresuró a la caja registradora, comenzó a señalar los dulces, y Brooke, la chica de 19 años que trabajaba a tiempo parcial en la pastelería, los colocó en una caja.

Lexi suspiró.

–Si Maisy no estuviera tan ocupada, le pediría ayuda con mi maldito equipo de bodas. Si no me hubiera dejado la carpeta en el coche, al menos tendría ejemplos. De todos modos, ¿podrías opinar? Por ejemplo, ¿en cuántas bodas has visto que el pastel no tenga más de un nivel? Addie decía cosas como, ¿por qué no tener un pastel plano gigante? Como si fuera una barbacoa o la fiesta de jubilación de alguien.

Demasiado consciente del tipo a su lado y de lo pesada que era su mirada, Violet se lamió los labios.

–Admito que he estado en muchas bodas, de hecho, he sido dama de honor siete veces. Y cada pastel ha sido una obra de arte escalonada. Me encanta ver la forma en que una pareja se expresa de maneras diferentes, desde la decoración, los vestidos de las damas de honor, los esmóquines y, ah, el vestido de novia.

Sintió un hormigueo que recorría todo su cuerpo, la chica superromántica que solía ser se asomaba una vez más.

»Hay tantas opciones y variaciones, y aun así, cada novia siempre se las arregla para elegir la combinación perfecta para ella. Es posible ver lo maravillosa que se siente, no solo por el vestido y la decoración, sino porque se está comprometiendo con la única persona especial que la ama por dentro y por fuera.

Oops. Violet se vio atrapada en las docenas de ceremonias que había presenciado en persona, a través del lente de su cámara, y en las páginas de las revistas, se olvidó por un momento que ya no estaba obsesionada con la planificación de la boda perfecta.

Había renunciado a todo ello. Ahora estaba en el camino recto y sin obstáculos. Solo había sido un derrapón en su vida.

El collar de perlas rosas con el que Lexi jugueteaba combinaba a la perfección con su vestido aguamarina.

–Alabado sea el Señor, por fin alguien lo entiende. En serio, te amo… –enarcó las cejas–. Eres Violet, ¿verdad?

Por lo inquieto que se veía Ford, era claro que Violet lo había asustado con su discurso apasionado. ¿Se había alejado de ella, o era su imaginación? De cualquier manera, asustarlo solo podría ser beneficioso tratándose de su decreto de no-más-hombres.

Así que en lugar de tratar de disimular lo que ya había dicho, pensó en el folleto de cuatro páginas de pasteles de boda en su carpeta.

–Sí, y creo que puedo ayudar aún más –lo menos que podía hacer era echar una mano, ya que Lexi estaba planeando el evento prácticamente sola–. ¿Quieres que el pastel sea de una textura o de diferentes texturas para cada nivel? ¿Qué tal una decoración en la parte superior? Últimamente he estado pensando en ramos con flores que caen en cascada hasta abajo. ¿Qué flores has elegido?

Lexi le dio un golpecito a su libreta con su bolígrafo de oro brillante.

–¿En qué flores piensas, Addie?

–Sí –repuso Addie. Al ver que Lexi y Violet abrían la boca sorprendidas, arrugó la nariz–. ¿No es esa la respuesta correcta?

Violet sonrió, tratando de restarle importancia a la conmoción que le había causado a Addie.

–Por lo general, una novia elige las flores que le gustan. O puede elegir con base en los colores que ha seleccionado.

Addie se mordió la uña del pulgar.

–Um, tampoco he escogido colores.

–No te preocupes. ¿Qué tipo de flores te gustan?

Addie se encogió de hombros y miró a Ford, quien imitó el gesto. Viendo sus interacciones desde este ángulo, Violet se dio cuenta de que no actuaban como una pareja en absoluto. Más bien como hermanos, aunque ella no sabía bien lo que eso significaba.

–Vamos –dijo Lexi, y extendió su mano sobre la mesa para cubrir la de Addie–. Seguro que has visto flores en algún lugar y pensaste, me gustan.

–Los dientes de león amarillos me hacen feliz.

–Luego se vuelven blancos y puedes soplarlos y pedir deseos y toda esa mierda –añadió Ford.

Lexi entornó un poco los ojos sin dejar de sonreír.

–Esas son hierbas. Inténtalo de nuevo.

Addie enrolló la punta de su cola de caballo alrededor del dedo.

–Oh, ¿qué hay de esas pequeñas florecitas blancas que se abren por la mañana? Tienen un toque de rayas rosas o púrpuras en el interior. Accidentalmente destrocé un arriate la última vez que jugamos a Fugitivo.

–¿Hablas de las campanillas moradas? Porque esas también son hierbas, querida –Lexi se frotó un par de dedos en la frente–. Déjame adivinar, ¿ahora quieres un ramo de hierba?

Addie se rio.

–Hierba. Esa sería una buena forma de mantener a todos tranquilos durante la ceremonia y la recepción.

–Yo voto por la hierba –terció Ford–. Después de todas las bromas que hemos hecho a nuestros conciudadanos, es la única manera de que se relajen y disfruten de la fiesta.

–Excelente punto. Aunque quizás debamos poner una cerca de alambre de púas alrededor del pastel por si les da un poco de hambre antes de tiempo. ¿Qué decoración es esa? ¿Granja chic?

–Más bien, amor en los tiempos de prisión, creo.

–Amigo, más tarde vamos a tener que hablar sobre el amor en los tiempos de prisión –Addie le dio una palmadita en la rodilla a Ford–. Aquí hay una pista y un consejo todo en uno: nunca dejes caer el jabón.

Los dos se echaron a reír, olvidándose de las flores.

Con un movimiento del brazo, Lexi señaló al par de amigos.

–¿Ves a lo que me enfrento? Una novia a la que no le importan las decoraciones ni las flores y su chico de honor, que es tan despistado como ella en asuntos de boda.

–Ya te dije que elijas en mi nombre lo que creas mejor –le recordó Addie, con una pizca de ofensa en sus palabras.

–Pensé que cambiarías de opinión una vez que nos metiéramos de lleno en el asunto. Todo el pueblo va a estar allí, libre de los efectos de las drogas, y si voy a hacer la mayor parte de la planificación, al menos necesito una caja de resonancia. Pedirles un poco de retroalimentación es como hablar al vacío.

Addie se limpió las lágrimas de la risa.

–Lo siento, Lexi. Eres increíble por hacerte cargo de todo esto y sin ti estaría perdida, así que no dejes que mi falta de gusto femenino te ahuyente. Haré mi mejor esfuerzo. Lo prometo –le dio un codazo a su amigo.

–Sí, yo también –secundó Ford, dándole a su vez un codazo a Violet.

Volteó a verlo. Sus instintos olvidaron recordarle que no debía mirarlo, pero era demasiado tarde. Se le secó la boca. La vista de su cara de cerca no le hizo justicia. A diferencia de muchos de los chicos de Pensacola, su barba no estaba perfectamente arreglada, era indómita, con un par de días de crecimiento fuera de control. Una esquina de su boca era un poco más alta que la otra, como si tuviera preparada siempre una sonrisa.

¡Hola, no le mires los labios!

Al acordarse del codazo que hizo que se concentrara demasiado en su fisonomía, le preguntó:

–¿Qué? Yo apenas llegué.

–¿Dónde está mi nonna? Al menos debe tener una opinión sobre las flores. Todavía se escapa al patio de los vecinos por las noches para regar las flores que sembró cuando ellos estaban fuera de la ciudad –Addie se asomó a la parte delantera de la pastelería, pero Lucia ya no estaba allí–. Oh, genial, ya se me perdió. Te apuesto lo que quieras a que fue a la cafetería a ver si alguien le dejaba pedir una hamburguesa con papas fritas. Mi madre me va a matar en serio.

Al verlos a todos distraídos, Violet decidió despedirse.

–Bueno, parece que ya todo está bajo control –alejó más su silla de la mesa–. Tengo que volver al trabajo. Estoy planeando la remodelación de la pastelería y…

–Vamos, Violet –la interrumpió Ford, como si se conocieran desde hace años en vez de horas. Colocó su mano sobre la que ella tenía en la mesa y su corazón comenzó a latir, pum, pum, pum–. Ayuda a un par de tipos y a una desesperada planificadora de bodas.

Por un segundo se sintió confundida, pero luego se dio cuenta de que Ford consideraba a Addie como a un chico.

–Debí haber mencionado que soy una dama de honor en recuperación –hablar de opciones de boda y mostrar la evidencia de cuánto material había reunido eran cosas totalmente diferentes, y ni loca les mostraría su carpeta a Lexi y a Addie mientras Ford estaba allí.

Más que nada, sería demasiado doloroso. No debió de haberse sentado a la mesa con ellos en primer lugar.

Como de costumbre, la alarma en su cabeza sonó en segundo plano.

La recuperación era una pendiente resbaladiza por la que había estado muy cerca de caer de cabeza.

–¿Cómo va todo por aquí? –quiso saber Maisy mientras se acercaba a la mesa–. Siento mucho no tener un álbum de opciones de pastel. Hasta ahora, solo he hecho un par de pasteles de boda, pero si tienes tú una foto, puedo hacerlo.

El tono de disculpa en la voz de su hermana hizo mella en Violet.

–Me siento tan poco preparada –dijo Lexi–. Tal vez debería ir a casa y volver con la carpeta.

–¡No! –dijeron Addie y Ford al unísono, y la chica añadió–: No quiero que te tomes tantas molestias cuando yo debería ser capaz de resolver algo tan simple.

Una parte de Violet quería sugerir que buscaran fotos de pasteles en sus teléfonos, pero el servicio de internet en la ciudad era lento y desigual, y era difícil tomar una decisión con base en imágenes en miniatura.

La campanilla de la puerta sonó de nuevo y Maisy se volvió para saludar a sus clientes. Los sábados eran días ocupados y ahora mismo la mejor manera de ayudar a su hermana era hacer precisamente la última cosa que deseaba.

¿Por qué yo?

–Bueno, está bien. Ahora vuelvo. Traeré algo que podría ayudar.

El lado positivo de la situación: usar su carpeta para el bien, tal vez la ayudaría a dejar atrás todo lo que representaba.

***

Maldición, ¡qué bien huele!

El perfume de Violet se mantuvo en el aire y Ford tal vez le puso demasiada atención mientras salía de la pastelería.

¿Qué demonios quiso decir con ese comentario de “dama de honor en recuperación”? Hizo que sonara como si vestirse de colores y sostener un ramo de flores fuera una adicción que necesitaba dejar. Pero no significaba que no estuviera comprometida, y si le gustaban las bodas tanto como sugería su discurso… Puaj.

Una vez que ella se fue, le resultó más fácil concentrarse, pero no como si de repente se hubiera convertido en un experto en pasteles de boda. A menos que fuera útil saber que él era capaz de comerse un pastel entero. Para complicar aún más las cosas, cada vez estaba más consciente de la hora.

Ford tenía cosas que hacer, pero no quería herir los sentimientos de Lexi o de Murph. Addie entendería que su agenda de entrenamiento de cachorros era muy apretada, pero ella siempre estaba para él cuando la necesitaba. Addie lo escuchaba siempre sin juzgar cuando le hablaba de las dificultades del trabajo y cuando, a veces, le confesaba que estaba harto.

Le había tomado meses abrirse con ella sobre el desastre que dejó el último huracán y todo lo que había sucedido cuando bajó al golfo. Por supuesto Addie le había dicho que no debía sentirse culpable. Le aseguró que la gente tenía que descansar de vez en cuando y que cualquiera podría haber cometido el mismo error, pero él no estaba tan convencido.

La campanilla de la puerta sonó detrás de Violet.

Aunque el día anterior la había encontrado un tanto desaliñada y demasiado cautivadora, hoy estaba menos agobiada, su pelo castaño caía en ondas suaves sobre sus hombros. Su blusa era de un rojo tan intenso como su rostro cuando entró en la cocina hablando de esconderse de él. Aunque seguía siendo un gran fan de sus pants de yoga, los ajustados jeans que llevaba también mostraban su figura de manera muy agradable.

Al acercarse, vio el brillante objeto púrpura entre sus manos. El mismo objeto que ella le había arrebatado en el callejón.

Se sentó entre él y Lexi y dejó caer la carpeta sobre la mesa. Luego movió sus dedos a lo largo de las pestañas, murmurando hasta que llegó a la sección media. Una página se deslizó al abrir el libro y con rapidez la escondió debajo de la cubierta posterior.

–Aquí tienes. Varios pasteles para revisar.

Ford le echó un vistazo a la página titulada “Mis pasteles de boda soñados”.

–Guau. Eso es… intenso. Nivel asesino serial-obsesivo, pero la víctima son los pasteles.

–Ford. Sé amable –la esposa de Shep colocó una mano en el hombro de Violet–. Ignóralo. Lo que quiso decir es gracias.

No, lo que quiso decir fue carajo, tiene toda su boda planeada. Y no debería haberle tocado la mano o haber bromeado con ella en la cocina y ¿por qué odiaba tanto la idea de que estuviera comprometida?

Addie apoyó los antebrazos y se inclinó sobre la mesa.

–Son preciosos. Ya veo lo que quieres decir sobre las flores, aunque el púrpura no es realmente mi color –giró la carpeta para tener mejor visibilidad–. A pesar de que entiendo tu aversión hacia los dientes de león, Lex, me gusta el amarillo. ¿Qué hay de las margaritas y los girasoles? ¿Son hierbas? Sé que están en el campo, pero quiero que la decoración combine con lo que siento cuando recuerdo que me caso con Tucker: felicidad.

Sin previo aviso, Lexi se lanzó sobre Violet y le rodeó el cuello con los brazos. Las patas de la silla se tambalearon por el impacto y Ford puso la mano en el respaldo para que no se cayeran. Aunque no le importaría ver a las dos mujeres juntas en el suelo, nadie iba a sufrir una conmoción cerebral en su presencia.

–Violet, eres una hacedora de milagros –dijo Lexi y la soltó, pero sin reducir la distancia entre ellas–. Addie escogió un color y una flor. O flores, según el caso, pero por fin tengo algo con lo que trabajar.

Otro papel brillante cayó de la carpeta cuando Addie volteó la página. Emocionada señaló la imagen central.

–Es este. Un pastel como este, pero con margaritas.

–Y un pastel –la voz de Lexi salió a una octava que Ford creía que solo los perros podían oír. Cuando regresó a su propio asiento, Violet lucía un tanto perpleja, pero en su rostro se dibujó una sonrisa.

Lexi tomó a Addie del brazo y la arrastró hacia el mostrador de la pastelería y llamó a Maisy. Pasaron unos segundos silenciosos y luego Violet levantó su barbilla con orgullo.

–¿Ves?, ni estoy obsesionada ni soy una intensa. Hago milagros.

–Discúlpame –dijo impasible.

Violet se cruzó de brazos, con lo que se enfatizó su escote. Sin poder contenerse, sus dedos se crisparon ante la urgente necesidad de jalar la silla de la chica para acercarla hacia él. Quería preguntarle sobre esa ridícula carpeta y por qué no llevaba un anillo de compromiso.

–¿Por qué suenas tan sarcástico? –preguntó–. Sí, me conociste en un día de mierda…

–El más mierda, si mal no recuerdo. Sonaba como si no solo tuviera que ver con el incendio –en lugar de que la situación se calmara, acababa de despertar a la bestia.

Sus fosas nasales se ensancharon.

–Bien. Tienes razón, solo que preferiría que fingiéramos que lo del incendio nunca ocurrió.

–Me parece perfecto. Aunque no estoy seguro de poder decir lo mismo del horno.

Violet exhaló como si él hubiera consumido cada gramo de su paciencia. Cosa que casi lograba.

–El punto es que por lo general no soy así. Un manojo de nervios que crea un desastre a su paso. Incluso diría que soy relativamente sensata, en especial considerando todo lo que he pasado.

Con un gesto de la barbilla, Ford señaló hacia la carpeta.

–Supongo que la razón por la que te escondiste de mí esta mañana e hiciste ese comentario de dama de honor en recuperación es porque estás comprometida y ahora eres la estrella.

Por un instante, Violet no pudo cerrar la boca, luego parpadeó y sacudió la cabeza.

–No, no y no.

Ford sintió como sus pulmones se contraían con una extraña amalgama de alivio y aprehensión, como si encarara a un oso y no pudiera decidirse entre maravillarse ante su presencia o retroceder lentamente con las manos en alto.

Aunque su respuesta no fue nada directa, pasó por alto hablar de por qué se escondía y qué significado tenía su comentario anterior. ¿Se lo guardó a propósito para resultar exasperante? ¿Y por qué él no podía dejar de hurgar?

–¿Entonces por qué tienes toda tu boda planeada? –podía parecer autosabotaje, pero necesitaba conservar su ingenio. Desde que Violet se sentó con ellos, sus pensamientos estaban revueltos. Quería tentarla a acercarse y alejarla al mismo tiempo.

–Ay, no. Ni siquiera empieces. Te sientas ahí como un juez, pero apuesto a que tienes en tu casa una pila de revistas de vida salvaje o de autos, o cualquier otro pasatiempo de pueblerinos que te guste. Es lo mismo, solo que el mío está mejor organizado.

Con ese toque divertido era mucho más difícil cortar la charla. La gatita tenía garras y le gustó la forma como las había sacado.

–Suena como si quisieras que te invite a mi casa.

–Con lo grande que es tu ego, dudo que quede espacio para mí –Violet empezó a alejar su silla y él presionó con las palmas sus propios muslos para evitar pedirle que se quedara.

Si lo hiciera, también tendría que disculparse por ser un imbécil por lo de la carpeta y por la broma sobre iniciar un incendio. Pedir disculpas no era uno de sus muchos talentos, y cuanto más rápido huyera, más rápido podría apartarla de su cabeza.

–Gracias por recordarme por qué he renunciado a los hombres –murmuró Violet. Dio un paso para alejarse.

La puerta se abrió y sonó la campanilla. Violet soltó un gritito y cambió abruptamente de rumbo. Se lanzó hacia la mesa, saltó la silla y se dejó caer al suelo al lado de los lodosos Adidas de Ford.

–Mierda, mierda, mierda.

Ford pasó la mirada del alcalde Hurst y su esposa, Cheryl, a la chica que intentaba fundirse con su pierna.

–¿Hay algo en lo que pueda ayudarla, señorita?

–¡Shhh! Cállate –siseó.

–Bueno, si vas a ser así de mala… –se movió como si fuera a ponerse de pie.

–Espera –Violet se sujetó de su pierna y le clavó las uñas en los músculos de la pantorrilla mientras lo mantenía en su lugar–. Lo siento, ¿está bien? Aunque eres un gallito, no debí haberte dicho que te callaras.

–¿Nadie te ha dicho que tus disculpas son un tanto insuficientes?

Los Hursts caminaron hasta la caja registradora y Violet se escondió más. A gatas se arrastró hasta el otro lado.

Un enorme y ruidoso camión pasó por la calle principal. Le urgía una reparación a su escape, y el alcalde Hurst miró con dejadez por la gran ventana de la pastelería.

Como un koala, Violet se enroscó alrededor de la pierna de Ford y su cabeza rozó el interior de su muslo. Si llevaran más tiempo de conocerse y no hubiera la posibilidad de confundir una broma con una petición seria, Ford habría soltado un comentario inapropiado del tipo “Ey, ya que estás ahí abajo…”.

La catalogó no solo como volátil y temperamental, sino que además tenía algunos tornillos sueltos.

¡Bien por sus instintos!, pero ¿qué hacer con el calor que recorría sus entrañas? Y no era la única parte de su ser que estaba despertando. Hacía mucho tiempo que una mujer no estaba tan cerca de… Definitivamente, no pienses en eso o la situación se pondrá todavía más dura.

–No me mires así –gritó en un susurro Violet y Ford se preguntó si estaba dejando adivinar sus pensamientos perversos–. Me doy cuenta de que esto no ayuda exactamente a lo que decía sobre ser sensata, pero es una circunstancia atenuante.

–Mi amigo Tucker aprobaría tu jerga legal…. es abogado.

–Es el prometido de Addie, ¿verdad?

Ford asintió, sofocando el deseo de pasar sus dedos por los mechones de pelo sedoso que le cubrían la rodilla.

–¿Cuál es la circunstancia atenuante, entonces, Madam Foreman?

–Ja, ja –Violet inclinó la cabeza, intentando mirar bajo su muslo, aunque él dudaba que pudiera ver mucho más que sus pantalones deportivos–. Larry Hurst es mi padre biológico. Solo reconoce mi existencia cuando es absolutamente necesario y la última vez que vi a Cheryl, me dijo que estaba arruinando la boda de Maisy con mi dramatismo.

–¿Tú, dramática? ¡Nooooo! –el sarcasmo ya era el tono entre ellos, pero el rostro de Violet reflejaba dolor y Ford se arrepintió al instante de sus palabras. Si ella no le devolvía el golpe, le quitaría la diversión y él no tenía intenciones de cruzar al territorio de los sentimientos dolorosos–. También pareces enérgica en extremo. ¿Te gustaría ir a pasar el rato con algunos cachorros?

–¿Estás tratando de atraerme a tu oscura camioneta sin ventanas? –ese era el hilo conductor al que él quería aferrarse. Antes de que Ford pudiera responder, ella añadió–: ¿Sabes qué? Ni siquiera me importa. Cualquier cosa con tal de salir de aquí. Vámonos.

Ni una boda más

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