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Capítulo I: El olvido
ОглавлениеEsa mañana de enero de 2016, decidí volver a la universidad. Caminé bajo la sombra de esos enormes y añosos árboles tan característicos de la avenida José Pedro Alessandri o Macul, como algunos la llaman. Lo hice desde Irarrázabal hasta el número 458, la actual UMCE (Universdad Metropolitana de Ciencias de la Educación), el mismo lugar donde se asentaba el antiguo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Era cerca del mediodía. Me había propuesto no volver a ese lugar mientras el país viviese en dictadura; sin embargo, los años fueron pasando y la dictadura permaneciendo, hasta que, finalmente fue reemplazada por los gobiernos democráticos. A pesar de ello, no sé, pero aún tengo la impresión de que la dictadura está presente. Sobrevive en hechos que la evidencian cada día. Un ejemplo de ello es el manto de impunidad que otorga a los victimarios en el caso de derechos humanos.
Mientras me dirigía al Pedagógico, recordaba a mis tres compañeros de estudios, hoy detenidos desaparecidos y al distinguido profesor Fernando Ortiz Letelier, del cual un pequeño resto oseo permitió su identificación. Los cuatro corrieron la misma suerte en esos primeros años de violencia extrema: primero los detuvieron, luego los encarcelaron en recintos clandestinos. Posteriormente, se les torturó al extremo y, más tarde, se los hizo desaparecer. Son hechos que indudablemente, para quienes vivimos esa época y compartimos con ellos las aulas universitarias es algo muy difícil de olvidar. De esto trata este libro. Siento que debía empezarla por ahí, el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.
A nuestra generación, le tocó vivir los años previos y posteriores al golpe de Estado. Los primeros como estudiantes. En mi caso y el de Herbit, como residente del Pabellón «J» del pensionado universitario, el que tuvimos que abandonar de manera inmediata ese 11 de septiembre del año 1973. Y, luego, como egresado y docente titulado de esa casa de estudios. Debimos vivir en un país intervenido militarmente, con una represión desatada y el nulo respeto a los derechos del hombre, una situación extrema. Un país controlado militarmente, un estado policial y, a todas luces, una dictadura que aparentaba ser legal, situación que se extendió hasta marzo de 1990.
El país que conocimos en nuestra juventud cambió radicalmente por la eferiremos brevemente en los próximos párrafos, sin descuidar lo esencial del tema.
La sociedad chilena, desde mi particular punto de vista, se fue transformando a partir a del golpe de 1973 en una sociedad de carácter individualista. Ya en los primeros meses de dictadura, se fue manifestando esta característica cuando la delación dejó de lado la solidaridad, la prepotencia al compañerismo, el abuso al trabajo compartido, todo lo cual se tradujo en el nulo respeto a los derechos de las personas. Este período se inició con el apresamiento de numerosos trabajadores, estudiantes, dueñas de casa, dirigentes sociales y políticos, los cuales fueron encarcelados en el estadio Nacional y otros recintos masivos de detención como el estadio Chile, estadio Collao de Concepción, oficinas salitreras, isla Dawson, Quiriquina, buque Escuela Esmeralda, regimientos, comisarías, etc. Las cifras establecen que fueron más de 40 mil las víctimas directas de la dictadura de Augusto Pinochet: abusos, detenciones arbitrarias, torturas, prisión, muerte y desaparición de personas. A lo anterior, se añadió el temor generalizado causado a la población por patrullas militares, tanques en las calles y grandes operativos de amedrentamiento que incluían allanamientos y detenciones masivas. La implantación de los denominados «Estados de excepción»: Estado de sitio y de Guerra interior, más la aplicación del toque de queda durante la noche, aumentaron la represión, la impunidad y el miedo a la ciudadanía. En esas condiciones, cada persona buscó salvar su propia vida. A lo anterior, habría que añadir el cierre del Congreso Nacional, la proscripción de los partidos políticos, la disolución de las organizaciones populares y de trabajadores, los despidos masivos, el término del derecho a huelga en las empresas, eliminación de la libertad de prensa y la clausura de medios de comunicación considerados de oposición, la confiscación de bienes de partidos políticos, de dirigentes de partidos, organizaciones sindicales, sociales y culturales. No fue fácil sobrevivir en esa época.
Regresé después de 40 años a la que fuera nuestra alma mater: «El Departamento de Historia del Instituto Pedagógico», de la que era nuestra Universidad de Chile. Desde este lugar, comenzaría a escribir esta historia referida a tres jóvenes estudiantes de pedagogía, todos ellos compañeros de un mismo curso, que optaron por integrarse a la lucha frontal que realizaron algunos contra la dictadura de Pinochet.
Originalmente, era la historia de María Cristina López Stewart, «La Chica Alejandra» entre sus compañeros del MIR, la de Félix de La Jara Goyeneche conocido como «Diego de La Peña» y la de Herbit Ríos Soto llamado «El Chico Rubén». Luego se incluyó la referida al profesor Fernando Ortiz Letelier, quien vivió las mismas circunstancias de brutalidad que recibieron los jovenes opositores al gobierno de facto.
Es una Crónica pensada para los jóvenes de hoy, para que conozcan la situación vivida en Chile antes y después del golpe cívico-militar y se enteren cómo algunos jóvenes, dejando de lado intereses personales, se embarcaron en una lucha frontal contra la dictadura, contra un enemigo inmensamente superior, extremadamente cruel y brutal, amparado por la institucionalidad del Estado.
Fui testigo de cómo ellos, apenas ingresaron a la universidad, se comprometieron con los valores del socialismo y el interés del pueblo chileno por establecerlo en el país. La mayor parte de la ciudadanía había optado por los cambios estructurales y la vía pacifica al socialismo en la elección presidencial de 1970; Situación que el fascismo chileno y el imperialismo norteamericano rechazaron de plano, pues veían una amenaza cierta a sus intereses económicos y de clase. Vino el golpe de Estado y la más despiadada represión de la que se tenga memoria.
Entre los años 1970 y 1973, el compromiso de quienes habían ingresado a la universidad y habían optado por la vía revolucionaria para enfrentar los cambios que el país requería, se fue acentuando cada vez más. Muchos estudiantes deciden abandonar los estudios para asumir la lucha antifascista. Lo hicieron desde la condición de disciplinados militantes del MIR. Es decir, como combatientes de la izquierda revolucionaria. Otros lo hicieron desde los partidos políticos que daban sustento al gobierno de la Unidad Popular, como fue el caso del profesor Fernando Ortiz Letelier, máximo dirigente del partido Comunista en la clandestinidad. De estas personas, trata esta crónica.Tres jóvenes universitarios y un destacado catedrático que ofrendaron su vida por un compromiso de cambios.
Caminé esa mañana pensando en ellos. Pensaba que juntos habíamos recorrido esos jardines y pasillos el primer día de clases en ese lejano marzo de 1970. Fuimos encerrados en una sala de clases del departamento de Historia. Un alumno de los cursos superiores nos hizo creer que era un catedrático. Hizo una entretenida clase. Nosotros muy concentrados, le escuchábamos atentamente. Luego de una pausa, nos dijo sutilmente:
—Ahora, muchachos, a bañarse.
No entendíamos. Solo veíamos caras que nos observaban desde los ventanales. El supuesto catedrático, lentamente, fue sacándose la ropa para quedar en traje de baño. Se abrieron las puertas conminándonos a salir al patio del departamento de Historia. Era el bautismo a los novatos o mechones. A la salida, los alumnos de cursos superiores nos esperaban con bolsas de harina para hacernos ver que éramos la nueva generación de estudiantes y debíamos ser reconocidos como tales por la comunidad universitaria. Todo en un ambiente de mucha alegría y camaradería.
Ahora, el camino lo hago de manera pausada. Nuevamente, recorro los jardines, árboles y pasillos que llevan de un edificio a otro, como un gran laberinto rodeado de prados y flores. Quería palpar y sentir la atmósfera tan especial que solía tener nuestra casa de estudios en aquellos años, los años anteriores al golpe cívico-militar. Evocaba esa atmósfera donde los estudiantes mezclábamos el estudio, el amor, la política y la rebeldía, tan propia de la juventud, en todas sus dimensiones. En cada rincón había música, protesta, diálogo, conversaciones profundas, arenga, mitines, preparación de propaganda, foros, discusiones que, a veces, alcanzaban momentos de violencia. También deseaba recorrer, con especial nostalgia, el antiguo pabellón «J», lugar donde residí por tres años hasta el 11 de septiembre de 1973, y según se decía, era un refugio del MIR.
Respecto de la crónica, me movía otra inquietud. Deseaba indagar entre los jóvenes de esta casa de estudios el grado de conocimiento que tenían sobre la detención y desaparición de los tres estudiantes y del profesor del departamento de Historia. Tenía el leve presentimiento de que, para ellos, es un hecho olvidado, del cual nadie se acuerda. Encaminé mis pasos hacia un grupo de seis alumnos que se encontraban conversando animadamente. Les pregunté sobre María Cristina, Félix y Herbit, los estudiantes detenidos desaparecidos, para confirmar si tenía asidero la idea de que la sociedad olvida con facilidad.
—Muchachos, ¿ustedes estudian aquí? —respondieron que sí.
—¿Qué saben de los tres estudiantes de Historia, de esta misma universidad, que fueron secuestrados por la DINA, detenidos y desaparecidos, en 1974 y 1975, aquí en Santiago?
—¡Nada! No tenemos idea de lo que nos está hablando respondieron, dejándome perplejo—. ¿Sabe?, una de nuestras compañeras, la actual delegada de curso tiene algo de información de lo que usted pregunta, pero ahora no se encuentra por aquí —agregaron.
Era un día de la primera semana del mes de enero. Se acercaba el inicio de las vacaciones de verano del año 2016. No se apreciaban docentes a la vista para haberle formulado la misma pregunta. Me propuse hacerlo en otra oportunidad.
Mirando el frontis de la entrada del departamento de Historia, pude observar una pequeña placa en recuerdo a uno de los estudiantes del «Pedagógico»: Eduardo Vergara Toledo. El asesinato suyo y el de su hermano Rafael, perpetrados el 29 de marzo de 1985, conmocionó al país y dio origen a la conmemoración del «Día del joven combatiente». Sin embargo, de los tres estudiantes detenidos desaparecidos y del profesor Ortiz no hay nada que los recuerde.
Durante tres años, mi hogar fue el pensionado de la universidad. Había cuatro al interior del «Pedagógico». Dos estaban destinados a los varones, pabellones J y K en el sector norte y dos a las damas, los pabellones L y M, estos últimos, en el patio central. En cada hogar, vivían alrededor de cincuenta estudiantes, la mayoría de provincia.
Deseaba admirar nuevamente los hermosos jardines, la arquitectura inglesa de los edificios, con ladrillos y albañilería a la vista; el casino, aquel lugar que era centro de las disputas ideológicas; la biblioteca Central con su antiguo sistema de calefacción por radiadores, donde solíamos permanecer largas horas leyendo para capear el frío en las mañanas de invierno; la cancha de futbol y retrotraerme a los campeonatos interdepartamentales. En fin, todo aquello que me hacía recordar los mejores años de mi vida.
La entrada al Instituto Pedagógico sigue siendo imponente y atractiva. Ahora, pintada de un intenso azul, con sus puertas de acceso, sus ventanales rectangulares angostos y las ventanas circulares ojos de buey, pintadas de un hermoso color blanco. Su elevada techumbre de tejas rojizas y los hermosos jardines dan solemnidad a una edificación que mantiene su impecable estilo inglés. Grandes letras metálicas color plateado dan sello a la identidad institucional y la función pedagógica que tiene la nueva universidad.
Sin embargo, ahora, todo es muy diferente. Nada es como antes, ni siquiera perecido. La atmósfera estudiantil que pude observar tampoco es comparable a la de aquellos años. El casino, centro de la vida juvenil, hoy es una oficina de contabilidad de la nueva universidad, tal vez, un signo del economicismo actual que permea las actividades del país. Los pensionados o residencias estudiantiles dejaron de existir y cumplir la función social que tenían: se han transformado en múltiples salas y oficinas. Algunos terrenos, al parecer, fueron vendidos a inmobiliarias porque se levantan imponentes edificios en la parte sur oriente del Pedagógico, en el sector que da a la avenida Grecia. Otro signo también del tiempo presente.
Por su parte, al departamento de Historia no le vi la grandeza que solíamos atribuirle en nuestros años de estudiantes, donde compartimos con María Cristina López, Félix de La Jara y Herbit Ríos, una vida normal de estudiantes de una época de sueños juveniles, de compromisos ideológicos que recién se empezaban a anidar en cada uno. Fueron años maravillosos vividos plenamente en democracia, que, con altibajos y todo, nos representaba plenamente. Fueron tres años muy agitados.
No obstante, esa normalidad estuvo atravesada por la inminencia de una reacción fascista que incubaba la derecha económica y política contra el progresismo establecido en el «Programa de gobierno del presidente Salvador Allende». Era algo que se evidenciaba.
El Pedagógico reunía en esa época a los mejores historiadores y geógrafos del país. Formaba a los futuros profesores de Historia y Geografía como también a los estudiantes de post-grado que se especializaban en Geografía, Historia, Arqueología y Antropología. La imponencia que le atribuíamos, no la tenía ninguna otra universidad. Los Catedráticos que daba clases eran personas de reconocida formación intelectual. La mayoría con estudios en Europa y Norteamérica.
Mirando, ese día de enero, el interior de las salas, no pude dejar de recordar a los grandes maestros de aquel tiempo: Guillermo Feliú Cruz, Mario Góngora, Sergio Villalobos, Rolando Mellafe, Eugenio Pereira Salas, Hernán Ramírez Necochea (Decano), Cristian Guerrero, Néstor Meza, Osvaldo Silva, Álvaro Jara, Ximena Bulnes (fallecida mientras dirigía el departamento de Historia), Sonia Pinto, Genaro Godoy, Mario Céspedes, Greta Mostny, Hugo Marín, Salvador Dides, Fernando Ortiz (detenido desaparecido), María Eugenia Horwitz, Hugo Cancino, Miguel Rojas Mix, Cesar de León (panameño), Julio Retamal, Pedro Cunill (exiliado en Venezuela), Eusebio Flores, Juan Francisco Araya, Reynaldo Borguel, Enrique Péndola, Carlos Andrade, Carlos Gissen, Víctor Gacitúa, Héctor Herrera Cajas (vicerrector en Valparaíso y rector delegado UMCE), Elsita Urbina, Héctor Soto, Mario Orellana y muchos otros que la memoria, después de 40 años, tiende a olvidar. Muy ilustres y destacados docentes de todas las corrientes ideológicas, filosóficas e historiográficas y religiosas. Era otra de las motivaciones que teníamos los estudiantes para estudiar esta carrera, en esta universidad.
Volviendo a la crónica. Debo señalar que nace de una reflexión personal sobre la memoria y el tiempo histórico. El interés por escribirla se fue acrecentando cada vez que caminaba por avenida José Domingo Cañas y detenerme en el número 1367, en la «Casa de la Memoria». Cuando supe que ahí estuvo detenida mi compañera María Cristina López, visité el lugar y me conmovió. Hoy solo quedan los cimientos de lo que fue el Lager como le llamó Primo Levi a los campos de concentración de Auschwitz, en la obra «Si esto es un hombre». Este interés de recabar nuevos antecedentes, me llevó, posteriormente, a visitar otros lugares de detención como «Venda sexy» (no hay memorial, solo una casa particular) y «Villa Grimaldi», hoy «Parque de la Memoria», en Peñalolén, donde estuvieron Félix y Herbit respectivamente. Posteriormente, fui a la calle Simón Bolívar 8630 de la Comuna de La Reina, lugar donde estuvo detenido el profesor Ortiz. Hoy, se emplaza una villa de hermosas viviendas en condominio para personas de altos ingresos.
Me propuse investigar y dar a conocer las circunstancias en que ellos fueron detenidos y hechos desaparecer, no sin antes dar a conocer cómo fue esa época estudiantil, cómo se vivió ese 11 de septiembre en la universidad y qué fue el MIR, como movimiento político que atrajo de manera tan especial a estos tres estudiantes.
Acogiendo la tesis de Beatriz Sarlo en la obra «Tiempo Pasado»: «La Memoria pretende transmitir una experiencia. Memoria es memoria de algo vivido y por ello requiere de dispositivo discursivo para lograr su propósito». En este caso, un yo narrativo en forma de crónica. También nos agrega: «El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en competencia, la memoria y la historia. La historia no siempre puede creerle a la memoria y la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo». En estas citas está presente la dificultad de estudiar el tiempo pasado, en especial, el lugar que se le asigna a la memoria y la subjetividad en el conocimiento del ayer.
Sin embargo, lo que escribo, lo hago desde una mirada retrospectiva. La única pretensión narrativa que tiene es la de rendirles un homenaje póstumo a la lucha que ellos y muchos otros jóvenes de nuestro país emprendieron contra la dictadura de Augusto Pinochet, en aquellos dificiles años. Me mueve el deseo de que se conozca la historia de estos jóvenes luchadores: María Cristina López Stewart, Félix Santiago de La Jara Goyeneche y Herbit Guillermo Ríos Soto, quienes fueron detenidos y hechos desaparecer entre los meses de septiembre de 1974 y febrero de 1975. Fueron secuestrados por la DINA, el brazo represivo y asesino más brutal que tuvo a su disposición la dictadura para consolidar su poder.
La Junta Militar creada ese fatídico 11 de septiembre de 1973 se apoderó del país para reemplazar el gobierno constitucional del presidente Allende. Se transformó en un gobierno de facto, al servicio del gran capital y los intereses del capitalismo. Se instaló a punta de fusiles, ametralladoras, tanques y bombardeos. Lo hizo sometiendo a la población civil al temor y la prisión, eliminándole todos los derechos civiles y humanos. Para gobernar y dejar testimonio de su carácter autoritario, gobernó mediante el expediente de los «Decretos Leyes», tan propios de las dictaduras, partiendo por el Bando Nº1.
Fue una tiranía que gobernó, desde 1973, mediante el expediente, de los «Decretos Leyes», hasta 1980, cuando valiéndose de connotados abogados de derecha y gremialistas (UDI), elaboró y aprobó una constitución hecha a la medida del dictador, la que fue impuesta a la ciudadanía sin la existencia de registros electorales. Hasta hoy, las consecuencias de esa constitución se mantienen en el ámbito político, económico y social del país. De esa manera, perpetúan el sistema económico y social denominado Neoliberalismo.
Por los crímenes, la tortura y desaparición de personas, la dictadura recibió el repudio internacional. No podía ser de otra manera.
Cuesta comprender que con el pasar de los años aún no haya verdad ni justicia para con los detenidos desaparecidos, entre ellos nuestros tres compañeros de Historia y el profesor Ortiz, quienes fueron aniquilados en su intento de terminar con la tiranía. Han pasado más de 40 años y aún no se ha logrado establecer ni el paradero de sus cuerpos ni las circunstancias precisas en que fueron muertos y hechos desaparecer. Son décadas de heridas abiertas, mientras los victimarios permanecen incólumes o en el anonimato, producto de los pactos de silencio y el mutismo institucional. Muchos, incluso, siguen recibiendo beneficios de parte del Estado chileno por haber sido miembros de las Fuerza Armadas y de Orden, sin que, por lo menos, respondan ¿dónde están?
La historia de las detenciones y desapariciones de Herbit, Félix, María Cristina y Fernando Ortiz ha sido posible conocerla investigando en diferentes portales y páginas web y en publicaciones mediante consulta bibliográfica. También en documentos que existen en el Museo de la Memoria, Casa Memoria José Domingo Cañas, Villa Grimaldi, Archivo Judicial e Informe Rettig, entre otros.
En general, se puede decir que solamente en esta última década, ha sido posible conocer testimonios y documentos referidos el destino final de algunos detenidos desaparecidos. La mayoría aún se desconoce. Recordemos que, según el informe Retigg-Valech, hay 3.197 personas en calidad de muertos, desaparecidos y ejecutados políticos en el período 1973-1990. De ellos, 1.102 se encuentran actualmente en calidad de detenidos desaparecidos.
Para conocer el destino de algunos detenidos desaparecidos, ha sido necesario recurrir a la publicación de dos libros, ambos editados en esta última década y que han sido producto de una intensa labor investigativa y un gran compromiso con la verdad por parte de destacados periodistas nacionales.
Estos son los libros que han servido de base a nuestro trabajo: «La danza de los Cuervos» (2012), del periodista Javier Rebolledo, investigador especializado en derechos humanos. Relata la experiencia de los detenidos desaparecidos que pasaron por el cuartel «Simón Bolívar» de la DINA, ubicado en la calle del mismo nombre en la comuna de La Reina, a la altura del 8630-8800. Un cuartel secreto, no conocido por investigadores en derechos humanos hasta el año 2008. Según se dice, de ese lugar, ningún detenido salió con vida. Y, «Los archivos del cardenal casos reales» de Andrea Insunza y Javier Ortega (0000), este escrito explicita, entre otros casos, lo ocurrido con los quince desaparecidos de la comuna de Paine en «Los hornos de Lonquén». Se publican las confesiones del agente Andrés Valenzuela Morales a la periodista Mónica González sobre las actuaciones del «Comando conjunto» y de los servicios de inteligencia de la Fuerza Área de Chile, responsables de muchas muertes y de la desaparición de miembros del MIR y del partido Comunista.
Volviendo a los jóvenes estudiantes de Historia que, esa mañana de enero de 2016, dijeron desconocer lo ocurrido a los tres estudiantes que les mencioné. Llama poderosamente la atención el olvido y el desconocimiento que se tiene de los hechos y de las circunstancias vividas en el país durante la dictadura cívico-militar.
Ciertamente que los estudiantes de hoy no nacieron en dictadura ni fueron reprimidos ni violentados como lo pudieron haber sido sus padres, abuelos o familiares. Sin embargo, se espera que toda persona con formación universitaria y profesional conozca aspectos de la historia pasada del país. Ahora, si ello no se ha logrado, significa que el sistema educativo nacional y las universidades están en deuda en materia de derechos humanos. María Cristina, Félix y Herbit fueron estudiantes de la misma carrera que ellos estudian y estuvieron en las mismas aulas donde actualmente reciben sus clases. Seguramente, la gran politización de aquellos años que impregnaba toda la vida estudiantil, es totalmente diferente a las inquietudes y motivaciones que pueden tener los jóvenes de hoy.
Escribo para que los jóvenes de hoy se enteren y no olviden, para que puedan informarse de lo ocurrido y para que conozcan también lo valioso que había María Cristina, Félix y Herbit. Amaban intensamente lo que hacían, amaban a sus familias, a Chile y su gente. Su compromiso estuvo dirigido hacia las personas más humildes y necesitadas de este país.
Para conocer las circunstancias en que ellos fueron víctimas de la dictadura, fue necesario revisar las publicaciones referidas a sus vidas, hilar ciertos hechos o situaciones con las actuales investigaciones sobre detenidos desaparecidos y resoluciones judiciales que se han ido resolviendo en el último tiempo. A veces no hay mayor material documental o se repite el mismo en diversas páginas web y, en esos casos, se ha preferido conocer las circunstancias y los lugares donde estuvieron detenidos, lugares que también tienen su propia historia, la mayor de las veces, horrorosa.
La investigación se hizo mediante consulta bibliográfica, visitas reiteradas a las páginas web de sitios referidos a detenidos desaparecidos y textos de consulta publicados por diversas editoriales. También se realizó visita a los memoriales de los lugares de detención como «Villa Grimaldi» y «Casa de José Domingo Cañas». Hay otros lugares que aun pasan inadvertidos para el resto de la población, como «Simón Bolívar» y «La venda sexy», Irán 3037, comuna de Macul. A la investigación se sumó el relato de aspectos vivenciales ocurridos en la época de estudiantes universitarios con quienes fueron compañeros de curso y de ello, el recuerdo de las experiencias compartidas.
Departamento de Historia de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE, enero 2016.