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Capítulo II: El 11 de septiembre en el Pedagógico

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Habíamos ingresado a la universidad en 1970. Los primeros años fueron años muy complejos debido al clima de alta tensión política que vivía el país. La lucha ideológica se manifestaba en la calle, en los sindicatos, en el trabajo, en la prensa y, también, en la vida universitaria y académica. Sin embargo, independiente de las posturas que tuviera cada persona, la universidad todavía era un mundo donde la amistad, el compañerismo y el saber académico se valoraban de manera especial.

Durante las clases fuimos conociendo a nuestros compañeros de curso: Eduardo Murillo, Enrique Poblete, María Cristina López, Félix de La Jara, Constanza Racz, Andrés Recasens, etc., por nombrar algunos alumnos sobresalientes y brillantes, intelectualmente superiores. Había otros que destacaban por el tipo de liderazgo que poseían, sea político o de opinión. Algunos dedicaban gran parte de su tiempo al estudios y a la investigación y otros se entregaban de lleno a la vida política partidaria.

Los partidos y movimientos políticos abrían las puertas de sus instituciones para que los jóvenes nos adhiriéramos a ellos. Se hacía mediante el contacto directo entre militantes y futuros adherentes. Algunos compañeros ingresaron a las Juventudes Comunistas (JJCC), grupo mayoritario, muy cohesionado, fácilmente identificable en esos años, por sus camisas color amaranto y la verticalidad que tenía su organización política; controlaban la mayoría de los centros de alumnos y la federación de estudiantes. Otros lo hicieron ingresando a las Juventudes Socialistas (JS),también numerosos, grupo más bien disperso, cuyo símbolo de distinción eran las camisas de color pardo y como característica esencial, las divergencias o grupos que existían en el seno de su organización. De esta organización, recordamos al presidente del centro de alumnos de Historia de esa época, al compañero Iván Párvex, un dirigente de gran carisma y sensibilidad social. ¿Que fue de él? Nunca tuvimos noticias. Otro grupo no menos importante de estudiantes adhirió al MIR, entre ellos, María Cristina, Herbit y Félix. El MIR tenía sus centros operativos dentro de la universidad, en el departamento de Filosofía y en el Pabellón «J», del pensionado universitario. Un grupo importante de estudiantes se mantuvo independiente, aunque la mayoría simpatizaba con el ideario del gobierno de la Unidad Popular. Era mi caso y el de otros compañeros. Por su parte, los Demócratas Cristianos (JDC) con su vestimenta característica, las camisas azules, eran minoría dentro de los estudiantes de Historia, pero no por ello dejaban de ser importantes. La gente de derecha también tenía presencia universitaria aunque era un grupo minoritario, que no se expresaba mayormente, pero eran apoyados por algunos docentes. Se recuerda que alumnos de derecha y demócrata cristianos más algunos profesores se fueron a la sede Poniente de la universidad de Chile, donde

había otra facultad de Ciencias Sociales, que funcionaba adherida a la actual Escuela de Ingeniería. El clima revolucionario y la defensa del gobierno, presente en todos los rincones del pedagógico, los hizo emigrar a la nueva Facultad junto a algunos connotados docentes, entre ellos, Sergio Villalobos.

Ante la posibilidad cierta de un «Golpe de Estado», los militantes de los partidos de la Unidad Popular y movimientos revolucionarios asumieron distintas responsabilidades para la defensa del gobierno y del pueblo. Había un compromiso de la juventud con las tareas del Gobierno, y la construcción de una sociedad con características revolucionarias. La facultad de Educación, es decir, el Pedagógico, previo al golpe de Estado, era a nivel nacional, junto a la Universidad Técnica del Estado (UTE) lugares de gran actividad político partidista. Servían de centros de formación a personas y grupos políticos de izquierda. Los partidos de la Unidad Popular trabajaban desde ahí incansablemente para realizar la defensa del Gobierno. Se efectuaba el trabajo de hacer conciencia de la amenaza fascista que se cernía sobre el país, especialmente en los sindicatos y en los sectores poblacionales. El MIR por su parte preparaba, «la defensa armada del pueblo y del gobierno». Se trabajaba en la organización de la autodefensa del pueblo frente a la reacción, aumentando su presencia en los cordones establecidos en torno a centros productivos, los llamados «Frentes de masas»: Vicuña Mackenna, Cerrillos, Macul, Sumar, etc.

La derecha, apoyada por EEUU, realizaba acciones paramilitares y atentados terroristas y, también, huelgas propiciadas por los gremios empresariales coludidos con algunos sindicatos poderosos de la gran minería del cobre, lo que se tradujo en una gran escasez y desabastecimiento. Se planificaba el fatídico golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Para quienes éramos estudiantes universitarios, estos hechos marcaron totalmente nuestras vidas. Fueron días muy agitados y la posibilidad cierta de un golpe de estado era cada vez más mayor. «Compadres, ¡váyanse! Los marinos están dando el golpe en Valparaíso a esta hora», nos dijo de madrugada un amigo estudiante de Historia y residente ocasional del pensionado universitario y al que dábamos el nombre de «Sammy» por su parecido al actor norteamericano de apellido Davis. Eran las 5:00 a.m. del día 11 de septiembre de 1973.

«Sammy» era miembro de las JS y, a esa hora de la madrugada, quiso despedirse de nosotros, sus amigos. No sabemos qué fue de él, pero suponemos que está con vida en algún rincón de Chile. Era un tipo muy audaz, fuerte y robusto, a pesar de su mediana estatura. De tez morena y pelo negro liso.

—Compañero, soy del grupo que se queda cuidando la fábrica. La cuido para que la derecha no haga sabotaje en la producción de alimentos que la gente tanto necesita —nos decía cuando llegaba al Pabellón «J», de improviso.

El día martes 11 de septiembre de 1973 había clases de Historia de Chile III con el profesor Mario Céspedes, quien alcanzó a llegar, pero muchos alumnos y profesores no pudieron.

El profesor Céspedes era una persona muy conocida en el país. Tenía un programa en Televisión Nacional llamado «Chile a la vista».

—Los milicos están dando el golpe de Estado, están derrocando al gobierno del compañero Allende y están llamando a que los dirigentes comunistas para que nos entreguemos —dijo en la clase de Historia de Chile III, donde fui único estudiante que llegó—. Voy a pedir instrucciones —agregó, me dio la mano y se fue.

A los años siguientes, volví a ver al profesor Céspedes caminando por la plaza de Armas de Santiago. Lo saludé con el respeto que se merece y me alegré enormemente que estuviera con vida. Sus clases eran extremadamente amenas, llenas de anécdotas. En una de ellas, nos enteramos de la afición «chinganera» de un personaje político y modelo de la Junta Militar como Diego Portales Palazuelos, cuyos 3 hijos de su relación con Constanza de Nordenflycht debieron ser reconocidos por el Estado chileno después de su muerte el 6 de junio de 1837.

Hasta el golpe de Estado, viví en el pensionado de la Universidad, en el pabellón «J». Se comentaba que en ese lugar se refugiaban «los miristas», pero no era así. Era un pensionado abierto a todos los estudiantes con necesidades de residencia, buenos estudiantes y situación económica certificada por la asistente social de la universidad, la señora Sotomayor. Se decía que era el pabellón del MIR porque vivían algunos connotados estudiantes que militaban en dicho movimiento. Lo cierto es que en este lugar, compartí con Herbit Ríos Soto innumerables conversaciones, hasta que, de un momento a otro, el Bajo, como le decíamos, dejó de asistir a clases y al hogar universitario. Se comentaba que había partido al extranjero a prepararse para enfrentar la sedición.

El pensionado universitario era una edificación de tres pisos ubicado en el sector norte del Pedagógico. En el segundo nivel, disponía de un departamento para un profesor residente. En el primer piso, las piezas y baños comunes albergaban a los alumnos más nuevos, recién ingresados a la universidad. Luego se ubicaban las piezas duales e individuales, donde se establecían los alumnos de los cursos superiores. Había también un amplio salón de estudios a la entrada que también se convertía en recibidor de visitas. La marquesa y la ropa de cama debía proveerla el propio estudiante. La alimentación se hacía, mediante vales, en el casino de la universidad que se ubicaba entre los departamentos de Historia y Filosofía. El plato característico y base de nuestra alimentación universitaria era el mítico arroz con huevo.

Si bien la vida universitaria había alcanzado altos niveles de politización, había otros momentos en que la vida se relajaba y daba paso a la amistad, el amor y la camaradería. Los pensionados femeninos (L y M) eran el centro de esta actividad. Estaban en el patio central del instituto Pedagógico. En sus jardines se realizaban las charlas y encuentros sociales, especialmente de música entre estudiantes. Habituales eran las sesiones de canto y música, donde predominaban los temas de los The Beatles y los clásicos boleros latinoamericanos. Había destacados intérpretes entre los estudiantes y profesores. Así se recuerda a personas como el profesor Edison Otero, ayudante de don Juan Rivano, al estudiante Carlos Castillo, residente del Pabellón «J», más conocido como el Hippie, que solía usar una muy larga cabellera y su andar completamente descalzo. Estas sesiones solían durar hasta altas horas de la madrugada.

El 11 de septiembre de 1973, los estudiantes y los trabajadores tuvimos que abandonar la universidad. La Fuerza Aérea tomó posesión de los edificios aledaños al instituto Pedagógico, edificios particulares que tienen entre tres o cuatro pisos, instalando ahí sus ametralladoras, las llamadas, según se decía, punto 30 ó 50, ya no recuerdo cuál. No hubo enfrentamiento. Escapamos alrededor de las 10 a.m. por el sector donde se ubicaba la escuela de Periodismo, calle Los Aromos, luego enfilamos hacia Grecia para, en mi caso, dirigirme al sur por avenida José Pedro Alessandri (Macul).

En el camino, vi muchos camiones con efectivos militares. Se identificaban con una pechera de color naranja y brazaletes del mismo color en uno de los brazos. Todos provistos de gran armamento. No había locomoción colectiva. Temprano se habían retirado los buses y los pequeños taxibuses, comúnmente denominadas «liebres». Se observaban gruesas columnas de personas que volvían caminando a sus hogares. Caminé desde el Pedagógico hasta Departamental, pasado Vicuña Mackenna. Descansé en las cercanías del estadio Monumental, que, por esos años, era conocido como «El hoyo de Pedrero» Llegué a casa de una tía que me brindó refugio por algunos días. Pude observar el paso de los aviones que bombardearon La Moneda y sentir la balacera que se produjo en La Legua cercana a Sumar, uno de los lugares o cordones formados para defender al Presidente Constitucional. De mis tres compañeros de universidad y del profesor Ortiz, solo vine a tener noticias cuando aparecieron las primeras publicaciones sobre personas detenidas desaparecidas.

El caso de historia

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