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El análisis relacional: lugar, sujeto, dispositivo

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De las muchas aristas que tiene nuestro planteo queremos detenernos en unas pocas que atañen al lugar, al sujeto y al dispositivo. José María Imízcoz aborda el análisis relacional para observar las relaciones entre espacios, con lo que se daría por superado “el viejo condicionamiento de la ‘geografía humana’ como ‘marco’ de la historia, al revelar redes sociales y flujos que no permite la historia localista.” (2017) A pesar de que Carlos Altamirano sostiene que la vida intelectual latinoamericana “corrió predominantemente por cauces nacionales” (Altamirano, 2010, p. 11), existen casos -como él mismo lo señala- que alcanzaron gravitación continental o iberoamericana, como la obra de José Enrique Rodó, Ariel (1900), o las largas campañas de Manuel Ugarte bregando por la unidad continental, los periplos de la figura central del Modernismo hispanoamericano Rubén Darío, entre otros ejemplos. Podríamos decir que se trata de modelos de acción que superan los paradigmas del estado-nación para situarse en un nivel de dimensiones espaciales mayores, superando los límites de la “geografía humana”. Debe ser destacado que la imaginación de sentirse ciudadanos del mundo posee una incidencia primordial. En tal sentido, el cosmopolitismo ya no tendría un signo negativo, tratándose de culturas periféricas. María Teresa Gramuglio, refiriéndose a la literatura argentina, propone la hipótesis de considerar las literaturas nacionales “en el interior de sistemas o ‘redes’ transnacionales” (2008, p. 164).

El significante ‘mundo’ no tenía todo el alcance como podría pensarse ahora, sino que comprendía la comunidad de habla hispana y una sede metropolitana como París. Parece curiosa una versión tan limitada de la idea-mundo, sin embargo, el poder consagratorio de París, ansiado por los intelectuales latinoamericanos, ha sido largamente estudiado. Desde luego que esta situación ha variado sustancialmente en estos últimos tiempos. Tal como lo manifiesta Ottmar Ette:

Los nuevos movimientos […] se están apoderando del espacio y demandando nuevas formas de pensamiento y perspectivas para el análisis. […] Al lado de una convivencia multicultural y una mezcla y reciprocidad interculturales […] se ha instalado un entrevero transcultural en el cual las más diversas culturas se penetran recíprocamente y se modifican. Los lugares de residencia fijos de las culturas en su mayor parte pertenecen al pasado. (2008, p. 16)

La subjetividad resulta una de las instancias más arduas al momento de pensar el funcionamiento de las redes. En efecto, Randall Collins sostiene que el problema central no es la relación doctrina-verdad, sino el proceso social de producción de doctrina, en el que se involucra tanto al sujeto como al proceso. Otra perspectiva que le quita centralidad al sujeto en la producción de bienes simbólicos es la que propone Bruno Latour y su teoría del actor-red. Finalmente, la que queremos poner en danza en este libro es la idea del “personaje conceptual” de Deleuze y Guattari:

El personaje conceptual no es el representante del filósofo, es incluso su contrario: el filósofo no es más que el envoltorio de su personaje conceptual principal y de todos los demás, que son sus intercesores, los sujetos verdaderos de su filosofía. Los personajes conceptuales son los “heterónimos” del filósofo, y el nombre del filósofo, el mero pseudónimo de sus personajes. Yo ya no soy yo, si no una aptitud del pensamiento para contemplarse y desarrollarse a través de un plano que me atraviesa por varios sitios. El personaje conceptual no tiene nada que ver con una personificación abstracta, con un símbolo una alegoría, pues vive, insiste. El filósofo es la idiosincrasia de sus personajes conceptuales (Deleuze y Guattari, 1993, p. 65).

Hay una dificultad metodológica que se presenta al pretender integrar los componentes humanos y no-humanos en el comportamiento de las redes. El “personaje conceptual” junto con el “actor-red” son dos maneras que nos permiten pensar un camino de desubjetivación de las redes e intentar entrelazarlos a los espacios de sociabilidad de los intelectuales durante buena parte del siglo XX como los cafés, las redacciones de los diarios, las revistas, los ateneos, los banquetes. Sin estas nociones, las redes no fusionarían estas formas de sociabilidad a “una cadena de contactos e interacción entre artistas, gente de letras, editores y otros tipos de agentes culturales, ligados por convicciones ideológicas o estéticas compartidas.” (Altamirano, 2010, p. 19)

Por último, queremos referirnos a la noción de dispositivo. Michel Foucault lo definió de esta manera:

Aquello sobre lo que trato de reparar con este nombre es […] un conjunto resueltamente heterogéneo que compone los discursos, las instituciones, las habilitaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias, las leyes, las medidas administrativas, los enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En fin, entre lo dicho y lo no dicho, he aquí los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que tendemos entre estos elementos. […] (Foucault, como se citó en Agamben, 2011, p. 250)

Lo interesante que destaca Agamben es que el dispositivo mismo es la red que se extiende entre aquellos elementos discursivos y los no discursivos. Aquellos factores que aparecían inasibles, dispersos, desdibujados en el comportamiento de las religaciones encuentran en la red misma la manera de establecer sus vínculos y acciones. ¿Cómo pensar lo discursivo y lo no discursivo? De acuerdo con Agamben, lo que Foucault se propuso fue investigar los modos concretos por los cuales los dispositivos actúan “al interior de las relaciones, en los mecanismos y en los juegos del poder.” (Agamben, 2011, p. 253). Así como también los dispositivos inciden en las subjetivaciones, tienden a una configuración particular del sujeto en los movimientos que se despliegan mediados por los mecanismos de la red. Concretamente, Agamben afirma que el dispositivo es una “máquina que produce subjetivaciones” y de ahí también que sea “máquina de gobierno” (2011, p. 261). De esa manera se entiende mejor la definición de Agamben: “llamo dispositivo a todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones de los seres vivos” (2011, p. 257). En su opinión los “seres vivos” son las sustancias que se diferencian de los dispositivos, no obstante, entre unos y otros se instala una tercera clase: los sujetos. Los sujetos son el resultado de la relación estrecha entre “los vivientes y los dispositivos” (Agamben, 2011, p. 258).

Ahora bien, si los dispositivos fueran solamente prácticas discursivas nos situaríamos a nivel de la episteme foucaultiana, pero al considerar también las prácticas no-discursivas, la relación es un requisito excluyente. (García Fanlo, 2011, p. 2). Ocuparse de las prácticas es analizar un dispositivo, ya que en tanto prácticas son singulares y obedecen a un suceso histórico determinado. De tal manera que una red intelectual enfocada desde la perspectiva del dispositivo nos conduce hacia la identificación tanto de la práctica concreta como del momento histórico en el que se produce. Revistas, epistolarios, reuniones, viajes, por tomar algunos tipos de prácticas no discursivas, se sitúan en un tiempo que no siempre es el mismo, por lo tanto, los discursos que surgen de las relaciones propias del funcionamiento del dispositivo no pueden ser idénticos a otros. Los cambios temporales son decisivos puesto que las relaciones discursivas y no discursivas (tecnología, instituciones, factores estatales y no estatales) no son las mismas. En suma, un dispositivo viene a ser un “complejo haz de relaciones entre instituciones, sistema de normas, formas de comportamiento, procesos económicos, sociales, técnicos”, que se afirman, se sostienen desde las prácticas. (García Fanlo, 2011, p. 3). Quienes se ocuparon de la noción de dispositivo han sido Foucault, Deleuze, Agamben y existe una coincidencia entre ellos, cual es que “describen [el dispositivo] como una red: un dispositivo no es un discurso o una cosa o una manera de ser sino la red que se establece entre discurso, cosa y sujeto (García Fanlo, 2011, p. 7).

Finalmente, “lo nuevo”, además de la necesidad de despejar semánticamente su significado, demanda, para su incorporación en otras culturas, dispositivos que lo hagan circular en el espacio de la ciudad letrada.

Comunidades intelectuales latinoamericanas en la trama de lo nuevo

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