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2ª Predicación: “Ansiedad II”

“Alma mía, recobra la calma

porque el Señor ha sido bueno contigo”

Salmo 116, 7

En estos retiros sobre la ansiedad, propongo que tengamos en cuenta lo que nunca debemos perder de vista y es que la ansiedad se entrelaza con la angustia, con la amargura, los temores y los apegos.

Intentemos desenmarañar algo sobre las “perturbaciones y la amargura” que trae consigo un estado de ansiedad. Dice la Escritura, en Hebreos 12, 15: “Estén atentos que nadie sea privado de la Gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz venenosa capaz de perturbar y contaminar a la comunidad”.

Hay conflictos interiores que surgen de raíces bien identificadas, tales como las anteriormente citadas. Sin embargo, otras están soterradas. Una de esas es la raíz de la amargura, la cual causa desesperación y angustia. Una vida sustentada por la amargura no puede prodigar amor ni interés por sí misma. Menos aún, por los demás. La único que produce la amargura es la “opresión”. Esto nos lleva a entender qué es la acedia como vaciamiento de amor.

Evagrio Póntico (s IV) la denomina “logoi”, lo que podríamos traducir como: mal pensamiento. Y si el pensamiento es malo, la persona está en riesgo. ¿En riesgo de qué? ¡En riesgo de derrumbarse! Así como inteligentemente en la psiquiatría se sostiene que el cincuenta por ciento del tratamiento depende de los medicamentos y el otro cincuenta por ciento del paciente, terapéuticamente, podemos afirmar que Dios hace su parte. No obstante, nosotros debemos hacer lo nuestro.

Cuando la ansiedad toma la forma de amargura, interesémonos en centrar más nuestra mirada en Jesucristo como Señor de nuestras vidas. Al examinar nuestra conciencia e intentar rescatarnos de los subterfugios que posee la mente, no vacilemos en pensar, de inmediato, si la etiología de la amargura se debe a enojos no curados, a algún “perdón” no otorgado, algún rechazo recibido, una crítica dura no consumada… Tengamos presente que todas estas son herramientas que el indeseable usa para que permanezcamos vacíos de amor…, casi sin Dios.

El “logion” bíblico “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, (Lc 23, 34), es una de las frases testamentarias del Señor. Para nuestro abordaje, es “exclusiva”. Si Cristo nos perdonó, no tenemos derecho para no perdonarnos como tampoco para dejar de otorgar el perdón, aunque nos lleve un tiempo. Tampoco debemos dejar de lado la ansiedad que se suscita en las personas que quieren agradar a todo… Esto es imposible. Más aún, podemos ser odiados sin motivo (Salmo 50). En la mayoría de los casos, las personas que nos rechazan, sin causa justificada, utilizan lo que la psicología llama “invisibilización”, es decir, tienden y de hecho lo hacen, a remarcar para que se evidencie, que nos ignoran. También puede ocurrir que ante la necedad de personas que se manejan diariamente con la mentira y la falsedad, nosotros optemos por “ignorarlas”.

Notemos que son dos casos totalmente distintos. El primero puede herirnos si aceptamos gestar “la raíz de la amargura”. Esto nos destruiría a nosotros, no a los agentes activos. Y esto Dios no lo quiere, dado que, si nos sobrecoge esta raíz, estaríamos mal con nosotros y con los demás. Como nos enseña Lc 6, 45: “De la abundancia del corazón habla la boca”… Lo que hay en el corazón, tratará de salir, sea a través de una actitud, una acción o una conversación. Esto es, consciente o inconscientemente, la amargura se manifestará. Por tanto, intentemos no conectarnos, para no permitir que se engendre.

El segundo, ignorar mentiras, es un mecanismo de prevención ya que hay mentiras que amargan mucho… La mentira en el adulto es indicio de que la persona es “incapaz de aceptarse tal como es”. Cuando la persona tiene un junto concepto de sí misma, no necesita falsificaciones para defenderse o impresionar a otros con sus maniobras, desvirtuando la verdad. No puedo dejar de lado que todo aquel que padece “el sentimiento de inferioridad” recurre a la mentira con asiduidad.

Otra causa básica de la mentira, es la falta de buena relación con Dios. Acudamos a Prov 12, 5: “Los proyectos de los justos son rectos, las maquinaciones de los malvados no más que engaño”. Esto sucede cuando no cimentamos nuestra vida en Cristo, nuestra nueva naturaleza.

En otros casos, no podemos obviar que la mentira está relacionada con un trastorno general de la personalidad, como en el caso de la personalidad psicopática. En estos casos se da un desequilibrio total. La conducta que demuestran las personas afectadas por este mal, es crónicamente antisocial.

En ambos casos y otros que pueden emerger, mantengamos nuestros ojos puestos en Jesús, tal como nos enseña la Carta a los hebreos, 12, 2: “Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús…”. Esta enseñanza es muy parenética, exhortativa, enseñanza ante la cual nos estremecemos.

No alberguemos toxinas ponzoñosas porque nos destruirán a nosotros y no a aquellos por cuya razón las tenemos.

Uno de los secretos que sugiero empezar a revelar, es la importancia de la comunicación, con nosotros, con Dios y con los otros. La comunicación es el sustento del amor. Etimológicamente, hace referencia al acto de com – partir; implica que dos personas han llegado a tener algo “en común”, tanto bienes espirituales como materiales.

En un sentido más profundo, comunicarse es el acto de compartirse las personas mismas. Gracias a la comunicación, llegamos a conocernos. Nos comunicamos con nuestro interior, con nuestro cuerpo, con los demás.

Ahora bien, si a la comunicación le agregamos la formación que vamos adquiriendo, la comunicación se nos hace mucho más placentera porque, al formarnos, aprendemos cosas que tal vez no advertimos nunca, aún de nosotros mismos. Por ejemplo, qué relevante es “tolerar las frustraciones”, integrarlas para transformarlas… Y tantos otros ejemplos. El conocer enseña a comunicarnos. Nuestro macro paradigma, es la Santísima Trinidad.

Las tres Personas poseen una comunicación permanente intra-trinitariamente. Esto recibe el nombre teológico de inmanencia. Dios permanece en sí, en permanente comunicación sustancial. También Dios Unitrinio es “economía”, manifestación a los hombres, “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, Jn 1.

Es muy cierto que el primer obstáculo a la comunicación se encuentra realmente en nuestro interior. No podemos contar a los demás lo que ni siquiera nos contamos a nosotros mismos. Más de una vez, aunque tuviésemos el valor de abrirnos, no estamos seguros de lo que diríamos.

Pongámonos en contacto con los temores que nos atormentan y aprisionan la vida.

Cuánto más secretos, más enfermos. Los secretos que tenemos en nuestro interior deben drenar. Los secretos son un peso y el alma con peso, no puede volar. Para que uno pueda crecer, madurar psico-espiritualmente, debe buscar aliviarse. Y los secretos pesan… Algunos secretos se convierten en veneno que nos enferma, y que tarde o temprano acabará destruyéndonos.

Cuando nos abrimos a nosotros mismos, a los otros (nuestros referentes) y a Dios, experimentamos esa sensación de alivio y alegría. Y nos brota un “Gracias” …

Hay personas que tienen “miedo al rechazo”. A la base del rechazo existe una inseguridad encubierta por pretextos u ocasiones para dedicar la atención a otra persona. En definitiva, es el “miedo a la responsabilidad”. Generalmente, las personas que poseen este tipo de miedos tienen tendencia perfeccionista, lo cual, lógicamente, engendra ansiedad. Las frases que puede manejar en su monólogo interior pueden ser las siguientes: “Si me acerco demasiado a otro, me voy a sentir obligado a estar al lado de esa persona en sus momentos de necesidad”. “Casi siempre pienso que me paso, que me implico más de lo debido. Y no quiero excederme en mis promesas”. “Siento una gran aversión a mostrar mis zonas débiles, las partes áridas, dañadas y doloridas que hay en mi”; “no quiero que la gente sepa lo fragmentado que estoy...”.

Nos preguntamos y nos respondemos:

1. ¿Qué ocurriría si comenzáramos a desprendernos de las capas de simulación y expusiéramos a la luz todo lo oculto?

2. ¿Qué sucedería si contáramos a los demás lo que sentimos siendo nosotros mismos?, ¿los comprenderían?

3. Los cristianos entramos en la nueva naturaleza: ¿Cómo te gustaría ser?

4. ¿Hoy, te afecta que se rían o se burlen o te rechacen por este nuevo modo de vida cristiana?

5. ¿Te acarrearía la sinceridad algún tipo de castigo?

6. Hacemos un listado de las posibles situaciones que nos ponen ansiosos:

Temores:

 El desacuerdo, la desaprobación o la censura de otra persona.

 No ser amado.

 Una evaluación u opinión sobre mí.

 Enfermedades físicas.

 Algún desempeño en público.

 La muerte.

 Pérdida de control o la búsqueda del momento oportuno.

 Los cambios, lo desconocido.

Hechos que pueden producir pánico repentino:

 Quedar encerrado en un ascensor.

 Tener que hablar con extraños.

 Miras hacia abajo desde un balcón.

 Usar un baño público.

 Estar solo en una habitación a oscuras.

 Ver ciertos insectos o animales.

 Viajar en avión o en barco.

Situaciones en las que podemos sentir temor:

 El fracaso.

 La intimidad.

 Abrirse y expresarse a otros.

 Cambios, en cualquier terreno: trabajo, vivienda, amigos, rutina.

 La reducción de gastos.

 La relación sexual.

 Los gérmenes de cualquier índole.

 El juicio de Dios.

Todo esto es sólo una lista de elementos con los que nos tenemos que contrastar para darnos cuenta de lo común que puede ser la ansiedad en nuestras vidas.

“Cuanto más secretos, más enfermos.

Y cuánto más libres demos

y más gratuitamente recibamos,

tanto más sanos”.

La ansiedad y nuestros interrogantes

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