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3ª Predicación: “Ansiedad III”

“No pretendas lo que te sobrepasa…

Hijo, no te ocupes con demasiados asuntos,

porque así no terminarás bien;

por más que corras no alcanzarás”.

Eclesiástico 3, 21; 11, 10

Cuando hay ansiedad, hay desorden..., el cual proviene de los proyectos que no son elaborados con sensatez, desde la capacidad de evaluarlos hasta ponerlos en oración y aguardar la respuesta de Dios. Más de una vez, somos sorprendidos por nuestro entusiasmo o por nuestra tendencia distímica. Y tal vez, lo que estamos elaborando es producto de nuestra tendencia fantasiosa o caprichos personales que derivan de la inmadurez que aún persiste en nosotros.

Para muchas personas el nerviosismo, la hiperactividad (“activismo”), suscita en ellos el deseo de hacer por un hacer. Es como si vivieran escapándose de algo… En realidad, las personas que padecen este tipo de ansiedad rehúsan la calma y no valoran la paz. Probablemente entienden la paz como aburrimiento o monotonía. Y no advierten que no hay nada más aburrido o dificultoso que la prisa constante, ya que ésta roba el presente real y tensa hacia un futuro irreal que sólo existe en la imaginación.

El hombre apresurado busca continuamente cosas cuando lo que falta es un encuentro con él mismo. Por eso, sanemos la deficiencia donde está, es decir, a nivel emocional. Nos puede ser útil leer al profeta Isaías, capítulo 30, 15: “Porque así habla el Señor, el Santo de Israel. En la conversión y en la calma está la salvación de ustedes; en la serenidad y en la confianza está su fuerza”.

La verdadera paz es una agradable calma que nos mantiene fuertes y saludables para poder disfrutar con intensidad de todo lo que Dios nos ofrece en la vida, en todo orden. Dios es ese abismo de paz que engendra vida, riqueza y hermosura. Dios es dynamis, es decir, movimiento. Por eso, cuando poseemos a Dios, el alma jamás está aburrida. El alma se cansa cuando transita por una noche oscura. De lo contrario, es mocionada por el mismo Espíritu.

No olvidemos que la actividad más intensa es la del corazón. El corazón que posee a Dios, aunque sea parcialmente, no se adormece. Frente a la vida, sea cual fuere su situación, experimenta que el poder de Dios no conoce fracaso y sabe que Dios no está ajeno a nada de lo que le pasa”.

Siempre tengamos en cuenta que la ansiedad nos convierte en personas superficiales porque nos mueve a pasar rápidamente de una cosa a la otra, sin llegar a la profundidad de nada. No soporta la quietud interior, sino que provoca la desestabilización psico – espiritual. En vez, si nuestra opción se dirige hacia la búsqueda de Dios, no nos haremos esclavos de los planes de la ansiedad. Aprendemos a “dejar para después” lo que puede esperar. Así, en la existencia, reina un orden lleno de vida.

A veces, la gente confunde la ansiedad en sus vidas con enojo o depresión, cuando en realidad lo que tiene es ansiedad. Siempre tenemos oportunidad de recordad la enseñanza de San Ireneo de Lyon (s. II): “Lo que no es asumido, no es redimido”. Justamente, muchas personas no detectan su ansiedad porque no la reconocen, dado que no entiende bien de qué se trata o nadie se lo explicó. Por tanto, entres esas personas, podemos estar cualquiera de nosotros. Valga entonces la posibilidad de (re) descubrir que la ansiedad es el temor a que podamos ser heridos, sufrir, tener pérdidas, incomodidades, peligros, inconvenientes u otras situaciones que no consideremos “buenas”.

Los investigadores en estrés aducen cuatro reacciones físicas ante una amenaza, la cual es enmarcada dentro de lo que podemos llamar “el síndrome de luchar o huir”. Nos puede ayudar a entender la naturaleza de la ansiedad.

> Cuando el cerebro percibe un peligro, envía una señal eléctrica a una glándula llamada hipotálamo, que actúa como una llave que conecta la mente con el funcionamiento corporal. Esta glándula libera una sustancia química para alertar a la glándula pituitaria. En ese momento se libera en la sangre la hormona adrenalina.

> Esta potente sustancia química estimula las glándulas suprarrenales, que segregan cortisona, epinefrina, norepinefrina y todo un conglomerado de sustancias químicas que causan efectos perceptibles.

> El esófago se pone tenso, nos agitamos, entramos en taquicardia, el estómago interrumpe sus funciones digestivas para desviar sangre a los músculos y todo nuestro sistema vascular se contrae, a fin de que no perdamos demasiada sangre en caso de una herida.

> De esta forma, el cuerpo se prepara para responder al peligro, ya sea luchando o huyendo.

¿Qué conclusión podemos esbozar con este planteo?

Cuando reaccionamos de la manera planteada ante el estrés, nuestro cuerpo, saludable y armónico, está pidiendo acción o resolución. Pero si el objeto de temor es algo de lo que no podemos huir, ni a lo cual podemos presentar batalla (debido a nuestra pobre fe, a la falta de confianza en Dios Salvador, etc.) y no sabemos qué otra cosa hacer, quizás sencillamente entremos en un estado de “ansiedad”.

Esto nos propone pensar que estamos como a la expectativa de los problemas, cada vez que la ansiedad se nos presente. No sólo podemos limitarnos a este tipo de expectativa, sino que puede ocurrir que prevalezca una tendencia imaginativa muy intensa como centrar nuestros pensamientos en la incomodidad o en la tragedia que podría suceder. Otros piensan en las consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse. Otros se preguntan dónde se habrá escondido Dios, tal es el caso del Salmo 143, 7c: “No me escondas tu rostro”. Otros experimentan una gran dificultad en la oración y aún al pensar en su Palabra.

La ansiedad responde, sin duda, a una gran variedad de causas y en la mayoría de nosotros se suman más de una…

Ante de intentar analizar la etiología de la ansiedad, sepamos que no todas las causas son generadas por nosotros, sino que se advierten otras generadas por agentes exógenos.

Las respuestas no deben ser taxativas ya que la ansiedad se descubre en la compleja advertencia de la interacción que genera problemas. Esto es, no se trata de una ecuación matemática sino de la habilidad de descubrir “las relaciones” que la originan. Y éstas, son muy personales. Sin embargo, la experiencia da a luz causas comunes que pueden ser de gran utilidad para nuestra reflexión:

a) Nacer ansiosos: cada vez hay más personas que nacen con la tendencia a reaccionar más sensiblemente que otras. Esto quiere decir que son más proclives a entrar en el síndrome de “luchar o huir”. Probablemente, estas personas estén más propensas a sentirse mal, a lo largo de la vida que aquellas que no tienen estas características congénitas. Claro que la presencia de Cristo en nuestras vidas modifica todo, incluyendo lo genético.

b) Monólogo interior peyorativo: se da en aquellos que no advierten que las nociones, percepciones, opiniones y juicios afectan directamente las emociones y el comportamiento. Si tuviésemos que calificarnos, de un modo global, nuestro monólogo, ¿qué calificación le pondríamos hoy?, ¿podríamos cambiar el adjetivo peyorativo? Si la respuesta es sí, ¿qué adjetivo lo pondrías? Nuestras preocupaciones y ansiedades actuales están imbricadas en nuestro monólogo interior. Posemos nuestra mirada en el aspecto cognoscitivo, en las nociones o falsas creencias. Son las que subyacen en el monólogo interior peyorativo, como pueden ser los siguientes: “Yo no he sido lo suficientemente bueno”. “No puedo esperar que Dios me bendiga, ayude, proteja”. “No puedo pretender que mi amigo vaya a la iglesia. Tal vez piense que soy muy religioso y eso le puede molestar”.

La diferencia nocional es la que más incita un estado de ansiedad cronificado. Por eso, la solución está en asumirlas para luego redimirlas… Aunque parezca insólito, más de una vez, no logramos sanar la deficiencia porque no captamos específicamente a qué nivel o en qué plano esta: nocional, afectivo o religioso.

Para poder detectar cada vez más y con mayor precisión nuestro cometido, invito a profundizar estas pistas de reflexión a fin de disminuir o llegar a liberar posibles ansiedades que nos angustian y debilitan la vida.

Nos preguntamos, nos respondemos:

Como ambientación, entiendo que no está demás formularnos estas preguntas:

 ¿Aprendimos de otras personas a “vivir ansiosamente” o a preocuparnos de todo en vez de ocuparnos de…?

 ¿Cómo fue que llegamos a tener miedo del rechazo de otra gente, de morir, del fracaso, de lo que los otros pueden opinar o decir, de que no les guste porque tenemos poca o mucha cultura, etc.?

 ¿Tenemos la sensación de riesgo, como si pudiéramos ser atacados, castigados o heridos de alguna forma?

 ¿Nos sentimos tensos?, ¿cuál es la causa?

 ¿Experimentamos “acorralamiento” ?, ¿atinamos a pensar qué hacer?

 ¿Pedimos consejo u oración a un referente en la vida de la Iglesia?

 ¿Cuáles son nuestras alertas hoy, psicológica, biológicas, espirituales?

 ¿Tenemos “emociones amenazantes hoy” tales como la soledad, quedarnos sin trabajo, el deterioro y otras?

 ¿Nos falta el aliento? ¿Buscamos aliento en alguna parte de la Iglesia?

 ¿Nos falta formación, aquella que da forma a nuestra existencia cristiana?

 ¿Descubrimos cómo estamos a la expectativa de problemas?

 ¿Nuestros pensamientos se centran en la incomodidad y en la tragedia?

 ¿Vemos los noticieros para alimentar la tragedia en nosotros o para enterarnos de las noticias?

 ¿Pensamos, a menudo, en las posibles consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse?

 ¿Nos resulta difícil pensar en Jesús? ¿Qué abarca e implica pensar en Jesús?

“El corazón del hombre se fija un trayecto,

Pero el Señor asegura sus pasos”.

Proverbios 16, 9

La ansiedad y nuestros interrogantes

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