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Оглавление1ª Predicación: “La soledad I”
“No conviene que el hombre esté solo”.
Génesis 2, 18
Ante tanta confusión reinante, no cuesta mucho darse cuenta de que, debido al egocentrismo, al individualismo, al indiferentismo posmoderno, la soledad pasó a ser una categoría de vida, muchas veces encubierta por la no disposición interior a la renuncia, al cambio. El verbo que se asoma como punto de reflexión es compartir… Y para ello, coincidiremos en que nadie comparte si primero no opta por renunciar a esa “parte” que va a “compartir”.
La soledad es una de las principales causas de infelicidad y aunque no constituye un trastorno en sí misma, va normalmente asociada a sentimientos de descontento, frustración y ansiedad que, con cierta frecuencia, desembocan en depresión.
Hoy podemos parangonar la soledad con el aislamiento.
Desmembremos juntos esta síntesis conceptual. Propongo revisar qué cosas nos causan infelicidad, cuáles son nuestros sentimientos de descontento o bien aquello que suscita insatisfacción continua. ¿Tendremos niveles de exigencia demasiado elevados? O ¿buscamos la exigencia en función de la excelencia? En lo que hace a la frustración, el núcleo que conviene avizorar es advertir y repasar mentalmente aquellas situaciones imprevistas que debemos aceptar con humildad, sabiendo que, si uno ha llegado a poner en manos de Dios esta crisis, ésta no nos debe afectar mucho. Incluso, admitamos que la frustración es producto de esperanzas malogradas.
Asumiendo las limitamos, siendo realistas en entender que no siempre podremos lograr lo que deseamos, disminuiremos la frustración. A la vez, no podemos obviar entender que la frustración produce ira. Podríamos encontrar una serie de sinónimos del término, tales como: mal humor, mala disposición, sentimientos de disgusto, molestia orientada hacia otros, agresividad, violencia ya sea contenida o manifiesta –verbal o física- resentimientos que son el cultivo interno de rencores y de problemas no resueltos, deseos de venganza (mental), el deseo de que el otro sea dañado o propiciar situaciones para que ello se concrete en la realidad.
La personalidad es un mosaico de reacciones, expresiones, pensamientos, respuesta a distintos tipos de situaciones, personas y eventos. Según la constitución psíquica propia de cada uno, estos u otros ingredientes que la ira usa como vehículo, se irán involucrando a la personalidad.
Existen algunas condiciones de vida que han propiciado el sentimiento de soledad. Recordemos el concepto de sentimiento como aquello que es el resultado del desarrollo de nuestras emociones positivas y/o negativas.
Podríamos traer a colación:
- Los cambios de domicilio que implican un cierto distanciamiento de determinadas personas.
- El tipo de relaciones que se establecen en una cosmópolis como Buenos Aires.
- La limitada relación con toda la familia, no solo con la nuclear.
- El incremento de separaciones y divorcios.
- La no planificación de las cosas (una familia, una profesión, un futuro de vida…
- La competitividad, por cierto, insana.
Es relevante tomar conciencia del proceso para poder iniciar el cambio o iniciar el proceso hacia la aceptación de uno mismo, de los demás y conseguir la felicidad. Esto implica optar por el camino de la virtud.
Enseñan algunos Padres de la Espiritualidad que “la virtud es aquello por lo cual entregamos la realeza de nuestro corazón a Cristo”.
La virtud es una. En un “Sermón para ascéticos” de autor griego publicado bajo el nombre de San Efrén encontramos: “Busca de adquirir la virtud perfecta, adornada de todo lo que place a Dios. Es llamada virtud unica, porque comprende en sí la belleza y la variedad de todas las virtudes. Como una corona real… que existe por muchas piedras preciosas, así la virtud única, no puede existir sin la belleza de las diversas virtudes”.
Es así que las virtudes serán vistas como los miembros, brazos, piernas, manos… del cuerpo espiritual del hombre. Los Padres del Desierto expresaron sus conceptos de las virtudes, sobre todo, a partir de ciertos axiomas:
- La virtud es el único bien, el vicio el único mal, el resto es indiferente.
- La virtud es el justo medio (Ecl 3, 1ss.; Mt 7, 13).
- La virtud se practica por sí misma, lo cual significa que se practica sin buscar ningún tipo de recompensa y esto procura la felicidad perfecta. Sin embargo, para el cristiano la “virtud” busca la unión con Dios. Dice San Gregorio Nacianzo: “Dios es llamado caridad, paz, y con estas denominaciones nos exhorta a transformarnos según estas virtudes que lo cualifican”.
- Las virtudes son la medida de nuestra deificación. Y la virtud por excelencia es Jesucristo, es la plenitud de la verdad, sabiduría, justicia, paciencia, esperanza, fortaleza… Entonces, quien practica estas virtudes participa de la esencia de Cristo.
Qué importante es, entonces, intentar hacer uso de “un estado de soledad” para ahondar ese espacio y sacar provecho para la virtud.
Si bien la “soledad”, como estado de desánimo e incertidumbre, es un camino seguro hacia la infelicidad, la “soledad como mónosis, enseña San Nilo de Ancira, es la “madre de la filosofía”, es decir, de la reflexión, de la revisión de vida, en función de un presente más liviano, de un pasado menos espeso y de un futuro esperanzador. Esto quiere decir que, si caemos en soledad, debemos tratar interiormente de hacer un esfuerzo y ver la posibilidad de profundizar nuestro mundo interior por encima de los vaivenes de la vida; pero solo será así cuando ésta es deseada, elegida y aceptada.
Por cierto, sabemos que, en la mayoría de las personas, no es así. Hay una soledad amarga que hemos de soportar a la fuerza por limitaciones de nuestro carácter o por frustraciones que irrumpen en nuestra existencia, o por las infiltraciones inadvertidas en las distintas dimensiones de nuestro ser.
Los monjes y monjas responden al llamado de Dios y se retiran a los Monasterios. En la Historia de la iglesia, se presentan muchas formas de vivir en soledad, las cuales se agrupan en ermitaños o en monacatos. Digamos que la soledad para estas personas, hermanos nuestros, se torna en sacramento: espacio sagrado. San Ammonas la considera como el origen de todas las virtudes cuando enumera: “En primer lugar, la soledad; la soledad engendra la ascesis y las lágrimas. Las lágrimas engendran el temor”. Los elogios de la soledad, del desierto, de la celda, han sido cantados en todos los tonos por los escritores del monacato antiguo. Son alabanzas sinceras y razonadas. San Arsenio, hallándose todavía en el palacio imperial, oró a Dios en estos términos: “Condúceme a un camino en que me salve”. Oyó una voz que le decía: “Arsenio, huye de los hombres y te salvarás…”.