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Оглавление1ª Presentación
Siempre es un gusto encontrarnos en cada libro que les presento. Los ya publicados en orden cronológico han sido “El Sentido de la Vida”, “La ansiedad y nuestros interrogantes”, “La Soledad en estos tiempos”, “El Amor no procede con bajeza”, “Nuestros enojos: conflictos enigmáticos” y ahora el sexto “Dios perdona y olvida”.
En esta ocasión le he puesto el título “Dios perdona y olvida” dado que bien sabemos, el olvido es lo que más cuesta debido a que la memoria tiene la función de “evocar”, recordar, y si no interviene la voluntad, se tornará complejo hasta imposible llegar a olvidar por un acto de Fe en Jesús Misericordioso. Por eso, trataremos una “emoción y sentimiento” particular que el Señor Jesús enfatizó y es la experiencia del perdón de Dios.
Esencialmente se trata de una actitud que debemos llegar a construir. Ciertamente, una actitud propuesta por el Señor es el resultado de una vida afectiva encauzada en Cristo. Nos recuerda San Pablo en la Carta a los Filipenses: “Tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Flp 2, 5) y llegar a esto es lograr orientarnos hacia la santidad ya que la actitud explícita que Jesús nos enseña es “perdonar a los que nos han ofendido” (Mt 6, 12) y tener la humildad de pedir perdón a quienes pudimos haber llegado a ofender.
Claro está que existe una doble dimensión siempre que hablamos del perdón. Una es pedir y otra es otorgar. Un acto impulsivo de cualquiera de ambas dimensiones sería un gesto de inmadurez. Y, el perdón no es solo un gesto sino sostuvimos una actitud.
Todo lo que hacemos los hombres, tanto lo extrínseco como lo intrínseco, debe ser hecho en dos categorías metafísicas primordiales que son “espacio y tiempo”.
El espacio en muchos será definitivamente el Sacramento del perdón si entendemos la necesidad de la sacramentalidad del mismo. También podrá ser como nos enseñan San Clemente de Alejandría y Orígenes una oración (Salmo 50 – Miserere), la oración en comunidad, una obra de caridad, en la que damos hasta que duela, como nos enseña Santa Teresa de Calcuta. Estamos refiriéndonos a un ofrecimiento. La ofrenda es un término de la Espiritualidad que sustancialmente es muy significativo ya que con esfuerzo donamos a Dios amor y entrega. Sin embargo, el primer espacio consiste en “escuchar la voz de Dios” (Gaudium et Spes 16) que es, en verdad, nuestra conciencia religiosa, un encuentro de desnudez interior frente al Padre de Misericordia cuya imagen la vemos claramente en Cristo el Señor. Él es el ícono de la Misericordia del Padre. Como nos enseña San Pablo: “Tengamos entrañas de Misericordia…”.
El espacio interior es fundamental. Dios se manifiesta en la Carpa del Encuentro, esto es, cuando el hombre percibe la invitación de Dios a la reflexión y al Silencio de Dios.
El tiempo obedece a la esencia existencial de cada uno. Nuestra historicidad pasa por la experiencia de sucesos que indican éxito, fracaso, logros, frustraciones, gozo interior, tinieblas, vacíos, oscuridades. A la vez “ser de Dios” implica experiencias de paz y bienestar en nuestra historia, a pesar de no tener alegría por momentos breves o prolongados. No obstante, la “paz y el bienestar” aseguran la Presencia de la Trinidad en el alma. La paz nos da estabilidad emocional. El bienestar nos otorga un equilibrio en nuestro ánimo.
Cuando estos “residuos” de no poder perdonar como tampoco tener la sabiduría de pedir perdón en cada caso aún permanecen, la paz y el bienestar no logran establecerse en el alma.
Aún pedir u otorgar el perdón a personas que ya han hecho su Pascua al Padre es posible por medio del estado de Gracia que nos produce la Alianza con Dios. Más aún, entiendo y acepto que éticamente es meritorio hacerlo por la fe en Cristo; cuánto más si buscamos andar en el Camino de la virtud. Todas las virtudes se cultivan en las actitudes. Desde el plano actitudinal, lograremos una óptima actitud humana. Desde el prisma de la virtud, estaremos hablando del plano de la fe: la santidad. Ambos planos se unifican en el Evangelio. No hay uno sin otro.
Si auténticamente aceptamos que la Misericordia de Dios es Eterna (Sal 117), no perdamos un solo momento sin buscar vivir reconciliadamente.
Pastoralmente identifiquemos con claridad que una cosa es el perdón y otra la reconciliación. La diferencia radica en que el primero es unilateral mientras que el segundo es bilateral.
Puede ocurrir que las personas puedan negarnos el perdón. No así Dios. Dios siempre perdona. Como enseña el Apóstol: “Dios no se desdice a sí mismo”; y el perdón de Dios es para siempre: “No me acordaré de tus pecados” (Is 43, 25).
Deseo que todos los elementos que aporto en mi libro sean un servicio concreto para sanar a muchos que conociendo el Amor de Dios se sienten impelidos a proceder con humildad, sumisión y obediencia a las enseñanzas del Maestro.
Agradezco de corazón al Señor por poder ser un instrumento útil. A nuestra Madre Santísima la Virgen, Estrella de la Evangelización. por acompañarme a través de treinta y tres años de predicar retiros mensualmente a sacerdotes, religiosas, religiosos, monjes y monjas y tantos laicos de la Iglesia.
A todos mis hermanos de nuestra Casa de Formación y Oración “La Divina Misericordia” y a tantos oyentes de radio que en estos veintitrés años ininterrumpidos en la conducción de programas de radio en dieciocho radios Amplitud y Frecuencia moduladas han sido y son consecuentes en la búsqueda sincera de Dios.
Les expreso mi afecto sincero y gratitud por tantos gestos de amor auténtico.
Claudio Rizzo.