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2ª Predicación

“Beneficios divinos: andar en la verdad II”

La verdad y el orgullo

“Indícame tu camino, Señor,

para que yo viva según tu verdad”.

Salmo 86, 11a

A la luz de la reflexión filosófica considerar la diferencia que se presenta a la razón entre verdad ontológica y la lógica es fundamental. La ontológica es previa a la lógica dado que nos es dada (por ej. sentir, comprender) y la lógica es aquella que está en consonancia con la conformidad con el ente (relación intelecto con el ente). La verdad objetiva es la que está fundamentada en el objeto y la sustenta y la subjetiva es la visión personal sujeta a un objeto, la cual puedo o no tener sustento ontológico.

Ahora, ¿qué sucede con nuestro orgullo? Ciertamente, el orgullo puede ensombrecer la verdad. El orgullo está sujeto a nuestra propia esclavitud y carencia de deseos no concretados, lo cual conduce a la frustración. Al no tener trabajada nuestra voluntad y por tanto revisar nuestra vida con frecuencia, nos topamos con la experiencia de la autoabsorción (narcisismo) que adopta muchas formas. Algunas son normales en la infancia, pero no en la edad adulta. Erich Fromm llamó a este tipo de rebelión orgullosa “narcisismo maligno”; es decir una voluntad que no se somete. Todos los adultos mentalmente sanos se someten de una u otra forma a algo superior a sí mismos. Los cristianos, al Señor Jesucristo. Otros defienden y se someten a ideales bajo la denominación de verdad, amor o alguno otro. Aquellos de nosotros que nos sometemos a Dios, intentamos profundizar y rumiar el Evangelio para actuar consecuentemente. En vez, los que no están en el Camino, si están normalmente sanos, se someten a personas amadas, a objetivos profesionales-comerciales, en una palabra, a los dictados de su propia conciencia.

En los insanos, la voluntad es la que se impone hasta incluso llegar a anular su responsabilidad moral sobre los hechos. Estas personas muestran una llamativa fuerza e incidencia para convencer a los otros de acuerdo con su voluntad. Intentan controlar a los otros. Entre ellos, están los mitómanos…

Tengamos presente que una voluntad muy poderosa puede distinguir a los buenos y a los malos en cada caso. La voluntad puede inclinarse para el bien o para el mal. Lo vemos en el Señor como lleva a cabo la voluntad del Padre para la redención del género humano. Acá observamos claramente Su sometimiento. En cambio, un Hitler era la de él mismo. Por eso, de esto esbozamos una enseñanza clara para lo que estamos tratando y es que se da una notable diferencia entre la buena disposición y la terquedad.

Como el orgullo es la raíz del mal, no es accidental que se lo considere el primero de los pecados. Cuando en teología hablamos del pecado de soberbia no nos referimos a la sensación de logro legítimo que se puede disfrutar después de un trabajo bien hecho. Si bien esa clase de orgullo, como el narcisismo normal, puede tener sus peligros, también forma parte de una sana confianza en sí mismo y de un sentido realista del propio valor.

Cuando teológicamente hablamos de soberbia nos referimos a un tipo de orgullo que niega de manera poco realista nuestra naturaleza pecadora inherente a nuestra imperfección – una especie de orgullo arrogante que empuja a las personas a rechazar y hasta atacar el juicio implicado en la evidencia cotidiana de sus propias falencias. El filósofo Buber, incluso, sostiene que “los narcisistas malignos” insisten en “la afirmación independiente de todo lo observado”. Es un tema que está en investigación continua. Sin embargo, una teoría dominante de la génesis del “narcisismo patológico” dice que es un “fenómeno defensivo”. Como casi todos los niños pequeños demuestran un formidable acervo de características narcisistas, se supone que el narcisismo es algo que generalmente “se supera” en el curso de un desarrollo normal. Ayuda notablemente estar en el Camino, teniendo una formación permanente, estar acompañado por personas generosas. Al respecto, enseña Santa Teresa de Jesús “no procedamos como las personas que dan un obsequio y luego lo quitan o lo retacean. Si ponemos nuestra libertad en manos de Dios, no la retomemos por nuestra cuenta”. Así como hay una tendencia de los ricos a volverse más ricos, y los pobres más pobres, parece haber una tendencia de los buenos a hacerse mejores y los malos peores.


Quiero traer a colación el enfoque de Erich Fromm, ya que habló bastante extensamente de estos asuntos: “Nuestra capacidad de elegir cambia constantemente con nuestra práctica de la vida. Cuanto más tiempo seguimos haciendo malas elecciones, más se endurece nuestro corazón; cuanto más frecuentemente tomamos las decisiones correctas más se ablanda nuestro corazón…o, mejor dicho, cobra vida… Cada paso de mi vida que aumenta la confianza en mí mismo, mi integridad, mi coraje, mi convicción, aumenta también la incapacidad de elegir la alternativa deseable, hasta que finalmente se me hace más difícil elegir la acción indeseable en lugar de la deseable. Y, a la inversa, cada acto de capitulación y cobardía me debilita, abre el camino para que cometa más actos de capitulación, y finalmente se pierde la libertad. Entre el extremo donde yo no puedo cometer una mala acción y el extremo donde ya he perdido mi libertad para hacer una buena acción, existen infinitos grados de libertad de elección. En la práctica de la vida el grado de libertad para elegir es diferente en cualquier momento dado. Si el grado de libertad para elegir el bien es alto, se necesita menos esfuerzo para elegir el bien. Si es pequeño, se necesita un gran esfuerzo, ayuda de otros, y circunstancias favorables. La mayor parte de la gente fracasa en el arte de vivir no porque sea intrínsecamente mala o tan carente de voluntad que no pueda vivir una vida mejor; fracasa porque no se despierta para ver cuando está en una encrucijada del camino y tiene que decidir. No se da cuenta cuando la vida le hace una pregunta, y cuando todavía tiene respuestas alternativas. Luego, con cada paso que da por el camino equivocado encuentra cada vez más difícil admitir que está en el camino equivocado, a menudo sólo porque tiene que admitir que debe volver hacia el lugar donde dobló mal por primera vez, y aceptar el hecho de que perdió energía y tiempo”.

Es evidente que Fromm vio la génesis de la maldad humana como un proceso de desarrollo: no se nos crea malos ni se nos obliga a serlo, pero nos volvemos malos con el tempo a través de una larga serie de elecciones. Destaquemos su punto de vista, en particular, su énfasis en la elección y voluntad. Creo que tal como está es correcto. Igualmente, la voluntad de elección es la primordial…la que tiene estrecha relación con el Evangelio de Jesucristo. El uso de la libertad conforme a la conciencia que, como enseña, San Ambrosio es “el primer vicario de Jesucristo” es crucial en nuestras opciones. En Mt 10, 39 encontramos: “El que encuentre su vida, la perderá: y el que pierde su vida por mí, la encontrará”. El Señor toma una expresión corriente entre los judíos, y le da un sentido nuevo; el que no teme perder su vida o los bienes que ella ofrece = sometimiento al designio de Dios (Autor-Creador-Dueño y Consumador de nuestra historia), alcanza la verdadera vida, es decir, el Reino de Dios.

Santa Teresa de Jesús sugiere “darnos enteramente a Dios, poniendo nuestra libre voluntad en sus manos y, para lo cual es preciso desprenderse (despegarse) de todo. ¡Hágase en mí tu voluntad!, de todos los modos y maneras que tú quieras. Si es con grandes trabajos, dame tu ayuda y los soportaré. Lo mismo si es con persecuciones, enfermedades, difamación y suma pobreza. Aquí estoy, no retrocederé. ¡Utilízame para lo que tú quieras!”.

“Es evidente que la voluntad y el deseo actúan conjuntamente. En el origen del valor está el deseo. Lavelle afirma que “es que el deseo tiene en sí mismo un fundamento metafísico: expresa en la naturaleza propia de cada ser esa suerte de insuficiencia y de demanda de acabamiento que él mismo es incapaz de satisfacer”. Esto equivale a que el sentido metafísico del deseo se ve reflejado en el hecho de la distinción entre deseo real y deseo posible siendo este último de carácter infinito – y de la desproporción constantemente producida entre aquello que actualmente solicita el impulso, y la deseabilidad sin término cuyo horizonte nunca deja de entreabrirse al alma.

Nos preguntamos, nos respondemos:

 Conviene tener siempre presente que el orgullo ensombrece la verdad.

 La fidelidad al Espíritu Santo es esencial. De lo contrario las ideologías pueden empoderarse de nosotros. Tanto en lo político como en lo religioso hay personas que intentan persuadir hasta convencer con “carácter de consagración” que hay que entregarse a una ideología, aunque no la llamen con este nombre. La fidelidad al Espíritu se logra a través de la incorporación de los valores evangélicos. Sin embargo, la experiencia demuestra que hay “lecturas” de cómo vivir la fe que conforman soterradamente una ideología.

 ¿Te sentís capaz de ser fiel al Señor sin necesidad de involucrarte con ninguna ideología? Toda ideología solo fundamenta una mirada centrípeta. Solo quiere que se viva la vida así y no de otra manera. Sé libre en la vida de la Iglesia. Así somos más útiles a Cristo, a la Iglesia y a los hombres.

 Otra cosa es la identificación carismática que según el llamado de Dios cada uno puede tener. En el orden laical Dios puede llamarnos a pertenecer a una espiritualidad específica. Puede ocurrir. No obstante, “Nuestra capacidad de elegir cambia constantemente con nuestra práctica de la vida. Cuanto más tiempo seguimos haciendo malas elecciones, más se endurece nuestro corazón; cuanto más frecuentemente tomamos las decisiones correctas más se ablanda nuestro corazón” como sugiere pensar Fromm.

 Santa Teresa de Jesús nos propone: “Darnos enteramente a Dios, poniendo nuestra libre voluntad en sus manos y, para lo cual es preciso desprenderse (despegarse) de todo”. ¿lo estás haciendo?

“Mi esperanza está puesta sólo en ti”

Salmo 39, 8b

La verdad, fuente de santidad

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