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3ª Predicación

“Beneficios divinos: andar en la verdad III”

La verdad y la discreción (1)

“Cuando venga el Espíritu de la Verdad,

él los introducirá en toda la verdad”.

Juan 16, 13

Al introducirnos en este encuentro, entiendo que puede ayudarnos mucho tratar de deshacer o bien impedir que se haga aquello que Erich Fromm denomina “narcisismo maligno”, esto es, la autoabsorción que se puede dar en cualquier persona que no se comunica con Dios, con los hombres y consigo mismo en un clima agradable. Sabemos que el orgullo intenta siempre ensombrecer la verdad. Por eso, se desglosa la necesidad de autoanálisis que a la luz de la formación interdisciplinaria vamos logrando.

En el orgullo, por cierto, esclavizante, las mentiras se amesetan cada vez más hasta oscurecer la libertad que Dios nos ha dado. Junto a las mentiras fantásticas (imaginarias), las imitativas (ausencia de verdad), de exageración (aquellas de la niñez mayormente, con carácter de exageración versus moderación), las sociales (en las que lo inexacto es factible… por ejemplo “decí que mamá no está”, las defensivas (para evitar consecuencias de conducta); también existen las compensatorias, las antagónicas, las vengativas, las patológicas. Y no podemos obviar que otra causa básica de la mentira es la falta de buena relación con Dios.

Inmiscuyámonos en las compensatorias. Es común que aún los niños ya caigan en esta trampa. Todo depende de la relevancia que los padres o tutores han dado a cosas tales como las calificaciones o habilidades. El niño puede sentirse “justificado” al suministrar datos falsos para impresionar a sus maestros, padres o amigos. No es que quede para siempre este modo de actuar. Las personas que se ven sobre exigidas en toda una serie de correlatividades, tienden a usar esta conducta para defenderse. A veces, ocurre en los trabajos + empresas + parejas o relaciones afectivas, etc.

Mentiras antagónicas: En la niñez es común que cuando el niño se impaciencia con otro miembro de la familia que continuamente lo moleste, puede inventar mentiras para que dejen de molestarlo. Por ejemplo, si el niño está juzgando y repetidamente la madre le pide que vaya a un mandado, quizá respondía que se siente enfermo y no puede realizar la tarea.

Sin lugar a dudas, somos seres históricos y nuestra trama no está eximida de nuestra niñez y adolescencia. El antagonismo es un recurso de alivio que usa la persona que no sabe defenderse de cosas que la sobrepasan. Hay situaciones psicológicas muy conflictivas. No todos tienen la posibilidad de aprender o estar junto a personas sanas quienes, sin tomar la actitud de enseñar, con su ejemplo nos aportan enseñanzas.

Mentiras vengativas: El niño enojado con sus padres por creer que lo tratan injustamente puede recurrir a la mentira para vengarse…Puede, incluso, hasta inventar historias de malos actos suyos para escandalizarlos y “desquitarse” de ellos. Como nos daremos cuenta, esto se repite a veces en otras situaciones de vida…

Mentiras patológicas: Ésta es una condición de mentira crónica en que el individuo no parece obtener beneficio alguno de sus falsificaciones. Esta clase de mentiras, a menudo, va acompañada de diversas formas de delincuencia que indica grave conflicto emocional.

La mentira en el adulto suele ser indicio de que la persona es incapaz de aceptarse tal como es. Cuando la persona tiene un justo concepto de sí misma no necesita falsificaciones para defenderse o impresionar a otros con su valía. Pero quien se siente inferior, puede recurrir a la mentira con el intento de demostrar a los demás que tiene éxito.

Y luego de rever todo lo intrínsecamente humano, acudimos a la posibilidad de rever y purificar la diáfana relación con Dios que debemos lograr día a día en la integración y construcción de nuestra espiritualidad.

Sostiene Prov 12, 5: “Los proyectos de los justos son rectos, las maquinaciones de los malvados no son más que engaño”.

Quien no anda en comunión con Cristo está controlado por su vieja naturaleza. No tienen el deseo de vivir una vida justa y honrada. Se ausenta la mirada escatológica y se descuida al Cristo Caminante en nuestra historia…

La regla de San Benito de Nursia es llamada a menudo “discretione perspicua”, distinguida por la discreción. La discreción se convierte de esa manera en el cuño especial de la santidad benedictina. En realidad, no existe santidad sin ella; más aún, si se la entiende en profundidad y en todas sus dimensiones, coincide con la santidad misma que es lo que buscamos bajo esa denominación o bien camino de conversión. Por ejemplo, si se confía algo a alguien “bajo discreción”, eso significa, se espera que se guardará en secreto.

Pero la verdadera discreción es mucho más que la sola reserva. El discreto sabe, sin que se lo pidan expresamente, sobre qué cosas puede hablar y qué es lo que debe callar. El posee el don de distinguir lo que debe ocultarse en el silencio, de lo que ha de ser revelado; el momento en el que hay que hablar y el momento en el que hay que callar; a quién se le puede confiar algo y a quién no. Todo esto es válido no sólo para las cuestiones que le atañen personalmente, sino también para aquellas que se refieren a otros. Se considera también una “indiscreción” cuando alguien habla sobre cuestiones propias, pero en un lugar o en un momento poco indicados. El discreto no toca tampoco con sus preguntas lo que n deber ser tocado y sabe muy bien cómo y cuándo una pregunta es conveniente; y si fuera hiriente sabe dejarla de lado.

Puede incluso, ocurrir, que una suma de dinero nos puede ser entregada también “a discreción”, lo cual significa que podemos disponer de ella. Esto no quiere decir, sin embargo, que podamos utilizarla arbitrariamente. Quien nos entrega esa suma nos da libertad de acción, dado que está convencido de que nosotros somos quienes podemos determinar mejor qué es lo que se puede hacer con ella. En este caso la discreción es también un don de discernimiento. De manera muy especial tiene necesidad de ella quien tiene a su cargo la dirección de otras personas. San Benito habla de la discreción en relación con lo que se ha de exigir del Abad (Regla de S. Benito, Cap. 64): “El Abad tiene que ser en sus ordenaciones providente y reflexivo; ya se trate de una ocupación divina ya humana, que él imponga, debe distinguir y sopesar teniendo en cuenta aquel discernimiento de Jacob que dijo: “Si ajetreo demasiado a mi rebaño, moriría todo en un solo día”, Gn 33, 13. Esto equivale a que el abad habrá de cobijar en su corazón ese y otros testimonios a favor del don del discernimiento, la madre de todas las virtudes (la prudencia) para poder tomar aquellas determinaciones que exige el valiente y que no asustan al débil.

Por eso, en esta actitud, podemos entender la discreción como “la sabia mesura”, pero la fuente de una tal mesura es el mismo don de poder distinguir qué es lo que conviene a cada uno.

Nos preguntamos, nos respondemos:

 ¿Qué lugar ocupa la mentira en tu vida?

 Desde la niñez hasta ahora, ¿podes observar cuánto maduraste?

 ¿Qué lugar viene ocupando la formación que compartimos hasta el día de hoy: indispensable, necesaria o simplemente contributiva?

 ¿Cómo te sentís frente a lo reflexionado sobre la discreción?

 ¿Cuál/es son tus impedimentos actuales para ser discreto: escrúpulos, tendencias, personas influyentes o falta de formación?

 Hoy, ¿agradeces al Señor Jesucristo que nos instruye en la discreción para andar en la Verdad?

“El Señor es justo y ama la justicia,

y los que son rectos verán su rostro”.

Salmo 11, 7

La verdad, fuente de santidad

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