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2ª Predicación. “Nuestros desafíos en el proceso de conversión”. Pisco-teología de la conversión II

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“Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras,

y se revistieron del hombre nuevo,

aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto,

renovándose constantemente según la imagen

de su Creador”.

Colosenses 3, 9b-10

Revestirse del hombre nuevo no es otra cosa sino avanzar hacia el conocimiento perfecto, renovándonos interiormente. Esto es conversión: es un proceso que marcha hacia la consumación.

Hay dos elementos constitutivos del proceso: 1) lo religioso en el hombre y 2) el encuentro con Dios como experiencia mística. Ambos, de facto, revelan a la interioridad de cada uno y a muchos que están en el Camino la conversión, que como experiencia religiosa vamos consustanciando a la Voluntad de Dios que siempre la desea. A lo largo de la Biblia Dios invita a la conversión.

Lo religioso en el hombre está compuesto por distintos factores:

a) La atracción por la naturaleza (como experiencia de trascendencia).

b) Nuestra sana tendencia a la vida mística (experiencia de comunión y Presencia actuante por parte de Dios).

c) El interés de servir a los otros según sus necesidades (escuchándolos, ofreciéndonos, compartiendo cosas propias para aliviar a otros).

d) Constancia por conseguir objetivos.

e) Mayor anhelo del silencio.

f) Añoranza de espacios de formación y oración, como tiempos consagrados.

En término psicológicos, desdoblaríamos este desglose como “conciencia posicional del yo”. Por lo general, los psicólogos no aceptan la religiosidad como una tendencia, pero la evidencia de casos concretos nos hace intuir la existencia de una tendencia que se manifiesta con más fuerzas en algunos seres humanos y que pasa casi inadvertida en otros, o que es canalizada por otras vías.

Generalmente, se reconocen como innatas dos clases de necesidades:

1. Las físicas (hambre y sed) y

2. las sexuales.

Nosotros hoy podemos vislumbrar la convicción de añadir “la necesidad de devoción del ser humano”.

Es cierto que las tres “herencias” comunes a todos los seres humanos, es decir, la social, la constitucional y la genética conforman la “imagen de Dios” que cada uno pueda tener. Sin embargo, “Lo religioso en el hombre” tiene un poder coaccionante para introducirlo en la vida sagrada.

Sin perder de vista los factores antes enunciados, orientémonos a profundizar cada uno de ellos, lo cual nos permitirá evaluar a la luz del Espíritu, nuestro proceso de integración para una conversión saludable.

a) La atracción por la naturaleza: alguna vez acudimos a San Juan de la Cruz quien nos enseña que en un contemplativo se empieza por contemplar la “theoría physiqué” (la apreciación de lo creado) y luego la “theoría theologyqué” (la contemplación del mismo Dios). Coincidiremos en que esto es inobjetable. Comenzamos por darle a la naturaleza un sentido trascendente y no solo utilitarista en cuanto nos sirve y del cual vivimos los hombres.

b) Nuestra sana tendencia a la vida mística (experiencia de comunión y Presencia actuante por parte de Dios): la vida mística ya no pasa a ser una dimensión reservada para algunos hermanos, sino una posibilidad que el mismo Dios otorga al “alma anhelante” de su Ser, es una experiencia de Amor Sobrenatural.

c) El interés de servir a los otros según sus necesidades (escuchándolos, ofreciéndonos, compartiendo cosas propias para aliviar a otros): el interés a veces es innato y otras es provocado por otros o por la misma Palabra de Dios. Deberíamos acuñar este axioma: “Según el interés, serán los resultados”.

d) Constancia por conseguir objetivos: la constancia es un trabajo ascético de la voluntad y por eso no conviene olvidar lo que enseña Santo Tomás de Aquino y es que “la voluntad busca el bien conocido por el entendimiento”. Por tanto, en gran parte, depende de lo que entendemos, así se expresa nuestra voluntad. Cuando estimamos algo como bueno, noble, productivo, conveniente, perseguimos ese objetivo. De lo contrario, es aconsejable, retirarse de la escena (por ejemplo, hablar con gente que no sabe escuchar. El resultado es que se monologa – no hay diálogo) y tantos otros ejemplos.

e) Mayor anhelo del silencio: Enseña San Arsenio: “Cuanto más se permanece en silencio, más se adquiere la simplicidad de la vida”. Uno de los verbos que verdaderamente cuesta integrar a la vida es el verbo “simplificar”. Este adquiere distintas connotaciones: callar a tiempo, evitar la discordia, generar tolerancia, amar…

f) Añoranza de espacios de formación y oración (como tiempos consagrados): cuando autenticamos valoramos la necesidad ineludible y a la vez subyugante de la formación y la oración; entramos en camino, peregrinamos. Quiero significar que no hay experiencia religiosa legítima si no nos ponemos en camino. Serían solo ilusiones sentimentalistas en las que solo los impulsos, que bien conocen su transitoriedad, dirigiesen nuestra espiritualidad.

Claro está que la personalidad se va formando a través de un proceso que incluye una serie de estadios evolutivos que conducen hacia la consumación del proceso de maduración. Como ha dicho Filloux: “La personalidad es una historia dentro de una historia más amplia”.

Algunas personas solo sobreviven. Estas personas son aquellas que manejan las dificultades de la vida más efectivamente y están mejor equipados para avanzar en ella. Tengamos presente algunas características:

a. Tienden a planear de antemano para poder enfrentar efectivamente las transiciones de la vida.

b. Cuando no es posible planear con antelación, aprenden de otros que han pasado por tiempos difíciles en la vida.

c. Encuentran formas saludables de expresar dolor, enojo y resentimiento. No embotellan sus sentimientos de dolor, ni se quejan y contagian con su incomodidad a los demás.

d. No viven aisladamente.

e. Tienen referentes/modelos a los que siguen.

f. Son personas que desean aprender y crecer.

g. Aceptan responsabilidades para hacer que sucedan cosas en sus vidas.

A estas personas las llamamos “sobrevivientes bendecidos”.

No obstante, hay otras características que quisiera nos queden claras respecto de lo abordado:

1. Son optimistas, durante los tiempos difíciles su optimismo perdura: nos podemos preguntar si somos optimistas o pesimistas. ¿Cuál es nuestra tendencia, sobre todo en los tiempos arduos de la vida?

2. Disfrutan de la vida: aún en los momentos críticos pueden reír; preservan y cuidan mucho su presente. Entonces, al tener presente, disfrutan… Disfrutar es un aprendizaje, indudablemente.

3. Aprenden a utilizar las aflicciones y crisis de la vida para hacerse más fuertes y sabios. ¿podés pensar en algún ejemplo de este tipo en tu propia vida?

4. Son flexibles, resistentes y adaptables. Estas características nos ayudan a trabajar con las experiencias de la vida. Mientras más rígida sea una persona, menos esperanzadora es su vida, por cuanto la rigidez hace que el cambiar de dirección se dificulte. ¿Cuál de estas palabras usarían los demás para caracterizarte: ¿rígido o flexible? No está demás preguntarle a algún íntimo si nos ven inseguros…

5. No se rinden. El ánimo y la determinación son su emblema. Esperamos que también sean nuestro emblema ya que reflejan una persona de esperanza y fe.

Nos preguntamos, nos respondemos:

A la luz de lo que hemos compartido:

ü ¿Cómo ves tu vida de fe?

ü ¿Te sentís un “sobreviviente bendecido”?

ü ¿Qué características te gustaría adquirir según lo que hemos profundizado?

ü ¿Qué integrarías sin dudar, a tu proceso de conversión hoy mismo?

“Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu

no puede entrar en el Reino de Dios”.

Juan 3, 5

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