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3ª Predicación. “Nuestros desafíos en el proceso de conversión”. Pisco-teología de la conversión III

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“…aquellos que han puesto su fe en Dios

procuren destacarse por sus buenas obras.

Esto sí que es bueno y provechoso para los hombres”.

Tito 3, 8

Esta es una exhortación al control de nuestras actitudes. San Pablo urge a Tito para que lo que pensamos, sentimos, oímos, decimos e integramos resulte en actitudes revestidas de “bondad y utilidad” para los otros. Por ejemplo, saber callar a tiempo, silenciar algunas cosas, no verbalizar todo lo que observamos o sentimos, aprender a llevar al centro de nuestra interioridad del alma cosas inherentes a la vida de las personas, sensatez, un cierto nivel de tolerancia, aprender a convivir con las diferencias de otros siempre y cuando no alteren el orden interpersonal, etc.

En este logion bíblico meditemos la posibilidad de “ver” la relación que existe entre el psiquismo de cada uno con su alma (este componente espiritual a través del cual Dios inspira, advierte, reconforta, alecciona). Claro que si lo que hay en nuestro aparato psíquico dista de lo que el Señor Jesucristo nos enseña, difícilmente lograremos la conjunción a la cual estamos llamados para que la mente y el alma se direccionen hacia el proceso de conversión, que, como tal, abarca diferentes etapas. Estas, lógicamente, están relacionadas con nuestra “trama historial”: el inconsciente colectivo.

Por eso, somos seres instanciales (circunstancias (intrínsecas y extrínsecas), etapas de la vida, desafíos actuales, desarrollo de nuestras catexias (capacidades amatorias), la edad. Fuera de este marco, nuestro autoanálisis sería incierto y si es tal nos costaría mucho alcanzar los “ejes de coherencia” necesarios para seguir caminando por el Camino de la Vida y cuánto más, en la Vida en el Espíritu. En breve, nuestra vida está sujeta a la “ética de situación”.


El hombre es ciertamente, un organismo bioquímico, pero es mucho más que eso. El estudio de los genes es obra inconclusa. Los genes son tan útiles a la genética como lo es el átomo a la física, pero queda mucho por estudiar. Si consideramos al hombre solo desde el punto de vista genético tendríamos que llegar a la conclusión de que no es otra cosa que una máquina bioquímica. Todos sabemos que es mucho más que eso. Hay aspiraciones trascendentales.

Sostenemos que la “herencia constitucional” se refiere a la vida intrauterina del feto. Sabemos que un niño que no es deseado por sus padres puede traumatizarse antes de nacer. Sabemos, además, que accidentes de parto, así como las reacciones psíquicas al nacer pueden originar estructuras congénitas. Otto Rank afirma que mediante la hipnosis ha llevado a pacientes hasta el trauma mismo del nacimiento. Es en la herencia constitucional donde incluimos la obra del Espíritu Santo, sea que este obre mediante el estado espiritual provocado en la madre por las revelaciones objetivas; como hemos visto en la Virgen Santísima María, la madre de Jesús y también en las madres de Juan el Bautista y Sansón, o sea que obre de otra manera.

Todos concordamos en que, si no hacemos “cambios estratégicos”, esto es, ni simples ni complejos, sino aquellos en los que hay que pensar para luego poner en práctica las distintas maniobras que nos conduzcan favorablemente a “vivir el Evangelio” buscando siempre la Voluntad de Dios, no podremos llegar a ser “sobrevivientes bendecidos”.


Quiero invitarles a ahondar nuestra mirada espiritual en algunas actitudes que considero fundamentales para sobrevivir bajo la bendición de Dios. Algunas veces pensamos que los sobrevivientes son personas extraordinarias. Algunos lo son, pero la mayoría no. Las personas de esperanza y fe tienen sus fallos y defectos. Son como los demás, con una excepción. Tienen formas diferentes de pensar.

Veamos, entonces, algunas actitudes que caracterizan a los “sobrevivientes bendecidos”:

1. “Examinaré el futuro y permitiré que Dios guíe lo que hago en el presente”

Muchos, al llegar a la madurez o a la vejez se desesperan. Lamentan la forma en que han vivido y se dan cuenta de que les queda poco tiempo para cambiar algo. Quizás si revisamos nuestras prioridades y valores a una edad más temprana podremos obtener una mejor dirección para nuestras vidas y estar satisfechos en los últimos años.

Nuevamente, se hace presente la necesidad de redimensionar nuestro mundo opcional, y debemos partir de aquella revelación del Gn 1, 26: “El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios”. ¿En qué consiste “ser imagen y semejanza de Dios”? En el libre albedrío, que es la capacidad para poder elegir. Claro que en la vida nos topamos con dos tipos de libertad: una es la libertad interior y otra la exterior. La primera es “de elección”, la segunda “de coacción”; sin embargo, ésta última, no deja de ser libertad. Objetiviza el bien mayor. Por ejemplo, ir a trabajar aunque no nos guste el tipo de trabajo o nos aburra o no sea un buen grupo humano. Se prioriza el sueldo… Ahora, aquí nos podemos interpelar y preguntarnos si deseamos eternizarnos en esto. La re-dimensión consistiría en abrir el espectro de posibilidades, contactos, intensificar la oración y pedir ayuda a nuestros referentes, evaluar la edad que tenemos y lo que sabemos hacer; cuánto nos queda para jubilarnos y con qué contamos.

De acuerdo con la Escritura, vivir con una visión futura es saludable y esperanzador. Jesús dijo: “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré”, Jn 14, 12-14.

Incluso, veterotestamentariamente, Dios le pidió a Abraham mirar hacia el futuro. En Gn 13, 14-16 instruyó a Abraham a contemplar hacia el norte, el sur, el este y el oeste, hacia la tierra que Él le daba. Luego en el versículo 17, Dios le pide a Abraham, entonces Abram, que haga algo muy extraño: “Levántate ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho, porque a ti la daré”. Ahora bien, para construir en Abram la confianza de una persona que se arriesga, el Señor tuvo que ayudarlo a reclamar la realidad de lo que parecía imposible. Él no sólo le dio una visión, sino que también lo hizo caminar en ella hasta que la hizo suya. Entonces, si extrapolamos esta realidad bíblica a la vida de cada uno de nosotros, Dios hace lo mismo. Primero nos da el sueño imposible, luego nos ayuda a ver cómo sería poseerlo y luego a través de nuestra conversión (psiquis-alma) nuestra imaginación nos ayuda a figurar persistentemente la realidad. Preguntémonos, por tanto, hoy: ¿Cuál es nuestro sueño?, ¿analizaste tu futuro? ¿Lo harás a partir de hoy?

2. “No importa lo que suceda, no permitiré la derrota”

Esta actitud promueve la posibilidad de seguir intentando y no darse por vencido. “Las armas de nuestro combate no son carnales, pero, por la fuerza de Dios, son suficientemente poderosas para derribar fortalezas”, 2 Co 10, 4. Para ello, es conveniente consultar a Dios, antes de cualquier emprendimiento a fin de que sea auténticamente voluntad de Dios lo que proyectamos y no “nuestros caprichos u obsesiones”. Cuando Dios bendice un proyecto, ni el desaliento ni la desesperanza advienen. La primera manifestación aprobatoria por parte de Dios es la “preservación de nuestra animosidad”, dado que desde el ánimo es que los proyectos son iniciados.

Tengamos en cuenta la vida de los santos, varones y mujeres, en los distintos modelos de santidad.

Nos preguntamos, nos respondemos:

ü ¿Te autocompadeces en relación a tu historia de vida? Hacerlo es bueno, instalarse no lo es.

ü La autocompasión permanente puede provocarte una cerrazón inconsciente de tu vida, algo así como si tu historia se sujetara solamente a una etapa de tu vida (especialmente niñez y/o adolescencia).

ü Cierra capítulos de vida, sabiendo que Cristo Jesús se entregó por vos. De no cerrar capítulos, tu vida no continúa, se quedó allí en el pasado. Al cerrarlos, tendrás presente y así “permitiré que Dios guíe lo que hago en el presente”.

ü Dios quiera, y vos también, que esta frase “No importa lo que suceda, no permitiré la derrota”, abra nuevos horizontes en tu vida.

“No hay mayor felicidad que la alegría del corazón”

Eclesiástico 30, 16b

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