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INTRODUCCIÓN

Hacia un nuevo ciclo progresista

para la política exterior de Chile

Cristóbal Bywaters C., Daniela Sepúlveda Soto y Andrés Villar Gertner*

Nuevas voces de política exterior: Chile y el mundo en la era post-consensual tiene por objetivo principal reflexionar acerca del estado actual y el futuro de las relaciones exteriores del país en las próximas décadas, a fin de esbozar los lineamientos de un proyecto progresista para un nuevo ciclo de la política exterior chilena. A través de un conjunto de ensayos propositivos que abordan algunas de las principales dimensiones de sus relaciones internacionales, se aspira a realizar una contribución sustantiva al creciente debate público en torno al lugar de Chile en el mundo, así como aportar a la renovación de las ideas de la política exterior y a la revitalización de la presencia del país en el mundo. Para ello, el libro reúne a destacados exponentes de las nuevas generaciones de internacionalistas nacionales y extranjeros, tantos hombres como mujeres, con experiencia académica, profesional y/o política en relaciones internacionales y áreas afines. Se busca, de este modo, contribuir a la reducción de las brechas de tipo generacional, de conocimiento y de género que persisten en la política exterior chilena.

La tesis central del libro es que, luego de más de tres décadas de vigencia, el proyecto internacional post-dictatorial se encuentra agotado y, por lo tanto, hoy es necesario avanzar hacia un nuevo ciclo de la política exterior chilena.1 En este nuevo ciclo, la política exterior debe orientarse a la generación de las condiciones externas necesarias para un desarrollo más sostenible, igualitario y justo de la sociedad chilena. Desde una perspectiva progresista, nuestra diplomacia debe poner en el centro de su narrativa y accionar a la democracia, los derechos humanos, el desarrollo inclusivo y la dignidad de las personas. En cuanto a su estrategia, el nuevo ciclo ha de diferenciarse del anterior por su intensividad; es decir, por su alto nivel de especialización en nichos diplomáticos claves, su creatividad y capacidad de iniciativa diplomática, la articulación de coaliciones ad-hoc, y la creación, consolidación y ampliación de bienes públicos regionales y globales. Para ello, se argumenta, será necesario contar con una diplomacia emprendedora.

Se proponen siete ejes de acción claves para el nuevo ciclo de la política exterior. En primer lugar, se requiere renovar el compromiso chileno con América Latina y superar el statu quo vecinal. El segundo eje es la revitalización del multilateralismo en crisis. Se debe, en tercer lugar, convertir a los derechos humanos en un sello distintivo de la presencia de Chile en el mundo. Asimismo, un cuarto eje es la necesidad de impulsar una política exterior feminista e inclusiva. Frente a la crisis climática global, se requiere apostar, en quinto lugar, por convertir al país en una potencia turquesa, combinando los componentes tradicionales (verde) de la protección del medio ambiente y el cuidado del océano (azul). El sexto eje propuesto se orienta a la construcción de una política exterior plurinacional. Finalmente, se requiere contar con una política exterior más democrática y participativa.

El libro busca responder a las siguientes preguntas: ¿qué características debería tener un nuevo proyecto progresista para el próximo ciclo de la política exterior? ¿Cuáles deben ser sus fundamentos, instituciones y principales instrumentos? ¿Por cuáles nuevos nichos y agendas tradicionales debería apostar el país para posicionarse en el mundo? ¿Cómo abordar las tensiones globales y regionales que enfrenta Chile? ¿Cuáles son, en definitiva, los principales desafíos que enfrenta la política exterior chilena en el nuevo ciclo político?

El presente ensayo introductorio se estructura como sigue. En la primera sección se realiza un balance general de la política exterior chilena post-dictatorial. La segunda sección aborda los nuevos contextos internacional y doméstico de la política exterior. En la tercera parte se explora brevemente la actual crisis de la política exterior chilena y se presenta una lectura crítica de la gestión internacional de la segunda administración del presidente Sebastián Piñera,. En tanto, en la cuarta sección se formula una propuesta para un nuevo proyecto progresista para la política exterior de Chile. Y finalmente, se volverá sobre el planteamiento general del libro y se presentará una visión panorámica de su estructura y contenido.

La política exterior post-dictadura

La posición de Chile en el mundo ha experimentado una drástica transformación durante los últimos años. En tan solo tres décadas (1990-2020), el país transitó desde una dictadura civil-militar de bajos ingresos y merecedora de un amplio repudio internacional, a una democracia relativamente exitosa y estable, de ingreso medio-alto, que a menudo suscitó elogios de gobiernos, organismos internacionales y medios de comunicación extranjeros. Fue en este breve lapso que Chile logró cultivar una cierta reputación internacional como un país donde “se hacen bien las cosas” y en el que “las instituciones funcionan”.

La política exterior no fue inmune al espíritu de la época. En un contexto de predominio de una versión empresarial de la identidad chilena,2 la supuesta excepcionalidad del país en la región permeó el discurso público local. Ideas tales como “Chile jaguar” y “Chile ganador” fueron representativas del sentido común neoliberal.3 Extinto el orden bipolar de la Guerra Fría, el país abandonó su adscripción al Tercer Mundo para pasar a identificarse con referentes del Norte Global que, con el tiempo, llegó a calificar como sus países afines en la sociedad internacional.4 Si bien, tanto por convicción como por estrategia, el país no se abstuvo de participar en espacios de concertación regionales y hemisféricos, la adopción de una estrategia comercial autónoma (el regionalismo abierto) contribuyó a reforzar su auto diferenciación respecto de América Latina, la cual se mantuvo como su prioridad declarada pese a que descartó tempranamente su ingreso pleno al Mercosur. En su presentación más benigna, la narrativa excepcionalista quedó plasmada en la idea del “liderazgo conceptual” que algunos atribuyeron al país en la región, aunque sus alcances nunca fueron del todo claros.5 En su versión más negativa, el excepcionalismo chileno exacerbó la diferencia al punto de afirmar que el país es “una buena casa en un mal barrio”, “el mejor estudiante de la clase” o, como afirmara el presidente Sebastián Piñera6 pocas horas antes del estallido social de octubre de 2019, “un verdadero oasis” en “una América Latina convulsionada”.7

En línea con el modelo de desarrollo extractivista imperante, el proyecto político internacional del periodo post-dictatorial correspondió, en lo fundamental, a una estrategia de tipo extensivo orientada a la ampliación de los vínculos internacionales del país y su plena inserción en la globalización. En su etapa más temprana, la política exterior tuvo como propósito central amarrar el nuevo régimen democrático al sistema internacional, por medio tanto de la construcción de consensos mínimos para la gobernabilidad del proceso de transición,8 como de la imposición de restricciones externas a los actores domésticos antidemocráticos. Como señalara el título de un libro de fines de los 80, se trataba de tener una política exterior para la democracia.9 En efecto, en visión de algunos de sus formuladores, el así llamado aislamiento político internacional10 que experimentó el país durante la dictadura civil-militar solo podía ser superado por medio de la restitución del vínculo entre democracia y política exterior que tradicionalmente había caracterizado a la diplomacia chilena.11 En la práctica, como se proponía en el programa de gobierno de la primera administración democrática (1990-1994), ello debía materializarse en la superación del ostracismo dictatorial por medio de la reinserción del país en la sociedad internacional, consistente en el restablecimiento, normalización y ampliación de los vínculos diplomáticos del país, tanto a nivel bilateral como multilateral.

El segundo y más conspicuo objetivo del ciclo extensivo de la política exterior fue la profundización de la inserción económica internacional del país. Se buscó expandir el acceso de productos locales con bajo valor agregado a los mercados internacionales, así como atraer el mayor volumen de inversión extranjera posible. Para ello, fue necesario reconstruir la confianza en la economía chilena y proyectar la imagen de un país con buena gobernanza y estabilidad social. La política comercial pasó a jugar un rol central en la estrategia de desarrollo. Como es conocido, junto con dar continuidad y profundizar la apertura unilateral de la economía iniciada durante la dictadura, procuró la articulación de una vasta red de acuerdos comerciales —inicialmente de complementación económica y luego de libre comercio—, y la promoción de regímenes multilaterales favorables a la estabilidad de las reglas del comercio internacional.

En perspectiva, y evaluado a la luz de sus objetivos, es posible afirmar que el ciclo extensivo de la política exterior post-dictatorial fue ampliamente exitoso. Impulsado por un contexto internacional favorable producto del fin de la Guerra Fría, el objetivo de reinsertar políticamente al país en la sociedad internacional fue conseguido de manera casi inmediata tras la restitución democrática. La adhesión a múltiples instrumentos del derecho internacional de los derechos humanos contribuyó a la estabilidad del nuevo régimen y reforzó su legitimidad externa.12 Asimismo, la influencia de la diplomacia nacional aumentó gracias a un activo papel en el sistema multilateral.13 Con los países vecinos, el desarrollo de mecanismos de solución de controversias y medidas de confianza mutua permitió descartar las hipótesis de conflicto de antaño, aunque, como demostraría el tiempo, la complejidad de las relaciones no amainaría. En lo que respecta a la inserción económica, la red de acuerdos comerciales convirtió a Chile en uno de los países con una mayor apertura económica y contribuyó tanto a la consecución de objetivos políticos y diplomáticos que trascendían la esfera estrictamente comercial,14 como a la acumulación de capital social internacional.15

El buen desempeño de la política exterior durante el ciclo extensivo se explica, en parte importante, por la coincidencia entre los pilares del orden internacional liberal de post-Guerra Fría y el modelo chileno; a saber, economía de libre mercado, democracia liberal (aunque largamente restringida por los enclaves autoritarios) y el imperio del orden y la certeza jurídica.16 La relativa estabilidad del sistema político durante la transición democrática y las décadas que le siguieron, así como las altas (aunque decrecientes) tasas de crecimiento económico experimentadas durante el periodo, permitieron al país articular una identidad internacional positiva en el contexto de la hegemonía neoliberal, siendo recurrente depositario del reconocimiento por parte de circuitos internacionales de poder que adscribían al Consenso de Washington.17 Ilustrativos de esta época de esplendor de la política exterior fueron, entre otros, el “Compromiso de Santiago” de la Organización de Estados Americanos (1991); la exitosa iniciativa chilena para convocar a la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social (1995); el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (2002) y los tratados de libre comercio con Estados Unidos (2003) y China (2006); la negativa a apoyar la invasión a Irak (2003); la participación chilena en la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (2004); la realización de la Cumbre de Líderes de apec en territorio nacional (2004); la Cumbre de La Moneda de unasur (2008); el impulso de la Alianza del Pacífico (2011) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (2013); y la iniciativa Nuestro Océano (2015).18 Un récord nada despreciable para un país que se auto percibe como pequeño y distante de los centros de poder internacionales.

Con todo, tres hitos clave permiten dar cuenta de la cúspide del ciclo extensivo de la diplomacia nacional. El primero de ellos fue el ingreso de Chile a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde) en 2009-10. El acceso al “club de los países desarrollados”, como fue profusamente difundido por aquel entonces, constituyó el más importante reconocimiento externo a la trayectoria del modelo.19 A nivel simbólico, la membresía fue un indicador del mejorado estatus internacional del país y, como algunos pretendían, su “mudanza definitiva” del barrio latinoamericano. En adelante, los rankings de la ocde se convertirían en la nueva vara de medición para evaluar el usualmente precario desempeño del país en las más variadas dimensiones del desarrollo.

Un segundo momento ilustrativo de la nueva posición de Chile en la sociedad internacional llegaría en 2017, con la graduación del país como uno de renta media alta en el Comité de Ayuda al Desarrollo (cad) de la ocde. Dados sus efectos sobre su política de cooperación internacional,20 la diplomacia chilena desplegó ingentes, aunque infructuosos esfuerzos para revertir o mitigar la decisión. Y aunque sus argumentos eran de peso, no dejaba de ser paradojal que, tras décadas de sostenido esfuerzo por ascender en las jerarquías internacionales, el país resistiera tan tenazmente una nueva confirmación de su mejorada posición en el mundo.

Finalmente, un tercer hito fue la exitosa iniciativa diplomática que Chile lideró para rescatar el tpp tras la retirada de Estados Unidos y su posterior suscripción en Santiago, en 2018.21 Más allá de la conveniencia o no del Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífica (cptpp), la escala del acuerdo alcanzado y el rol jugado por el país dan cuenta del nivel de influencia que, en ámbitos determinados, Chile logró alcanzar hacia las postrimerías del ciclo post-dictatorial. Como se argumentará más adelante, este éxito de la diplomacia comercial no fue casual, sino el fruto del desarrollo de una diplomacia de nicho, cuyo cultivo en otras áreas será clave en el nuevo ciclo de la política exterior.

El nuevo contexto de la política exterior

Pese a la sustantiva mejora de su estatus internacional, la presencia de Chile en el mundo está definida, en buena medida, por su condición de vulnerabilidad. Su tamaño y modelo de desarrollo lo hacen particularmente sensible a shocks externos y a los vaivenes del poder internacional. Una adecuada lectura del mundo en que se inserta, sus actores, correlaciones de fuerza, tendencias y lógicas dominantes es, por consiguiente, una necesidad de primer orden para un país como el nuestro.

Desde el retorno a la democracia, Chile ha sabido adaptarse pragmáticamente a su entorno. No obstante, las condiciones externas e internas que facilitaron la movilidad ascendente del país han experimentado importantes transformaciones en tiempos recientes. El consenso (neo) liberal que predominó en el mundo de post-Guerra Fría parece estar siendo reemplazado por lo que provisionalmente denominamos una era post-consensual; un atajo conceptual que busca dar cuenta de un momento histórico en que fuerzas disruptivas cuestionan y desestabilizan, tanto desde dentro como fuera del orden,22 algunas de las ideas sobre el orden social, político y económico que han sido hegemónicas durante las últimas décadas. Este nuevo escenario plantea nuevos desafíos a la política exterior chilena.

A nivel internacional, la era post-consensual encuentra expresión en lo que se conoce como la crisis del orden internacional liberal y la actual fragmentación de América Latina; mientras que, a nivel interno, se ha plasmado en el cuestionamiento de la sociedad al orden social imperante, la polarización de las élites políticas, la desestabilización de los consensos políticos en relaciones exteriores y las crecientes dificultades que encuentra el poder ejecutivo para concitar el apoyo a sus preferencias de política exterior.23

El nuevo contexto internacional de la política exterior24

El orden internacional liberal que el país promovió entusiastamente desde el retorno a la democracia se encuentra en crisis. El breve momento unipolar25 en el que Estados Unidos lideró indiscutiblemente el mundo inmediatamente después de la Guerra Fría ha derivado paulatinamente en un escenario internacional donde, en la actualidad, tanto el poder como quienes lo detentan y designan resulta más difuso.26 Mientras la guerra contra el terrorismo le arrebató la primacía a la agenda de apertura comercial en favor de la de seguridad, la crisis subprime que cerró la primera década del nuevo siglo puso en tela de juicio, al menos por un tiempo, las bases de un orden económico favorable a la desregulación financiera. En el intertanto, China ascendió rápidamente en las jerarquías internacionales gracias a su extraordinario y sostenido crecimiento económico, trasladando consigo el eje del poder internacional desde el Atlántico al Pacífico. Al mismo tiempo, Rusia busca restaurar su calidad de potencia. Ante la incapacidad de obtener un acomodo de poder satisfactorio, ambas han comenzado a desplegar políticas exteriores cada vez más asertivas.27

La creciente conflictividad de la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China ha llevado a algunos a sostener que nos encontraríamos ante una nueva Guerra Fría. Bajo el supuesto de que estos actores serán los únicos claves en el futuro de sus economías, esta idea ha cobrado popularidad en los países de América Latina.28 En un momento histórico signado por la incertidumbre y el desorden, tal perspectiva posee la indiscutible virtud de ofrecer certezas al observador, al hacer referencia a un esquema ya conocido —el de la guerra fría entre Washington y Moscú. No obstante, este diagnóstico puede ser, en el mejor de los casos, prematuro.29

Si bien la rivalidad chino-estadounidense es una realidad con importantes consecuencias para el mundo,30 la actual distribución del poder en el sistema internacional no corresponde a una de tipo bipolar, como fue el caso de la Guerra Fría que conocimos. Desde el mundo multiplex de Amitav Acharya31 hasta la no polaridad de Daniel W. Drezner y compañía,32 variadas interpretaciones coinciden en visualizar a la multiplicidad de actores y sus tipos, la fragmentación del poder y la creciente complejidad de la gobernanza global como rasgos distintivos del sistema internacional contemporáneo. Un panorama opuesto al de orden y predictibilidad que dominó al mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, incluso si el sistema en configuración fuese bipolar, ello no haría a ambos momentos históricos necesariamente analogables. La Guerra Fría fue mucho más que una determinada distribución del poder en el sistema internacional. Se trató, en último término, de un fenómeno de amplio espectro que estructuró el conflicto político en torno a dos modelos mutuamente excluyentes de progreso, moldeando identidades políticas y procesos sociales a escala planetaria. La disputa entre Washington y Beijing dista de tal alcance. Lejos de encontrarnos en un nuevo contexto de Guerra Fría, todo parece indicar que asistiremos, al menos por un tiempo, a un escenario multipolar complejo, fragmentado y fluido.33 Sin duda, Estados Unidos y China son actores centrales, pero comparten escena con la Unión Europea, India y Rusia.

En la crisis de la globalización, los consensos que daban relativa estabilidad y predictibilidad al sistema internacional están en entredicho. La reciente ola proteccionista y el cuestionamiento ciudadano a las políticas aperturistas de las décadas anteriores agregan incertidumbre sobre el futuro de la globalización económica. Por su parte, el multilateralismo se ha convertido en el blanco de movimientos y partidos políticos de ultraderecha que cuestionan la injerencia de “lo internacional” en la política doméstica, en parte azuzados por el discurso y decisiones de política exterior del ex presidente Donald Trump. El vacío de liderazgo internacional de Estados Unidos y el bloqueo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha llevado a las potencias emergentes a enfrentar un orden internacional liberal a la carta.34

América Latina

La crisis del orden internacional ha impactado también en América Latina.35 En concordancia con la trayectoria del sistema internacional, la América Latina redemocratizada transitó, en un lapso de tres décadas, desde un momento inicial de reformas neoliberales y renovado integracionismo en los 90, pasando por una década marcada por la contestación anti-neoliberal, el regionalismo post-liberal36 y el notable crecimiento económico derivado del boom de los commodities y el ascenso chino de inicios de siglo, hacia un momento de profunda fragmentación política, debilidad institucional regional y crisis económica, en la actualidad. Los avances sociales y políticos logrados en las últimas décadas probaron una oculta fragilidad.

Tanto por factores estructurales como por la incapacidad de actuar conjuntamente como resultado de la fragmentación regional, la situación actual de América Latina en el mundo está signada por su creciente irrelevancia en múltiples indicadores.37 Cuando llegó la pandemia global a inicios de 2020 y los países volvieron a volcar su atención hacia sí mismos en desmedro de la cooperación, la mayor parte de los esquemas de integración regional se habían tornado prácticamente irrelevantes. La convergencia de la ausencia de liderazgo regional y la polarización política entre los países tuvo un impacto significativo sobre su operatividad durante los últimos años. Hoy, el principal problema que enfrenta América Latina es su dificultad para mantener instituciones o mecanismos de coordinación capaces de regular sus relaciones, representar sus intereses ante la sociedad internacional y dar respuestas a los desafíos y vulnerabilidades de la región. Esta tendencia originada en el contexto de los primeros proyectos integracionistas en la década de 1960 ha sido lamentablemente confirmada en los últimos años. Es cierto que algunos países han logrado grados importantes de integración bilateral, llegando incluso a crear mecanismos para regular sus políticas económicas o de seguridad. También es cierto que a nivel regional se puede observar un progreso en la integración de sistemas de comunicación, culturales, de transporte y obras públicas. Sin embargo, en la era post-consensual, limitada ha sido la capacidad de los gobiernos latinoamericanos para asumir posturas comunes y productivas ante crisis regionales (Venezuela o Nicaragua, por ejemplo) y de coordinar posiciones para hablar como “una sola voz” frente al mundo.

Sin duda, los problemas y desafíos que enfrentan Chile y América Latina no son de la misma magnitud que para los países desarrollados. Pero eso no significa mirar como ajenas las dinámicas y opciones político-estratégicas que actualmente se discuten.38 El creciente flujo migratorio en el Cono Sur, el combate al narcotráfico, la crisis climática y los cuestionamientos a los tratados de libre comercio son algunas de las temáticas que se van consolidando en la agenda regional.

Dada la naturaleza esencialmente transnacional de los desafíos, las estrategias de respuesta necesariamente tienen que ser también de naturaleza transnacional. Así, se pueden descartar desde ya como solución las estrategias de aislamiento en las que un solo país busca blindarse respecto de los efectos negativos de dichos fenómenos. Los tiempos no están ni para “llaneros solitarios” ni para repliegues externos. La opción política para enfrentar los desafíos transfronterizos es a través de acciones concertadas con aliados estatales y no estatales, vía instituciones regionales e internacionales.

El nuevo contexto doméstico de la política exterior

Desde el retorno a la democracia en 1990, el contexto doméstico de las relaciones exteriores ha estado determinado por la idea según la cual la política exterior constituye una política de Estado que todos los partidos políticos (y la sociedad en general) deben respaldar en función de la unidad nacional. En este esquema, y salvo excepciones, la Presidencia de la República y otros decisores han tendido a gozar de una amplia autonomía estructural39 en la definición e implementación de sus preferencias de política exterior. En los últimos años, no obstante, la primacía de la lógica de cooperación política se ha visto debilitada por la emergencia de una creciente contestación pública en torno a la forma en que el país se relaciona con el mundo. Esto se explica, en buena medida, por las cuestionadas decisiones de política exterior que el actual gobierno ha tomado (ver sección iii de esta introducción). Pero también se debe, en parte no menor, a factores domésticos que, si bien trascienden el ámbito de las relaciones exteriores, tienen influencia en la definición de los contornos del contexto doméstico de la política exterior.

Al menos cuatro factores merecen atención. El primero de ellos es el fin del sistema electoral binominal heredado de la dictadura y su reemplazo por un sistema proporcional corregido en 2015. Aunque este cambio representa una incuestionable conquista democrática, el ingreso de nuevas fuerzas políticas al Congreso Nacional, la atomización del sistema de partidos y los incentivos a la diferenciación identitaria de estos últimos, han configurado un escenario en el cual prima una pluralidad con la cual la política exterior no estaba acostumbrada a lidiar. Un segundo factor, vinculado al anterior, es la creciente polarización de las élites políticas locales y la depreciación del consenso en el menú de estrategias políticas. Un tercer factor son la desconfianza ciudadana en las instituciones de la democracia representativa y las élites políticas. Finalmente, como resultado de la globalización, la proliferación de fuentes alternativas a los medios de comunicación tradicionales a través del Internet y las redes sociales ha debilitado la otrora posición autoritativa de los gobiernos en lo que respecta a las relaciones exteriores del país.40

Aunque la Constitución de la República continúa otorgando a la Presidencia de la República la atribución especial de conducir las relaciones exteriores, la suma de estos factores ha llevado a que el poder ejecutivo encuentre mayores dificultades que en el pasado para hacer uso de dicha potestad. Con seguridad, dada su estrecha conexión con el nacionalismo, la política exterior continuará siendo un ámbito en el cual prime la unidad de los actores del sistema político. No obstante, el debilitamiento de los incentivos sistémicos al consenso que primaron durante el ciclo post-dictatorial plantea nuevos desafíos a la gestión política doméstica de la Cancillería. Como ha demostrado la dificultosa tramitación legislativa del cptpp, el poder ejecutivo ya no puede asumir, sin más, que el tablero doméstico de la política exterior41 estará necesariamente a su favor.42

Del esplendor al agotamiento de la política exterior

No es de extrañar que, en correspondencia con las profundas transformaciones de sus contextos internacional y doméstico, la política exterior se encuentre en un interregno entre su esplendor pasado y la incertidumbre de un mundo en profunda transformación; una crisis en que ni lo viejo ha terminado de morir ni lo nuevo ha terminado de nacer.43

Si bien el proyecto internacional post-dictatorial ya había dado algunas señales tempranas de agotamiento a mediados de la década anterior,44 la política exterior permaneció más o menos encapsulada respecto del incipiente cuestionamiento al modelo chileno gracias al complejo momento que atravesaban las relaciones con nuestros vecinos del norte. El imperativo de la unidad nacional frente a las cuestiones territoriales disputadas en los litigios con Perú (2008-2013) y Bolivia (2013-2018) ante la Corte Internacional de Justicia, contribuyeron a aislar relativamente a las relaciones exteriores de las vicisitudes de la política doméstica. No obstante, la política exterior comenzaba a experimentar, en paralelo, algunas tensiones tectónicas45 que, de manera paradojal, emergerían a la superficie solo tras la victoria chilena en el diferendo con La Paz, en octubre de 2018.

La manifestación más evidente del agotamiento del proyecto internacional post-dictatorial ha sido, probablemente, el inusitado nivel de discusión pública en torno a la política exterior durante los últimos años. En poco tiempo nos hemos acostumbrado a que las relaciones exteriores abandonen su tradicional posición de excepcionalidad para ubicarse en el centro del debate nacional. No es que las controversias en esta materia sean nuevas; por el contrario, la forma en que el país se relaciona con su medio externo ha generado múltiples debates a lo largo de la historia. Novedosa ha sido, no obstante, la recurrencia de este fenómeno: en los tres años que han transcurrido desde el inicio del segundo gobierno del presidente Sebastián Piñera (2018-2022), han tenido lugar al menos una decena de episodios de crítica pública a su gestión internacional. En un clima de polarización de las élites políticas, la lógica de cooperación que tradicionalmente había primado en este ámbito se ha debilitado como resultado de la emergencia de una creciente contestación pública doméstica, incluso en temas vinculados a la usualmente unívoca visión de la soberanía nacional. Asimismo, la conducción presidencial de las relaciones exteriores ha estado sometida a un mayor escrutinio público, tanto en cuestiones sustantivas como en la designación de embajadores, agregados y asesores. En último término, la deficiente y a menudo sobreideologizada gestión internacional del segundo gobierno del presidente Sebastián Piñera (2018-2022) ha sido expresión del agotamiento del proyecto internacional post-dictatorial y, al mismo tiempo, la ha agudizado, llegando incluso a desafiar la idea según la cual la política exterior constituye una política de Estado; pacto tácito de continuidad en las relaciones exteriores46 y patrimonio simbólico de la comunidad política.

Otro factor que contribuyó a agudizar el agotamiento del proyecto internacional post-dictatorial fue el estallido social iniciado en octubre de 2019. Las masivas protestas callejeras y el clamor popular por la anhelada dignidad en una sociedad profundamente desigual pusieron en jaque la narrativa de prosperidad económica, estabilidad política y progreso social que las élites chilenas habían cultivado y proyectado hacia el exterior desde el retorno a la democracia. En efecto, al tiempo que Chile mejoraba notablemente su estatus internacional durante los últimos treinta años, se incubó en la sociedad un profundo malestar con el orden social que brindó, en parte importante, sustento a tal ascenso. El malestar, con el paso de los años, derivaría en rabia.47

El estallido social iniciado en octubre de 2019 tuvo considerables consecuencias para nuestra presencia en el mundo. Por un lado, exacerbó las dificultades que ya venía experimentando la diplomacia nacional desde la asunción del presidente Piñera y terminó de sepultar las aspiraciones de liderazgo internacional de este último. En términos prácticos, su impacto más inmediato fueron la cancelación de la Cumbre de Líderes del Foro de Cooperación Económica del Asia Pacífico (apec), a realizarse en Santiago en noviembre de 2019, y el traslado de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (cop-25) desde Santiago a Madrid, un mes después. En este último espacio, la delegación chilena fue increpada públicamente por las violaciones a los derechos humanos en el contexto del estallido social, mientras que, en Chile, el cuestionamiento al liderazgo negociador nacional acabó en una interpelación a la Ministra del Medio Ambiente por parte de la Cámara de Diputados.

Con todo, el impacto más notable del estallido social fue sobre la imagen internacional del país, al exponer las limitaciones y tensiones que subyacían al otrora celebrado modelo. La noticia de las manifestaciones ciudadanas recorrió el mundo, sumándose a una ola global de protesta social y sirviendo de inspiración en otras latitudes. Tal fue el caso de la provocadora performance de Las Tesis, replicada en decenas de países e idiomas, que posicionó en la escena internacional la violencia policial por razón de género experimentada por mujeres y niñas en manifestaciones sociales. La represión violenta y desproporcionada de la protesta social y las graves violaciones de los derechos humanos, en contraste, pusieron en cuestión el cumplimiento, por parte del gobierno y del Estado chileno, de los compromisos internacionales suscritos. Pese a los esfuerzos del poder ejecutivo por legitimar su accionar y acallar las críticas en el exterior, el deterioro de su imagen externa fue profundo. Organismos de derechos humanos y medios de comunicación internacionales centraron su atención en las calles del país, en una crítica casi unánime a la represión gubernamental. Ante la amplia condena internacional, Teodoro Ribera, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores, afirmaría que “no podemos estar preocupados de informes más o informes menos”.48 En los meses que siguieron, la Cancillería se esforzó en definir y promover una narrativa oficial que destacaba la “inusitada y desconocida violencia”, bajaba el perfil a las “manifestaciones de protesta pacíficas, que en algunos casos fueron multitudinarias”,49 y omitía la represión de la protesta social. El intento, ciertamente, obtuvo resultados más bien modestos.

La política exterior de la segunda administración Piñera

En términos generales, la política exterior de la segunda administración Piñera ha tenido tres características principales. La primera es el neosoberanismo, entendido como la desconfianza y resistencia conservadora a la influencia de las instituciones de la sociedad internacional en el sistema político doméstico. Desde esta perspectiva, la actuación de estas instituciones supondría una “amenaza a la soberanía nacional”,50 por cuanto limitaría la capacidad del Estado de definir sus políticas y reglas de manera autónoma. Con base en una visión tradicional-westfaliana de la soberanía, el neosoberanismo reivindica la primacía del derecho nacional por sobre los tratados internacionales, en especial en lo que respecta a los derechos humanos, erosionando “de manera explícita las normas y reglas transnacionales” y dejando “a los ciudadanos privados de la protección de sus derechos cuando el Estado nacional no los cautela”.51

De entre los varios ejemplos de neosoberanismo en la política exterior reciente, la negativa a suscribir el Acuerdo de Escazú ha sido una de las más controvertidas. En septiembre de 2018, se dio a conocer la decisión del poder ejecutivo de no suscribir el tratado, pese a haber sido promovido durante la primera administración Piñera.52 En línea con el discurso neosoberanista, se argumentó mañosamente que el acuerdo limitaría la soberanía nacional al aceptar la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia. Posteriormente, el gobierno sostuvo que su suscripción no sería necesaria dado que el país ya contaría con una institucionalidad ambiental que garantiza los derechos y obligaciones establecidos en el acuerdo. Con todo, la debilidad y zigzagueo de los argumentos sugiere que la no suscripción de Escazú, formalizada definitivamente en septiembre de 2020, obedeció menos a una consideración estratégica de política exterior y más a una mezcla de visiones neosoberanistas, errores conceptuales53 y una resistencia a la regulación ambiental.

Vinculado al neosoberanismo, la segunda característica de la política exterior del actual gobierno es el repliegue externo. Este consiste en la intención de reestructurar la presencia internacional del país en base a un declarado criterio de reducción de costos financieros. El repliegue ha tenido dos expresiones principales. Por un lado, el gobierno ha reculado en algunas importantes responsabilidades adquiridas por el país con la sociedad internacional, a contrapelo de la tradición multilateralista de la política exterior. En el ámbito de la seguridad internacional, a mediados de 2020 se conoció la decisión de suspender y limitar la participación de nuestro país en una serie de Operaciones de Paz y de Observación de las Naciones Unidas. Chile, que durante décadas hizo gala de su participación en estas misiones, aludió a las restricciones presupuestarias derivadas de la crisis sanitaria global para justificar un inexplicable retiro de tropas en la estructura de ayuda humanitaria más importante del organismo global. Si comparamos a Chile con otros países de la región como Brasil, Perú o Uruguay, nuestra concurrencia en este tipo de esquemas ha sido bastante limitada en costos humanos y de medios, por no decir marginal. Lejos de ofrecer una fundamentación satisfactoria, el ahorro fiscal aparece como un chivo expiatorio funcional a la concreción de un repliegue ampliamente anhelado por sectores conservadores. Por otro lado, el repliegue también ha encontrado expresión en el fallido intento de cierre de cinco embajadas en Europa y África,54 en junio de 2020, a fin de potenciar la representación comercial en el Asia Pacífico. El intento resultó ser particularmente inoportuno, en un momento en que el país se encontraba negociando la modernización del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea. Junto con la reducción de costos, el cierre de las embajadas respondía, en visión de sus defensores, a “los nuevos paradigmas” de la diplomacia55 en el contexto del traslado de parte importante de la actividad diplomática a medios virtuales. Tras varias semanas de críticas y un cambio en la conducción ministerial, el nuevo canciller Andrés Allamand decidió suspender indefinidamente la decisión a inicios del mes de agosto. Con todo, subyacen a ambas expresiones del repliegue externo tanto una visión de la política exterior que subordina los intereses del país a los meramente económicos y desconoce el peso de las señales y símbolos en la diplomacia, como la creencia equivocada de que el país puede sostener su posición internacional sin asumir las responsabilidades y costos que ello implica.

La tercera y última característica de la política exterior de Piñera ha sido su notable déficit de conducción política. Las decisiones desacertadas, fundadas en argumentos trastabillantes y orientadas al consumo interno han sido un sello de las relaciones exteriores del gobierno. Habiéndose completado casi tres cuartos de su periodo de gobierno al cierre de estas líneas, la Cancillería ha enfrentado la inusual situación de haber contado con tres jefes de cartera.

Particularmente durante la gestión del hoy embajador Roberto Ampuero, primó en los pasillos del Edificio Carrera la sensación de irrelevancia y vacío de liderazgo y contenido en la gestión de la política exterior. Las decisiones críticas parecían no pasar siquiera por la oficina del ministro, sino que se tomaban en el segundo piso de La Moneda y el Ministerio del Interior. Tal fue el caso del Pacto Mundial sobre Migración, suscrito en Marrakech en diciembre de 2018. Luego de haberlo apoyado entusiastamente en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas en el mes de septiembre, el presidente cambió súbitamente de parecer y se sumó a un conjunto de países que, con base en argumentos neosoberanistas que hacían eco de una contracampaña internacional, optaron por no concurrir a su suscripción. En un contexto en que la migración adquiría mayor centralidad en el debate público local, la decisión no pasó por el Edificio Carrera sino por el Ministerio del Interior, en base “a lo que La Moneda, no Cancillería, piensa que le traerá al gobierno beneficios políticos y electorales”.56

Epítome del déficit en la toma de decisiones fue la fallida aventura del Primer Mandatario en la ciudad colombiana de Cúcuta en febrero de 2019; acción mediante la cual se pretendió alentar un cambio de régimen en Venezuela y, de paso, posicionar al presidente como líder regional a expensas de la crítica situación humanitaria en ese país. Este episodio deja a lo menos dos importantes lecciones para una apropiada conducción de la política exterior. Por una parte, el cucutazo evidenció la brecha existente entre las expectativas y las capacidades efectivas que posee un país para influir sobre su medio externo. En política internacional, así como en la política en general, no todo lo posible es deseable y, por cierto, no todo lo deseable es posible:57 una consideración básica que el presidente Piñera y sus asesores parecieron no haber tenido en cuenta. La capacidad que los actores externos tienen de influir en los procesos políticos de una sociedad es limitada y sus costos potencialmente muy altos, razón por la cual se privilegian amplias y legitimadas operaciones multilaterales cuando la situación lo demanda. Una segunda lección es que, pese a su centralidad para la continuidad y coherencia del accionar externo del Estado, los principios de la política exterior no son inmunes a interpretaciones caprichosas cuando se trata de justificar decisiones cuestionables. No hay que olvidar que, en una movida que evoca el neoconservadurismo norteamericano, el gobierno chileno invocó el principio de promoción de la democracia para justificar una operación cuyo objetivo ulterior era un cambio de régimen en Venezuela. Los principios de la política exterior, a fin de cuentas, difícilmente sustituirán el buen juicio que requiere un tomador de decisiones y su entorno más cercano.

Hacia un nuevo ciclo progresista para la política exterior chilena

Pocas dudas caben de que el proyecto internacional post-dictatorial se encuentra agotado. Las importantes transformaciones internacionales y domésticas experimentadas durante los últimos años, sumada a la deficitaria gestión internacional del actual gobierno, ponen de relieve la necesidad de avanzar hacia un nuevo ciclo de la política exterior chilena.

El carácter progresista del proyecto internacional post-dictatorial, como se ha señalado con antelación, estuvo definido, en lo fundamental, por su contribución a la consolidación del régimen democrático inaugurado en 1990. ¿Cuáles deberían ser las bases de un proyecto progresista para el nuevo ciclo ad portas? En el pasado, la pregunta sobre una política exterior progresista ya ha sido formulada por otros internacionalistas.58 Sin embargo, las aceleradas transformaciones políticas, económicas y sociales que ha experimentado el país y el mundo durante los últimos años obligan a replantear esta interrogante, en atención a las nuevas realidades en las que la política exterior tiene lugar.

Lo anterior conlleva al menos tres desafíos. El primero es que, al momento de escribir estas líneas, no existe un proyecto político común a las fuerzas progresistas chilenas al cual esta propuesta pueda contribuir sistemáticamente. Es la dispersión, y no la unidad programática y de acción, lo que caracteriza al progresismo por estos días. En segundo lugar, subyace a la reflexión la tensión entre una política exterior de Estado y una aproximación programática a la misma, con los costos y beneficios de cada una de ellas. Finalmente, si bien la regresividad de la gestión internacional de la actual administración ha facilitado la tarea de establecer lo que una política exterior progresista no es, persiste la dificultad de definir aquello que sí es, particularmente en un ámbito en el que el peso de la tradición es, a menudo, determinante. Teniendo estas consideraciones a la vista, la presente propuesta y los capítulos contenidos en este libro han sido deliberadamente formulados en consistencia con el acervo diplomático nacional. Se trata de pensar en cómo tener una mejor política exterior que, al tiempo de construir sobre lo obrado, avance hacia una etapa superior.

Así como en el ciclo post-dictatorial los objetivos centrales fueron la reinstalación política y la plena inserción económica en la globalización, el nuevo ciclo de la política exterior debe orientarse a la generación de las condiciones externas necesarias para un desarrollo más sostenible, inclusivo y justo de la sociedad chilena. La democracia, los derechos humanos, el desarrollo y la dignidad de las personas deberán ser los ejes articuladores de la narrativa y accionar de nuestra diplomacia en las próximas décadas. En el plano interno, la política exterior deberá estar al servicio de la defensa, consolidación y expansión de las conquistas democráticas que sirven de base para una sociedad más justa. En el plano externo, se debe abocar a la promoción, con realismo y responsabilidad, de los valores y principios que la sustentan, así como generar las condiciones que permitan el pleno desarrollo de la sociedad chilena y la construcción de una sociedad internacional basada en reglas que den garantías de estabilidad a sus miembros más débiles.

Una política exterior progresista no puede permanecer ajena a la cuestión de la desigualdad estructural de la sociedad chilena, puesto que algunos de sus componentes tienen efectos distributivos a nivel doméstico. Por su materialidad, el caso de la política comercial es probablemente el más evidente.59 Pero los compromisos adquiridos por el Estado en ámbitos tales como los derechos humanos y el cambio climático también pueden tener este tipo de efectos, ya sea material o simbólicamente, e impactar sobre la desigualdad desde un punto de vista multidimensional. Por otra parte, en la medida que las narrativas de política exterior tienen un rol importante (aunque no exclusivo) en la constitución del “quiénes somos”60 como comunidad política, ella puede contribuir en la articulación de proyectos colectivos y a la generación de niveles mínimos de cohesión social.

La problemática externa central que enfrentará Chile en el nuevo ciclo será la generación de los mayores espacios posibles de autonomía estratégica en la definición y consecución de sus objetivos de desarrollo de mediano y largo plazo. Flexibilidad, resiliencia, incrementalidad y agilidad serán atributos claves a cultivar a fin de asegurar tal autonomía en un escenario internacional multipolar, complejo y fragmentado. La conducción estratégica del Estado será determinante en este sentido. A nivel doméstico, ello implicará la difícil tarea de compatibilizar la apertura económica vigente con mecanismos que permitan tanto reducir la vulnerabilidad externa de la economía nacional como contar con un modelo de desarrollo más justo y sostenible. Asimismo, será necesario construir los acuerdos políticos necesarios para dar viabilidad y proyección a las opciones estratégicas que se tomen.

En lo tocante a la política exterior, la ampliación del margen de autonomía estratégica requerirá el despliegue de una diplomacia emprendedora, caracterizada por un enfoque integrador de políticas a nivel doméstico (whole-of-government), la capacidad de innovación e iniciativa diplomática, y la construcción de coaliciones regionales y globales ad hoc.61 De este modo, así como el ciclo post-dictatorial se caracterizó por su extensividad, el nuevo ciclo de la política exterior chilena debe distinguirse, desde el punto de vista de la aproximación estratégica general, por su intensividad. Si bien la ampliación de los vínculos diplomáticos continuará siendo una tarea importante, una estrategia intensiva debe poner el foco en la calidad y densidad de nuestra presencia en el mundo. Como se detallará más adelante, una condición necesaria para el despliegue óptimo de una diplomacia de tipo emprendedor será el desarrollo de capacidades institucionales más sofisticadas y especializadas.

El éxito de un nuevo ciclo de la política exterior en los próximos años dependerá, al igual que en el pasado, de la capacidad que tenga el sistema político de resolver apropiadamente los conflictos y dilemas que enfrenta la sociedad chilena en la actualidad. En el corto y mediano plazo, ello estará estrechamente vinculado tanto a la recuperación de la profunda crisis económica y social global derivada de la pandemia, como a la forma en que se lleve a cabo la Convención Constitucional y la nueva Carta Fundamental que emerja de esta. En el largo plazo, el desempeño internacional del país estará sujeto a su nivel de desarrollo, la capacidad de la nueva Constitución de sentar las bases de un orden social más justo, y, por cierto, el contar con una política exterior a la altura de los desafíos externos e internos que enfrentará el país.

El reconocimiento de lo anterior debe ser gravitante en la manera en que planteamos nuestra diplomacia y, por ende, sus objetivos, intereses y prioridades. Por consiguiente, y dado que estos escenarios son cambiantes, poner el debate sobre los lineamientos estratégicos de la política exterior en un tono de exclusión y encapsulamiento no parece ser la respuesta adecuada a los fenómenos contemporáneos de la política internacional. Hoy más que nunca se requiere más y mejor política exterior.

Los ejes de acción clave de un nuevo ciclo progresista para la política exterior

El presente volumen abarca múltiples dimensiones y agendas de las relaciones exteriores del país. No obstante, siete son los ejes claves que se proponen para un nuevo ciclo progresista de la política exterior chilena: renovar el compromiso chileno con América Latina y superar el statu quo vecinal; revitalizar el multilateralismo; hacer de los derechos humanos un sello distintivo de la presencia de Chile en el mundo; impulsar una política exterior feminista e inclusiva; convertir al país en una potencia turquesa; avanzar hacia una política exterior plurinacional; y construir una política exterior más democrática y participativa.

Renovar el compromiso con América Latina y superar el statu quo vecinal

En el nuevo ciclo de la política exterior, la reafirmación del compromiso regional y pertenencia latinoamericana del país debe constituir un objetivo político de primer orden. Uno de los legados del ciclo post-dictatorial es el relativo debilitamiento de nuestros vínculos políticos con América Latina. Con seguridad, como ya se ha indicado, la región nunca ha dejado de ser nuestra prioridad declarada. No obstante, la estrategia de inserción económica internacional autónoma no ha estado exenta de costos en las relaciones con nuestro vecindario. La prolongación de este esquema de relaciones de limitada densidad será insostenible en el tiempo, particularmente en temas clave como el cambio climático, las migraciones y el narcotráfico. Ante la crisis del orden internacional, la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China, la pérdida de relevancia latinoamericana62 y la debilidad institucional de nuestras sociedades, la integración regional vuelve a aparecer no como una opción, sino como un imperativo.63 Sin embargo, también es necesario asumir con realismo sus limitadas perspectivas en una región que, al menos en el mediano plazo, promete no atenuar su fragmentación. Es por ello que, junto con trabajar por la revitalización del regionalismo latinoamericano, la articulación de coaliciones regionales ad hoc (el abc, por ejemplo64) y nichos diplomáticos colectivos debe ser parte central del repertorio de nuestra política exterior.65 Cualquier intento de autonomía estratégica será inviable sin una mayor densidad de nuestro vínculo con la región.

En lo que respecta a nuestras relaciones vecinales, el statu quo no es la solución.66 En América Latina, la relación con nuestros vecinos tiene que ser nuestra prioridad más inmediata. Esta debe ser estratégica y hábilmente delineada, a fin de superar la inactividad y relativo vacío de contenido que hemos observado en los últimos años. Por ello, es necesario establecer mecanismos audaces para consolidar y fortalecer las relaciones ya existentes con Argentina y Perú, e iniciativas más creativas y no monotemáticas con Bolivia. No debemos olvidar que el centro de toda acción con estos países son las personas que se ven afectadas por cada una de las medidas que adoptan los gobiernos.

Revitalizar el multilateralismo

Los organismos multilaterales son una plataforma de especial importancia para los Estados que se encuentran en las secciones inferiores e intermedias de las jerarquías internacionales. A través de la diplomacia multilateral, estos pueden amplificar su capacidad de influencia en la política internacional y atenuar los puntos agudos de las asimetrías de poder.67 La actual crisis del multilateralismo,68 asociada tanto a la crisis del orden internacional liberal como a los efectos políticos de la pandemia, afectan particularmente a los Estados pequeños y medianos.

Es por esto que la revitalización del multilateralismo global, hemisférico y regional constituye un objetivo central del nuevo ciclo de la política exterior. Frente al surgimiento de discursos neosoberanistas que cuestionan la legitimidad del Sistema de Naciones Unidas y otros organismos internacionales, la diplomacia nacional debe construir sobre su acervo y reivindicar la tradicional defensa y promoción del multilateralismo que la ha caracterizado.69 En lugar de retroceder en las responsabilidades internacionales derivadas de su mejorado estatus, Chile debe reafirmar su compromiso con el multilateralismo y participar activamente en iniciativas colectivas orientadas a su revitalización. Ni el multilateralismo a la carta ni el repliegue externo son una opción para nuestro país.

Los derechos humanos como sello distintivo de nuestra presencia internacional

Tras el retorno a la democracia, Chile asumió la promoción de los derechos humanos como uno de los principios de su política exterior. Pese a que nuestra diplomacia alcanzó cierta notoriedad en este ámbito, razones políticas y limitaciones institucionales han impedido que estos adquieran una mayor centralidad y densidad en nuestras relaciones exteriores. En un momento histórico en el que emergen fuerzas políticas que buscan hacer retroceder las conquistas democráticas, la reivindicación de los derechos humanos como mínimo civilizacional adquiere renovada actualidad.

En el nuevo ciclo de la política exterior, será necesario retomar el impulso inicial y posicionar a los derechos humanos como un sello distintivo de la presencia de Chile en el mundo.70 Se trata, por cierto, de hacernos cargo de nuestra experiencia histórica durante la dictadura civil-militar y, más recientemente, del estallido social de 2019, pero además es necesario consolidar la transversalización de los derechos humanos en el conjunto de las agendas de la política exterior. Ejemplo de ello es una política exterior en migraciones internacionales que ponga en su centro al ser humano.71 Asimismo, es posible cultivar un perfil en nichos diplomáticos como los derechos de los pueblos indígenas, las desiguales relaciones de género y la diversidad sexual. La consistencia con la situación doméstica será importante para gozar de credibilidad, pero el emprendimiento normativo en la sociedad internacional también puede contribuir a la transformación de la realidad local.

Vinculado a la promoción de los derechos humanos se encuentra, desde una perspectiva progresista, el compromiso chileno con el derecho internacional, en cuanto garantía de paz y estabilidad internacional, e instrumento que permite tanto fortalecer vínculos de cooperación como establecer reglas que atenúen las asimetrías de la sociedad internacional y aporten a la generación de condiciones para el desarrollo. El establecimiento de una hoja de ruta que vincule los derechos humanos y el derecho internacional es una tarea necesaria en el nuevo ciclo político del país.72

Impulsar una política exterior feminista e inclusiva

Una política exterior progresista es, por definición, una política exterior feminista e inclusiva.73 En un mundo donde predominan los valores liberales respecto a la relación entre las mujeres y el Estado, aquellos países que sean audaces en la implementación y conducción de una política exterior feminista, en base a una diplomacia también feminista, serán aquellos que influirán consistentemente en la generación de nuevas normas, estándares y políticas a nivel internacional. Para ello, es imperativa la generación de una masa crítica, así como de líderes y lideresas capaces de llevar adelante estos cambios.

Ninguno de los grandes asuntos de la agenda internacional podrá resolverse de forma exitosa sin una visión inclusiva. El cambio climático, la pobreza y el hambre, las constantes crisis y restricciones económicas, e incluso las futuras pandemias que enfrentaremos, deben tener una aproximación de este tipo. Por ello, el establecimiento de una política exterior feminista e inclusiva, así como el efectivo establecimiento del principio de transversalización de género en todas sus dimensiones, constituye un componente medular del nuevo ciclo de la política exterior.

Convertir a Chile en una “potencia turquesa”

Chile debe aspirar a convertirse en una potencia turquesa; es decir, en un líder internacional en la lucha contra el cambio climático, tanto en sus componentes ambientales tradicionales (verde) como en el cuidado del océano (azul).74 Para un país altamente vulnerable a los efectos del cambio climático, la protección del medio ambiente constituye un nicho diplomático en el que puede cultivar una reputación y mejorar su estatus internacional. Ello implicará redefinir nuestras prioridades y objetivos de política exterior con un claro foco en el desarrollo sustentable, sostenible e inclusivo, así como en el medio ambiente, las comunidades, las personas y la forma en que interactúan. En acción colaborativa con actores estatales y no estatales del Sur Global, una política exterior turquesa debe poner su foco de atención en la preservación de la zona austral de América del Sur como un bien público regional de proyección global.

El posicionamiento de Chile como una potencia turquesa requiere de decisión y voluntad política robusta, pero también del involucramiento activo del conjunto de la sociedad. Son necesarios un enfoque integrador de políticas domésticas e iniciativas diplomáticas, y un esfuerzo colectivo en que converjan la sociedad civil, la comunidad científica, el sector público y el privado. Ello permitirá asegurar su continuidad en el tiempo, haciendo que descanse menos en los liderazgos personales circunstanciales y más en políticas y programas de mediano y largo aliento.

Avanzar hacia una política exterior con identidad plurinacional

Uno de los supuestos implícitos sobre los cuales descansan las políticas exteriores es el de la unidad cultural del Estado-nación. Este enfoque excluye mañosamente la diversidad cultural al interior de las unidades territoriales prioritarias del sistema. Ese modelo, por cierto, no da oportunidad ni cabida al reclamo histórico de las naciones que conviven y enriquecen el Estado.

Un nuevo proyecto progresista de política exterior no solo debe potenciar la visibilidad de las diferencias étnico-nacionales, sino también debe adoptar como parte de su identidad el reconocimiento a la autodeterminación de los pueblos indígenas.75 Esta desafiante tarea plantea, asimismo, un igualmente desafiante instrumento: el establecimiento de una diplomacia indígena. Esta propuesta constituye un llamado de justicia y restitución histórica, en un país que durante décadas ha promovido una imagen-país homogenizadora y unitaria. Lejos de ello, Chile debe potenciar su riqueza cultural como parte esencial del nuevo ciclo político progresista.

Una política exterior más democrática y participativa

Tradicionalmente, las políticas exteriores han sido un espacio en el que se privilegia la eficiencia en la toma de decisiones por sobre la participación y control democrático.76 No obstante, el nuevo ciclo de la política exterior del país requiere superar este falso dilema y construir un marco institucional que permita contar con una política exterior que sea más eficiente y, al mismo tiempo, más democrática.77

Ello implica, por un lado, fortalecer las instancias de participación de la sociedad civil en el Ministerio de Relaciones Exteriores, superando el actual enfoque unidireccional, por medio de su involucramiento activo en la planificación estratégica e implementación de la política exterior. Se trata de abrir más puntos de acceso al proceso de toma de decisiones, no de limitarlos. Asimismo, en el contexto del rediseño de las reglas básicas de la política exterior que tendrá lugar en la Convención Constitucional, será necesario también recalibrar las relaciones entre los poderes legislativo y ejecutivo en la conducción de las relaciones exteriores, de modo de atenuar la exacerbada autonomía estructural con la que cuenta este último por medio de contrapesos institucionales.

Una diplomacia emprendedora

Con la notable excepción de la política comercial y, en menor medida, la política de cooperación internacional, el ciclo extensivo de la política exterior, como es propio de una perspectiva de este tipo, se caracterizó por un enfoque generalista con un bajo nivel de especialización diplomática y una aproximación primariamente táctica a las relaciones exteriores. Si bien esta fórmula dio resultados, la persistencia en este modo de hacer las cosas ofrece, no obstante, perspectivas limitadas si se pretende apostar por un proyecto internacional que supere al anterior.

Prueba de ello es el poco auspicioso destino que ha tenido la pretensión de convertir al país en un “puente” entre América Latina y el Asia Pacífico. Esta ha sido, con seguridad, la idea estratégica más ambiciosa desde el retorno a la democracia. La política comercial y, más recientemente, la política internacional de la defensa, han dado algunos pasos en este sentido. Si bien Chile ha logrado acumular capital social suficiente para posicionarse como un bróker entre ambas regiones,78 los esfuerzos realizados no han estado a la altura de la visión en cuestión, privilegiándose una aproximación de bajo perfil y primariamente táctica, en lugar de estratégica.79 Más allá de las buenas intenciones, se ha carecido de los medios necesarios para embarcar al conjunto del Estado, al sector privado y la sociedad en este ambicioso proyecto, así como para generar las condiciones materiales y diplomáticas necesarias para su desarrollo en el largo plazo. En la medida que los países de la Cuenca del Pacífico profundicen su integración, la diplomacia nacional encontrará cada vez menos oportunidades para ejercer el rol de “puente” birregional.80 A fin de hacer efectiva esta visión, se requiere de una gran estrategia país.81

Dada la escala de los objetivos a los que debería aspirar un nuevo ciclo de la política exterior, es preciso superar el enfoque extensivo y adoptar una diplomacia emprendedora.82 Como ya se ha mencionado, esta aproximación de tipo intensivo apuesta por una alta especialización en áreas diplomáticas clave, un enfoque integrador de políticas a nivel doméstico (whole-of-government), la capacidad de innovación e iniciativa diplomática, y la construcción de coaliciones internacionales ad-hoc.83 Se trata de un esquema opuesto al laissez faire por cuanto el Estado pasa, a tener un rol estratégico activo, al identificar y seleccionar áreas temáticas (o geográficas) en las que posee intereses estratégicos (más allá de lo territorial) y movilizar recursos políticos, técnicos y financieros para la consecución de dichos intereses.

La racionalidad que subyace a la idea de una diplomacia emprendedora es que, ante la carencia de capacidades de poder duro que distingue a las grandes potencias, los países pequeños y medianos pueden ejercer influencia en su medio externo por medio de la concentración de sus actividades diplomáticas en ámbitos de acción alternativos que contribuyan a la buena gobernanza de la sociedad internacional. La focalización de recursos en áreas específicas permite a estos países compensar su debilidad en otras áreas. En este sentido, lejos de ser una condena a la irrelevancia, nuestra condición de país pequeño o mediano ofrece posibilidades que, de ser abordadas con la visión e instrumentos adecuados, contribuirán a la generación de condiciones para una mayor autonomía estratégica, la ampliación de la capacidad de agencia externa y la mejora del estatus internacional del país.

Contrario a lo que podría sugerir el adjetivo emprendedor, que en el ethos neoliberal se asocia al individuo meritocrático en el ámbito de los negocios, esta aproximación diplomática no se corresponde con la idea de un “llanero solitario” o un país fenicio sin pertenencia regional. Junto con las capacidades particulares del Estado en cuestión, el enfoque emprendedor descansa tanto sobre formas de poder intrínseco al Estado como sobre formas de poder colectivo y derivativo 84 con otros actores del sistema internacional, ya sea a través de coaliciones ad-hoc o mecanismos más formales de cooperación e integración. En este sentido, lejos de ser excluyente, la diplomacia emprendedora tiene el potencial de servir de instrumento para la reafirmación del compromiso y pertenencia chilena en América Latina, por medio del desarrollo de iniciativas asociativas con la región y nuestros vecinos.85

A fin de ser exitosa, la puesta en marcha de una diplomacia emprendedora requerirá a lo menos tres adaptaciones institucionales. En primer lugar, implica la adopción deliberada de una estrategia diplomática de nicho.86 La diplomacia de nicho consiste en la concentración de capacidades diplomáticas altamente especializadas en áreas temáticamente delimitadas en las cuales el país cuenta, por sus atributos y/o experiencia histórica, con intereses y ventajas particulares. El cultivo de nichos diplomáticos requiere de una decisión política que asigne los recursos necesarios para el desarrollo de capacidades diplomáticas, técnicas y administrativas que, por su nivel de especialización, son también de nicho. No es que la política exterior chilena no haya, a la fecha, cultivado este tipo de diplomacia. Como se ha sugerido anteriormente, el ejemplo más claro de diplomacia de nicho ha sido la política comercial. Si bien los acuerdos comerciales constituyen uno de los elementos más representativos del ciclo extensivo de desarrollo neoliberal,87 en su negociación la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (hoy Subsecretaría) adquirió niveles de experticia tales que, en las postrimerías del ciclo post-dictatorial, logró incluso impulsar y liderar la iniciativa que rescató y modificó el tpp tras la salida de Estados Unidos. Este caso destaca como un ejemplo de los evidentes beneficios del cultivo persistente de nichos diplomáticos.

Una segunda adecuación para una diplomacia emprendedora es la introducción y desarrollo de capacidades sustantivas de planificación estratégica en el diseño de corto, mediano y largo plazo de la política exterior —una herramienta de primera necesidad para un país pequeño con grandes ambiciones y crecientes responsabilidades internacionales como Chile.88 Para que la diplomacia chilena se posicione de manera sostenible, responsable y consistente, a la vanguardia internacional en nichos tales como el cambio climático, la igualdad de género y la gobernanza de los actores globales digitales,89 es necesario que la planificación de la política exterior se haga de manera coordinada con otras agencias y niveles del Estado, potenciando la diplomacia subestatal, por ejemplo.

En consonancia con la situación general del Estado chileno, persiste dentro de la Cancillería y entre las élites dirigentes un notable déficit de reflexión político-estratégica tanto sobre el modelo de desarrollo económico, como respecto al lugar que el país aspira a ocupar en el mundo y los medios necesarios para ello. Se trata de una de las principales limitaciones del proceso de internacionalización de las últimas décadas.90 Ello no es de extrañar. La política exterior post-dictatorial tuvo lugar en un contexto internacional de generalizado escepticismo respecto del rol del Estado y de relativa desatención al medio externo en que este se desenvuelve. El componente estratégico de las políticas exteriores, por consiguiente, tendió a caer en la irrelevancia. En el contexto de la hegemonía neoliberal ha bastado con dejarse llevar por las “inexorables fuerzas de la globalización”.91 Ubicada en las antípodas del neoliberalismo, la planificación estratégica fue desplazada por la primacía de la lógica cortoplacista de la competitividad económica que ha reconstituido el rol de los Estados en la era contemporánea.92 Estos factores, sumados a las fuerzas inerciales propias de las políticas exteriores93 y la extendida percepción de éxito de la inserción internacional del país, contribuyeron a que la reflexión estratégica fuera visualizada como innecesaria y/o potencialmente costosa.

Contrario a lo que podría asumirse, la planificación estratégica no rigidiza la política exterior, sino que tiene el potencial de hacerla más flexible, creativa y eficaz. Además de ser de utilidad para el cultivo de nichos temáticos, puede ser de especial ayuda para dar proyección e innovación a nuestras relaciones vecinales. En cualquier caso, la planificación estratégica permitirá, a lo menos, identificar la posición que el país aspira a alcanzar; generar las condiciones para asegurar una vinculación funcional entre política interna y externa; e identificar los requerimientos para maximizar los recursos de poder existentes. A partir de estos factores se podría construir una proyección internacional con amplio apoyo de la sociedad.

Finalmente, una diplomacia emprendedora requerirá adecuar las instituciones gubernamentales que ejecutan la política exterior. A nivel central, la Cancillería debe resignarse a la pérdida del monopolio de la política exterior y fortalecer su vinculación estratégica con otros organismos estatales que poseen agendas internacionales relativamente autónomas, como los ministerios de Medio Ambiente, Energía y de Obras Públicas. A nivel regional y local, es necesario contar con una diplomacia subestatal más efectiva y basada en estrategias de desarrollo regional más robustas.94 Una mayor coordinación y planificación conjunta del nivel central y regional es un componente básico para la integración de políticas internas y externas propia de la diplomacia emprendedora. Se debe, además, impulsar un nuevo modelo organizacional para el Servicio Exterior chileno que ponga en valor la competencia y experiencia profesional, la diversidad y la equidad, la formación académica permanente y el pensamiento crítico y creativo.95 La carrera funcionaria debe promover y facilitar la especialización de sus diplomáticos, en lugar de desincentivarla como en la actualidad,96 así como fomentar su formación transprofesional, a fin de adecuarse apropiadamente a los nuevos contextos digitales de la diplomacia pública.97

El libro

Nuevas voces de política exterior se propone contribuir a la reducción de tres brechas que caracterizan el campo de las relaciones internacionales del país, en general, y el área de la política exterior, en particular. Una primera brecha es de tipo generacional. La forma en que convencionalmente se ha pensado, formulado e implementado la política exterior contemporánea ha respondido, en parte importante, al trabajo intelectual y político de una destacada generación de internacionalistas que, desde distintas posiciones, ha tenido a su cargo la conducción de las relaciones exteriores del país durante las últimas décadas. En su rol de oposición a la dictadura en la década de los 80, dicha generación jugó un rol importante en la definición de las bases de la política exterior para cuando el régimen democrático fuese reestablecido. Una vez que ello ocurrió, buena parte de sus integrantes pasó a ocupar importantes roles de conducción de las relaciones exteriores y diplomáticas y muchas de las ideas programáticas se convirtieron en política pública. La notable influencia de esta generación ha tenido como externalidad negativa una limitada renovación de los cuadros políticos e intelectuales de la política exterior. Eso explica las motivaciones para convocar, en este volumen, a destacados representantes de nuevas generaciones de internacionalistas.

En segundo lugar, este volumen también busca aportar a la reducción de la brecha de género que caracteriza a la política exterior. Por ello, en su diseño, la paridad de género fue un criterio básico e irrenunciable desde el comienzo. La política internacional ha sido tradicionalmente considerada como un ámbito de la vida social reservado, por una supuesta idoneidad, al género masculino. Así como en el resto del mundo, en Chile son pocas las mujeres que han logrado acceder a posiciones de poder en el área. A modo de ejemplo, al día de hoy solo dos mujeres han ocupado los cargos de ministra y subsecretaria de Relaciones Exteriores. La situación no es muy distinta al interior del Servicio Exterior: pese a algunos avances en el ingreso a la carrera diplomática desde el retorno a la democracia, este continúa siendo desproporcionadamente dominado por hombres, así como por barreras institucionales que ponen a las mujeres en una situación de desventaja estructural en el desarrollo de sus carreras. ¡Ni hablar de cuántas diplomáticas de carrera han alcanzado el rango de embajadora! Más allá del Edificio Carrera, el debate público en estas materias continúa siendo dominado por hombres, tanto en los medios de comunicación como en las comisiones de relaciones exteriores del Congreso Nacional. En la academia, por otra parte, el panorama es un poco más alentador. Cada vez son más las mujeres que desde este espacio desarrollan carreras vinculadas a la política exterior.

Finalmente, el libro aspira a disminuir la brecha de conocimiento entre la reflexión y la práctica de la política exterior. Esto se asocia, por un lado, al déficit de planificación estratégica elaborado con antelación. Por otro lado, el ya mencionado trasvasije de parte significativa de una generación de internacionalistas desde la academia a la práctica gubernamental derivó en un importante deterioro de los estudios internacionales a nivel nacional.98 La confluencia entre la relativa ausencia de reflexión teórica en las universidades, la percepción de éxito de la gestión internacional y los desincentivos al disenso generados por la primacía de la lógica consensual, configuró un cuadro en el que han tendido a predominar los enfoques descriptivos en los estudios de la política exterior chilena, a menudo reproduciendo el discurso oficial. Así, con sus autores intelectuales al interior de la burocracia diplomática y una cultura organizacional resistente a la influencia externa en su quehacer, la influencia de la reflexión académica en la política exterior ha sido más bien limitada.99

Nuevas voces de política exterior no es un libro académico, sino un esfuerzo de orientación práctica y vocación política. Lo anterior posee al menos tres sentidos. El primero dice relación con su carácter práctico: sus contenidos no solo buscan analizar distintos aspectos de las relaciones exteriores, sino también contribuir a su transformación. Cada capítulo realiza diagnósticos y propuestas para una mejor política exterior. Estas propuestas, en el espíritu del proyecto, son deliberadamente realistas, responsables y viables.

En segundo lugar, afirmamos que este volumen tiene vocación política como una forma de distinguir su aproximación de aquella que asumiría una publicación de tipo institucional como, por ejemplo, el libro Política Exterior de Chile 2030, elaborado por la Cancillería durante la segunda administración de la expresidenta Michelle Bachelet. Aunque el presente esfuerzo posee evidentes elementos en común con dicha publicación (su enfoque prospectivo, por ejemplo), una diferencia importante es que, como insinúa su nombre, Nuevas voces de política exterior no representa posición institucional alguna. Lejos de cerrar el debate, busca animar la reflexión pública sobre el futuro de la política exterior.

En tercer lugar, el libro no aspira a la neutralidad política; simplemente, no creemos que ello sea posible. Más aún en tiempos en que cobran fuerza actores e ideas políticas que buscan socavar las bases del sistema democrático y hacer retroceder algunas de las conquistas sociales alcanzadas a lo largo de generaciones, no creemos que la neutralidad sea deseable. Lo mismo corre para la política exterior. Como ha dejado en evidencia el actual gobierno, no es indistinto el contenido normativo que la subyace. Ante el agotamiento del modelo de desarrollo y el proyecto internacional post-dictatorial, hoy se hace imprescindible mirar a futuro y pensar en los mínimos políticos necesarios para un nuevo ciclo de la política exterior.

Estructura del libro

El libro consta de cinco secciones. La sección i ofrece una visión panorámica de la política exterior en el momento histórico actual. Tom Long aborda los desafíos que Chile, como país más o menos pequeño y periférico, enfrenta en la crisis del orden internacional liberal. Pese al poco alentador panorama que describe, sostiene que el país tiene la oportunidad de influir en su medio externo si hace uso adecuado de lo que denomina el poder intrínseco, el poder colectivo y el poder derivativo. Federico Merke, en la misma sección, analiza el potencial impacto que tendrán las recientes transformaciones de la política doméstica en las preferencias de la política exterior. Entre otros desafíos, el autor destaca la necesidad de cuidar la reputación internacional del país y evitar que la polarización política doméstica capture la política exterior.

La sección ii se centra en los fundamentos, instituciones e instrumentos de la política exterior. Daniela Sepúlveda Soto abre el apartado con una propuesta de bases para una política exterior feminista e inclusiva. A partir de la experiencia internacional y una crítica a la resistencia institucional de la Cancillería, propone medidas y estrategias para avanzar y consolidar una agenda de género transversal en nuestras relaciones exteriores. Seguidamente, Claudia Fuentes-Julio realiza un balance crítico de la política exterior en derechos humanos, así como una serie de recomendaciones para fortalecer e institucionalizar la posición del país en este ámbito. Para un país que aspira a ser desarrollado, argumenta, los derechos humanos deben ser un sello distintivo de su presencia en el mundo. Una reflexión sobre los desafíos internos y externos que enfrenta actualmente la tradición multilateral de la diplomacia chilena es desarrollada, a continuación, por José Juan Hernández. En su visión, pese a la emergencia de discursos neosoberanistas, el país debe seguir construyendo sobre la base de su acervo multilateral. Seguidamente, Paula Cortés González reflexiona sobre la importancia del derecho internacional para Chile y formula una crítica al reciente extravío en esta materia. A modo de propuesta, culmina su capítulo con una propuesta de hoja de ruta interna y externa en derecho internacional y derechos humanos.

Ya en lo tocante a la institucionalidad de la política exterior, Cristóbal Bywaters analiza la noción de política de Estado y sus perspectivas futuras. En el nuevo ciclo de la política exterior, es necesario un nuevo equilibrio que garantice mayor eficiencia y mayor control democrático de la política exterior. Tras analizar su trayectoria a la luz del derecho y la práctica, Paulina Astroza Suárez formula una serie de propuestas para una diplomacia subestatal más efectiva. Señala que es preciso contar con una institucionalidad más robusta y personal competente, así como con visión, estrategias e instrumentos adecuados. Carola Muñoz Oliva aborda, desde una perspectiva crítica, la situación del Servicio Exterior chileno en términos de movilidad profesional, género y diversidad. A fin de superar el actual estancamiento que lo aqueja, propone lineamientos para avanzar hacia un nuevo modelo organizacional para una diplomacia moderna, innovadora y diversa.

Los últimos dos capítulos de la sección abordan algunos de los instrumentos de la política exterior. Por un lado, Pía Lombardo analiza la trayectoria y desafíos que enfrenta la cooperación internacional chilena tras la reciente graduación del país en el Comité de Ayuda al Desarrollo de la ocde. Entre otras cuestiones, la autora sugiere que, en lo que respecta a la cooperación, el país debe ser más creativo y comprometido con la región. Matthias Erlandsen, por su parte, formula un conjunto de propuestas orientadas a fortalecer la diplomacia pública digital del país hacia el 2030. La transprofesionalización de la tarea diplomática y el rediseño de la estrategia comunicacional del país son, desde su perspectiva, elementos clave a impulsar.

La sección iii, que aborda los nuevos nichos y agendas tradicionales de la política exterior, es inaugurada por Camila Carrasco Hidalgo y Pedro Glatz Brahm, quienes esbozan acciones de corto, mediano y largo plazo para que Chile se convierta en una potencia turquesa. Entre otras iniciativas, proponen que el país asuma el liderazgo en la elaboración de un Green New Deal latinoamericano. Manuel Parra Yagnam trata los desafíos que enfrenta el Estado chileno en un contexto en el que emergen y se consolidan actores globales digitales de manera anárquica. Al respecto, formula recomendaciones para que Chile se convierta en un líder regional en la regulación de dichas entidades. Miguel Yaksic Beckdorf, por su parte, aboga por el diseño de una política migratoria coherente con una política exterior fundada en el principio de la dignidad humana. Junto con el impulso de mecanismos de regularización migratoria, hace hincapié en el fortalecimiento del multilateralismo regional en la materia.

Salvador Millaleo Hernández aborda los desafíos que implica para Chile construir una política exterior plurinacional. En su visión, si el país abandona el supuesto de la unidad cultural, podría dar un nuevo impulso a la política exterior, renovar su tradición de respeto y apoyo al derecho internacional, e incluso adquirir protagonismo en la materia. Seguidamente, Paulina Nazal Aranda reflexiona sobre el futuro del comercio internacional y su impacto en las relaciones económicas internacionales del país. Situaciones extraordinarias como el estallido social y la pandemia global exigen que la política comercial moderna, efectiva, inclusiva y responsable sea parte de las soluciones. Pablo Rivas Pardo, en tanto, se enfoca en la política internacional de defensa nacional, un “clásico brazo” de la política exterior. Considera necesario retornar al impulso de una zona de paz regional para fortalecer los mecanismos de cooperación internacional y su permanencia en el tiempo, así como alerta sobre los peligros de insistir en retóricas que tensionan la política de seguridad interior con la política internacional de defensa. Desde la teoría política internacional, Mario Pino Flores desarrolla una reflexión sobre las democracias globales en el marco de la participación de Chile en organismos internacionales. Su propuesta es transitar desde una política exterior basada en una ontología particularista a una universalista. La sección culmina de la mano de Javiera Parada Ortiz, quien aborda la diplomacia cultural como herramienta al servicio de la cooperación e integración. En su perspectiva, posicionar a la cultura al centro del desarrollo debería constituir una estrategia normativa para una política exterior progresista.

Posteriormente, la sección iv del libro aborda las principales tensiones geopolíticas y agendas geográficas de la política exterior. El apartado es inaugurado por María del Carmen Domínguez, quien entrega un análisis sobre cómo repensar la prioridad latinoamericana de la política exterior en el nuevo ciclo. Desde una perspectiva progresista, la mejor respuesta para abordar los desafíos que enfrentan Chile y América Latina es la integración regional. Posteriormente, Andrés Villar Gertner reflexiona sobre las definiciones progresistas en cuanto a nuestras relaciones vecinales. El desafío en el nuevo ciclo es proyectar la relación estratégica con Argentina e impulsar, con Perú y Bolivia, una alianza de integración tripartita con miras a la Cuenca del Pacífico. Lorena Oyarzún Serrano, seguidamente, analiza el lugar del Asia Pacífico en la narrativa de la política exterior chilena. Para que pueda convertirse efectivamente en un puente birregional, sostiene que es necesario impulsar una gran estrategia país. Dorotea López y Andrés Villar Gertner abordan los desafíos que enfrenta Chile en medio de la tensión entre Estados Unidos y China. Fortalecer y resaltar aquellos vínculos y áreas de convergencia con cada potencia debe ser parte de nuestra estrategia de inserción global de largo plazo. Concluye la sección Beatriz Hernández, quien analiza la trayectoria del vínculo estratégico entre Chile y la Unión Europea. La asertividad de la diplomacia chilena en diversos ámbitos debe seguir sirviendo al estrechamiento de las relaciones bilaterales y birregionales en el futuro.

Finalmente, la sección v presenta, a modo de reflexión final, una agenda de política exterior progresista que sintetiza los principales contenidos del libro. Asimismo, presenta los principales desafíos políticos que enfrentará nuestra diplomacia en el nuevo ciclo de la política exterior chilena.

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