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Capítulo II Donde revisan libros con guantes, conversan al lado de una ballena, más tarde Julia se ve a sí misma y una música la inspira.

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Julia Delgado y Raúl Briceño entraron a la biblioteca y la encargada los miró con algo de sorpresa.

–Ya me tomaron declaraciones y anduvieron buscando pistas –dijo.

–Perfecto –respondió Julia–. Ahora necesitamos de su ayuda profesional. Queremos revisar toda la literatura sobre la víctima.

–¿Sobre quién?

–Sobre el Niño.

La bibliotecaria asintió y empezó a pasear de una estantería a otra sacando los documentos respectivos. Al parecer, se los sabía de memoria. Julia los iba a recibir pero Briceño la detuvo.

–Detective, los guantes –le dijo mientras él se ponía los suyos.

–Okey, a lavar loza.

Mientras estaban en eso, Briceño se adelantó y cogió un librito infantil de Ana María Pavez y Constanza Recart donde explicaban quién era y el significado del Niño del cerro El Plomo. La detective lo miró con cierto reproche, pero después le sonrió.

–Vale, pero después me revisas éste –dijo, y le pasó el estudio de Grete Mostny de 1957. El detective frunció el ceño.

Julia se detuvo en un artículo de 1992 de la Revista del museo, escrito por Silvia Quevedo y Eliana Durán. Anotó en su libreta algunos apuntes. Le costaba concentrarse, todavía no se perdonaba haber perdido a aquel personaje misterioso fuera del museo.

Estuvieron en eso un rato. De repente Julia tuvo una idea y fue donde la bibliotecaria. Le pidió un listado de todas las personas que habían solicitado esos documentos. La encargada se puso rápidamente a teclear en el computador. La detective llamó al criminalista Mora.

–Rodrigo, ¿puedes venir a la biblioteca un momento? –susurró.

–Eeeeh, dame un descanso, recién terminé lo de la basura…

–Ya pues, si es cortito.

–Sí, voy, voy. ¿Por qué hablas tan bajito?

–Porque estoy en la biblioteca, pues.

Se escuchó una pequeña risa antes que Mora cortara. Julia miró a Briceño, que ahora revisaba el libro de Mostny.

–¿Te acuerdas de la película Los siete pecados capitales? –preguntó ella.

Briceño la miró algo sorprendido.

–Bueno –continuó Julia–, ahí pillan al asesino gracias a las bibliotecas. Yo soy Morgan Freeman y tú eres Brad Pitt.

Hubo una risa breve pero intensa. Los detectives se voltearon hacia la bibliotecaria.

–Perdón –dijo ella.

En ese momento entró Mora. Antes que hablaran, Briceño le preguntó:

–¿Me parezco a Brad Pitt?

–Igualito –respondió el criminalista sin inmutarse.

–Ya, el parcito –interrumpió Julia–. Necesitamos que tomes huellas a estos libros.

–Lo hago, pero acá han estado los dedos de todo Chile.

–Nos basta con que encuentres a la gente del museo y a algún otro sospechoso.

–Te odio –respondió Mora.

–Yo también –dijo Julia.

Briceño notó que la bibliotecaria tenía el listado en sus manos y no sabía si interrumpir la escena o no. Él se levantó y tomó los papeles.

–Disculpe a mis colegas –le dijo sonriendo.

Los detectives dejaron a Mora algo fastidiado revisando los libros y revistas y salieron de la biblioteca.

–Veamos si Greta la ballena nos inspira –dijo Julia.

Se dirigieron hacia la nave central donde está expuesto el esqueleto del cetáceo.

–¿Qué me dices? –preguntó la detective.

–Emmm… el Niño es importante… es único en Chile, pero han encontrado otros entierros parecidos en el Aconcagua, El Toro y tres niños en el volcán Llullaillaco… Se trataría de una ofrenda. Al Niño se le adormeció y se le depositó vivo en una cámara donde murió por congelamiento y sufrió un proceso de momificación natural. Se trataba de un noble. Quien se lo robó buscaba el paquete completo, la momia con su vestuario y joyas.

–Muy bien. Estrellita para ti. Es un mensajero del pasado, una especie de viajero del tiempo...

Briceño le sonrió.

–¿Qué? –preguntó Julia.

–¿Algo así como Marty McFly? –dijo Briceño.

–¿Quién? –volvió a preguntar Delgado.

–Marty McFly, Michael J. Fox... el protagonista de Volver al futuro –explicó el detective.

Julia miró a Briceño, seria, y luego le pegó un manotazo en la cabeza.

–¡Ay!

–Fuera de bromas –dijo ella–, no es una obra de oro que puedan vender o fundir, no son piedras preciosas. Y no robaron nada más: había varias piezas y equipos en el laboratorio. Es obra de fanáticos; no se llevaron alguna otra cosa para ellos. Y al Niño hay que mantenerlo con temperatura controlada… eso me preocupa; no sé si esté bien conservado, justo ahora que empieza el calor. Creo que estamos contra el tiempo.

Julia vio pasar al Carlos González, el guardia, ordenó a Briceño que siguiera leyendo y fue donde él. Le pidió revisar las imágenes de las cámaras de seguridad. La llevó a la recepción y se sentó a un computador. Se veía la pantalla dividida en nueve, mostrando ángulos del interior y exterior del museo.

–Muéstreme desde ayer en la tarde.

El guardia ejecutó unas instrucciones con dificultad y mascullando groserías cuando no le funcionaban, hasta que logró ubicar el punto solicitado.

Miraron en silencio las imágenes. No se veía nada extraño. Duplicaron y luego cuadruplicaron la velocidad de reproducción al llegar la noche; solo se veían los corredores vacíos. La zona de acceso al laboratorio no mostraba nada más que la oscuridad de la noche. Llegaron al amanecer y luego se veía la entrada de los trabajadores. Tras eso, carreras y la llegada de la policía. Incluso Julia se vio paseando con su bicicleta. Nada sospechoso.

–Mire, mire, ahí llegan los peruanos –dijo el guardia.

–Están caminando.

–Pero mire ahí, ¿no le parece sospechoso?

–Están barriendo. Algo esperable del personal de limpieza.

–Mire, ahí se esconden.

–En la otra cámara se ve claramente –le indicó Julia–. Están saludando a un compañero.

González refunfuñó.

–¿No tienen alarmas? –preguntó la detective.

–Sí, para puertas, ventanas y algunas vitrinas. Ninguna sonó.

«Nadie entró, nadie salió…». Rápidamente Julia tomó su radio y llamó a Briceño.

–Detective, junta a todos al lado de la ballena, cambio.

–¿Incluyendo a los de criminalística?

–Afirmativo.

Julia caminó de vuelta hacia el esqueleto del cetáceo. La seguía el guardia González. En el trayecto se encontró con el antropólogo Rodrigo Castillo; ella lo recordaba porque había alterado el sitio del suceso al recoger los vidrios de la cámara.

–Necesito su ayuda –dijo la detective–. Reúna al personal. Ahora.

La detective no se atrevía a manifestarlo, pero tenía la esperanza de que el Niño siguiera aún en el lugar. Minutos después estaban en la galería principal los dos detectives novatos que habían sido comisionados para tomar declaraciones y el equipo de criminalística. Al lado, el personal del museo. Todos miraban a Julia con curiosidad mientras se paseaba entre ellos.

–Vamos a revisar todo el lugar –comenzó diciendo. Hubo murmullos de desaprobación, sobre todo por parte de la policía científica. Julia los ignoró–. Tenemos que hacerlo los que estamos porque, es posible que el Niño todavía no haya salido del museo –ahora los murmullos, pero de sorpresa, fueron de parte del personal del recinto.

Julia seguía caminando y hablando fuerte y pausado.

–Detectives, lamento decirles que esto no es un allanamiento –miró a Briceño–. No hay que romper nada. Este lugar está lleno de cosas viejas y delicadas. Por eso invité a los amigos del museo para que nos vayan diciendo cómo revisar cada sección. Adelante.

Durante la siguiente hora los detectives abrieron cajas con fósiles y esqueletos, debidamente supervisados por los encargados de cada área. Hallaron trilobites, meteoritos, huesos de milodón, coprolitos, conchas, y animales embalsamados. Pero nada que los llevara donde el Niño.

Julia se quedó pensando hasta que notó que el guardia la miraba amablemente con cara de pregunta.

–¿Quiere ver algo más?

–No, pero quisiera una copia de las imágenes.

La sonrisa se borró de la cara de González y se puso a luchar contra el computador para intentar bajar los archivos de video entre maldiciones. Julia buscó en su chaqueta y le entregó un pendrive.

En ese momento se escucharon unos sonidos aéreos y melodiosos. La detective vio a varios empleados del museo y al arqueólogo Herrera llegar y asomarse hacia afuera por la puerta principal. Julia se levantó y se dirigió al lugar y allí se topó con Briceño, que también se acercaba.

–Como todos venían, me pareció importante y vine –dijo el detective.

Julia reconoció los sonidos.

–Lakitas –dijo ella.

–¿Qué? –preguntó Briceño.

–Lakitas. Una tropa de zampoñas –respondió Julia mientras hacía la mímica de tocar ese instrumento.

Salieron, y efectivamente en la explanada frente al acceso principal se encontraba un grupo tocando y bailando, todos vestidos con trajes tradicionales del norte de Chile. Los detectives los miraron a distancia. En un momento detuvieron la música y la danza.

–Menos mal que terminó el recital de Los Jaivas –comentó Briceño.

–Cállate –respondió Julia, mientras le pegaba nuevamente en la cabeza.

Varios curiosos se habían acercado al lugar y muchos grababan la escena con sus teléfonos celulares. Del grupo se separó un hombre ataviado con poncho y chullo y empezó a leer una declaración.

–Hay que ver qué están diciendo... –musitó Julia.

Briceño se adelantó para acercarse al lugar, pero ella lo retuvo.

–Tranquilo –dijo ella–. Pueden entenderlo como una provocación. Andamos con chaquetas. El detective la miró con algo de fastidio pero se contuvo.

Se volvió hacia Herrera.

–¿Podría usted ir allá y conseguir una copia de lo que están leyendo?

El arqueólogo asintió y se dirigió a la explanada.

–Ya sé lo que piensas –le dijo Julia a Briceño–, es ilegal mandar a otro a recoger pistas. Esto también queda entre nosotros.

Ambos vieron que el arqueólogo se saludaba con cierta familiaridad con la gente que había estado tocando y bailando; le pasaron el papel, lo leyó y después lo devolvió. El grupo se aprestó a retomar la música y la danza. Julia y Briceño entraron. No era bueno que vieran a Herrera conversar con la policía. El arqueólogo los alcanzó en la nave principal del museo. Revisaba su teléfono.

–¿Se memorizó lo que leyeron? –preguntó Julia.

–No, lo leí pero me dijeron que lo habían publicado. Acá está.

El arqueólogo les mostró la página de internet del «Colectivo T’aki», que decía estar compuesto por personas de raíz quechua y aymara, además de gente interesada en el tema. Los detectives leyeron:

A LA OPINIÓN PÚBLICA

El Colectivo T’aki condena el robo del que fue víctima el Museo Nacional de Historia Natural, donde se sustrajo al Niño del cerro El Plomo, el Inti Wawa, Cauri Pacsa. Si bien consideramos que el Niño debe volver a ser reenterrado en un lugar especial, el museo siempre ha tenido una relación cordial y respetuosa con los pueblos originarios, distinta a la del Estado chileno que les ha quitado las tierras y el agua a los hermanos mapuche y de los pueblos coya, aymara, quechua, williche y licanantai, y los ha reprimido ferozmente. Esperamos que el Inti Wawa sea encontrado pronto y restituido íntegro al museo para que en un futuro pueda ser devuelto a un sitio sagrado. Que el próximo Machaq Mara lo podamos celebrar juntos.

Por la defensa de nuestra cultura y patrimonio

¡Jallalla!

Colectivo T’aki

Terminaban de leer cuando sonó el teléfono de Julia. Era un mensaje de la detective Rojas, encargada de monitorear las redes sociales de internet. Lo leyó y miró al grupo.

–Puede haber sido un coleccionista excéntrico –dijo ella–. Pero no podemos descartar a un grupito de fanáticos.

El Robo del Niño

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