Читать книгу Entre el azadón y el smartphone - Cristina Giraldo Prieto - Страница 6

INTRODUCCIÓN

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EL debate sobre las relaciones entre la academia y la sociedad ha atravesado varias décadas y ha tenido periodos de incandescencia, en momentos en los que las realidades sociales han hecho temblar los suelos firmes de diversos sectores, al interpelarlos sobre su posición y participación en las distintas situaciones de desigualdad, opresión e injusticia que, aunque vividas cotidianamente, se hacen grito y reclamo cuando se llevan al límite y sin ningún reparo. De eso se conoce bastante en estas latitudes. La pregunta sobre la incidencia de la teoría en la vida práctica de grupos, comunidades o movimientos sociales, así como en su consolidación y sus luchas, ha mantenido en vilo al ámbito académico respecto a las posibilidades de su accionar en las diversas problemáticas sociales que un país como Colombia enfrenta diariamente.

Si bien se han producido reflexiones, propuestas metodológicas y un trabajo político de sectores vinculados con la academia –algunos grupos estudiantiles, programas académicos, institutos u organizaciones– en pro del fortalecimiento del diálogo y de apuestas que establezcan lazos entre lo que hace la academia, sus profesionales y sus producciones y lo que se moviliza en las calles, en los campos y en las ciudades, aún no se observan con claridad las interacciones y las posibles correspondencias. Es un escenario tenso, donde la duda, el conflicto y la impotencia acompañan a quienes han transitado, de disímiles maneras, entre la academia y la realidad de este país.

Uno de esos tránsitos entre la academia y la sociedad es bien específico, debido a la aparición del Estado como ente mediador: 1) a través del ingreso de profesionales e investigadores a las filas laborales del sector estatal, como contratistas mayoritariamente, quienes desarrollan proyectos o forman parte de programas que inciden en distintos grupos sociales; 2) a través de la participación de estudiantes, profesionales e investigadores en convocatorias públicas que otorgan estímulos económicos para el desarrollo de procesos de intervención en y con distintas comunidades. Este es un escenario laboral que parece estar –de hecho, así es– colmado de oportunidades de vinculación desde diferentes profesiones con la realidad “real”, con el conocimiento hecho acción, con el necesario paso de la teoría a la práctica.

Ciertamente, el hecho mismo de trabajar para el Estado o desarrollar procesos desde la institucionalidad, ser de una u otra manera “agente” del Estado, es ya una forma de conocer y comprender las lógicas mediante las cuales lo público-estatal se moviliza y se instala en las cotidianidades de los sujetos y en los distintos grupos sociales. Sin embargo, en esos tránsitos, el rol del profesional puede ser más complejo de lo que a simple vista pareciera, a razón, entre otras cosas, de los tipos de accionar de ese Estado: un Estado colonial que ha mostrado irremediablemente su ineficacia, que arrastra consigo una lista interminable de redes de corrupción y que instaura estrategias de cooptación y neutralización de formas de existencia y movilización singulares, a partir de la creación de políticas, planes, programas y proyectos que abogan por la garantía de derechos, pero que en la práctica pueden resultar todo lo contrario.

En ese marco, este texto recoge una serie de reflexiones sobre las intervenciones del Estado desde las políticas culturales, particularmente de la política de diversidad cultural y su enfoque diferencial, a partir de la experiencia de tres tipos de sujetos/agentes. Así, se presentan dos de estos, quienes transitaron del ámbito académico al ámbito laboral-práctico a través de la mediación del Estado: un sujeto/agente contratista del Estado –de la Biblioteca Nacional, entidad del Ministerio de Cultura–, cuya reflexión directa se circunscribe en estas páginas; y unos sujetos/agentes ganadores del estímulo Pasantías en Bibliotecas Públicas de la Convocatoria de Estímulos 2015 del Ministerio de Cultura, cuyo accionar y reflexión permitieron establecer líneas de sentido para comprender los matices y requiebros de las intervenciones del Estado desde el “sector cultural” en el tercer tipo de sujeto/agente, receptores de aquella intervención –¿escalonada?–, cuyas voces, experiencias y percepciones le dan cuerpo a esta disertación: jóvenes habitantes de zona rural de los municipios de Anzoátegui, Tolima; Lorica, Córdoba, e Inzá, Cauca.

La discusión que se propone atraviesa varias preguntas, cuyo eje es la cuestión colonial. Una de las aristas que bordea la elaboración crítica tiene que ver, justamente, con el rol de cada uno de estos sujetos/agentes en la configuración, la reproducción y la resistencia de prácticas coloniales al interior de procesos que abogan por el reconocimiento de la diferencia, a través del discurso oficial de la multiculturalidad, el cual se ha posicionado como una moda en las últimas décadas, pero que “[…] ha sido el mecanismo encubridor por excelencia de las nuevas formas de colonización. […] Se reproduce así una “inclusión condicionada”, una ciudadanía recortada y de segunda clase, que moldea imaginarios e identidades subalternizadas al papel de ornamentos o masas anónimas que teatralizan su propia identidad” (Rivera Cusicanqui, 2010, p. 60). Todo esto en el marco de un capitalismo global, en el que la exaltación de la diferencia en sociedades infinitamente desiguales ha devenido una forma más de consumo.

En consecuencia, se plantea una serie de cuestionamientos alrededor de las políticas culturales que abordan críticamente nociones como diversidad, diferencia, identidad, ruralidad, cultura escrita, juventud, entre otras, a través de las experiencias y existencias de jóvenes cuyas dinámicas en la zona rural del país evidencian los efectos del conflicto interno armado, la disputa por la tierra, la segregación y un sistema de educación homogeneizante y normalizador; estos asuntos permitirán entrever y complejizar la incidencia que tienen las intervenciones que el Estado hace en nombre de la cultura. Si la cultura es un campo de poder, es una cuestión de la que se habla reiteradamente en instancias académicas; sin embargo, muchas acciones que se realizan con sujetos, grupos sociales o comunidades, y se justifican en nombre de la cultura, del acceso y la garantía de derechos “culturales”, pueden perpetuar esquemas coloniales y reproducir “modos de subjetivación dominantes” (Guattari y Rolnik, 2006, p. 155), sin que los sujetos actuantes ni los “receptores” de tales procesos sean conscientes de aquello y de su papel en semejantes resultados. ¿Cómo no ser uno más en la cadena colonial?

Los trabajadores sociales o, como lo señalan Guattari y Rolnik (2006), “todos aquellos cuya profesión consiste en interesarse por el discurso del otro”, se encuentran “en una encrucijada política y micropolítica fundamental” (p. 44): o terminan haciendo el juego de la reproducción de modelos –coloniales o no coloniales– o, de diversas maneras, inician agenciamientos que permitan salir de allí y articular nuevos modos de ser/hacerse en otras lógicas y con disímiles búsquedas. La cuestión de la micropolítica es, entonces, la de “cómo reproducimos (o no) los modos de subjetivación dominantes” (Guattari y Rolnik, 2006, p. 155) o, para expresarlo desde una voz más cercana, cómo descolonizarse y empezar a desengancharse de estructuras económicas, políticas y mentales de dominación y segregación de larga duración. Las reflexiones que este texto expone no pretenden resolver esta encrucijada ni dan salidas fáciles a las complejidades que esto conlleva; más bien, evidencian tensiones, exponen contradicciones y muestran matices a partir de experiencias surgidas desde distintas posiciones.

La socióloga y activista boliviana Silvia Rivera Cusicanqui (2010) ha advertido que la descolonización no es solo pensamiento: no hay discurso descolonizador sin una práctica descolonizadora. Para que esto ocurra, se deben contemplar varios frentes que van desde lo reflexivo, lo metodológico y lo epistemológico, hasta lo ético, lo pedagógico, lo colectivo y el accionar político transformador. Así, una de las primeras tareas consistiría en reconocer el lugar que se ocupa en aquella cadena colonial, al examinar cómo el pensamiento y el accionar propio redundan o confrontan esquemas de dominación; cómo la participación en proyectos y procesos sociales puede silenciar o potenciar la voz de los distintos involucrados; cómo la aparición de publicaciones –como esta, por ejemplo– y la apertura de nuevos programas académicos cada vez más especializados pueden formar parte de distintas estrategias económicas que operan detrás de los discursos; o cómo la escritura misma de los textos –por ende, lo que está detrás, la cuestión metodológica y epistemológica– significa, dice/hace, mientras transita las reflexiones y los contenidos, al reiterar o confrontar las estructuras autorizadas para la producción académica.

Es un escenario amplio, y aunque las preguntas mencionadas circundan toda la elaboración crítica, es tal vez en esta última cuestión, la de la escritura como acción en sí misma, que este texto se circunscribe, al hacer a la par una serie de interpelaciones a la autoridad de la escritura académica y la preeminencia de la producción y validación de conocimiento desde allí. Los lectores que ingresen a estas páginas encontrarán un tipo de escritura bien distinto al de esta introducción; un tipo de escritura más narrativo que formal, el cual intenta tejer las reflexiones polifónicamente: las experiencias, los afectos y las sensaciones de los distintos sujetos involucrados se tejen con teorías, conceptos y contextos sociales y económicos que permiten plantear los problemas culturales y entrever sus repercusiones políticas. Precisamente, hay una apuesta por pensar la escritura como praxis, como un acto político que hace pensar en las situaciones a través de la resonancia de las sensaciones; allí el discurso reflexivo-social no se antepone al discurso estético-narrativo, sino que lo integra e intenta desdibujar los límites, siempre tan fríos, de las elaboraciones académicas. Tal vez este texto está en busca de lectores diversos, de otros actores de lo social que no necesariamente hablan de teorías, que configuran su existencia en un contexto que no siempre ellos determinan y que se ve intervenido por políticas estatales que muchas veces no se ponen en cuestión; pero también de agentes de cambio que realizan acciones en contextos marcados por la violencia y la indiferencia y que desde sus prácticas elevan una voz potente, la cual puede alimentar las reflexiones y posibilitar nuevas rutas teóricas y nuevas propuestas epistemometodológicas para un decir/hacer más articulado y consciente.

Aún hoy estamos en ciernes en ese proceso. Este texto, el cual surgió como un ejercicio transdisciplinar, con un enfoque etnográfico y autoetnográfico, es apenas un atisbo de una apuesta que, en medio de la maraña de cuestionamientos relacionados con la incidencia de las políticas culturales en jóvenes de zonas rurales, se interroga por las posibilidades de la palabra y de la escritura en la investigación social, más allá del mero trabajo de descripción y representación, al considerar que “revelar es cambiar y que no es posible revelar sin proponerse el cambio” (Sartre, 1967, p. 53). Así, la voz que articula las reflexiones, y que se expone en primera persona en el preludio y en las consideraciones finales, se revela a sí misma y a los otros para confrontarse y devenir en acciones; sin embargo, en los tres capítulos que componen el grueso de la elaboración crítica, esa voz se esfuerza por ser más que un yo enfrascado en su interioridad y asume una posición que intenta tejer las discusiones, al integrar las distintas voces de los actores, los lugares y los procesos con una narrativa que apela a lo sensitivo y lo emocional, intentando no perder el análisis riguroso y la crítica social. ¿Hacer vibrar para poner a pensar? Se está a medio camino, y este texto sigue en proceso… que las lecturas activen cajas de resonancia inimaginadas; que contradigan, cuestionen y mantengan vivos los espacios del pensar, el sentir y el hacer en las vertiginosas realidades que se sortean diariamente.

Entre el azadón y el smartphone

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