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CAPÍTULO II

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Ese domingo David se despertó temprano, obedeciendo a su costumbre de pasear a Terry, su pequeño perro, y aprovechar para hacer un poco de ejercicio. Mientras lanzaba la pelota para que el cuadrúpedo corriera y la alcanzara, meditaba en la noche anterior y lo agradable que había sido viajar al año dos mil veinticinco. Se sentía afortunado de que nadie sospechara nada, su madre saldría a visitar a los abuelos, así se lo anunció cuando conversaron durante el desayuno.

En cuanto a su amigo Mauricio, se había creído la historia de que en el cuarto de los experimentos ahora se guardaban documentos confidenciales relacionados con el trabajo de su madre y ya no había preguntado nada. Sin duda su plan avanzaba de maravilla... o al menos eso era lo que él creía...

Últimamente estaba trabajando en un nuevo aparato que él denominaba “el control del tiempo, espacio y materia”, cuya finalidad era que con sólo insertar un diminuto micrófono en el oído y decir lo que uno quería hacer, la acción se realizara al instante. Por ejemplo decir un nombre y comunicarse inmediatamente con esa persona sin necesidad de siquiera tener en las manos un estorboso celular, o declarar “quiero estar en estos momentos en China” y ser transportado inmediatamente a ese lugar; desear ver la tele y en lugar de usar un control para encender un aparato, que la pantalla automáticamente apareciera en el aire como una realidad virtual.

Para ello había realizado tres viajes en busca de los objetos necesarios para su creación. Era para él algo tan excitante y fuera de este mundo descubrir cómo todo lo que hoy en día “era el último grito de la moda”, para el tiempo futurista eran casi antigüedades dignas de ser expuestas en museos.

Había sido muy fácil conseguir las tres primeras piezas. Sin embargo, aún le faltaban otras tres, por lo que debía hacer otros viajes, que de buena gana hubiera realizado seguidamente, pero la máquina no permitía más de dos transportaciones semanales.

Lo sacó de su letargo el sonido del móvil, que en esos momentos recibía un mensaje de WhatsApp proveniente del celular de Mauricio: le proponía ir al Salón Corona junto con otros amigos del Colegio de Bachilleres, a quienes hacía tiempo no veían, para comer unas tortas y tomar unas cervezas. Aunque no tenía ningún plan para ese día, sin duda necesitaba tomar un descanso de un proyecto que realmente lo tenía absorto y había agotado todas sus energías.

Acordaron que Mauricio pasaría por él a las diez de la mañana, puesto que su padre le había prestado el automóvil, pero primero iría a buscar a Juan Carlos y Rolando, quienes vivían más cerca de su casa. Estando los tres ya en camino, Mauricio propuso que al recoger a David, entre todos le hicieran “bolita” para levantarle los ánimos que, según él, últimamente estaban algo caídos.

Mientras llegaban por él, David se terminó de peinar y al salir de casa como siempre acostumbraba, colocó sus llaves en el pantalón, con el llavero en forma de un mini cubo de Rubik en la parte de externa. El vehículo se detuvo y sus tres camaradas salieron en estampida para abrazarlo, tirarlo al piso y soltarle las acostumbradas chanzas obscenas entre burlas y carcajadas. Tan divertidos estaban que ni David ni los otros dos amigos se dieron cuenta cuando Mauricio extrajo las llaves del bolsillo de David.

Nada más llegaron al Salón Corona y tomaron asiento, Mauricio anunció que ese día él invitaba, pero que antes necesitaba ir rápidamente al cajero que estaba a unas cuadras de allí, por lo que iría andando. Según él, no tardaría; mientras, bien podían ir ordenando la primera ronda.

Salió del lugar para ir en realidad a la cerrajería que había visto momentos antes de llegar a su destino. Allí sacó un duplicado de las llaves de David, satisfecho porque hasta el momento su plan iba saliendo justo como él lo había pensado.

Regresó para reunirse con sus amigos, quienes en su ausencia ya habían bebido un par de cervezas. Pasaron un día realmente muy ameno, y le dio un gusto genuino ver cómo su gran amigo por unas horas volvió a ser el mismo de siempre, tanto, que por un momento deseó que esos instantes no acabaran pues reconoció cuánto lo extrañaba, con sus risas, sus bromas pesadas y sus puntadas tan geniales que los hacían doblarse de risa.

Juan Carlos, David y Rolando ya estaban algo pasados de copas al momento de retirarse del Salón Corona. Al primero que dejarían en su casa sería a David, para que se repitiera la ruidosa despedida, con la inocente complicidad de Rolando y Juan Carlos, y así poder regresar las llaves a su dueño. Tal cual, mientras lo abrazaban y lo aventaban de un lado para otro entre carcajadas estridentes, Mauricio introdujo nuevamente las llaves en el pantalón de su amigo, quien de no haber estado ebrio probablemente se habría percatado, si no fuera porque justo en ese momento Juan Carlos lo aventó bruscamente para el lado contrario, con lo que la delicada maniobra pasó desapercibida. Mauricio respiró profundamente al comprobar que David no había notado nada.

Finalmente, al llegar a su casa, Mauricio festejó en su recámara como si se tratara de una sorpresa que le hubieran hecho. Rió y saltó en su cama como un niño al que Santa Claus le hubiese traído el juguete que tanto anhelaba. A pesar de sentir algo de remordimiento por no haber sido sincero con su amigo, inmediatamente se justificó pensando que David tampoco había sido leal al no compartir su proyecto con quien había mantenido una amistad de varios años y pasado tantas horas en el cuarto de los experimentos, compartiendo hallazgos y conocimientos.

La primera parte de su plan ya estaba, ahora faltaba algo que no era menos difícil que haber obtenido las llaves: entrar furtivamente a casa de su amigo y por ende al cuarto de los experimentos para probar el funcionamiento de la máquina. No era un secreto para él que cada miércoles David y su madre cenaban en casa de los abuelos. Lamentó en verdad que apenas fuera domingo, pero ni modo, tendría que esperar tres largos días para intentarlo.

Las ansias lo carcomían por dentro, el reloj parecía avanzar más lento que de costumbre, no hallaba cómo matar las horas que parecían ser eternas, estaba distraído, tropezaba con cualquier cosa mientras hacía planes en su mente. Ahora comenzaba a comportarse como David, ahora vivía lo mismo que su amigo.

La bella década

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