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Capítulo 1

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ANGELIQUE SAUVETERRE contestó la llamada de los guardas de seguridad del exterior que le anunciaban que había llegado Kasim ibn Nour, el príncipe heredero de Zhamair.

Suspiró y se dejó caer contra el respaldo del asiento. No tenía ganas de ver a nadie después del día que había pasado.

–Claro. Acompañadlo a mi despacho, por favor.

Hasna ya le había avisado de que su hermano la visitaría cuando estuviera en París.

Angelique no entendía por qué el hermano de la novia quería conocer a la modista que estaba haciendo el traje de la boda, pero supuso que querría prepararle un regalo sorpresa. Por eso, no esperaba que ese encuentro fuera largo o espantoso. El día que había pasado con la princesa Hasna y el cortejo nupcial no había sido nada espantoso. En realidad, había sido muy agradable.

Solo era introvertida cuando había mucha gente y mucho jaleo. Cuando se lo contaba a alguien, siempre le extrañaba y le decía que no era tímida. Sin embargo, había sido tremendamente tímida de pequeña y le habían obligado a superarlo a la fuerza. Ya podía hablar con todo el mundo, pero le costaba mucho.

Estaba deseando que su hermana Trella pudiera ser la cara visible de la Maison des Jumeaux. Algo un tanto paradójico porque su hermana gemela tenía la misma cara que ella. En realidad, quería que Trella fuese la que hablara con los clientes nuevos, recibiera a los hermanos de la novia y organizara fiestas como la que había organizado ella ese mismo día.

Quería que Trella se pusiera bien.

Sin embargo, no iba a presionarle. Trella había hecho muchos progresos superando fobias, sobre todo durante el año anterior. Estaba decidida a asistir a la boda de Hasna y Sadiq y también estaba progresando en ese sentido.

Lo conseguiría, se tranquilizó a sí misma.

Entre tanto… Giró el cuello varias veces para intentar relajar la tensión que se le había acumulado después de horas intentado calmar los últimos nervios de la boda.

Al menos, la mezcla de seda que habían estado utilizando Trella y ella no se había arrugado mucho.

Se levantó para mirarse en el espejo de pie que tenía en un rincón del despacho. Los pantalones negros le caían impecablemente, la chaqueta ligera con los bordes bordados revoloteaba cuando se movía y el top plateado le daba luz a la cara. El maquillaje había aguantado y solo el moño estaba deshaciéndose.

Se quitó las horquillas, se lo peinó con los dedos y los mechones morenos le cayeron por los hombros. ¿Sería demasiado desenfadado?

El guarda de seguridad llamó la puerta y ya no tuvo tiempo para peinarse otra vez. Fue a abrir la puerta y la impresión fue como si hubiese salido a una noche estrellada y con una luna llena que lo iluminaba todo con su resplandor.

Se quedó deslumbrada y tuvo que hacer un esfuerzo para disimular, pero el príncipe era impresionante. Era moreno y con unos ojos marrones tan oscuros que parecían negros. Tenía una nariz completamente recta y la mandíbula muy bien equilibrada. La boca… Ese labio inferior era indiscutiblemente erótico.

El resto era impecable. Su país tenía fama de ser ultraconservador, pero él llevaba la cabeza descubierta y vestía un traje occidental hecho a medida sobre lo que sus expertos ojos adivinaban que era un físico atlético.

Tragó saliva e intentó reactivar el cerebro.

–Alteza… Soy Angelique Sauveterre. Bienvenido. Adelante, por favor.

No le tendió la mano porque habría sido imperdonable para una mujer en Zhamair. Él sí le tendió la mano, lo cual era un poco excesivo para que se lo hiciera un hombre a una mujer en París.

Angelique se la estrechó y sintió algo parecido a una descarga eléctrica cuando él cerró su poderosa mano alrededor de la de ella, diminuta. Notó que se le enrojecían los pómulos y él también pareció darse cuenta, lo cual la acaloró más todavía.

–Hola.

No le dio las gracias por recibirlo ni le pidió que le llamara Kasim.

–Gracias, Maurice –murmuró ella para despedir al guarda de seguridad–. Puedes retirarte.

Tenía mucho cuidado de no tener que quedarse sola con hombres, o con mujeres, que no conocía, pero el príncipe había llegado por medio de Hasna y Sadiq y eso le daba seguridad. Si un hombre como el príncipe tenía pensado hacer algo improcedente, entonces todo el mundo se había vuelto loco y ella no tenía nada que hacer.

Además, siempre llevaba el botón del pánico colgado del cuello.

Ya estaba casi presa del pánico. Se le había acelerado el corazón y se le habían encogido las entrañas. Tenía todo el cuerpo en estado de alerta. Hacía unos segundos se había sentido agotada, pero había bastado que le estrechara la mano para sentirse llena de energía aunque también impotente. Estaba nerviosa como una colegiala y eso era impropio de ella. Tenía dos hermanos muy obstinados y había aprendido a mantenerse firme contra la fuerza masculina más arrolladora.

Sin embargo, nunca se había encontrado con nada parecido. Encerrarse con él en su despacho le parecía peligroso. No era el tipo de peligro que había aprendido a sortear, era un peligro interior, como cuando se volcaba por completo en una creación y contenía el aliento como si estuviera en la pasarela para que la juzgaran.

–Siéntese, por favor –le pidió ella señalándole la zona de recibimiento.

Era una habitación sin ventanas y no había preciosas vista de París, pero era uno de sus sitios favoritos porque podía aislarse del mundo. Pasaba mucho tiempo en su mesa. La mesa de Trella estaba vacía, había ido a España, pero solían trabajar en un silencio muy agradable.

–Hay café recién hecho. ¿Quiere una taza?

–No voy a quedarme mucho tiempo.

Debería ser una buena noticia porque estaba reaccionando con mucha intensidad a su presencia, pero se sintió decepcionada… y eso era muy raro. Siempre se ocupaba de poner una distancia mental entre los demás y ella. Todo el mundo tendría ese efecto en ella si no lo hiciera, pero bastaba que él mirara alrededor de su espacio privado para que se sintiera desnuda, expuesta, observada, y deseosa de que le diera su visto bueno.

Él no parecía querer sentarse y ella puso las manos temblorosas en el respaldo de la butaca que solía usar cuando tenía la visita de algún cliente.

–¿Quería comentar algo concreto sobre los preparativos de la boda?

–Que tiene que mandarme a mí la factura –contestó él mientras dejaba una tarjeta en la mesa de Trella.

Angelique se dio la vuelta para mirar ese movimiento preciso y fascinante. Además, ¿quién era su sastre? Ese traje era una obra de arte.

Él la sorprendió mirándolo y ella se pasó el pelo por detrás de una oreja para disimular el rubor.

–Su majestad también se ha ofrecido. No hacía falta que se hubiese molestado. Es un regalo de boda para Sadiq y la princesa.

Él ladeó un poco la cabeza al oír la naturalidad con la que empleaba el nombre de pila de Sadiq.

–Eso me ha dicho Hasna, pero prefiero pagarla.

La miró tan directamente que a ella le pareció un enfrentamiento, como si esa conversación fuese un conflicto. A ella se le alteró el pulso.

¿Por qué era tan implacable…? ¿No estaría pensando que Sadiq y ella tenían una aventura…?

¿Por qué no iba a pensarlo? Según los titulares de todas las revistas, ella se había acostado con media Europa. Eso cuando no estaba drogándose y peleándose con las modelos, claro.

–Sadiq es amigo de la familia desde hace mucho tiempo –replicó ella ocultándose detrás de la máscara gélida que mostraba a todo el mundo–. Es algo que queremos hacer por él.

–¿En plural? –preguntó él con los ojos entrecerrados.

Ella no sacó a relucir ni a su hermana ni lo que su familia le debía a Sadiq por habérsela devuelto. Por eso era un amigo tan querido, porque nunca había buscado la gloria por su heroísmo.

–Si eso era todo quería… –ella dio por supuesto que iba a decir la última palabra sobre el asunto–. Tendría que terminar algunas cosas para su hermana.

Kasim tenía que alabar el gusto de su futuro cuñado. Angelique Sauveterre había dejado de ser una niña muy mona y se había convertido en una joven impresionante. Además, en persona, tenía una belleza más cautivadora.

Su pelo largo y moreno era resplandeciente y lo que en el ordenador le habían parecido unos ojos grises algo anodinos, tenían un color verdoso que era hipnótico. Era alta y esbelta, parecía una modelo aunque era la que las vestía, y la piel tenía un tono dorado que debía de deberse al origen español de su madre.

Las cámaras no la captaban casi nunca con una sonrisa pero cuando lo hacía, era un gesto parecido al de la Mona Lisa, lo que le permitía vivir de acuerdo a la sangre francesa de su padre, distante e indiferente.

Tenía esa expresión en ese momento, pero había sonreído abiertamente cuando lo había recibido. Tenía una belleza muy atractiva y él se había olvidado, durante un momento, de por qué estaba allí, el deseo de conquistarla se había adueñado de él.

¿Por eso estaba tan cautivado Sadiq?

–En cuanto a esas cosas que tenía que terminar… ¿Ha salido todo bien hoy?

Él sabía que había sido la prueba final del vestido de novia de su hermana y de los vestidos de las damas de compañía, así como la presentación de otra ropa que le habían hecho a Hasna. Una vez terminados los arreglos, todo se embalaría y se mandaría a Zhamair hasta la boda, que se celebraría dentro de un mes.

–Tendría que preguntárselo a las mujeres que han estado aquí, pero parecían complacidas cuando se marcharon.

Según lo que él había oído desde su ático, habían quedado encantadas por todo, desde la ropa a la bebida importada, los sándwiches y los pasteles.

–Creo que Hasna no tuvo quejas –lo rebajó él–. Por eso quiero ahorrarle la molestia de tener que reemplazar todo lo que le ha prometido.

Angelique era alta encima de los tacones. No tan alta como él, pero sí más alta que la mayoría de las mujeres que conocía, y resultó más alta cuando oyó lo que había dicho. Se puso rígida y parpadeó varias veces como si estuviera barajando distintas respuestas.

–Todo lo que hemos hecho –le corrigió ella en un tono desenfadado que era cáustico y peligroso–. ¿Puede saberse por qué no quiere que lo reciba?

–Puede olvidarse de la indignación –le aconsejó él–. No estoy juzgándola. Yo también he tenido amantes, pero llega un momento en el que hay que terminar… Y el suyo ha llegado.

–Cree que soy la amante de Sadiq y que por eso me he ofrecido a hacer el vestido de la novia y el ajuar. Es muy generoso por parte de la amante, ¿no le parece?

Ella fue soltando las palabras como si estuviera profundamente ofendida. Él se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y se balanceó sobre los talones.

–Ha sido muy generoso que una modista de París tan famosa y exclusiva haya organizado un pase privado para un cortejo nupcial tan numeroso.

No habían asistido solo su madre y su hermana, también habían estado la madre y las hermanas de Sadiq con primas y amigas de las dos partes.

Naturalmente, el coste de todo eso no iba a mermar su fortuna. La familia del novio también podía permitírselo, y dado el patrimonio de la familia Sauveterre, según los rumores la empresa familiar había financiado un proyecto artístico disparatado, se imaginaba que Angelique tampoco pasaría penurias.

–Si la recepción de esta tarde hubiese sido lo único que le ha regalado, no me habría inmutado –siguió él–, pero ¿el vestido? Conozco el gusto de mi hermana –sabía que llegaría fácilmente a las seis cifras–. Además de los vestidos del resto del cortejo, incluidos el novio y la madre de la novia.

–Los padres y las hermanas de Sadiq también son amigos de la familia.

–Además de todo un guardarropa para que Hasna empiece su vida de casada –añadió Kasim con incredulidad–. Eso es algo más que el regalo de una amiga de la familia. Si me hubiese enterado antes, no habría esperado hasta hoy para evitarlo.

Hasna había estado hablando sin parar del gran día, pero a él no le importaban los pequeños detalles. Estaba encantado de que se casara por amor y quería que todo saliera bien, pero la decoración, la comida y los colores que iban a vestir le daban igual. Entonces, cuando se dio cuenta de que iba muy por debajo del presupuesto, algo impropio de su hermana, le preguntó cuándo le llegaría la factura del vestido.

–Si fuese la amante de Sadiq, habría querido sacarle partido. Le habría obligado a que nos trajera a su novia como pago por haber perdido su respaldo económico, que no necesito, por cierto –el tono de Angelique era cortante como una cuchilla de afeitar–. Eso no fue lo que pasó ni mucho menos. Hasna ni siquiera sabía que Sadiq nos conocía. Dijo que éramos las modistas de sus sueños y él lo organizó en secreto para darle una sorpresa. Nosotras decidimos no cobrarle.

–Ya… Es curioso que haya conseguido ocultar esa amistad tan íntima –Kasim no disimuló el desprecio– a la mujer a la que cortejó durante un año y a la que asegura amar. Podría haberlo entendido si, efectivamente, fuera un pago…

No lo habría perdonado cuando Hasna había luchado tanto para casarse por amor y había conseguido convencerlo de que Sadiq le correspondía, pero, al menos, habría encontrado un motivo para ese arreglo tan ridículo.

–¿Lo ha hablado con Sadiq? –le preguntó ella en un tono gélido y con los brazos cruzados–. Me siento tan ofendida por él como lo estoy por mí misma.

–Sencillamente, Sadiq no puede hacer lo que hay que hacer. Le aconsejaré después…

–¡No estoy acostándome con Sadiq! No me acuesto con hombres casados ni prometidos.

–Estoy casi seguro de que dejó de acostarse con él cuando se comunicó el compromiso. Sé lo que ha hecho desde entonces.

–¿Sabe él que tiene estas sospechas?

–No le juzgo por haber tenido amantes antes de prometerse. Todos las tenemos.

Aunque sí le molestaba que su cuñado se hubiese acostado con esa mujer en concreto. Sin embargo, no se preguntó por qué le molestaba. Además, siempre le había extrañado que un hombre tan apacible hubiese podido seducir a una mujer así. Siempre le había parecido que Sadiq había aprendido más en los libros que en la calle, que era serio y aplicado, y casi tan ingenuo como Hasna.

Esa mujer era sorprendentemente enérgica y habría dominado a alguien como Sadiq… lo que explicaba que él no hubiese sido capaz de terminar tan definitivamente como debería.

–Y yo… ¿qué? ¿Cree que estoy intentando engatusarlo otra vez equipando a su esposa? Su lógica no tiene ni pies ni cabeza, alteza.

Se quedó atónito por su impertinencia, algo inusitado en su vida. Se hermana era la única que lo trataba con cierto descaro y solía limitarse a meterse un poco con él, nunca era tan incisiva.

El atrevimiento de Angelique le pareció estimulante e irritante a la vez. Evidentemente, no sabía con quién estaba tratando.

–¿Por qué discute? Estoy ofreciéndome a pagarle el trabajo que ha hecho. Cuanto más se resiste a reconocer la verdad y a prometer que no volverá a verlo, más cerca estoy de perder la paciencia y de acabar con todo esto, por mucho que llore Hasna.

–¿Le haría eso a su hermana? –preguntó ella sin poder creérselo.

Ella no sabía hasta dónde llegaría, y había llegado, para proteger a su familia.

No volvería a debatir consigo mismo si había hecho bien en ese asunto. Todavía se le encogía el corazón, sobre todo, cuando Hasna seguía llorando tanto, pero había hecho lo que tenía que hacer sin reparos, y volvería a hacerlo. No volverían a romperle el corazón a su hermana. Ella amaba a Sadiq y Sadiq sería el marido fiel que ella quería. Si había que conseguir otro vestido deprisa y corriendo, lo haría.

Se quedó en silencio para que Angelique captara lo decidido que estaba.

Ella levantó la barbilla con aire beligerante e intentó mirarlo con desdén.

–¿Solo tengo que decir que soy la amante de Sadiq para acabar con todo esto?

–Además de mandarme la factura y no volver a ver a Sadiq.

–Podría donar su dinero a la beneficencia…

–Claro, pero lo importante es que no podrá reclamar esa deuda a Sadiq.

–Vaya, por fin veo cuál era mi verdadero motivo –ella levantó los brazos con asombro–. Empezaba a creer que era la amante más tonta sobre la faz de la tierra.

–No, admiro bastante tu inteligencia, Angelique.

El corazón, ya acelerado, la dio dos vueltas de campana cuando oyó que la llamaba por su nombre de pila.

–¿Vamos a tratarnos de tú, Kasim?

Fue una respuesta parecida a cuando jugaba al tenis con sus hermanos y tenía que esforzarse al máximo con cada golpe que daba. ¡Ese hombre era desesperante! Se había pasado años levantando una protección contra el mundo y él la apartaba como si fuera una telaraña. Hacía que reaccionara desde lo más profundo.

Él parpadeó cuando oyó su nombre de pila y ella se alegró.

–Tu insolencia conmigo no tiene precedentes. Ten mucho cuidado… Angelique.

Tenía las uñas clavadas en los brazos, pero le servía para mantener fría la cabeza. Se recordó a sí misma que se había preparado para ese tipo de negociaciones. Él creía que tenía la sartén por el mango, pero, en realidad, estaba amenazando la felicidad de su hermana, además de lo que su familia le debía a Sadiq.

Por todo eso, ella no quería que peligraran los preparativos de la boda ni provocar un distanciamiento duradero.

Se recordó a sí misma que lo primero que tenía que hacer era escuchar, que, al parecer, Kasim tenía la sensación de que no le atendía.

–En resumen –replicó ella con toda la calma que pudo–, ¿crees que he organizado todo esto para que Sadiq esté en deuda conmigo?

–Es posible que no económicamente. Su familia es influyente y poderosa, además de adinerada. Has conseguido resultar inocua para mi hermana y no te considerará una amenaza si más adelante entras en escena para lo que Sadiq crea que eres útil.

–¿Puedo preguntarte cómo has llegado a la conclusión de que tengo tanta sangre fría? Ni siquiera los trolls dicen esas cosas de mí en Internet.

¡Era buena! Su familia le repetía una y otra vez que era demasiado buena.

–Si tu corazón entrara en todo esto, habrías rechazado el encargo. Si te sintieras despechada, no intentarías agradar tanto a Hasna. No. Ya te lo he dicho, he tenido amantes y conozco a las mujeres desmedidamente pragmáticas. Esto es una inversión para tu futuro y lo acepto en el plano teórico, pero no cuando entra en juego la felicidad de mi hermana. No puedo permitir eso –Kasim señaló con la cabeza la tarjeta que había dejado encima de la mesa–. Mándame la factura y no vuelvas a verlo.

Él fue a marcharse, pero ello dio un paso y lo agarró del brazo.

–¡Espera!

Se quedó petrificado y miró la mano la mano en la manga antes de levantar la mirada. Su rostro reflejaba indignación y algo más, algo irresistiblemente viril.

–¿Ya hemos llegado a ese grado de confianza, Angelique?

Se giró rápidamente para mirarla y también la agarró del brazo contrario. Fue veloz y sorprendente, como un halcón que capturaba a su presa entre las garras. Se quedaron así lo que le pareció una eternidad y el corazón le latía con tanta fuerza que casi no podía llenar los pulmones.

–No hemos terminado de hablar –consiguió decir ella con un hilo de voz.

Sabía que debería soltarlo y retroceder un paso, estaba perpleja por el interés que percibía en su mirada.

Sin falsa modestia, sabía que era hermosa, y por eso le enfocaban tan a menudo los objetivos de las cámaras. Además, los hombres la miraban con deseo todo el rato.

No había ningún motivo para que reaccionara ante la avidez descarada de ese hombre, pero lo hacía y era una reacción sexual y primitiva que le abrasaba las entrañas y… Efectivamente, era un deseo recíproco. Él la miraba como si la encontrara atractiva y ella, desde luego, lo encontraba atractivo hasta decir basta. Incluso, era posible que hubiera algo químico entre ellos, porque bajó la miraba a su boca sin querer, y el anhelo se disparó.

Él esbozó media sonrisa. Ella sabía que estaba captando su reacción y que le divertía. Le dolió, se sintió torpe y transparente. No podía contener los sentimientos que se adueñaban de ella y era una cruz que llevaba a la espalda. Ese era tan intenso que no lo había sentido nunca y la alcanzaba en todos los aspectos: en el físico, el mental, el emocional… La tenía completamente cautivada.

–Sí, hemos terminado de hablar.

Él dobló el brazo que tenía agarrado ella y le puso una mano firme y cálida en la cintura mientras tiraba un poco del otro brazo para acercarla un paso.

–Pero si quieres empezar a hacer otra cosa…

¡Ni se te ocurra! Se ordenó a sí misma. Sin embargo, fue demasiado tarde, porque él estaba bajando la cabeza y ella estaba separando los labios con avidez.

Un príncipe y una tentación

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