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Capítulo 2

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ÉL SABÍA utilizar esa boca creada expresamente para el sexo y le dio un beso ardiente y sin contemplaciones.

Ella supo inmediatamente que estaba castigándola, aunque no con violencia. Quería que reaccionara, que se derritiera y se rindiera a él, que quedara claro quién llevaba las riendas… y estaba consiguiéndolo, estaba neutralizando cualquier resistencia posible, estaba conquistándola.

Sin embargo, se activó el instinto de supervivencia que tan dolorosamente había moldeado. Había aprendido a responder con un ataque a los ataques de los demás.

Le devolvió el beso con toda la rabia que le había provocado y con toda la frustración que había despertado en ella. No se limitó a aceptar el beso, lo igualó. Se puso a su altura hasta que notó el calor de su cuerpo a través de la tela de seda que llevaba encima. Luego, le mordió leve pero amenazadoramente el labio inferior e introdujo los dedos entre su pelo. Era absolutamente impropio de ella ser así de agresiva en el terreno sexual, pero ¿cómo se atrevía a presentarse allí para acusarla e intimidarla?

¿Parecía intimidada?

Notó la sorpresa de él y que… se endurecía. Esa reacción la estimuló, la excitación fue apoderándose de ella como una oleada que le sensibilizaba las zonas erógenas. Arqueó la espalda para pegar los pechos a su granítico pecho. Contoneó la pelvis contra la protuberancia que notaba detrás de la cremallera.

La abrazó con más fuerza y la besó con más intensidad, pisó el acelerador. Bajó una mano por su espalda hasta que le tomó uno de los glúteos por encima de la seda.

Era una sensación maravillosa que ella no podía dominar y se apartó un poco para dejar escapar un gemido y tomar aire.

Él gruñó y le recorrió el cuello con la boca mientras se frotaba contra ella con una intención evidente.

Angelique, dominada por la situación, le dejó. Estaba acostumbrada a que la trataran como una mezcla de trofeo y diosa en un pedestal. Ningún hombre la había besado como a una mujer que no solo deseaba, ¡que anhelaba! Aquello era completamente real, terrenal y elemental.

Inclinó la cabeza hacia atrás, la melena le cayó como una cascada y, efectivamente, era posible que estuviera rindiéndose, pero no a él, a eso, a ellos, a lo que estaban creando juntos…

Él murmuró algo bajando los labios de una clavícula al borde de la camisola.

–Sí… –susurró ella.

Se sentía rebosante, anhelaba que le tomara los pechos con la boca. Cuando él subió una mano para acariciarle un pecho por el borde…

–Espera…

Él, sin embargo, ya había tomado el disco plateado que llevaba colgado del cuello para ponérselo por encima del hombro.

La excitación lo dominó en cuestión de segundos. Estaba a punto de hacer el amor con una mujer excepcionalmente apasionada.

Entonces, se abrió la puerta e irrumpieron unos hombres armados.

El corazón le explotó e, instintivamente, intentó ponerla detrás de él, pero ella se resistió mientras gritaba:

–¡Estoy bien! ¡Orquídea, orquídea! ¡Alto, orquídea!

Ella levantó una mano como si así pudiera detener las balas e intentó ponerse delante de él como si pudiera protegerlo con ese cuerpo esbelto y delicado. Sin embargo, Kasim sentía una descarga de adrenalina como la de los intrusos y la rodeó protectoramente con los brazos mientras, un poco tarde, caía en la cuenta de que eran los guardas de seguridad que había visto al llegar.

–No pasa… nada. Tranquilos, de verdad –insistió Angelique con la voz temblorosa mientras miraba a Kasim con una expresión de humillación–. Suéltame para que pueda aclarar esto.

Él la agarraba con fuerza y tuvo que obligarse premeditadamente para relajarse.

–Estoy bien –repitió ella mientras se soltaba de él temblando visiblemente–. Sinceramente, ha sido culpa mía. Él estaba mirando mi collar y debería haberle avisado de que tuviera cuidado.

¿Que estaba mirando su collar? Tenía el pintalabios corrido y estaba congestionada desde la frente hasta el borde del top. Los guardas no eran tan tontos. Sin embargo, sí eran profesionales.

–¿Segundo nivel? –le preguntó uno.

–Nenúfar –contestó ella.

Angelique se dirigió a un panel para reiniciar algo, suspiró y volvió a su mesa para tomar el móvil con una mano todavía temblorosa.

–Gracias. Volved a vuestros puestos –añadió ella.

Los guardas enfundaron las armas, se retiraron y cerraron la puerta.

Se oyó la videollamada que había marcado ella, pero tomó un pañuelo de papel, se inclinó sobre un pequeño espejo de mesa y empezó a limpiarse los labios precipitadamente.

–Solo tardaré un segundo, pero si no…

–Oui! –exclamó una voz masculina con un gruñido.

–Bonjour, Henri.

Angelique inclinó el teléfono para ver la pantalla. Todavía parecía desorientada y abochornada, pero intentó esbozar una sonrisa firme.

Kasim estaba completamente atónito. Ese beso había sido tan placentero que solo podía pensar en seguir donde lo habían dejado.

–Je m’excuse. Ha sido solo culpa mía –siguió Angelique–. Falsa alarma. Orquídea, orquídea. Solo ha sido un simulacro.

–Qu’est ce qui c’est passé?

–Es una historia un poco larga y estoy haciendo una cosa. ¿Puedo llamarte más tarde?

–Estoy mirando las grabaciones de seguridad.

–Muy bien –replicó ella en un tono algo agobiado como si fuera a contestar una pregunta que no le habían hecho–. El príncipe sigue aquí. Por favor, ¿puedo llamarte más tarde?

–Una hora –contestó él antes de cortar la llamada.

Angelique dejó el teléfono en la mesa y resopló.

–Ramón será el siguiente, es mi hermano mayor –le informó ella justo antes de que sonara el teléfono–. Ahí está. La Inquisición española –ella se agarró las manos y miró el techo con un placer fingido–. ¡Qué divertido! Gracias.

–¿Estás echándome la culpa?

Él no podía estar más asombrado por todo lo que había pasado. Ella se encogió de hombros mientras contestaba el mensaje y volvía a dejar el teléfono en la mesa.

–¿Te apetece un café? –le preguntó Angelique mientras se dirigía hacia la balda de un rincón.

Angelique, con la mano todavía temblorosa, bajó el émbolo y sirvió dos tazas. Necesitaba algo que le calmara los nervios. Habría sido el colmo que hubiesen matado a tiros al príncipe en su despacho.

¿Qué le había pasado para dejarle que la besara así? Había estado martilleándola desde que había entrado allí y sus defensas o sus maniobras de distracción habituales no habían servido de nada. Había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para que él no notara hasta qué punto la había alterado.

–¿Con leche y azúcar? –le preguntó ella para ganar tiempo antes de darse la vuelta.

–Solo.

Terminó de servirlo y tuvo que mirarlo. Él dejó de usar el pañuelo para borrarse los restos de pintalabios en la boca y se lo guardó. Parecía completamente imperturbable mientras le tomaba la taza y el plato.

Ella también tomó apresuradamente su taza y dio un estimulante sorbo del café que había enriquecido con un poco de leche.

El silencio se hizo más espeso.

Angelique intentó pensar algo que decir, pero la cabeza no dejaba de darle vueltas para encontrarle sentido al beso. ¿Qué había querido decir cuando le había preguntado si quería empezar a hacer otra cosa? ¿Qué pensaría de ella en ese momento? Su nivel de seguridad había conseguido que algunos pretendientes salieran corriendo.

Se recordó a sí misma que él no era un pretendiente, que era un dictador arrogante que estaba muy confundido. Por eso lo había agarrado del brazo, porque no estaba dispuesta a que pensara lo peor y exigiera lo peor.

–Me había extrañado que tuviera que pasar tantos controles de seguridad para llegar hasta aquí –comentó él mirándola pensativamente–. No sabía que siguiera siendo una preocupación para tu familia.

Solo faltaba que tuvieran que hablar del secuestro de su hermana y de cómo afectaba todavía a su familia, su tema de conversación favorito.

–Hacemos todo lo que podemos para que no sea un motivo de preocupación, como has podido comprobar.

Estaba intentado olvidarse de lo espantoso que había sido que los guardas de seguridad hubieran tenido que interrumpir el mejor beso de su vida solo porque había estado tan ofuscada que había cometido un error de principiante con el botón del pánico.

Sin embargo, parecía que el secuestro se había convertido en la razón de ser de esa reunión y… Muy bien. Había días en los que se remontaba a los tiempos sombríos y ese era uno de ellos.

Decidido eso, pudo pasar detrás de la mesa, apartó la taza de café con cierto dominio de sí misma y le invitó a que se sentara.

–Me quedaré de pie.

–Como quieras. En cualquier caso, sé que he captado toda tu atención. –Angelique puso las manos encima de la mesa para intentar controlarse–. Lo digo literalmente, y no vas a marcharte hasta que yo te deje.

Él resopló, pero ella notó que, efectivamente, había captado toda su atención. Notaba que su mirada la abrasaba como un sol tropical.

Tragó saliva y se alegró de llevar todavía el colgante, aunque él ya sabía que lo tenía. Tuvo que hacer un esfuerzo para no agarrarlo y que le diera tranquilidad.

–Sigues teniendo la ventaja de que quieres rechazar la ropa que hemos hecho para tu hermana –siguió Angelique intentado aplacarlo–. He oído todo lo que has dicho sobre protegerla y a mí me pasa lo mismo con mi hermana –empatía, el segundo paso en una negociación con rehenes. Era un buen ejercicio, se dijo a sí misma, otro simulacro–. Evidentemente, estás al tanto, en general, del secuestro de Trella.

Tuvo que tragar saliva para pasar esas palabras que se le habían quedado en la garganta y tenía los nudillos blancos como si fueran de marfil, pero no conseguía relajar las manos.

–Sí, sé lo que salió en las noticias de la época.

Ella lo miró sin saber muy bien lo que quería ver. La gente siempre quería detalles sórdidos, no se conformaba con lo más elemental, que el profesor de matemáticas había engañado a una niña de nueve años cuando estaba terminando el internado, que la había retenido cinco días y que la policía la había encontrado antes de que recibiera el rescate. Ese mismo día, durante la recepción por la boda de Hasna, le habían esbozado más de una pregunta.

Ella estaba acostumbrada a sortear esas preguntas, pero le escocían como sal en una herida cada vez que se las hacían.

Kasim era casi indescifrable, pero tenía una expresión parecida a la de la paciencia, como si supiera que eso tenía que ser doloroso para ella y estuviera dispuesto a esperar.

Fantástico. Empezaban a escocerle los ojos. Desgraciadamente, era una llorona. Ya sabía que lloraría más tarde, cuando hablara con sus hermanos. No era porque le hubiese alterado la falsa alarma, era porque cuando pasaba un día como ese, con tantos acontecimientos, acababa desmoronándose como una forma de liberarse.

Pospuso la crisis y estiró la espalda hasta que creyó que iba a partírsela, pero consiguió mantener la compostura.

–Lo que nunca se hizo público fue el papel que tuvo Sadiq para ayudarnos a recuperar a Trella.

Kasim dejó la taza en el plato, lo depositó en un rincón de la mesa y cruzó los brazos.

–Sigue.

–¿No puedes entender que es un motivo para que nos sintamos en deuda con él?

–Tu hermano podría darle acciones de Sauveterre International y tu otro hermano, el piloto, podría regalarle un coche. ¿Por qué esto?

–Sadiq es muy modesto, ha rechazado todas las compensaciones que hemos intentado ofrecerle. No alardea de su relación con nuestra familia. Protege nuestra intimidad de todas las maneras posibles. Por eso le queremos.

Angelique dio otro sorbo del café rebosante de azúcar e intentó encontrar las palabras acertadas.

–Como ya has comentado, su familia tiene mucho dinero, y regalarle unas acciones sería un gesto, pero nada significativo. Aparte, no le interesan los coches como a Ramón, ni mucho menos. Sin embargo, cuando tu hermana dijo que iba a hablar con nosotras para que le hiciéramos el vestido, él se emocionó porque tenía… influencia.

Maison des Jumeaux era muy exclusiva no solo por los precios, que eran desorbitados, también lo era porque Trella y ella elegían minuciosamente los clientes y siempre protegían su intimidad por encima de todo. Las famosas de las revistas de cotilleos ni siquiera conseguían una cita, y mucho menos un vestido de noche con su etiqueta cosida a mano.

–Sadiq solo apeló a nuestra amistad para que la aceptáramos como clienta, pero, naturalmente, nosotras estábamos encantadas y no íbamos a cobrarle. Él quería pagar. Creo que acabó consintiendo que no le cobráramos porque, en definitiva, la beneficiaria iba a ser Hasna, no él. Para Trella, iba a ser una manera de corresponderle personalmente. Es muy importante para todos nosotros, por ella, que le dejen hacerlo.

Era parte del proceso de readaptación. Trella se había impuesto la meta de asistir a la boda e iba a conseguirlo contra viento y marea.

–¿Tu hermana tiene una aventura con él?

–¿Eso es lo único que te interesa de todo lo que te he contado? ¡No! Y mi madre tampoco, antes de que me lo preguntes. La familia regaló las telas y Trella y yo hacemos el trabajo. No es un soborno ni un intento de que Sadiq nos deba algo, queremos contribuir a ese día tan especial de una manera que le hace feliz. Eso es todo.

Él se rascó la barbilla pensativamente.

–¿Sigues sin creerme? –le preguntó ella con desesperación.

–¿Cómo ayudó a resolver el secuestro? ¿Cuántos años tenía? ¿Quince o dieciséis? ¿Por qué conocía tanto a tu familia? –Kasim no se molestó en disimular el escepticismo–. Creía que no había ido a Suiza hasta que empezó a prepararse para entrar en la universidad.

–Confío en que esta conversación no vaya a salir de esta habitación. La policía nos ha pedido que lo mantengamos en secreto y lo hemos hecho siempre. No hablamos del secuestro en público porque hay muchos detalles que no queremos contar.

–Naturalmente –contestó él como si se sintiera ofendido porque había dudado de su integridad.

–Sabes que Sadiq es una especie de mago de la informática, ¿no? Bueno, Internet era muy joven todavía y había pocas herramientas para… indagar online. El pirateo que hizo seguramente sería ilegal hoy en día, pero ¿a quién le importa? Tenemos que agradecerle que recuperáramos a Trella. Tienes razón al decir que solo nos conocía. No éramos amigos todavía. Iba a algunas clases con mis hermanos, y cuando secuestraron a Trella, se sentaba al lado de Ramón. Vio todo lo que pasaba y se quedó espantado. Quiso ayudar y dedicó su tiempo, me atrevería a decir que muchísimas horas, a crear un código de software que le dio una pista a la policía. Si quieres más información, puedes pedírsela a Sadiq.

Efectivamente, Sadiq era un especialista en seguridad. En aquella época solo era un empollón con una pasión, pero en ese momento era parte de su actividad profesional… o su desconocido trabajo extra. Ella lo conocía solo porque su familia se lo había presentado a la persona que tenía el contrato de su seguridad. Ella no sabía siquiera si Hasna sabía que Sadiq programaba para Tec-Sec Industries.

–Confiamos incondicionalmente en muy pocas personas, pero Sadiq es una de ellas. No nos hizo un favor, salvó la vida de mi hermana. Por eso, si quiere que le haga la ropa gratis a tu hermana durante el resto de su vida, se la haré encantada, y sin preguntártelo a ti antes.

Un príncipe y una tentación

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