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Capítulo Dos
Оглавление¿Qué hacía allí?
Blake debería haberse sentido como en casa en la fiesta que se celebraba en la mansión de una de las parejas más poderosas de Luisiana. Era uno de esos acontecimientos en que la gente se reunía para intercambiar cotilleos, hablar de política y, en general, impresionar a los demás con su dinero e inteligencia; o su falta de ella.
Blake había frecuentado muchas de esas fiestas en Europa. Lo único diferente en aquella eran el idioma y la comida. La gente era idéntica.
Aunque solía prever que tendría suerte en esa clase de fiestas, nunca había acudido a una con el propósito de iniciar la aventura de una noche.
La promiscuidad sexual formaba parte de su estilo de vida, pero las mujeres con las que se acostaba buscaban lo mismo que él. Se aseguraba desde el principio. El hecho de que el único plan rápido y viable que se le había ocurrido fuera conseguir entrar en casa de los Landry teniendo una aventura con Madison Landry lo avergonzaba, un sentimiento que le era totalmente ajeno.
Pero, por Abigail, haría lo que debía hacer.
Ni siquiera cabía posibilidad de denunciar a Armand por negligencia en su cuidado, ya que muchos funcionarios comían de su mano. Además, corría el riesgo de que mandaran a la niña con una familia de acogida. En su casa, al menos, había un ama de llaves amable para vigilarla. Dada la posibilidad de que Abigail acabara en un lugar peor que la casa de su padre, decidió que lo mejor era conseguir el diamante lo antes posible.
Así que, por muy incómodo que se sintiera, no tenía más remedio que seducir a Madison Landry para satisfacer las exigencias de su padre, salvo que recurriera al robo con allanamiento.
No tardó mucho en localizar a la mujer que buscaba, aunque parecía mucho más joven de lo que se esperaba.
Ni siquiera en la fotos de la carpeta aparentaba veintiséis años, tal vez por su pálida tez o la pecas de la nariz, que ella no había disimulado para la fiesta. Pero él se había imaginado que la dura vida que había llevado se le notaría en el rostro.
Ella apenas hablaba con nadie ni se alejaba de la mesa junto a la que se hallaba, cuando él se esperaba a alguien que se hiciese notar y en busca de esposo. No bailaba, aunque seguía el ritmo suavemente con el cuerpo. No tenía a su alrededor pretendientes ni, desde luego, flirteaba.
Parecía pertenecer a una especie para él desconocida.
Acababa de volver del lavabo y miraba la pista de baile con ansia. Era una joven que necesitaba divertirse, y él sería la pareja perfecta.
Blake miró la servilleta que llevaba en la mano mientras se acercaba a la mesa. Se detuvo al lado de la silla de Madison. Ella alzó la vista y reaccionó de la manera a la que estaba acostumbrado. Abrió mucho los ojos, aunque rápidamente intentó disimular su reacción. A él no le incomodaba saber que se vestía con elegancia para causar impresión, pero esa noche se sintió molesto sin saber por qué.
–Hola.
–Hola –dijo ella sonriendo.
Después miró a su alrededor como si estuviera segura de que él buscaba a otra persona.
Él extendió la servilleta en la mesa, frente a ella, y le dejó unos segundos para que la mirara. Madison enarcó las cejas y se inclinó para verla mejor. El primer paso ya estaba dado.
Había hecho un boceto de ella de perfil, muy conseguido, aunque el dibujo carecía del color de su cabello y de las luces que decoraban el salón.
Alzó la voz para hacerse oír por encima de la música.
–Una mujer tan hermosa no debería quedarse relegada.
Ella tragó saliva.
–¿Es un comentario sobre mi aspecto o sobre su habilidad artística?
–¿Sobre ambos? –contestó él, sorprendido por su respuesta.
La mayoría de las mujeres se habría sentido halagada por el regalo y sus comentarios.
Ella pasó el dedo por el contorno del boceto, antes de mirar a Blake sonriendo levemente.
–¿Cuánto ha tardado en hacerlo?
Él se encogió de hombros.
–Unos cinco minutos.
–Vaya, al menos no dedica usted mucho tiempo al acoso –comentó ella enarcando una ceja como si lo desafiara.
Blake, sorprendido de nuevo, se echó a reír. Definitivamente, no era lo que se esperaba. Tampoco su voz, profunda y ligeramente ronca, que evocaba imágenes de sexo y misterio, lo contrario de su presencia joven y luminosa.
–Supongo que no debería haber dicho eso.
–Claro que no.
–Ya sabía que no encajaría aquí.
Podría pensarse que lo decía en broma, para mantener una conversación educada, pero su forma de morderse el labio inferior indicó a Blake lo contrario.
–¿Es su primera vez?
Ella asintió y las luces del salón se reflejaron en su precioso cabello. A Blake le entraron unas ganas repentinas de vérselo sobre los hombros, en vez de recogido. Se le secaron los labios.
–Para mí también –murmuró.
Ella se inclinó hacia él.
–¿Así que no es de por aquí?
–Sí –la música paró y su voz sonó muy alta–. Sí, soy de aquí, pero hacía tiempo que no venía. ¿Le importa que nos hagamos compañía?
Ella volvió a morderse el labio.
–Mis amigos volverán enseguida.
Blake no hizo caso del sutil rechazo.
–Muy bien, ya que así verán que no la acoso en la pista.
La música comenzó de nuevo.
Él se aproximó más para hacerse oír.
–¿Quiere bailar?
Ella contuvo el aliento y volvió a tragar saliva. Después se estremeció, aunque no hacía frío allí. Blake hubiera debido sentirse agradecido por esa reacción, por la confirmación de que no era inmune a él, pero lo que sintió fue una mezcla de determinación y de calor en el bajo vientre. ¿Sentía ella la misma atracción inesperada?
Madison miró la pista, a la que no se había acercado en toda la noche.
–Creo que no.
–¿Qué le pasa? Bailar es parte de la fiesta.
–Creo que a una fiesta se va por múltiples motivos –dijo ella volviendo a recorrer el contorno del dibujo con el dedo–: para ver a gente, charlar, comer, beber, dejarse ver… –ella se calló y él habría jurado que se había sonrojado.
¿Una mujer que aún se ruborizaba? No recordaba cuándo había sido la última vez que lo había visto. Ella apartó la mirada, tal vez para buscar a sus amigos o para ocultarle el rostro.
–Por cierto, me llamo Blake Boudreaux.
Comprobó, aliviado, que ella no daba muestras de reconocerlo.
–Yo soy Madison. ¿Se fue de aquí por motivos de trabajo?
Parecía que ella iba a hacer que se esforzara para conseguir ese baile.
–No, más bien para ser dueño de mi vida.
–¿En serio?
–Sí. Marcharme me permitió hacerlo –suavizó la respuesta con una enorme sonrisa.
Ella ladeó la cabeza, lo que despertó en él el deseo de besarle la barbilla.
–He venido a resolver un problema familiar.
Ella asintió.
–No suele ser fácil.
–Nunca lo es, pero nos da motivos para beber y divertirnos.
La carcajada que soltó ella volvió a sorprenderlo. Nada de tontas risitas. No intentaba ocultar la gracia que le había hecho el chiste ni reaccionar educadamente.
–Entonces, ¿bailamos?
Ella lo miró de forma extraña, con una mezcla de sorpresa y miedo. Su negativa, esta vez, era evidente. Blake se sentó, desconcertado, mientras ella murmuraba:
–No creo que sea buena idea –ella agitó la mano como si quisiera borrar la respuesta, pero, sin querer, chocó con su copa en la mesa y la volcó.
–¡Vaya! Lo siento mucho.
–No importa –Blake, sin saber por qué, la agarró de la mano–. No pasa nada, Madison.
Ella apartó bruscamente la mano.
–Buenas noches –dijo, antes de marcharse apresuradamente.
Blake la miró, confuso. Parecía que se lo estaban pasando bien. Ella no había dado señales de estar incómoda en su compañía. ¿Qué había pasado? No era así como esperaba que resultara la noche. Pero nada de lo referente a Madison había resultado como esperaba.
Aquello no le sucedía desde los dieciocho años y no sabía qué hacer. Algo la había asustado. ¿Debía dejarlo por esa noche y volver a intentarlo?
Pensar en Abigail y lo que podría pasarle mientras buscaba otra ocasión de relacionarse con Madison le aceleró el pulso. Cerró los puños. No le fallaría.
Puso de pie la copa ya vacía. El mantel había absorbido el poco vino vertido. Al lado de la mancha estaba la servilleta con el esbozo de Madison y un bolsito.
Al darse cuenta de que debía de ser de ella, tomó la decisión. Aunque la aventura de una noche no fuera una posibilidad, ¿podría concertar una cita con ella? Así podría impresionarla y hallar otra vía para entrar en su casa a investigar.
Se introdujo entre la multitud sin tiempo para pensar ni planear nada. Vio a Madison con sus amigos, cerca de la puerta, hablando con los anfitriones como si fueran a marcharse. La adrenalina aceleró sus pasos al darse cuenta de que iba a perder la oportunidad de volver a hablar con ella.
La oportunidad de encontrar el diamante y salvar a su hermanastra; la de entender mejor a aquella sorprendente mujer de ojos verdes; la de explorar los extraños sentimientos que le había despertado.
Blake la llamó cuando estaba a punto de salir por la puerta.
–Madison.
Ella volvió la cabeza y lo miró con los ojos como platos. Volvió a dirigir su atención a sus amigos, pero eso no lo detuvo. Se metió en el círculo sin ser invitado.
–Madison, creo que es tuyo –le tendió el bolso.
–Ah, sí.
–He pensado que lo necesitarías.
–Muchas gracias.
Blake miró a la pareja que estaba con Madison. La mujer sonrió.
–Te esperamos en el coche, Madison.
Esta agarró el bolso y jugueteó con la correa unos segundos.
–Te estoy muy agradecida –murmuró.
–Mira, creo que tal vez he sido un poco agresivo antes.
–No, no has sido tú. Soy yo, que no estoy acostumbrada a… –ella indicó con la mano lo que los rodeaba–. Por favor, no creas que has hecho nada mal.
Él casi percibía la necesidad de ella de irse. Su lenguaje corporal le indicaba que estaba a punto de echar a correr. No lo iba a consentir.
–Te propongo una cosa: ¿por qué no me lo compensas de algún modo?
Ella lo miró a los ojos y él le sonrió.
–Mejor dicho, ¿me das otra oportunidad de conocerte sin tener que gritar para que me oigas?
Ella sonrió levemente.
–¿Dónde voy a buscarte?
–¿Por qué he accedido?
Madison miró la ropa que iba a probarse delante de Trinity. En su vida había hecho algo así. Nunca le había preocupado lo que llevaba puesto ni cómo iba maquillada ni lo que la gente pensara de su aspecto, porque su vida no tenía nada que ver con eso. Se centraba en ayudar a los demás y en hacer lo que debía con su padre, no en la ropa y los zapatos. A su padre tampoco le importaban esas cosas. Ni a Trinity. Era más cómodo hacer su trabajo en vaqueros o leggins.
Ni siquiera los diarios de su madre le daban una pista de cómo vestirse para salir con un hombre. Apenas contenían información previa a su boda. Había unos breves comentarios sobre una infancia feliz, pero nada sobre sus citas ni sobre su compromiso.
¿Podría sentarse frente a alguien tan carismático como Blake Boudreaux y sentirse a gusto y contenta… y divertirse?
Lo que la hacía sentirse realizada era ayudar a los demás. ¿O no?
Reconocía que sentía una extraña inquietud desde la muerte de su padre, seis meses antes. No era que no disfrutara ayudando a la gente, pero necesitaba algo más, algo que intuía las noches en que cantaba en un club local, un pasatiempo que ahora que su padre ya no estaba, se podía permitir.
Era el gozo de perderse en algo que no le exigía satisfacer necesidades ajenas ni trabajar ni resolver problemas lo que llevaba haciendo toda la vida.
Tal vez fuera el espacio de más que había en su vida, después de la muerte de su último familiar. Tal vez fuera la edad y darse cuenta de que, a sus años, la mayoría de las mujeres habían formado una familia o estaban a punto de hacerlo. Pero, por una vez, necesitaba divertirse sin ninguna clase de responsabilidad.
¿Encontraría eso con Blake? Era un hombre que la ponía nerviosa y la excitaba como no le había sucedido nunca. La hacía sentir emociones que no podía calificar precisamente de «divertidas». La hacía sentir demasiado. Sobre todo cuando se le acercaba y percibía su olor y su calor.
No se imaginaba que entre dos personas pudiera haber esa química fuera del dormitorio. Él le hacía pensar en la magia, el pecado y el deseo, todo a la vez. Era increíble. Y eso hacía que se sintiera más ansiosa que nunca. Su vida se basaba en una definición propia del éxito, que no tenía que ver con el dinero ni con coches lujosos o ropa cara, sino con los logros obtenidos mediante el trabajo y la acción.
–¿Qué estoy haciendo, Trinity? ¿Por qué le he dicho que sí?
Sabía por qué. Se debía a una mezcla de excitación y del hecho de que él la hubiera seguido para devolverle el bolso. Ella le había dado su número de teléfono y había salido a toda prisa por la puerta, con las mejillas encendidas y los nervios agarrados al estómago.
–Todo irá bien –le aseguró su amiga–. ¿Te ha dicho lo que vais a hacer?
–No. Quiere que sea una sorpresa. Lo único que tengo es una dirección.
–Y sé que eso te vuelve loca, porque tú siempre necesitas estar preparada.
Trinity la conocía bien.
–El misterio debería gustarme, ya que me haría salir de lo conocido. Pero… –Madison se apretó el estómago con el puño.
–Lo sé, cariño –Trinity la abrazó–. ¿Cuál es la dirección?
Madison agarró el móvil para repasar los mensajes de Blake.
–Es un sitio cerca del río.
–Que os veáis allí está bien –Trinity sonrió levemente, lo cual confirmó a Madison en su idea de ir en su propio coche. Más valía tomar precauciones que lamentarse después–. Supongo que trabajar aquí me hace ser excesivamente precavida.
«A mí también».
Madison había intentado parecer moderna, algo en lo que no tenía experiencia, al asegurar a Blake que iría por sus propios medios al lugar de la cita. Al fin y al cabo, ¿qué sabía de él, aparte de la química que había entre ellos?
El despliegue de ropa que tenía ante ella se componía de algunas prendas de su guardarropa y otras que acababa de comprar en una buena tienda de segunda mano.
–Así que estaremos cerca del río, ¿verdad? –preguntó, más a sí misma que a Trinity. Con un suspiro de impaciencia agarró unos vaqueros cortos y una blusa y se vistió sin seguir pensando en su aspecto.
–Si necesitas algo, llévate el móvil y llámame. Iré a buscarte, sea la hora que sea.
–Lo haré.
–De todos modos, mándame un mensaje cuando llegues para saber que todo va bien.
Madison sonrió.
–Sí, mamá.
Pero le estuvo agradecida cuando llegó a la dirección indicada y se encontró en un puerto deportivo. Recorrió el muelle hasta ver que Blake la esperaba a medio camino, al lado de un elegante barco.
Llevaba puesto un polo de diseño y pantalones de vestir. Y el barco era el más bonito que ella había visto en su vida, incluso en la televisión. Se estiró la blusa mientras deseaba haber elegido un vestido veraniego.
¿Qué hacía allí?, se preguntó por enésima vez.
–Buenas tardes –dijo Blake.
Madison dejó de mirar el barco al darse cuenta de que se había quedado con la boca abierta.
–Me alegro de que hayas venido –añadió él, como si no se hubiera dado cuenta.
A Madison le costaba mirarlo a los ojos. Se hallaba en una situación en la que no sabía cómo comportarse. ¿Qué debía decirle?, ¿que el barco era bonito? ¿Era un barco o un yate pequeño?
–Reconozco que he estado a punto de no hacerlo –¿por qué demonios le decía eso?
Blake rio.
–Lo entiendo. Soy prácticamente un desconocido. Aunque no sé por qué no querrías pasar la tarde con alguien tan heroico como yo.
–¿Heroico?
Le tendió la mano con una sonrisa tímida para ayudarla a subirse al barco.
–Te devolví el bolso que te habías dejado olvidado.
–Eso no tiene nada de heroico –se mofó ella.
–Podía tener la esperanza de que lo fuera, ¿no?
Ella enarcó una ceja ante su expresión de perrito suplicante, antes de obligarse a mirar el barco.
–¿Sabes pilotar esto sin romperlo?
–Te sorprenderás de lo suave que navega. Es el sueño de cualquier capitán.
Ella sacó una foto del nombre del barco y se la mandó a Trinity, mientras él la contemplaba divertido. Aunque Blake no le transmitía malas vibraciones, no quería arriesgarse, y él debía saberlo.
–Todo cuidado es poco –dijo encogiéndose de hombros–. Si eres un asesino en serie y desaparezco esta noche, mis amigos sabrán dónde empezar a buscarme.
La expresión desconcertada de él la hizo reír a carcajadas. Normalmente no se reprimía a la hora de reírse. Ya había habido demasiadas situaciones tristes en su vida como para no disfrutar de los momentos felices. Pero en aquel hermoso barco y con aquel hombre tan guapo, su carcajada le pareció demasiado alta y detestable. La reprimió rápidamente.
–Me parece una medida muy inteligente.
Comprobó, sorprendida, que él no se había ofendido porque considerara la posibilidad de que fuera peligroso. Esperaba que eso fuera una prueba de que estaba dispuesto a aceptar las peculiaridades que hacían de ella lo que era. Aunque le daba igual.
Se trataba de divertirse, no de iniciar una relación con final feliz.
Entonces, ¿por qué su mano en la de él le parecía más que una mera diversión?
Era evidente que Blake no había reparado en gastos para preparar aquella noche. El barco era nuevo, con muchos silbatos y campanas. La cubierta era grande y unas escaleras conducían a la cubierta superior, donde estaba el timón. También había unas sillas. Era el equivalente acuático de un coche de lujo.
Blake soltó amarras y se reunió con ella, que se había sentado en la cubierta superior. Estaban solos. Ella debería estar contenta de que no hubiera un capitán que pilotara el barco y viera todo lo que hacían. Sin embargo, no sabía si eso le hubiera gustado.
Blake guiaba el barco con suavidad. En esa época del año, la brisa era fresca, lo cual suponía un respiro del calor del mediodía. Madison sabía por experiencia que, al cabo de dos semanas, nadie estaría a gusto, con independencia de la hora del día, sin brisa y una bebida fría.
Así era la vida en el Sur.
Blake aceleró y llegaron a aguas abiertas, que fue el momento en que ella comenzó a sentir náuseas. ¿Serían los nervios? Los días anteriores había estado muy ansiosa. No, se trataba de otra cosa, de algo que no conseguía identificar.
Las náuseas aumentaron, lo que la obligó a tragar saliva un par de veces. Intentó concentrarse en la sensación del viento en la piel rogando que desaparecieran. De todo lo que se había imaginado que sucedería esa noche, marearse y vomitar no era algo que se le hubiera ocurrido.
Blake le sonrió.
–¿Estás bien?
Ella le sonrió y asintió. No quería tener que avergonzarse por segunda vez esa noche.
–Voy a preparar la cena.
Blake apretó un botón y una parte de la cubierta se deslizó hacia atrás al tiempo que surgía una mesa de las profundidades. Vaya, no iban a tener que cenar en platos de papel sobre sus regazos, aunque ella no tenía mucha experiencia de cenar al aire libre en vajilla de plata.
Madison se dirigió a la proa del barco y fingió contemplar el agua. Pero seguía teniendo el estómago revuelto. ¿Qué iba a hacer?
¿Pedirle que volvieran? La idea del viaje de vuelta le hizo subir la bilis a la garganta. Estaba claro que no podía comer, así que respiró esperando que se le pasara.
El malestar fue desapareciendo. Dejó pasar un par de minutos y se levantó para dirigirse a la popa. El mundo empezó a balancearse, aunque juraría que no lo hacía el barco. ¿Qué le pasaba?
–Casi he terminado –dijo Blake cuando ella se acercó. Alzó la vista–. ¿Te encuentras bien?
Ella intentó sonreír. Miró la mesa y vio un recipiente con ensalada de pollo o cangrejo.
Dos segundos después, estaba inclinada sobre la barandilla del barco vaciando el estómago.