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Los senderos para una ontología crítica
ОглавлениеLa investigación arqueológica de la colonialidad se orienta a rastrear las diferentes capas discursivas –algunas superficiales y otras más profundas– de modo tal que el ordenamiento de estas capas se lleva a cabo siguiendo principios de continuidad, serialidad y homogeneidad. Por lo tanto, más allá de condiciones históricas, sociales y económicas particulares, aparece una cierta uniformidad entre la vieja y la nueva colonialidad. De modo tal que es sugestivo descubrir la regularidad de un discurso eficaz y unificado asociado al encierro, la sumisión y el poder. Se trata de fuentes discursivas que matizan la propuesta arqueológica.9
La propuesta reúne el agrupamiento de prácticas discursivas que abonan la querella biopolítica sobre la permanencia y profundidad de la colonialidad. En nuestro caso, la colonialidad adquiere una connotación histórico-social; subrayamos que no es universal, pero tampoco parcial ni mucho menos local; insistimos en que, a pesar de las diferencias o condiciones de posibilidad diferentes, existen marcas estructurales que signan sus particularidades y permanecen en el tiempo.
Ciertamente el carácter arqueológico destaca regularidades y niveles de pertinencia de prácticas discursivas particulares y heterogéneas –enunciaciones y formaciones simbólicas– y que plantean la vigencia de la colonialidad en los tiempos presentes,10 evidencia de que la sujeción fija la nuda subjetividad como paradigma de gobierno.
En definitiva, al explorar la condición subjetiva, ahondamos más específicamente en la destitución del sujeto al interior de las democracias liberales latinoamericanas. Aun cuando nuestro trabajo está inspirado en el ejemplo argentino, sus conclusiones son generalizables al escenario de colonialidad latinoamericano de estos tiempos que caracteriza la captura masiva de las conciencias afines a políticas que terminan ratificando renovados encierros. Precisamente el horizonte americano legitima el despojo masivo a través del cual se incrementan las disposiciones de producción masiva de nuda subjetividad referida al arrasamiento masivo de las conciencias.
En su andar singular, el desarrollo de la categoría “colonialidad” respondió a nuevas y crecientes necesidades de dominación que, en estos tiempos neoliberales, se complejizan, pero no modifican ni desplazan en su esencia las preguntas y relaciones originales.
Si el colonialismo tiene su expresión en la dominación política y social, la colonialidad destaca, además, para nuestros tiempos su valor en el plano simbólico-cultural y en el condicionamiento de las conciencias colectivas. Es una misma configuración ontológica que conserva la misma estructura original en cuanto que hay una voluntad subjetiva que se doblega; más aún, elige su sujeción.
El planteo ontológico crítico incluye un tiempo presente –de corta duración desde la dictadura militar a nuestros tiempos– en el cual los acontecimientos discursivos acerca de la colonialidad pensados como procesos simbólicos conservan su actualidad. Es un estudio de la contemporaneidad, de actualización del pasado reciente. Esta historia del presente adquiere potencialidad vigente porque al mismo tiempo está en desarrollo.11 El pasado es un pasado muy presente y actual; por eso es un pasado inacabado, que mantiene su continuidad en el presente.
Por este motivo el análisis conlleva a un doble movimiento: hacer pasado el presente y descubrir rastros presentes en dicho pasado.12 Tal como se manifiesta en nuestros países, y en la Argentina en especial, la colonialidad es un proceso inconcluso. La captura de conciencias colectivas, sus adormecimientos, los procesos simbólicos en general, fluctúan entre el silenciamiento, el enmascaramiento y la expresión manifiesta. Guardan en común la jugada del poder por mantener viva la llama de la esperanza y, al mismo tiempo, sostener la nuda subjetividad y nuda vida como expresiones del control de las conciencias y del repliegue material de la vida.
Precisamente a pesar de dispersiones y discontinuidades se destaca que el argumento sobre el encierro, la sumisión y el poder conservan rasgos esenciales entre el pasado y el presente: nos referimos a cómo las tecnologías de sometimiento también encuentran concreción en acontecimientos discursivos positivos aceptados masivamente, levantan argumentos que procuran abonar derechos o garantizar bienestar, ensayan un porvenir esperanzador, contribuyen con la felicidad, protegen la libertad, resguardan la inclusión o eliminan la pobreza, entre tantos.
De esta forma nos apartamos de la pretensión de un conocimiento universal que no abreve en lo parcial ni en lo local, como de aquel que solo toma en cuenta los acontecimientos históricos y las experiencias singulares, contingentes. Recordamos que Michel Foucault sugiere la diferencia entre un criterio no trascendental que descarta estructuras universales de todo conocimiento y que reafirma la arqueología como perspectiva de articulación entre saberes y prácticas vinculadas con las posibilidades históricas de llevarlas a cabo.13
También planteamos que entre el viejo colonialismo y la actual configuración del poder se da una misma hechura ontológica. A pesar de cuestiones históricas, políticas y sociales singulares y aun cuando no se mantenga la misma situación respecto de la colonialidad en su formato original, consideramos que existe una misma conformación sustantiva referida a la sujeción.
No obstante, la embestida capitalista y neoliberal configura la acometida de la renovada colonialidad, desafío en torno al cual se abate el drama melancólico de estos tiempos. Así que el poder ostenta su capacidad por seducir pasiones, prometer salvaciones imposibles de cumplir, enderezar a las masas, ahuecar sus conciencias; en definitiva, el recurso es siempre abatir la verdad que motiva a las multitudes banalizándola.
Buscar la verdad es confrontar con intereses, valores, voluntades e ideologías. Mientras la verdad que se enuncia desde el poder viene ligada a manipulación y al ejercicio de la violencia, emerge como un imposible alcanzarla sin el ejercicio de la violencia por cuanto el hombre encerrado, arrasado, sometido también resiste, enaltece, pero termina doblegando sus propios criterios a la verdad del poder. Precisamente el aporte más sustantivo que formulamos en este trabajo es que la colonialidad no puede existir de no mediar el deseo y la voluntad de quienes viven sometidos.
De este modo, la estrategia del poder es glorificar su verdad masificándola, para luego concluir en la devastación subjetiva. Así, las verdades que construye y destituye simultáneamente el poder se transmiten a multitudes elogiadas, pero, al mismo tiempo, reprimidas, conforman la crueldad de la sumisión por cuanto en la nuda subjetividad participa también el deseo finalmente consentido. Estos condimentos constituyen la clave totalitaria que enarbola el pensamiento único de estos tiempos.
Entonces, la sumisión también involucra al deseo. El arrasamiento conforma el sometimiento voluntario o el sometimiento involuntariamente aceptado por cuanto ambos forman parte de un mismo archivo ontológico; ambos incluyen el sufrimiento, pero también al deseo por la propia sumisión; esto es, por estar sumidos en la nuda subjetividad se apoya a los propios verdugos, se mantiene la condición servil, y se posponen las elecciones propias.14
En otras palabras, la nuda subjetividad concurre con el arrasamiento; aviva el abandono y repele la innovación, el cambio o la variabilidad. De ahí su propensión a la calcificación, por cuanto desde el poder se fomentan imágenes maniqueas que invariablemente ponen afuera culpas, errores, responsabilidades, y encubren las verdaderas razones en las cuales se sostiene dicha fuente de verdad.15 Esta afirmación es extensiva a máscaras del progresismo o del neoliberalismo en cuanto ambos son cómplices silenciosos del anzuelo que provee el olvido.
5. Aldous Huxley, Un mundo feliz, Barcelona, Plaza y Janés, 1969.
6. Rafael Riva Palacio Pontones, introducción en Aldous Huxley, Un mundo feliz, Ciudad de México, Ediciones del Sindicato Nacional de Trabajadores del Infonavit, p. 7.
7. Ibíd., p. 5.
8. Véase Antonio Negri, “El monstruo político, vida desnuda y potencia”, en Gabriel Giorgi y Fermín Rodríguez (comps.), Ensayos sobre biopolítica: excesos de vida, Buenos Aires, Paidós, 2007.
9. Armonizamos fuentes bibliográficas provenientes de saberes jurídicos, biomédicos, filosóficos, políticos, sociales, económicos con entramados discursivos provenientes de medios de comunicación –manifiestos, reseñas, relatos, crónicas, descripciones– o informes, exposiciones directas o encubiertas, dictámenes parlamentarios, planes de intervención ministeriales, manuales de procedimientos, reglamentos, diagnósticos de situación, etcétera.
10. Véanse Michel Foucault, Los anormales, Buenos Aires, FCE, 2000; La arqueología del saber, Ciudad de México, Siglo XXI, 2005; Historia de la locura en la época clásica, Ciudad de México, FCE, 2004; Edgardo Castro, El vocabulario de Michel Foucault, Buenos Aires, UNQUI, 2004.
11. Véase Eugenia Allier Montaño, “Balance de la historia del tiempo presente: creación y consolidación de un campo historiográfico”, Revista de Estudios Sociales, núm. 65, 2018, pp. 100-112.
12. Es de destacar que no se trata de implicar las condiciones pasadas en las prácticas discursivas contemporáneas, sino que la indagación arqueológica refleja una misma configuración esencial. Implica acordar interpretaciones, pero, al mismo tiempo, precisar diferencias y mostrar aspectos complementarios. En otras palabras, suprimimos la significación del pasado como explicación del presente. Véase David Garland, Castigo y sociedad moderna: un estudio de teoría social, Ciudad de México, Siglo XXI, 1999, p. 30.
13. Michel Foucault, ¿Qué es usted, profesor Foucault? Sobre la arqueología y su método, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013.
14. Respecto de la culpa de estar vivo, Karl Jaspers distingue cuatro clases de culpa: 1) la culpa criminal; 2) la culpa política, 3) la culpa moral, y 4) la culpa metafísica. Abonó el principio de “crímenes contra la humanidad” (Verbrechen gegen die Menschheit) utilizado en los Tribunales de Núremberg para diferenciarlos del sentido convencional sobre los crímenes de guerra (Kriegsverbrechen). El punto de vista de Jaspers también se incluye en nuestra interpretación sobre la aceptación y el fomento de la condición servil. La culpa metafísica de Jaspers es el caso de quien haya elegido sobrevivir antes que confrontar activamente el terror, el cual, en el ejemplo alemán o de cualquier régimen totalitario, resultaría con toda probabilidad en la muerte de uno mismo. La culpa metafísica es, entonces, la “culpa por estar vivo”. Véase Alan M. Olson, “Metaphysical Guilt”, International Journal in Philosophy, Religion, Politics and the Arts, vol. 3, núm. 1, http://www.existenz.us/volumes/Vol.3-1Olson.pdf.
15. Véase Florencia P. Levín, “El pasado reciente en la escuela, entre los dilemas de la historia y la memoria”, en Gustavo Schujman e Isabelino Siede (coords.), Ciudadanía para armar: apuntes para la formación ética y política, Buenos Aires, Aique, 2007, pp. 157-178.