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Clasificación de las competencias emocionales

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Nuestra inteligencia emocional determina nuestra capacidad para aprender las habilidades emocionales prácticas. Nuestra competencia emocional, a su vez, determinará hasta qué punto hemos sabido trasladar ese potencial a nuestro trabajo. Por eso, el que tengamos una inteligencia emocional elevada no garantiza que logremos un alto desempeño: tan solo nos dice que tenemos la facilidad de desarrollar las competencias que nos lo permitirán. Por ejemplo, una persona puede ser muy empática pero no saber cómo tratar a los clientes o cómo orquestar los esfuerzos de un equipo de trabajo.

La inteligencia emocional determina el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos, así como la forma en que nos relacionamos con los demás. El primer caso se refiere a la competencia personal, y puede ser subdividido en tres grandes grupos, a cada uno de los cuales le corresponden una serie de competencias específicas. El segundo caso corresponde a la competencia social e, igualmente, puede ser subdividido en dos dimensiones que abarcan diferentes competencias puntuales. Bajo estos cinco grupos se reúnen las veinticinco competencias emocionales, que se explicarán a continuación.

Para tener una actuación estelar no es necesario sobresalir en todas, pues esto resultaría excesivamente complejo. Algunos estudios han concluido que basta con destacar en al menos seis de ellas, que se hallen dispersas en las cinco regiones, para alcanzar la masa crítica que el éxito demanda. Por otra parte, las competencias que requiere una persona varían en función del tipo de trabajo que desempeña, del cargo que ocupa en la empresa y de la “ecología emocional” o el ambiente del lugar en que trabaja.

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