Читать книгу Retos y aprendizajes para el turismo de naturaleza en Colombia - Daniel R Calderón Ramírez - Страница 5
ОглавлениеEl grupo de investigación Turismo y Sociedad y el programa de Maestría en Planificación y Gestión del Turismo de la Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras de la Universidad Externado de Colombia se plantearon el reto de impulsar una reflexión amplia sobre el turismo de naturaleza en Colombia desde diversas disciplinas y ópticas. Para esto, se conformó un equipo de estudiantes de posgrado e investigadores académicos que aportaron sus conocimientos y experiencia profesional. Por lo tanto, este proyecto editorial integra a participantes de diversas instituciones, como la Universidad de Guadalajara (México) y el Instituto de Investigaciones de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt; incluyó asimismo a colaboradores de diversas facultades de la Universidad Externado, como son la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, y la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales.
En gran medida, este libro parte de una premisa básica: la relación entre el turismo y la naturaleza es, por lo menos, controversial.
Por una parte, por más de medio siglo, el turismo ha crecido de manera sostenida en todo el planeta: de unos pocos países y destinos turísticos visitados a mediados del siglo XX llegamos a la actualidad, donde es difícil identificar en cuáles países el turismo NO es un tema económicamente relevante. Antes de la pandemia de la COVID-19, el turismo llegó a aportar más del 10 % de la producción global de bienes y servicios. Para entender la dimensión de esta cifra, hay que saber que en 2019 el aporte del turismo superó la producción mundial agrícola o minera.
Por otra parte, la relación entre los seres humanos y la naturaleza se ha complicado progresivamente en este mismo tiempo. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX transitamos un camino en el que la crisis ecológica fue negada, cuestionada, discutida y subestimada por diversos grupos políticos y económicos en casi todas las naciones y de forma sistemática. Sin embargo, en el siglo XXI, las tragedias ecológicas y ambientales –por ejemplo, unas elevadas tasas de extinción de la biodiversidad solo vistas en los procesos pasados de extinción masiva, entre muchos otros ejemplos posibles– han ofrecido evidencias difíciles de controvertir. Así las cosas, la pregunta tiende a dejar de ser si hay o no una crisis ecológica o si podemos detenerla, sino, más bien, cómo nos adaptamos a la crisis ecológica que hemos causado.
Unos meses atrás era muy difícil imaginar qué podría frenar el crecimiento del turismo en estos tiempos, no obstante, hoy sabemos de algo capaz de hacerlo: una crisis de salubridad global. La movilidad de la humanidad, en general, y, por lo tanto, la del turismo, se convirtió en riesgo y amenaza para la salud en este escenario de pandemia planetaria. En 2020, por primera vez en 70 años, el aporte económico global del turismo decreció. Esto no ha obedecido a la racionalidad económica, no es por gusto ni escogencia, sino porque no hay otras opciones claras: detener el movimiento humano ha sido la estrategia masiva de sobrevivencia para reducir la movilidad y la letalidad de la COVID-19.
A grandes rasgos, estos son el contexto actual y los antecedentes en los que se desarrolla la relación entre el turismo y la naturaleza. La faceta dominante de esta relación se da por la forma instrumental y antropocentrista como el turismo se vincula con la naturaleza. Desde siempre, la naturaleza ha sido vista como una fuente de recursos para el desarrollo turístico. Más allá de los recursos básicos relacionados con los materiales de construcción, agua, fuentes de alimento o disposición de residuos, la naturaleza ofrece al turismo una cantidad creciente de elementos y oportunidades para el diseño de atractivos y el desarrollo de los destinos turísticos. En efecto, esto incluye desde la belleza contemplativa del paisaje en los casos del mar o las montañas, las particularidades y curiosidades alrededor de las modalidades especializadas de turismo (aves, mamíferos, insectos, hongos, flores, etc.), pasando por las experiencias del turismo de aventura en ríos, cascadas u otros parajes remotos y exóticos (como las selvas, las cavernas o los desiertos), hasta el turismo científico más especializado. Además, el turismo ha logrado capitalizar y conseguir ganancias de las mismas crisis ecológicas ofreciendo experiencias para conservar, restaurar o recuperar diversos tipos de ecosistemas o hábitats amenazados (reforestar bosques, sembrar corales, proteger especies específicas son solo algunas de sus inmensas posibilidades). Es decir, el turismo ha desplegado una estrategia polémica que consiste en vender la naturaleza para conservarla.
Sin embargo, tras casi todas estas posibilidades de turismo en la naturaleza, prima una visión del ser humano como dueño y señor de la naturaleza y de sus elementos: la naturaleza tiende a ser percibida como una propiedad de los seres humanos, dispuesta para nuestro uso o explotación, para satisfacer nuestras necesidades y caprichos o, más allá, para ser salvada por medio de nuestras intervenciones. El antropocentrismo se refiere así a la creencia de que el ser humano se encuentra en un lugar privilegiado sobre el resto de la vida en la naturaleza, que somos una forma de vida superior y que todo lo demás está a nuestro servicio o depende de nosotros. En el hemisferio occidental, está visión se ha instalado profundamente en nuestras mentes a partir de la influencia de la tradición judeo-cristiana con su mito de la creación y el jardín del edén dispuesto para nuestro goce, así como de la creencia de que los seres humanos somos los únicos seres vivos que contamos con un alma inmortal capaz de trascender la muerte. Esto nos acerca a lo divino y, por supuesto, aleja a la naturaleza de lo sagrado. Según estos mensajes, la superioridad humana sobre el resto de la existencia es incuestionable.
Por su parte, el ascenso del conocimiento científico y técnico no necesariamente ha transformado el pensamiento antropocéntrico e instrumental frente a la naturaleza. Desde una perspectiva analítica, la ciencia tiende a representar a la naturaleza como un conjunto de partículas más o menos esenciales (quantos, átomos, moléculas, organismos, etc.) articuladas por medio de procesos físicos, químicos y biológicos. En efecto, la naturaleza se reduce a una tabla de elementos y relaciones que, con la cantidad adecuada de conocimiento, podemos controlar y manipular a conveniencia. Así, por otro camino, llegamos a un escenario bastante similar, donde los conocimientos técnicos del ser humano le permiten usar, dominar y explotar la naturaleza casi a su antojo. En gran medida, esta postura solo ha sido cuestionada a partir de los años 60 y 70 del siglo XX, con el auge de las ciencias ambientales, la ecología y sus denuncias sobre la crisis ecológica que se vislumbraba en el horizonte, así como sobre las incoherencias tras la creencia dominante en las esferas políticas y económicas acerca del crecimiento económico permanente y el progreso material ilimitado de la sociedad.
Una conciencia creciente de una crisis ecológica en ciernes impulsa el origen del gran consenso global en torno a la sostenibilidad como la estrategia clave para enfrentar los efectos negativos e indeseados del crecimiento económico y del progreso técnico-científico. En el campo turístico, esto significó que el paradigma de la competitividad –basado en el ideal de maximizar las ganancias económicas y minimizar los costos desde una visión de los destinos como sistemas turísticos– tuvo que ajustarse al principio fundamental de la sostenibilidad y cuestionarse no solo por la eficiencia económica, sino también por su equilibrio con las dimensiones ambiental y social, un reto sin precedentes.
Al preguntarnos desde el siglo XXI si el paradigma de la sostenibilidad logró enfrentar los retos de la crisis ecológica, las respuestas son, como mínimo, decepcionantes. En el mejor de los casos, se podría plantear que la sostenibilidad ha aportado para que la crisis ecológica avance menos rápido. Pero, en contraste, desde una orilla crítica, también es válido considerar que la sostenibilidad no solo ha sido insuficiente, sino que incluso ha sido utilizada de forma siniestra por diversos actores económicos y políticos para continuar con una lógica de explotación irresponsable de la naturaleza disfrazada de verde y de valores ecológicos, por medio de estrategias de mercadeo y publicidad engañosa o simplemente falsa.
Lo anterior es pertinente para el turismo. De forma paralela al crecimiento económico del turismo y al auge discursivo del turismo sostenible, se acumulan evidencias crecientes de los efectos ambientales y sociales negativos derivados de los modelos de turismo masivo en diversos lugares del mundo, acompañados del florecimiento de movimientos sociales en contra del turismo. En contrapeso, las modalidades y tipologías alternativas de turismo no logran ofrecer más que evidencias circunstanciales de que, en algunos casos, el turismo puede ser “realmente” sostenible y dejar de lado, en alguna medida, su postura antropocéntrica y su vínculo instrumental y explotador con respecto a la naturaleza. Sin embargo, por más marginales o particulares que sean estos casos, son una señal fundamental para la sobrevivencia futura del turismo y para la transformación de su controvertida relación con la naturaleza.
Así las cosas, ¿qué tienen en común los proyectos turísticos que logran procesos destacados de responsabilidad social y ambiental? ¿Cómo nos pueden ayudar a entender por qué el paradigma de la sostenibilidad ha sido necesario, pero insuficiente? Comencemos por la segunda pregunta. Propongo la siguiente hipótesis: el problema con la sostenibilidad no está tanto en su conceptualización como en su instrumentalización. En otras palabras, el gran interrogante sería ¿cómo se gestiona o se gobierna la sostenibilidad? Retomando lo dicho, los fracasos de la sostenibilidad se podrían relacionar con su manipulación por parte de actores económicos y políticos, usualmente externos a los territorios turísticos, en favor de sus intereses particulares, y no del bien común de los seres humanos en particular o de los seres vivos en general; es decir, proyectos gobernados por un modelo autoritario, vertical o jerárquico, impuestos de arriba hacia abajo o desde el centro hacia las periferias y, sobre todo, diseñados o liderados por actores ajenos a los territorios.
Ahora vamos con la primera pregunta: ¿qué tienen en común los proyectos turísticos que logran procesos destacados de responsabilidad social y ambiental? Estos suelen tener una escala más pequeña o local, su gestión tiende a estar en manos de actores propios del territorio, que se autoorganizan en modelos más horizontales y colaborativos. Al parecer, este tipo de estructuras brinda las mejores condiciones para que la sostenibilidad se acerque a su promesa de armonía entre lo ambiental, lo social y lo económico. Desde la teoría, el concepto de gobernanza turística comenzó a difundirse desde hace unos años como una idea fundamental para ofrecerle una aplicabilidad coherente a la sostenibilidad. En efecto, desde la perspectiva de la gobernanza turística, la prioridad del desarrollo turístico debe ser garantizar la calidad y las condiciones de vida de las poblaciones locales, así como el bien común (no solo de los seres humanos, sino de la vida), y no necesariamente la maximización de las ganancias económicas.
Entonces, ¿qué pasa con la relación entre el turismo y la naturaleza en este nuevo escenario? En el marco de la gobernanza turística, el turismo es planificado y gestionado principalmente por los actores locales con arraigo territorial, de tal manera que estos tienen el derecho y la obligación de decidir qué elementos de sus territorios se van a ofrecer al mercado turístico y cómo quieren hacerlo; por lo tanto, ellos también serán los principales responsables de los efectos positivos y negativos que genere esta actividad. Entonces, que los actores tengan vínculos fuertes y significativos con su territorio, la naturaleza y los elementos que la componen parece ser la mejor apuesta hacia su cuidado y conservación.
Pero no podemos ser ingenuos y simplemente suponer que las cosas van a mejorar. Por esto, la investigación de punta en el campo de la gobernanza turística se ha concentrado desde hace poco en identificar, evaluar y proponer cuáles son los mejores modelos y metodologías de organización, con el objetivo de lograr los resultados sociales, ambientales y económicos más positivos.
En este punto puede que algunos comiencen a ver la tensión que enfrenta actualmente el desarrollo turístico en cuanto a su relación con la naturaleza. Por una parte, tenemos una industria que ha logrado un crecimiento destacado y un tamaño sin precedentes, pero que se fundamenta, en gran medida, en una relación de explotación de la naturaleza. Por otra parte, surgen iniciativas turísticas novedosas y aportes teóricos que buscan reformar los aspectos más depredadores del turismo y convertirlo en un sector vanguardista de las transiciones hacia una sostenibilidad más honesta; no obstante, su dimensión y alcance aún son apenas marginales, y las evidencias de su efectividad no son concluyentes todavía.
Por último, sabemos que la demanda por el turismo es gigantesca y se encuentra ansiosa de regresar una vez disminuyan las limitaciones derivadas de la pandemia global. No obstante, aunque se reactive el turismo y su recuperación económica sea sorprendente –me atrevo a prever–, la evolución de la crisis ecológica global que enfrentamos seguirá su curso, y cada vez será más difícil de ignorar el debate sobre las responsabilidades, posibilidades y transformaciones que puede y debe experimentar el sector turístico frente a su complicada relación con la naturaleza. Este es un elefante sentado a nuestro lado en el salón: ¿cuánto tiempo nos tomará observarlo, aceptarlo y enfrentarlo? ¿Será posible que los intereses políticos y corporativos fundados en el interés de ganancia puedan coordinarse con las comunidades capaces de brindarle un espíritu más territorial y responsable al turismo? ¿Cómo prevenir que el desarrollo turístico dominante no siga profundizando la separación entre los sistemas económicos humanos y la naturaleza? Sin duda, en países como Colombia, donde el turismo de naturaleza aparece como una potencialidad de desarrollo económico y social muy relevante para el futuro, este es un tema que no deberíamos ignorar.
Ahora bien, este libro se compone de seis capítulos, que abordan las siguientes temáticas:
En el primer capítulo, Daniel Calderón plantea que el turismo de naturaleza, desde sus inicios, se ha realizado como una práctica empírica guiada por la intuición y una racionalidad económica que pretende darle sostenibilidad. En este sentido, al indagar sobre las investigaciones relacionadas con el turismo de naturaleza, el autor va más allá de las frecuentes y obvias definiciones que se establecen acerca de esta modalidad de turismo, lo que permite identificar perspectivas, limitaciones y retos reales. Su objetivo es ofrecer un estado del arte del turismo de naturaleza. Como resultado destacado se identifica que conceptos como la sostenibilidad, los paradigmas del desarrollo y la planificación turística son parte indeleble del concepto de turismo de naturaleza, así como el espacio y el territorio son elementos indispensables para la comprensión geográfica del turismo de naturaleza, ya que son el soporte fundamental de las actividades turístico-recreativas.
En el segundo capítulo, Leonardo Garavito propone que la naturaleza ha sido un bien precioso para el desarrollo de turismo, y que, de hecho, la producción y apropiación creciente de espacios naturales al servicio del turismo es una práctica en expansión. Por lo tanto, el autor analiza los significados compartidos utilizados para definir las problemáticas y los retos del turismo de naturaleza en la actualidad en Colombia, así como sus estrategias o recomendaciones ideales para enfrentarlos. Como principal hallazgo encuentra que, para considerar el turismo de naturaleza como una alternativa real para impulsar y diversificar el desarrollo sostenible en el país, es necesario aceptar la existencia de varios riesgos que podrían estimular la instauración de prácticas de turismo extractivo y, por lo tanto, la explotación social y ambiental de los territorios.
En el tercer capítulo, Clarita Bustamante, Johan Redondo y Diana Morales-Betancourt ofrecen una aproximación metodológica para identificar el potencial de turismo de naturaleza en Colombia y establecer prioridades de gestión que, a partir de lineamientos, permitan un desarrollo sostenible del sector. El potencial se calcula a partir de la sensibilidad socioambiental que generan los atractivos y los recursos turísticos de naturaleza. La sensibilidad socioambiental se refiere a una medida de vulnerabilidad socioecológica de un paisaje, derivada de cualquier tipo de intervención antrópica. Este capítulo concluye que la mayor parte del país posee una alta sensibilidad socioambiental a los proyectos de turismo de naturaleza, lo cual no significa que no se pueda realizar turismo de naturaleza en estas zonas, sino que se requieren programas de gestión más robustos, en los que se garantice un bienestar socioecológico en su complejidad.
En el cuarto capítulo, Dolly Palacio, José Javier Rodríguez y Sandra Galán abordan las políticas públicas en Latinoamérica y en Colombia que posicionan al turismo comunitario de naturaleza (TCN) como alternativa para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y los Acuerdos de Paz. Sin embargo, analizan cómo este tipo de turismo está aún lejos de resolver los problemas ecológicos, sociales y económicos de las comunidades que enfrentan la desigualdad, la guerra y el desplazamiento. Con el fin de contribuir a estos desafíos, sugieren algunas pistas para el desarrollo de un TCN situado y relacional, cuyos puntos de partida sean el principio de reciprocidad ecológica y el valor intrínseco de la naturaleza. También, sobre la base de dos estudios de caso en Colombia, los autores subrayan algunas posibilidades de acción para los emprendedores locales, los visitantes y las organizaciones e instituciones que lo impulsan.
En el quinto capítulo, César Oliveros-Ocampo y Rosa María Chávez-Dagostino plantean que la institucionalidad del turismo y del Sistema Nacional de Áreas Protegidas en Colombia surgió casi en paralelo con la evolución del conflicto armado, y que este último ha sido un factor decisivo en el desarrollo del turismo de naturaleza en el país. Empero, el proceso de paz con el ahora extinto grupo guerrillero de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), iniciado en 2012, abrió las posibilidades para su desarrollo. En este sentido, los autores analizan su mercado en tres parques nacionales naturales (PNN) entre 1995 y 2018, con énfasis en la transformación del conflicto y las acciones de posible masificación. Los resultados sugieren una correlación de -0,77 y un mercado en crecimiento en la última década. Por lo tanto, concluyen que existe una concentración de 93,5 % de la demanda turística en cinco PNN y una tendencia a superar la capacidad de carga en más del 20 %, lo que induce una posible masificación.
En el sexto y último capítulo, Sandra Mahecha, Jill San Juan y Leonardo Garavito realizan un contraste entre diversos países líderes en turismo de naturaleza (Brasil, Costa Rica, Estados Unidos, Kenia, Nueva Zelanda y Perú) con el fin de identificar sus mejores prácticas y así brindar unas reflexiones sobre su pertinencia para su planificación y gestión en el caso colombiano. Dadas las particularidades y diferencias entre los países, no siempre fue posible efectuar una comparación de forma estricta. Sin embargo, se concluye que el turismo de naturaleza podría ser una opción para diversificar el desarrollo en Colombia, siempre y cuando se enfrenten una serie de retos en los campos institucional, social, económico y ambiental.
Para terminar, agradezco el acompañamiento brindado por parte de la exministra de Comercio, Industria y Turismo, María Claudia Lacouture, a la realización de este libro. Es importante reconocer que la idea inicial de esta obra se originó en un diálogo entre ella y el exrector de nuestra universidad, Juan Carlos Henao, retomado por la decana de la Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras, Edna Rozo. De forma adicional, María Claudia aportó comentarios y sugerencias relevantes sobre las versiones iniciales de varios de los capítulos, e incluso brindó un apoyo crucial para la realización de las entrevistas analizadas en el segundo capítulo. Sin duda, este trabajo se benefició de su amplia experiencia en el campo político del turismo sostenible.