Читать книгу Andemo in Mèrica - Danilo Luis Farneda Calgaro - Страница 8

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La inmigración de masas, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, tuvo dimensiones extraordinarias y se extendió prácticamente a todos los países europeos.

Sumidos en una grave crisis estructural, con un modelo socio-económico y político en transformación, la población buscó nuevos horizontes fuera de sus países de origen.

La corriente inmigratoria hacia América fue sin lugar a dudas la más fuerte, quedando en segundo lugar la que se daba entre los mismos países europeos. Fue el caso de la emigración italiana, española o portuguesa, especialmente hacia Alemania, Francia o Suiza.

Entre quienes optaron por la inmigración de ultramar encontramos a miles de familias de la Alta Italia y, entre ellas, las de nuestros ancestros vénetos.

Sin tener en cuenta a Sebastián Gaboto y sus marinos venecianos que en 1527 subieron por el río Paraná desde el estuario del Río de la Plata, la presencia véneta en Sudamérica comenzó a volverse significativa en las últimas décadas del siglo XIX.

Si bien fueron diversos los factores que determinaron estas opciones, podemos destacar los cuatro más significativos:

1. El hecho de haber sido precedidos por numerosos contingentes de inmigrantes italianos de otras regiones y la reagrupación familiar.

Los vénetos no estuvieron entre los pioneros que llegaron a América. Fueron sus vecinos del Piamonte y la Liguria quienes hicieron llegar a la patria natal el testimonio de las magníficas oportunidades que ofrecían los países de acogida. Rápidamente creció la convicción y el sentir popular de que un futuro mejor les aguardaba del otro lado del Atlántico.

En ocasiones, los predecesores fueron los mismos parientes quienes, después de haberse establecido en el nuevo continente, buscaron reunificar los núcleos parentales atrayendo a familiares y amigos que en un primer momento se habían quedado en sus poblados de origen.

Este factor es posible corroborarlo en el caso de muchas familias. Nuestro bisabuelo Luigi Calgaro (Gigio) dedicó gran parte de sus primeros ahorros para traer desde Italia a su hermana María.

La reagrupación familiar era motivo de orgullo para todo emigrado. El hecho de financiar el viaje de un familiar era confirmar que el riesgo asumido al dejar la propia tierra había valido la pena y que las promesas de una vida menos dura se estaban cumpliendo.

Si analizamos los datos recopilados a partir del año 1882 por el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericano, podemos comprobar que entre los años 1883 y 1885 llegaron al puerto de Buenos Aires una veintena de personas con el apellido Calgaro.9 Quince años más tarde se verificó una segunda oleada, sumando hasta veinticinco personas más con el mismo apellido. Ciertamente, todos pertenecían al mismo tronco familiar, aunque no todos tenían un grado de parentesco cercano.

2. La existencia de rutas marítimas dirigidas hacia estas latitudes de América del Sur.

La “Compagnia Transatlantica” fundada en Génova en el año 1852 inauguró la primera línea de comunicación regular entre Italia y América. En un principio los viajes se hacían en grandes transatlánticos desde Génova hasta Río de Janeiro y desde allí se continuaba con un servicio de enlace hacia Montevideo y Buenos Aires, en embarcaciones menores.

A partir de 1870 la “Società Rocco Piaggio & Figli”, también genovesa, comenzó a brindar servicios directos cada tres meses, vía Islas Canarias, hasta Montevideo y Buenos Aires.

Diez años más tarde las posibilidades de viajar con naves cada vez más rápidas se multiplicaron. Los treinta y ocho días del viaje entre Génova y Río de Janeiro pasaron a ser treinta.

En este mismo período, las compañías “Florio y Rubattino” se unieron y crearon la “Navigazione Generale Italiana” la cual, con diversos y más veloces vapores, llegaron a garantizar salidas semanales desde Nápoles y Génova hacia Río de Janeiro, San Pablo, Montevideo y Buenos Aires.

Nuestros abuelos, como gran parte de las familias de inmigrantes, no tenían un lugar prefijado hacia donde orientar sus esperanzas. Sabían que “in Mèrica”, podían tejer un futuro mejor, pero el lugar concreto lo determinaba el destino de la nave en la que finalmente lograban embarcarse.

3. La crisis agraria por la que atravesaba Europa dejaba sin presente ni futuro a millones de campesinos.

A comienzos del siglo XIX, más del 80% de la población europea se dedicaba a tareas agrícolas.

Fueron millones las familias de campesinos que soñando un porvenir más halagüeño emigraron hacia las ciudades para enrolarse como obreros en el naciente proceso de industrialización. Pero la revolución industrial no tenía capacidad para absorber toda la mano de obra que el campo rechazaba.

Consta en los anales de Schio y Arsiero la grave crisis que a finales del ochocientos afrontó la industria de la lana, motor fundamental de la economía local. De la noche a la mañana, centenares de familias se quedaron sin trabajo y sin futuro.

4. Las políticas de colonización de los países del Plata.

Argentina necesitaba mano de obra para continuar multiplicando las hectáreas de tierra virgen dedicadas a la agricultura. Los empobrecidos campesinos europeos se convirtieron en una fuente inagotable de recursos humanos, ideales para satisfacer la demanda de la naciente nación americana.

Se dio de este modo un círculo virtuoso: cuantas más tierras cultivadas más riquezas para el país, mejores condiciones para atender las demandas del mercado interno y externo, y por ende, más necesidad de mano de obra.

Entre los años 1856 y 1895 se fundaron en Argentina 365 colonias de inmigrantes europeos y el área sembrada pasó de 55.922 hectáreas a 1.493.402 hectáreas, multiplicando por 26 la capacidad productiva del país.

Gracias a la aportación de los inmigrantes el país se transformó rápidamente, proyectando su mercado al resto del mundo.

A su vez, la explosión agrícola con la ingente masa de mano de obra que reclamaba, generaba la necesidad de implantar servicios terciarios para satisfacer las necesidades de los campesinos y de quienes se afincaban en las ciudades. Por lo tanto no solamente se demandaba mano de obra para el campo sino también operarios para los más diversos servicios.

“Gobernar es poblar”, era el slogan de la clase dirigente argentina. En función de promover la inmigración se firmaron acuerdos con las compañías navieras para que trasladaran en forma muy económica – y hasta gratuita – a todo europeo que quisiera rehacer su vida en América.

Se llegó a entregar a los inmigrantes una prima en dinero antes de partir y, en el caso del campesinado, se les facilitaban tierras e instrumentos para el laboreo.

En torno a estas cuatro razones se fue consolidando el movimiento migratorio que marcó un antes y un después, tanto para quienes emigraban como para los países de acogida.

Ciertamente en los países de origen, y más precisamente en Italia, coexistieron otras causas como la inestabilidad política y social, la amenaza de la guerra,10 la falta de competitividad en el proceso de industrialización respecto a otros países del entorno uropeo y, en relación al campesinado, la ausencia total de políticas productivas y financieras adecuadas por parte del gobierno.

Ante lo complejo e inestable del panorama, América se constituyó en la tabla de salvación para millones de familias. Éstas, a su vez, generaron y sostuvieron un impulso de crecimiento jamás imaginado en los países de acogida. De tal modo que la realidad actual de los países americanos, con sus luces y sombras, es impensable sin la laboriosidad y el ingenio de sus inmigrantes.

En la famosísima canción, “Mèrica Mèrica”, basada en un poema de M. Crestana (1875), vemos reconocido el esfuerzo creador de quienes dejando la vieja y empobrecida Italia fueron constructores de una nueva América.11

MÈRICA, MÈRICA

Da l’Italia noi siamo partiti.

Siamo partiti col nostro onore.

Trenta sei giorni de macchina a vapore

E in Mèrica noi siamo arrivà.

E nell’America che siamo arrivati

non abbiam trovato né paglia né fieno.

Abbiamo dormito sul suolo al sereno

Come le bestie abbiam riposà.

Ma la Mèrica l’è lunga l’è larga

E circondata da monte e da piani.

E con l’industria dei nostri italiani

Abbiam formato paesi e città”.

(Traducción)

Desde Italia hemos partido.

Hemos partido con nuestro honor.

Treinta y seis días de buque a vapor

y a América hemos llegado.

En América, donde hemos llegado,

no encontramos ni paja ni heno.

Hemos dormido en el suelo y al raso,

como animales hemos descansado.

Pero América es enorme.

Circundada de montes y planicies.

Y con el esfuerzo de nuestros italianos

hemos creado poblados y ciudades.

América reclamaba recursos humanos para el campo y para las nacientes industrias. Las naciones europeas no lograban atender las necesidades básicas de su creciente población. La inmigración se presentaba como la respuesta más adecuada y beneficiosa para ambas partes.

¡Porca Italia! ¡Andemo via!

En el año 2008, Giorgio Napolitano, presidente de la República de Italia entre los años 2006 y 2015, afirmaba: “Por decenios la inmigración ha constituido una “válvula de escape”, dadas las graves dificultades económicas y sociales. Los envíos de dinero de los inmigrantes han contribuido no poco al desarrollo de Italia.

A menudo nuestros inmigrantes han tenido una vida difícil, de sacrificio y privaciones, pero la cultura del trabajo y sus valores les ha permitido integrarse en el tejido político, social y económico de los países que les acogieron”.

La visión del Presidente de la República, realizada desde la amplia perspectiva que da el paso del tiempo, endulza la tragedia del inmigrante concreto, al tiempo que nos da un punto de apoyo para entender el fenómeno inmigratorio. Un proceso que benefició tanto a los países de acogida como a la propia Italia que descomprimía la presión social que generaba tanta pobreza y a su vez recibía ingentes cantidades de recursos enviados por quienes emigraban.

Acerquémonos a aquel contexto que Giorgio Napolitano sintetiza haciendo referencia a las “graves dificultades económicas y sociales”.

Berto Barbani, poeta veronés, describió la situación de su gente en estos versos compuestos en dialecto véneto hacia el año 1896.

I VA IN MÈRICA

Fulminadi da un fraco de tempesta,

l’erba dei prè par ’na metà passìa,

brusà le vigne da la malatia

che no lassa i vilani mai de pèsta;

ipotecado tuto quel che resta,

col fornento che val ’na carestia,

ogni paese el g ’a la so angonia

e le fameie un pelagroso a testa!

Crepà la vaca che dasea el formaio,

morta la dona a partor ’na fiola,

protestà le cambiale dal notaio,

una festa, seradi a l’ostaria,

co un gran pugno batù sora la tola:

“Porca Italia” i bastiema: “andemo via!”

E i se conta in fra tuti. – In quanti sio?

Apena diese, che pol far strapasso;

el resto done co i putini in brasso,

el resto, veci e puteleti a drio.

Ma a star qua, no se magna no, par dio,

bisognarà pur farlo sto gran passo,

se l’inverno el ne capita col giasso,

pori nualltri, el ghe ne fa un desìo!

Drento l’Otobre, carghi de fagoti,

dopo aver dito mal de tuti i siori,

dopo aver fusilà tri quatro goti;

co la testa sbarlota imbriagada,

i se da du struconi in tra de lori,

e tontonando i ciapa su la strada!

SE VAN A AMÉRICA12

Exterminada por la fuerza de la tormenta,

la mitad de la hierba está perdida.

Quemada la viña por la enfermedad

que no deja de apestar a la población.

Hipotecado lo que queda,

con el trigo que ya escasea,

cada poblado tiene su agonía

y cada familia un enfermo de pelagra.13

Muerta la vaca que daba el queso,

muerta la mujer pariendo a la hija,

aquejado por las deudas al notario,

en una fiesta, por la tarde en el bar,

con un puñetazo golpea sobre la mesa:

¡Maldita Italia!, blasfema: “Vámonos”.

¿Cuántos somos?

En torno a diez para hacer el viaje.

El resto son mujeres con los pequeños en brazo

y el resto, viejos y niños a destajo.

Pero quedarnos aquí sin comer, ¡por Dios!

Es necesario dar el gran paso.

Si el invierno viene fuerte,

pobres de nosotros, ¡dejará todo desierto!

Hacia octubre, cargado de bultos,

después de haber renegado de todos los señores

y haberse emborrachado,

con la cabeza revuelta y embriagada,

¡dándose fuerza unos a otros

y canturriando, emprenden el camino!

El autor narra con dureza la triste situación de los campesinos vénetos. Habían llegado al límite de la indigencia. Debían abandonar lo más querido y, maldiciendo la patria, buscar el pan en otras tierras. A mediados del siglo XIX podemos hablar de una verdadera fuga de masas.

Los factores de “expulsión” señalados por el poeta veronés mantuvieron su vigencia durante décadas. Si nos detenemos a analizar estas variables obtendremos una visión muy realista y cercana de la situación padecida por nuestros abuelos antes de tomar la decisión de abandonarlo todo y partir hacia América.

Tras la mirada de Barbani encontramos el perfil de las grandes mayorías de inmigrantes que llegaron a nuestras tierras.

Como ya hemos reseñado, los campesinos conformaban la colectividad más numerosa de la población italiana y esta situación repercutió directamente en el perfil de la masa de inmigrantes. Quienes llegaron a nuestras tierras eran principalmente pequeños y empobrecidos campesinos.

Los terrenos familiares, con las reiteradas sucesiones, habían quedado reducidos a una mínima expresión. Sobreexplotados y expuestos a las inclemencias del tiempo y a las pestes que asolaban los sembrados, no lograban cubrir las necesidades mínimas de cada familia.

El granizo golpeaba con frecuencia a frutales y viñedos y las sequías solían impedir la reserva invernal de forraje para el ganado.

Consta en la historia agrícola véneta el ejemplo del año 1879, cuando a un riguroso invierno le siguió una primavera húmeda y un verano que alternó tormentas con granizo y largos períodos de sequía. Si a este contexto climatológico le sumamos las enfermedades en los frutales, contamos con el marco perfecto para un ciclo de empobrecimiento extremo.

La falta de recursos para combatir las pestes les volvía particularmente vulnerables. De este modo, a partir de 1850 desaparecieron gran parte de los viñedos regionales en razón de enfermedades imposibles de tratar.

Señalamos el apartado de los viñedos porque el vino era un producto vendible. El cultivo en otros rubros como el trigo, la cebada, el maíz, las hortalizas y verduras, era muy escaso y se destinaba por entero al consumo familiar.

Cuando los viñedos y maizales fracasaban los pauperizados campesinos no tenían más remedio que solicitar préstamos a los pocos acaudalados del lugar, cayendo en las redes incompasivas de la usura.

El sector ganadero tenía una dimensión testimonial. Algunas familias atesoraban una o dos vacas y las mayorías se conformaban con alguna que otra oveja, conejos y gallinas. Poco más. También en este rubro las garantías de éxito eran escasas ya que la mortandad del ganado era frecuente debido a las condiciones climatológicas extremas, especialmente en la zona montañosa.

La vaca era considerada como un animal casi sagrado, un auténtico patrimonio familiar ya que, además de servir como fuerza motriz para las tareas del campo, daba leche de la cual obtenían el preciado queso y la ricota, alimentos básicos que conformaban la miserable dieta campesina, acompañada por la infaltable polenta de harina de maíz.

Aquellos que contaban con algo más de tierra para sembrar y comercializar cereales, se encontraban a menudo con una bajada generalizada de precios ocasionada por la competencia de los países americanos como Argentina que, beneficiados por el bajo coste del transporte, exportaban millones de toneladas de trigo a toda Europa.

A las dificultades que ocasionaba la climatología, las pestes incontroladas, el empobrecimiento de terrenos sobreexplotados, la multiplicación extrema de minifundios y la competencia del mercado americano, debemos sumarle la política agraria italiana prácticamente inexistente.

De hecho, el estado quedaba totalmente al margen de la grave crisis que afectaba a sus conciudadanos y no prestaba ningún tipo de ayuda. Los riesgos de la producción agrícola debían ser asumidos en su totalidad por los propios productores.

A partir del año 1870, los distintos gobiernos, buscaron erradicar los minifundios e incentivar los cultivos mecanizados. Si tenemos en cuenta que la gran mayoría de nuestros ancestros poseían “pañuelitos de terrenos” podemos hacernos cargo de la crisis que tal política nacional acarreaba para cada uno de ellos. ¿Cómo reunir terrenos sin el capital necesario para adquirirlos o cómo mecanizar la producción sin recursos financieros accesibles?

Cuentan que nuestro “nonno Gigio”, solía compartir, con no poca ironía, la siguiente reflexión: “Pensar que en Italia nuestras tierras eran tan pequeñas que si nos acostábamos sobre ellas debíamos encoger las piernas para no invadir terrenos ajenos”.

Durante generaciones, esas pequeñas parcelas, siendo la única fuente de riqueza familiar, terminaron siendo cuidadas con un mimo extremo. No ahorraban esfuerzos por robarle a la tierra todo su empobrecido potencial, pero los resultados siempre resultaban escasos.

La “zia María” Calgaro, hermana del “nonno Gigio” recordaba que, terminado el invierno, debían bajar al valle y hacer innumerables viajes con un par de baldes cada uno para buscar tierra que supliera la que el deshielo y las lluvias de primavera se habían llevado colina abajo.

En el caso de la familia Calgaro esto significaba bajar por un estrecho sendero de montaña, salvando un desnivel de trescientos metros que los separaba del lecho del riachuelo que corría por el valle, y subir poco a poco esa tierra necesaria para renovar los sembrados de primavera y verano.

Se trata de esfuerzos que hoy nos resultan impensables. ¡Llevar en baldes la tierra hacia la montaña para poder sostener los diminutos cultivos familiares!

Debo reseñar que en la provincia de Vicenza, cuna de nuestros ancestros directos, se dio también durante algún tiempo la explotación de minerales diversos. Pero lamentablemente las vetas metalíferas no eran abundantes.

Hacia 1870, las pequeñas minas de hierro, plomo, mercurio, plata, cobre y hasta alguna de oro, que durante un siglo habían equilibrado la maltrecha economía campesina, prácticamente habían desaparecido.

Una vez más, la competencia exterior y los modestos resultados económicos lograron eliminar una fuente de recursos que en su momento despertó mucho interés.

Aún hoy, en recónditos parajes montañosos, perduran los vestigios de aquella minería inicial que se prolongó en su formato más humilde con la explotación de la piedra caliza, muy abundante en la zona.

En el mismo valle contiguo al “monte dei Calgari”14 podemos hoy contemplar varias ruinas de hornos de piedra caliza. Esta minería básica, sumada a la de algunas preciosas vetas de mármol, constituyó una fuente de riqueza acotada y destinada al consumo regional.

En este resumido compendio de las riquezas y pobrezas no podemos dejar de lado la industria artesanal, la cual había tenido su esplendor en otros tiempos pero que no pudo competir con el proceso de la industrialización. Es el caso de las artesanías en cuero, lana, seda y la orfebrería, que posibilitaba la ya mencionada minería local.

Hacia 1850, en la provincia de Vicenza se habían establecido algunas industrias especializadas en el tejido de la lana. La más famosa entre ellas fue fundada por Alessandro Rossi, retomando una ancestral profesión ejercida por los primeros pobladores de la región, desde la época romana.

Como ya he mencionado, ante la incipiente era de la industrialización, los campesinos fueron abandonando los pequeños caseríos de montaña para acercarse a las nuevas fuentes de la economía regional.

Sin embargo, las industrias locales fueron incapaces de absorber la abundante oferta de mano de obra. Por otro lado, el desequilibrio entre oferta y demanda tuvo como resultado una drástica bajada en los salarios con las consecuencias que ello tenía para las empobrecidas familias.

En 1890, en plena expansión del fenómeno de la inmigración, las industrias Rossi estaban paralizadas a causa de una huelga generalizada e indefinida, propiciada por un naciente sindicato de trabajadores que reclamaban mejoras salariales.

Los peores augurios se conjuntaban para hacer inviable cualquier planteamiento de futuro. Como vemos, las extremas limitaciones de la vida rural se repetían en la balbuceante industrialización regional.

En este contexto de pobreza, de falta de horizontes razonables y de desentendimiento del sistema político, la desesperanza se extendía entre los habitantes.

La paupérrima dieta, basada en el maíz y las papas, no era suficiente para cubrir las necesidades mínimas y las enfermedades más diversas proliferaban. La pelagra, el cólera y el tifus eran muy comunes. El índice de mortalidad era altísimo, especialmente entre los niños.

Basta con recorrer los libros parroquiales de nacimientos y defunciones para constatar que las mujeres parían una media de diez hijos, de los cuales sobrevivían no más de seis o siete.

La esperanza de vida para un campesino del Véneto a mediados del siglo XIX no pasaba de los 47 años, siendo hoy de 82 años.

El poema de Barbani narra con el mismo nivel de importancia la muerte de una vaca y la de una madre con su neonata.

Los miembros de una familia campesina eran valorados en razón de su utilidad. En este contexto, la muerte de personas ancianas de niños y mujeres o de los enfermos crónicos era considerada como acontecimiento menor.

La poca carga afectiva hacia estos miembros de la familia estaba marcada por la miseria que los volvía estrechos de corazón. Sobrevivían los más fuertes y los demás eran considerados como una carga desechable.15

La familia era valorada bajo el punto de vista de lo que ofrecía en vistas a la sobrevivencia. A tal punto que nadie deseaba llegar a la ancianidad porque se convertían en una carga demasiada pesada para su familia. Esta mirada aparece en el poema de Barbani dejando entrever una valoración negativa hacia las mujeres, los niños y los ancianos.

Un alto nivel de embrutecimiento era el efecto no deseado de las condiciones tan extremas en las que debían afrontar sus vidas los habitantes del véneto pre-alpino y alpino.

Es evidente que ante un contexto que empobrecía a las personas en todas sus dimensiones, la idea de emigrar se volvía irresistible, al tiempo que constituía un desafío que sólo los más aptos lograban afrontar.

El bar del pueblo era el lugar donde, fuera del control moral del sacerdote y del patrón de turno, los campesinos podían compartir sus penas.

“..., seradi a l’ostaria,

co un gran pugno batù sora la tola:

“Porca Italia” i bastiema: “andemo via!16”

Definitivamente, la inmigración no fue fruto del espíritu aventurero que suele atribuirse al pueblo italiano, sino una necesidad de sobrevivencia casi absoluta. El dilema para muchas familias era morir lentamente en la pobreza o emigrar.

Las opciones más frecuentes fueron dos: emigrar temporalmente buscando zonas y períodos de producción dentro de la misma Europa, asumiendo el formato de inmigrantes “golondrinas” o bien arriesgarlo todo y partir hacia América.

La primera opción estaba asociada al ciclo productivo agrícola que permitía el alejamiento temporal de la mano de obra local. El perfil del inmigrante golondrina era el de un hombre joven que se alejaba del hogar durante un período más o menos largo del año.

Este hecho recargaba las tareas domésticas de las mujeres, que debían asumir todo el peso de la crianza de los hijos y el mantenimiento de las humildes parcelas familiares durante la ausencia del padre de familia y de los hijos mayores.

La mujer pasaba a ser de este modo una víctima más dentro del proceso inmigratorio. A tal punto que, poco a poco, los trabajos del campo comenzaron a ser considerados secundarios y por lo tanto, reservados a ellas.

Ante tantas penurias, la inmigración se afianzó como la única “profesión” capaz de procurar un proceso de dignificación de la vida.

El formato de la inmigración definitiva hacia América comenzó a generalizarse hacia el año 1870. Los primeros en partir no fueron los más pobres, sino aquellos que podían pagar el coste de sus viajes.

Eran por lo general pequeños propietarios que vendían cuanto tenían para conseguir las doscientas o trescientas liras necesarias para pagar el billete de la nave que les llevaría hasta América.

En no pocas ocasiones, si el campesino no obtenía buenas cosechas no podía hacer frente a los pesados impuestos estatales y la alternativa que le quedaba era la inmigración, dejando lo poco que tenía empeñado o a nombre de un arrendatario17.

Llegado el momento, las favorables políticas inmigratorias de Estados Unidos, Brasil y Argentina permitieron el transporte gratuito de grandes contingentes de campesinos, especialmente durante las últimas décadas del siglo XIX.

La dinámica social que se desprendía del movimiento inmigratorio, era a su vez fuente de profundas transformaciones, no siempre bienvenidas ni deseadas.

Por un lado permitió que todo siguiera igual, al servir de válvula de escape frente a la pobreza de recursos. Al haber menos personas que atender, la economía local se distendía, el poder político se veía aliviado, al tiempo que la naciente clase obrera perdía la fuerza reivindicativa ejercida por los sindicatos.

Pero esa era solamente una cara de la moneda. La otra fue la inestabilidad cultural motivada generalmente por las vivencias de los inmigrantes temporales que, al contactar con la realidad ciudadana y obrera, volvían a sus pequeños poblados cargados de ideas y exigencias de cambio. Esto ocasionó no poca preocupación moral a la Iglesia y político-económica a las clases dominantes.

Estos contraluces del fenómeno inmigratorio dieron lugar a posicionamientos de todo tipo. En algunos casos se acusaba a las empobrecidas familias que partían a tierras lejanas de traidores y desertores que abandonaban la patria cuando ésta más los necesitaba. El naciente proceso de industrialización se quedaba sin mano de obra barata.

El gobierno italiano se preguntaba cómo actuar ante la fuga masiva de recursos humanos. En 1868, el Primer Ministro Luigi Federico Menabrea publicó una circular exigiendo a los que emigraban un contrato de trabajo en la tierra de acogida, así como adecuados medios de subsistencia. De no cubrir ambas exigencias, no recibirían el necesario pasaporte por parte del gobierno.

En 1873, directamente se restringió la concesión de pasaportes y en 1883 el Ministerio del Interior obligó a los funcionarios a retener a obreros y agricultores deseosos de emigrar, bajo la amenaza de medidas disciplinares para los alcaldes que no lo hicieran.

Para escapar de estas exigencias estatales, muchos solicitaban pasaporte para un país europeo vecino o bien partían sin pasaporte alguno hacia Francia, Bélgica o Alemania para, una vez allí, embarcar en sus puertos y dirigirse hacia América.

En el año 1876 se editó en el diario “La plebe” de Milán, la respuesta de un grupo de campesinos lombardos al ministro Nicotera, autor de una circular restrictiva de la emigración. “Mírenos a la cara, señor barón; nuestros rostros pálidos y amarillentos, nuestras mejillas hundidas, ¿no acusan con su muda elocuencia nuestro cansancio y falta de nutrición? Nuestra vida es tan amarga que casi es la muerte. Cultivamos el trigo pero no sabemos qué es el pan blanco. Cultivamos el vino, pero no lo bebemos. Criamos animales pero jamás comemos carne. Vestimos harapos y habitamos en cuevas. ¿Y con todo eso usted pretende que no emigremos?”

Sin duda fueron muchas y de peso las razones en juego para romper la inercia natural de arraigo al terruño y superar las medidas disuasorias del gobierno.

En esa policromía, cuyo denominador común fue la pobreza, encontramos los porqués de una aventura tan arriesgada, asumida por millones de familias.

Así lo expresa el Prefecto de Vicenza en un informe elaborado en el año 1890: “A la emigración se abocan muchísimos campesinos, impulsados no tanto por la esperanza de hacerse ricos en poco tiempo en América, sino por la imposibilidad de sostener mínimamente sus vidas en su patria, asumiendo todo tipo de riesgos y sacrificios”.

Para muchos pequeños poblados rurales, la emigración en masa, significó su desaparición18. “Fue la población más capacitada, menos resignada, con un cierto patrimonio para emprender una nueva vida, la que emigró, dando lugar a un proceso de empobrecimiento capilar de los recursos humanos y económicos de zonas de por sí empobrecidas, condicionando un proceso irreversible de abandono de las poblaciones rurales de montaña”19.

El incontenible deseo de progreso y humanización movilizó lo mejor de cada emigrante. Desde el eje motivacional de la búsqueda de una vida más digna y con la única arma del trabajo, fueron capaces de ganar en humanización, de reencontrar los fundamentos ancestrales de la familia y, en no más de tres generaciones, dieron lugar a una cualificación personal y social insospechada.

También quienes se quedaron en sus lugares de origen pudieron rehacer y cualificar sus vidas ya que, en una primera etapa, los escasos recursos se multiplicaron al ser redistribuidos en una población diezmada.

Superadas las terribles consecuencias de la Primera y Segunda Guerra Mundial, el impulso transformador y progresista europeo los introdujo en la cultura llamada del “bienestar”.

Existe un claro paralelismo en el proceso de desarrollo socio-cultural y económico entre los miembros de las mismas ramas familiares que actualmente viven en Argentina y en Italia, aunque con ritmos y momentos distintos.

Quienes emigraron lograron un rápido ascenso que, con el pasar de las décadas y los avatares socio-económicos en los diversos países de América, se fue ralentizando y retrocediendo al punto de provocar el fenómeno inmigratorio de “retorno” de las últimas décadas.

Amores y desamores por la patria lejana

No es objetivo ni justo aislar el relato del fenómeno de la inmigración en aspectos traumatizantes. Sin duda éstos han estado presentes y sin ellos la inmigración en masa nunca hubiera tenido lugar.

Sin embargo, como dice el refranero popular, “no hay mal que por bien no venga”. Los valores de un pueblo que creía en su capacidad laboral, en la familia como eje central de su entrega, en la dignidad personal, en su fe hecha bandera desde el sentido profundamente pascual de tantas renuncias, hicieron mejores personas a quienes emigraron y también a quienes se quedaron, protegiendo la naciente realidad de un estado que surgía desde el convulso proceso de la unificación italiana.

Esa misma Italia que no los pudo contener en sus propias entrañas supo más tarde tender lazos de cariño e intentó generar espacios de encuentro para dar continuidad a una identidad muy particular, tejida en las relaciones –no siempre fáciles- entre la patria herida y las múltiples naciones que acogían a sus hijos. Así lo testifica la iniciativa de crear centros para preservar el cariño y la cultura de una tierra empobrecida pero amante de sus hijos20.

Entre los documentos consultados en el “Museo Nazionale dell’Inmigazione Italiana”, he encontrado un texto muy significativo escrito por Giovanni Pascoli, en la ocasión de inaugurar el Comité Mantovano perteneciente a la Società Dante Alighieri.

Se trata de una emotiva llamada al amor por la madre patria a quienes ya habían partido y a quienes se disponían a hacerlo.

“No dejéis vuestra patria sin bendecirla. Si bien ella es muy pobre y por esta razón debéis buscar el pan y el trabajo en el extranjero y en ciudades remotas, lejos de vuestros pueblos y de vuestros seres queridos, no dejéis de amarla igualmente, con toda vuestra fuerza.

¿Quién reniega de su Madre solamente porque es pobre y no tiene pan para darle?

Amad a la patria que custodia las cenizas de vuestros padres, con sus glorias y con sus miserias, por su futuro que aún será grande y luminoso”.21

Una vez restablecido el círculo virtuoso del progreso, la madre patria supo valorar las innegables aportaciones del fenómeno inmigratorio y consideró oportuno retomar el desafío de continuar construyendo el sentido de la “italianidad”, dentro y fuera de las propias fronteras.

Partiendo como vénetos, lombardos, napolitanos o sicilianos... fuera de la propia tierra, los casi treinta millones de emigrados se han descubierto como “italianos”, capaces de rehacer sus lazos con la tierra que les vio nacer.

Hoy el país reconoce el enorme influjo que tuvieron los emigrados en su propia configuración. La historia de la Italia contemporánea es incompleta e incomprensible si no se considera el profundo impacto del fenómeno migratorio.

Para entender el desarrollo del país, de su economía y de su tejido social, así como su identidad cultural, es indispensable recordar que millones de conciudadanos fueron expulsados de su propia tierra provocando que todo el constructo socio-cultural adquiriera un perfil particular.

Los emigrados combinaron la memoria dolorosa de una tierra empobrecida con el compromiso sin fisuras en la construcción de los países de acogida. Supieron afrontar y superar el doloroso proceso de integración al tiempo que, pasada la primera etapa que les llevó a resolver los problemas vitales fundamentales, lograron también recuperar el amor a sus orígenes.

Prueba de ello, ha sido no sólo el valor añadido de enriquecimiento personal y profesional de quienes regresaron a la patria, sino también, y de manera muy significativa, la riqueza económica y cultural de retorno. Estos elementos fueron dando a Italia el perfil de progreso y el espíritu de internacionalidad que hoy la caracteriza.

La magnitud de las cifras

Los estudios estadísticos relativos a la inmigración italiana se multiplican por doquier y el acceso a los mismos se ha facilitado enormemente por los medios digitales presentes en la red de Internet22.

Fue a partir de 1875 que el estado italiano comenzó a registrar estadísticamente el fenómeno inmigratorio y a buscar medios para tutelar, de alguna manera, los derechos de millones de connacionales, al tiempo que buscaba poner en marcha políticas disuasorias para contener el flujo de los que emigraban.

Propongo una mirada que nos permita tomar conciencia de la dimensión que tuvo el fenómeno, centrándome en la región véneta y en la provincia de Vicenza.

Es necesario consignar que, comparativamente, el Véneto ha sido la región italiana con mayor número de inmigrantes23.

Entre los años 1875 y 1925 el fenómeno inmigratorio marcó cifras de record involucrando a dieciséis millones de personas, de los cuales más de la mitad se dirigieron hacia América24.

Como ya he señalado, dos fueron las corrientes inmigratorias fundamentales. La primera de ella se orientó hacia países europeos en mejores condiciones socio-económicas como Alemania, Francia o Suiza, dando lugar a la inmigración temporal o golondrina25.

La segunda fue hacia América, ocupando el primer lugar, y con gran diferencia, Brasil; seguido por Argentina y Estados Unidos26.

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El siguiente gráfico nos señala la incidencia porcentual de la inmigración véneta en Europa, África y América.

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En 1869, Argentina tenía 1.763.490 habitantes (primer censo) y alcanzó la cifra de 7.885.237 en el censo de 1914. Este enorme crecimiento, que cuadruplicó la población del país en poco más de cuarenta años, se debió al fenómeno de la inmigración europea que estamos analizando, fundamentalmente la italiana y española.27

Respecto al conjunto de inmigrantes en Argentina en el período 1850-1925, los italianos representan el 61,3%, duplicando a los españoles.

En cuanto al perfil profesional, la gran mayoría de los inmigrantes de la primera hora fueron campesinos. Se radicaron principalmente en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, donde fundaron colonias agrícolas. Entre ellas las que dieron lugar a las actuales poblaciones de Chajarí, de la que se desprendería Villa del Rosario, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, lugar de asentamiento de mis bisabuelos Calgaro y Farneda.

Quienes prefirieron quedarse en las ciudades se dedicaron en un primer momento a actividades de servicios terciarios. Esta preferencia por las ciudades tuvo una causa directa en la ya mencionada crisis productiva italiana de fines del siglo XVIII, la que originó una corriente importante de inmigrantes capacitados como obreros industriales.

Es el caso ya mencionado de la decadencia de la industria textil liderada por la familia Rossi. Entre los años 1884 y 1893, 3.564 obreros provenientes de Schio, emigraron hacia Argentina.

El país ofrecía oportunidades al mundo obrero y al mismo tiempo continuaba siendo la meta de grandes masas de campesinos. En 1885, y en la ciudad de Buenos Aires, noventa albañiles sobre cien eran inmigrantes. Otro tanto ocurría con los sastres, panaderos, maquinistas o vendedores ambulantes.

Volviendo nuestra mirada a la inmigración véneta, los primeros grupos prefirieron quedarse en Brasil, formando numerosas colonias, especialmente en Rio Grande do Sul.

Las favorables condiciones creadas desde la política de inmigración Argentina hicieron que la tendencia a radicarse en Brasil comenzara poco a poco a cambiar. Los vénetos emigrados a la Argentina conformaron el 7,2% del total de italianos que llegaron al país, estando en primer lugar sus vecinos piamonteses con un 16,5%28.

Si consideramos las diversas provincias vénetas, la más comprometida en el fenómeno inmigratoria fue Belluno, seguida por Treviso y Vicenza con cifras muy similares. En el caso vicentino, de donde provienen las familias Calgaro y Farneda, la cifra total de inmigrantes entre los años 1870 y 1925 sumó 460.991 personas.

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Los estudios estadísticos desde comienzos del siglo XIX hasta nuestros días nos indican que el proceso inmigratorio no ha cesado y en poco más de dos siglos hasta seis millones de italianos han emigrado a nuestro país.

A partir de la información consultada y según estimaciones sociológicas proyectivas, en el año 1950, en torno al 60% de la población argentina tenía algún ascendiente italiano.

Esta referencia está sometida a los cambios de la dinámica en las últimas décadas. La inmigración proveniente de países limítrofes como Paraguay, Chile, Bolivia, Perú, Uruguay, etc. están cambiando el perfil socio-cultural y étnico de la población argentina.

9 No contamos con elencos completos de todos los emigrantes llegados al puerto de Buenos desde la primera hora. Hay muchos baches de información, sobre todo en relación a la primera etapa, hasta 1880.

10 En este sentido podríamos analizar el accidentado contexto político pautado, por ejemplo, por la ocupación napoleónica a principios del siglo XVIII con el empobrecimiento sistémico que dejó en la población o el proceso de unificación italiana con la guerra civil que generó, hasta que Víctor Manuel II logró la ansiada unidad en 1861.

11 Podemos escuchar esta preciosa canción en distintas versiones haciendo

una búsqueda por Internet. http://www.youtube.com/watch?v=OmOFyHGHEy-

Q&feature=player_detailpage

12 Traducción libre. El dialecto véneto presenta al menos nueve variantes. Me he servido de un diccionario específico y he realizado algunas consultas ya que el lenguaje utilizado es muy particular.

13 La pelagra es una enfermedad que afecta a aquellas personas que siguen una dieta pobre en proteínas, acentuándose en los que tienen al maíz como dieta básica, situación que se daba con frecuencia entre nuestros campesinos.

14 El “Monte dei Calgari” se encuentra en las primeras estribaciones del Monte Toraro, frente a Castana, municipio de Arsiero, Provincia de Vicenza, región del Véneto.

15 Novello, en su obra “Monografía agraria dei distretti di Coneglinao, Oderzo e Vittorio” fundamenta los porqués de este desequilibrio emocional, definiendo con precisión este proceso de “embrutecimiento” de las personas.

16 Por la tarde en el bar, con un puñetazo golpea sobre la mesa: ¡Maldita Italia! blasfema: “Vámonos”.

17 Volpe R., “Terra e agricoltori nella provincia di Belluno”, Belluno 1980, p. 280, citando a Lazzartini A., “Campagne venete”, p. 225.

18 Cf. Capozzo D., “Lo spopolamento nelle valli del Leogra e del Posina”, en “Schio 29”, 1984, pág. 23-33.

19 22 Mancuso F., “Le trasformazione territoriali”, Firenze, 1990, p. 45.

20 La Società Dante Alighieri, fue fundada en el año 1889 con la finalidad de tutelar y difundir la lengua italiana en el mundo, impulsando los lazos espirituales de los emigrantes con la madre patria y promoviendo entre los extranjeros el amor y el reconocimiento de la cultura italiana.

21 Cf. MEI, (Museo dell’emigrazione Italiana), con sede en la plaza Ara Coeli 1, Roma

22 Se puede ampliar la información utilizando motores de búsqueda diversos. También es de gran interés seguir la digitalización de los libros parroquiales de la zona de origen así como la que se viene realizando en los registros civiles. Año a año se hacen público nuevos documentos de gran interés para quienes realizan investigaciones sociológicas/familiares.

23 Entre 1876 y 2005 emigraron 3.212.919 vénetos.

24 Si tenemos en cuenta el arco de tiempo que va entre el año 1781 y la actualidad, más de treinta millones de italianos dejaron su patria. A partir del año 1905 retornaron en torno a once millones. Estas cifras nos hablan de una verdadera cultura inmigratoria de ida y vuelta.

25 A fines del siglo XVIII y primera mitad del XIX también se consolidó el formato de inmigración golondrina hacia América

26 Fuente de los gráficos: Revistas Argentina de Ciencias Sociales. Fundación Arche, Buenos Aires, 1978, pp 126 y 127.

27 Annuario Statistico della emmigrazione italiana 1876-1925.

28 Idem, “Annuario Statistico...”

Andemo in Mèrica

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