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Introducción
ОглавлениеEL 18 DE OCTUBRE del 2019 se inició en Chile un movimiento plural que terminó denominándose, a falta de una mejor designación, el estallido social1. Los hechos empezaron desde los primeros días del mes de octubre y se volvieron un tornado social el 18. Desde esa fecha hasta fines del 2019 se sucedieron con gran velocidad e intensidad enormes movilizaciones en las calles, encuentros ciudadanos en cabildos abiertos, proyectos de reforma social, casos de pillaje y violencia, violación de los derechos humanos, un acuerdo parlamentario para redactar una nueva Constitución2.
Durante el 2020, aunque la movilización social menguó a causa de la crisis sanitaria del Covid-19, la vida política siguió marcada por el soplo del estallido social –algo que se materializó en la votación (más del 78%) por el Apruebo en el plebiscito del 25 de octubre del 2020 en favor de una Convención Constitucional–. Cada una de estas etapas dio lugar a fragmentos de una épica coral a través de manifestaciones plurales fotografiadas por Paulo Slachevsky3, o reflejadas en los más de quinientos grafitis y frases en los muros recopilados por Raúl Molina4, y cuya heterogeneidad intentará ser interpretada en este ensayo.
A pesar de la diversidad de interpretaciones que ha suscitado el estallido, el neoliberalismo es siempre de una u otra manera el gran marco de análisis. Es desde él que se construyen las preguntas: ¿cuáles dinámicas? ¿Por qué el malestar? ¿Cómo el derrumbe? ¿Qué nuevo pueblo?5
En el presente ensayo no buscaremos dar una respuesta directa a estas preguntas. Nuestro esfuerzo, complementario a estas lecturas, buscará más bien problematizar los horizontes ordinarios de vida de los individuos. Nos centraremos así en el mal-estar posicional (y no en el malestar) de un sector de la ciudadanía que denominaremos las clases popular-intermediarias.
PARA CONSTRUIR ESTA INTERPRETRACIÓN no recurriremos a un trabajo comparativo propiamente dicho, sino a un rodeo analítico. Intentaremos leer el estallido social en clave latinoamericana. Esta puesta en perspectiva interpretativa no es ni una provocación hacia la tesis de la excepcionalidad chilena, ni un cuestionamiento de los anhelos de ciertos actores sociales, sobre todo en las últimas décadas, por lograr que Chile le diga por fin adiós a Latinoamérica. Esta elección de lectura coincide simplemente con lo que afirmó Manuel Antonio Garretón hace ya pronto veinte años: el interés de preservar, en las ciencias sociales en Chile, el horizonte heurístico de América Latina6.
La geografía es el destino de los países. Los desequilibrios regionales existen y pueden incluso persistir durante mucho tiempo (entre Europa Occidental y Europa del Este estos se remontan a varios siglos). Pero nada de esto contraviene la similitud de los procesos culturales, sociales o políticos dentro de una región. América Latina, y Chile dentro de ella, no escapa a esta realidad. Tras dos siglos de historia posindependencia, cada país ha ganado en consistencia. Cada uno es cada vez más consciente y celoso de su particularidad, y como en tantas otras partes del mundo, todos ellos, de una u otra manera, reivindican su excepcionalidad nacional (en realidad, su especificidad). La particularidad colombiana, la excepcionalidad chilena, la civilización brasileña, todo se presta a discursos y exclusiones identitarias. No todo es falaz en estas representaciones, pero en su anhelo agónico de singularidad estos análisis no son necesariamente la mejor vía para la comprensión.
La tesis de la excepcionalidad esconde un juicio de valor que mutila la imaginación sociológica. A fin de cuentas, todo bien medido, las innegables diferencias y especificidades nacionales se inscriben siempre en el concierto de una región, a través de profundas continuidades y semejanzas estructurales7. Si algunos países latinoamericanos han tenido (y en el caso chileno muy tempranamente) ejecutivos fuertes, todos siguen teniendo Estados con poderes infraestructurales limitados8. Todos siguen siendo economías primario-exportadoras. Todos se instituyeron desde la posindependencia en torno a una matriz jurídica igualitaria individualista que rompió con la herencia corporativa ibérica. En Sudamérica, el derecho de voto de la mujer se extendió en varios países en el lapso de una sola década. Los grandes modelos sociopolíticos (el orden oligárquico, el régimen nacional-popular, el Estado burocrático-autoritario o el modelo neoliberal) son por lo general comunes, con especificidades, a todos ellos. La lista podría alargarse a voluntad.
Es dentro de estas similitudes estructurales que se inscribe este ensayo con la clara conciencia de que los decursos nacionales no cejan, desde la independencia, de alejar entre sí a los distintos países en medio de una no menos constante y paradójica realidad común. De ahí el recurso al rodeo o el desvío latinoamericano como una manera de propiciar una comprensión descentrada capaz, ojalá, de permitir otra mirada sobre el estallido. Es apoyándonos en este rodeo como buscaremos asentar la hipótesis de la consolidación progresiva de las clases popular-intermediarias. Por supuesto, es posible proponer, siempre en clave latinoamericana, análisis distintos del que desarrollaremos en este trabajo. Se trata por eso solamente de una mirada dentro de una perspectiva singular.
Lo anterior plantea el problema preciso del horizonte heurístico desde el cual interpretaremos el estallido. Aunque por razones habituales a este género analítico evocaremos varias veces el horizonte de Latinoamérica (o «en la región»), las interpretaciones se harán sobre todo al alero de la situación de Sudamérica, y dentro de ella recalcando algunos casos nacionales por sobre otros. Una labilidad que tiene que juzgarse en acuerdo con lo que el ensayo de interpretación, como género de análisis, permite, y sobre todo lo que este trabajo busca como fuente de imaginación para la formulación de un conjunto de hipótesis.
HAREMOS LA HIPÓTESIS DE QUE para aprehender el significado del estallido social, hay que desplazar el cursor de siete días del 18 hasta el 25 de octubre del 2019. Ese día confluyó en las calles de Santiago un gentío compuesto de individuos pertenecientes a muy distintos estratos sociales (incluidos varias decenas de miles de manifestantes venidos del sector oriente de la ciudad), reunidos ocasionalmente en torno a un conjunto heterogéneo de demandas sociales9. Ese día hubo 1.200.000 personas en las calles, pero no hubo un sujeto.
Consecuencia de este desplazamiento: el eje de la interpretación del estallido social no lo pondremos ni en los jóvenes que evadieron el pago del metro, ni en aquellos que participaron en la destrucción de varias de sus estaciones, ni en los que participaron en los pillajes, ni en los miembros de la primera línea, ni en los encapuchados, ni en las militantes feministas o de la disidencia de género, ni en aquellos que asistieron a los cabildos o realizaron cacerolazos. Colocaremos el eje del análisis en el gentío altamente heterogéneo del 25-O.
Lo que se hizo visible ese día fue la eclosión (más que la emergencia) de un gentío, una constelación de individualidades atravesadas por ciertas experiencias comunes (por sobre todo la experiencia de la vida dura y sus sofocaciones), pero sin identidad colectiva. Haremos la hipótesis de que la eclosión del gentío hizo visible la forja de un nuevo grupo social, las clases popular-intermediarias en cuyo mal-estar posicional residen las razones, los horizontes y las promesas del estallido social.
El análisis partirá explicitando la hipótesis de las clases popular-intermediarias y la especificidad de su mal-estar posicional (capítulo 1) y seguirá con una caracterización de su hibridez constitutiva entre viejos sectores populares y clases medias tradicionales (capítulo 2). Detallaremos luego sus principales dimensiones en torno al trabajo y el consumo (capítulo 3), sus experiencias posicionales y estrategias individualizadas (capítulo 4), sus actitudes hacia las políticas sociales, los derechos, el esfuerzo propio (capítulo 5). En el breve capítulo 6, delinearemos los contornos experienciales de la vida dura y sus sofocaciones –consecuencia vivencial de lo analizado en los capítulos precedentes y zócalo de los reclamos del gentío del 25-O–. Por último, en el séptimo y último capítulo analizaremos el desafío de la representación política de las clases popular-intermediarias10.
1 Este texto es deudor de un doble agradecimiento. En primer lugar, a los editores de LOM que me invitaron a presentar un manuscrito en la colección 18-O. Luego, a los evaluadores de una primera versión que, gracias a sus sugerencias y comentarios, me permitieron esclarecer y mejorar este texto.
2 Danilo Martuccelli, «El largo octubre chileno. Una bitácora sociológica», en Kathya Araujo (ed.), Hilos tensados, Santiago, USACH-Idea, 2019, pp. 369-476.
3 Paulo Slachevsky, Fragmentos de un despertar, Santiago, LOM ediciones, 2020.
4 Raúl Molina Otárola, Hablan los muros, Santiago, LOM ediciones, 2020.
5 Mario Garcés, Estallido social y una Nueva Constitución para Chile, Santiago, LOM ediciones, 2020; Kathya Araujo (ed.), Hilos tensados, Santiago, USACH-Idea, 2019; Carlos Peña, Pensar el malestar, Santiago, Taurus, 2020; Eugenio Tironi, El desborde, Santiago, Planeta, 2020; Gloria De la Fuente, Danae Mlynarz (coord.), El pueblo en movimiento, Santiago, Catalonia, 2020; Alberto Mayol, Big Bang, Santiago, Catalonia, 2019; Hugo Herrera, Octubre en Chile, Santiago, Katankura, 2020; Carlos Ruíz, Octubre chileno, Santiago, Taurus, 2020.
6 Manuel Antonio Garretón, «Reconstrucción de la política y proyecto país», in Tomás Moulian (comp.), Construir el futuro, vol.1, Aproximaciones a proyectos país, Santiago, LOM ediciones, 2002, pp. 89-135.
7 Interpretar por ejemplo Portales en el concierto del caudillismo latinoamericano (comparándolo con Rosas en Argentina o Castilla en el Perú) arroja toda otra luz sobre su acción (muy alejada del prohombre dotado de virtudes que describió Alberto Edwards en La Fronda aristocrática). Cf. Julio Pinto, Caudillos y plebeyos, Santiago, LOM ediciones, 2019.
8 Por poder infraestructural entendemos las capacidades efectivas del Estado en penetrar la sociedad civil e implementar concretamente las decisiones políticas. Cf. Michael Mann, The Sources of Social Power, vol.1, Cambridge, Cambridge University Press, 1986.
9 La noción de «gentío» no tiene en este ensayo ninguna vocación peyorativa. Ciertamente, como fue el caso con otras denominaciones afines («masas», «multitud», incluso «pueblo» en sus orígenes) acarrea hoy en día connotaciones a veces negativas. Si a pesar de ello recurrimos a este vocablo es porque circunscribe justamente el problema de la espinosa nominación de este actor social heterogéneo en ciernes. La posible resemantización positiva del término (o no) es una cuestión abierta cuyo desenlace pertenece a la historia social.
10 Este texto fue realizado en el contexto del Proyecto de Investigación Fondecyt N°1180338, «Problematizaciones del Individualismo en América del Sur» y se benefició del apoyo financiero de la Iniciativa Científica Milenio de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) adjudicado al Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder, NCS17_007.