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Constitución, fanatismo y decadencia

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El kirchnerismo no se limita a transgredir la Constitución nacional; su proyecto mismo, en gran medida, es bastardearla, denigrarla, pisotearla. Así han creado una horda de fanáticos que desprecian nuestras leyes, porque solo reconocen como ley las órdenes de la líder. Este fanatismo, con el paso del tiempo, está llevando a la Argentina a la decadencia. La decadencia moral, intelectual, pública, económica y social que vive hoy el país, y de la que no será fácil salir, en gran parte fue generada por el kirchnerismo y su banda de fanáticos seguidores.

Una de las mejores definiciones de democracia que he escuchado la refiere como la gestión de las diferencias. En cada sociedad todos somos diferentes y pensamos diferente; eso genera contraposición de opiniones y, entonces, la democracia viene a gestionar esos conflictos generados por las diversas formas de ver la vida. Esta definición, en mi caso, es dolorosa, porque me recuerda que a menudo no nos damos cuenta del valor de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Por desgracia, en la Argentina esto sucede cada vez más. El valor de la democracia radica en que puedan convivir personas de diferente raza, sexo, religión, tradición, ideología política, en un mismo país, en un mismo espacio, y no asesinarse o maltratarse unos a otros por esas diferencias. Y el rol de un gobernante es, justamente, gestionar las diferencias. Entender que todos somos diferentes, que tenemos distintas pasiones, distintos objetivos, distintas formas de ver la vida, distintas formas de concebir el mundo, pero que a la vez todos somos iguales, es decir, iguales ante la ley, y que desde el Estado no se puede hacer diferencias para favorecer a unos por sobre otros, nos permitirá entender que la democracia es convivir, de manera pacífica, con gente que no es igual a uno. Y para quienes nos gobiernan, entender esto es primordial, porque justamente el gobernante de turno debe entender que las diferencias hay que gestionarlas y no eliminarlas. Solo los fascistas intentan eliminar las diferencias.

Para gestionar las diferencias y, entonces, asegurar la perdurabilidad de la democracia en el tiempo, nacen las constituciones y, con ellas, el Estado de derecho. Una constitución nacional asegura el imperio de la ley (que el poder político esté supeditado al derecho, es decir, que ningún político esté por encima de la ley), la división de poderes del Estado (para dividir tareas, legitimidades, y asegurar el control mutuo entre legislativo, ejecutivo y judicial), el reconocimiento de derechos y libertades fundamentales de las personas ante los poderes públicos (para asegurar libertades frente al ejercicio del poder), un Poder Judicial que vele por los derechos subjetivos y supervise los actos de los otros poderes y un control de la legalidad de los actos públicos (que la Justicia controle, por ejemplo, que los decretos de Alberto Fernández sean legales y no inconstitucionales, como todos los que ha firmado desde el principio de la cuarentena). Por eso el kirchnerismo, desde que tomó el poder, no ha dejado de pisotear la Constitución. Hoy en día no existe la división de poderes, no existe el respeto de los derechos y libertades individuales, no hay control de la legalidad de los actos públicos y hay abusos de poder por todas partes.

Recuerdo que en la apertura de sesiones del Poder Legislativo del año 2015, Cristina Fernández de Kirchner, como presidente, acusaba al Poder Judicial de “partidizarse” y afirmaba que “el partido judicial se ha independizado de la Constitución” (Infobae, 2020b), cuando una importante cantidad de personas que trabajaban en el Poder Judicial, además de jueces y fiscales, marcharon pidiendo por el esclarecimiento de la muerte del fiscal Nisman. Para Cristina, todo aquel que contradiga su pensamiento y sus palabras está en contra de la patria. Ella se cree la encarnación de la patria y si alguien la acusa de algo o piensa de manera contraria a ella y lo expresa públicamente, corre riesgo su vida. Contradecir a Cristina es un deporte de alto riesgo. Cristina Fernández de Kirchner no entiende de división de poderes, no entiende de constituciones, no entiende de Estado de derecho, no entiende de libertades. O estás con ella o sos su enemigo. Y esa visión de la política es la que ha impuesto en la sociedad.

Así como en aquel momento acusó al Poder Judicial de partidizarse, desde la asunción de Macri como presidente y el cambio de rumbo de las causas judiciales en las que ella está denunciada o imputada, una vez más pasó a acusar al Poder Judicial de politizarse, pero esta vez sin afirmar que este poder del Estado se habría partidizado, sino que directamente forma parte de una conspiración para encarcelar a los líderes políticos que “luchan por el pueblo”. Ya no habló más de “partido judicial”, y comenzó a hablar de “lawfare”. Tuvimos que recurrir a los diccionarios para entender qué quería decir Cristina. La expresidenta, sencillamente, quiere convencernos de que existe una “guerra judicial” en su contra, y así como ella toma este término para victimizarse, también lo hacen Correa en Ecuador y Lula en Brasil. Todas personas intachables, que no se enriquecieron en la función pública, que no pagaban sobreprecios en las obras públicas. Todas personas de bien. ¿Es pura casualidad que todos estos personajes estén acusados de corrupción? La mejor solución, para ellos, es denunciar una persecución judicial en su contra, es plantarse en el plano de víctima. Y así, nuevamente, dicen que la justicia se politiza. Con ese argumento quieren exculparse, pero con ese argumento, también, bastardean la división de poderes y la Constitución.

Existen ciertas diferencias fundamentales entre el kirchnerismo y las fuerzas constitucionales. Quienes aceptamos la Constitución como ley suprema aceptamos la democracia como régimen. En cambio, el kirchnerismo (sin manifestarlo abiertamente) propone un régimen autoritario al plantear que Cristina es la líder del pueblo, dado que ella es quien identifica las necesidades de ese pueblo. Mientras haya democracia, según ellos, va a haber una élite política. Y la élite es la oligarquía, por eso el kirchnerismo siempre propone “más democracia”, más “pueblo”, para finalmente imponer su sistema autoritario de pensamiento único.

Las fuerzas constitucionales, al aceptar la democracia, aceptan también el pluralismo político. El kirchnerismo, por su parte, prefiere eliminar las diferencias. ¿Cuántas veces escuchamos a Cristina decirnos que “el pueblo ha sido oprimido” y que los que no son kirchneristas no son “pueblo”? Hasta el actual jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, dijo que los que se manifestaban contra el kirchnerismo no eran “pueblo”. O el mismísimo presidente dijo que, cuando termine la cuarentena, la “gente de bien” va a manifestarse a favor del Gobierno. Eso es una fuerza antidemocrática. Pensar que si no sos kirchnerista no sos argentino es obviamente antidemocrático. Nadie tiene la capacidad de decir quién es “pueblo” y quién no. Todos somos pueblo, todos somos ciudadanos.

Y, por último, los que aceptamos la Constitución como ley suprema, al aceptar la democracia, aceptamos la forma representativa de gobierno. Es decir, aceptamos que el pueblo gobierna por medio de sus representantes. El kirchnerismo, en cambio, sostiene una promesa de una democracia directa, gestionada por el pueblo. Y como existe un líder que sabe interpretar las necesidades del pueblo, ese líder será quien gobierne (Cristina). ¿Cuántas veces escuchamos que, con la excusa de traer más democracia, pedían intervenir la Justicia? Hasta llegaron a decirnos que querían reformar la Justicia para que el pueblo elija a sus jueces y fiscales, o que era necesario un cambio en la Constitución nacional, en aquellos momentos en los que se hablaba de “Cristina eterna”. Afortunadamente, no hay Cristina eterna, porque si hoy la Argentina está en decadencia, con “Cristina eterna” ya estaríamos en el infierno. Si Dante Alighieri viviera, tendría que reescribir la Divina comedia solo para generar un nuevo círculo para Cristina.

El kirchnerismo cree que la Constitución mantiene los intereses de unos pocos. Para el kirchnerismo, la raíz de los problemas de Argentina es la Constitución. Por eso, porque pretenden, en principio, no respetar la Constitución actual y (si pueden hacerlo) modificarla o crear una nueva, son antidemocráticos. Para el kirchnerismo las diferencias no se gestionan: se eliminan. Y eso, queridos amigos, es fascismo. Lo único que crearía el kirchnerismo, si lograsen modificar la Constitución o imponer una nueva, sería una democracia totalitaria (Talmon, 1956).

Fascismo es censurar a la UBA para que no organice una charla con Sergio Moro, el exjuez brasileño que llevó adelante los juicios conocidos como Lava Jato y encarceló a políticos de todos los colores y a gran cantidad de empresarios por la corrupción y cartelización de la obra pública. Fascismo es que encierren a la gente en sus casas y utilicen a la policía para controlar quién puede moverse por las calles, quién puede ir a trabajar, mientras Alberto viaja de provincia en provincia visitando gobernadores a placer, recibiendo dirigentes en Olivos, almorzando o cenando con quien le plazca y sacándose fotos para mostrarlo. Fascismo es escrachar a un abuelo que quería darles diez dólares a sus nietos para que ahorren, en épocas del primer cepo cambiario. Resulta que ese abuelo, llamado Juan Carlos Durán, era abogado, y presentó un amparo en la Justicia para poder comprar los diez dólares y regalárselos a sus nietos, ya que eran abanderados de sus colegios. Y Cristina usó las herramientas del Estado (como las cadenas nacionales) para escrachar a un simple ciudadano y lo tildó de “amarrete”, porque para Cristina era poco dinero diez dólares. Fascismo puro. La asimetría de poder entre un presidente y un ciudadano de a pie es abismal. Cuando un hecho de ese estilo sucede, el miedo nos invade, porque recordemos que, en otra cadena nacional, Cristina dijo: “Solo a Dios hay que tenerle miedo… y a mí un poquito también”, y los bufones de turno la aplaudían sin parar (no se sabe si por festejarle sus dichos o por miedo, justamente).

Fascismo es crear un organismo que controle contenidos mediáticos (NODIO) en la Defensoría del Público, con Miriam Lewin a la cabeza, para decir qué periodista puede decir qué cosa y qué periodista no, o arrogándose la facultad de decirle al público qué periodistas escuchar y cuáles no. Fascismo es tener intendentes y gobernadores atornillados al poder desde hace quince años o más y que los niños de sus distritos, en los actos escolares, los alaben diciéndoles cuán buenos líderes son, o jurando la bandera por ellos. Fascismo es utilizar en las escuelas libros de texto en los que se habla mal de algunos líderes políticos y bien de otros. Fascismo es haber logrado que mucha gente le impida a otra hablar sobre los derechos humanos si no pertenece a algún tipo de agrupación política. Fascismo es limitar la libertad de expresión adoctrinando a los medios de comunicación a través de la pauta publicitaria.

El kirchnerismo es un populismo berreta. O un populismo tercermundista. Y es que sin dudas el kirchnerismo es populismo, pero enfrente todavía tiene a una sociedad que lucha por sus derechos; y es berreta o tercermundista porque continuamente muestra la hilacha.

El populismo tiene algunas ideas básicas que el kirchnerismo aplica a rajatabla. Una de ellas es que la sociedad está dividida en dos grupos, el pueblo y la élite. No hace falta mencionar el sinnúmero de veces que escuchamos a Néstor Kirchner y a su esposa hablar de la élite, de los oligarcas, de la burguesía. Incluso en 2020, uno de sus fieles esbirros, Jorge Taiana (quien lamentablemente representó al país como canciller), vinculó la muerte de Dorrego con Macri por entender que pertenecen a la misma “burguesía”. Allí es donde se ve la hilacha. La idea básica populista es dividir al pueblo entre los de arriba y los de abajo, pero cuando quieren llevar eso a la realidad, hacen conexiones intertemporales que nunca hubieran sido posibles. Lo tragicómico de este tipo de situaciones es que aún Taiana nos representa (claramente, a mí no me representa, pero, como sociedad, él es uno de nuestros representantes). Parece increíble que tengamos una clase política con tan poco conocimiento, o con ideas tan estrafalarias metidas en su cabeza que los llevan a vincular la muerte de alguien con un presidente que gobernó el país casi doscientos años después.

Y una segunda premisa del populismo es que estructura el debate público en términos morales, no programáticos. O sea, esta división entre pueblo y élite está cargada moralmente. El pueblo es un sujeto político bueno, virtuoso, y se lo idealiza como tal. Por eso el kirchnerismo (como la Iglesia) ejerce un culto a los pobres. Les gustan tanto los pobres que los multiplican. Ser “del pueblo” está bien. Ser de “la élite” está mal. Como si alguien rico nunca pudiese haber sido pobre en el pasado. Y así es como destruyen la meritocracia. Si ser rico está mal, esforzarse, mejorar, trabajar duro y ganar dinero deja de tener sentido. Por eso el discurso albertista y de todo el arco kirchnerista contra la meritocracia. Nos dicen que no quieren una sociedad meritocrática, sino una “solidaria”, como si ambas cosas no pudiesen ir de la mano. El problema es cómo ser solidarios si no tenemos algo para dar. Si ponemos cada vez más palos en la rueda para que la gente pueda crear sus empresas, generar trabajo y, ganando dinero, hacerse rico, ¿cómo podemos ser solidarios? ¿Qué puedo darle a alguien si no tengo nada? El amor no se come, las declaraciones tampoco. Quizá el kirchnerismo entiende que solidaridad es lo que hacen ellos: usar los recursos del Estado (que le sacan a la gente con impuestos) para repartir a diestra y siniestra. ¡Con plata ajena cualquiera es solidario! Y lo peor de todo es que cuando lo hacen, salen a relucir que hay un “Estado presente”. O quizá entienden que la solidaridad es hacer lo típico que hacen los políticos cuando alguien se ve agraviado: publicar un tuit en el que dicen “me solidarizo con…”. ¿Esa será la solidaridad que ellos pregonan?

Lo más cínico o hipócrita de esta idea que divide a la sociedad entre “pueblo” y “élite” es que los Kirchner son ricos, pero no forman parte de la élite (aparentemente). Según ellos, forman parte del “pueblo”. ¿Cómo es posible que Florencia Kirchner, que tiene cuatro millones de dólares en cajas de seguridad, innumerables propiedades y hoteles utilizados para lavar dinero sucio, y que estudió en Nueva York, sea parte del pueblo? ¿Cómo es posible que Máximo Kirchner, que nunca tuvo un trabajo en blanco (hasta ahora, que es diputado) y tiene millones de pesos en sus cuentas bancarias, sea parte del pueblo? ¿Cómo es posible que Cristina, que compró propiedades durante la dictadura a precio vil y luego las alquiló o vendió, o que habiendo trabajado dos tercios de su vida en el ámbito público usa relojes Rolex y carteras Louis Vuitton, sea parte del pueblo? ¿Acaso el pueblo usa Rolex? ¿Acaso el pueblo puede llegar a comprarse carteras de cuatro mil dólares? ¿Acaso todo el pueblo puede estudiar en Nueva York? ¿Acaso el pueblo tiene hoteles a su nombre? ¿Acaso el pueblo tiene cuatro millones de dólares?

Y volviendo a la definición de democracia que mencioné párrafos atrás, para el kirchnerismo la política no pasa entonces por gobernar para gestionar las diferencias, sino que entiende que la política pasa entre “pueblo” y “enemigos del pueblo”. Y todo aquel que piensa diferente a como piensa Cristina es un enemigo del pueblo. Por eso creen necesario eliminar (o dominar) las instituciones de control, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Porque le permiten a Cristina ser “la líder del pueblo”, sin intermediarios. Y es esta división entre pueblo y sus enemigos la que ha generado una inmensa cantidad de esbirros a la orden del poder, que se limitan a hacer caso a lo que la reina manda; así como ha generado una horda de fanáticos que lo único que hacen es repetir los mensajes que el kirchnerato transmite, sin importar si lo que dicen es verdad o mentira. Así es como nació el fanatismo kirchnerista y, con él, la intolerancia. Y así vamos institucionalizando la violencia, y se convierte en algo que nos pasa en el día a día, que divide familias, que divide amistades, que separa (o une) parejas. Ahora resulta que hasta en las aplicaciones de citas la gente comenta su simpatía política, como forma de filtro. Así se juntan nuevas parejas por afinidad política, así se divide cada vez más la sociedad argentina. Así es como de un lado quedan los fanáticos intolerantes, con quienes no se puede charlar, con quienes los datos, los hechos y la realidad no tienen sentido alguno, y los que valoramos la democracia y creemos que una sociedad se debe construir entre todos, valorándonos a cada uno como persona, como individuo, como igual pero, a la vez, diferente.

También es importante señalar cómo el kirchnerismo ha generado una decadencia en el vocabulario y una decadencia en la palabra y los valores y significados que ella otorga. La indigencia intelectual del politburó kirchnerista ha bastardeado el lenguaje y ha generado que muchas palabras pierdan su valor y se vacíen de contenido.

Una de las palabras más utilizadas por el kirchnerismo, por ejemplo, es “social”. Previo al kirchnerato, la palabra “social” prácticamente no era utilizada. Con el advenimiento de Néstor al poder, y más todavía con Cristina como presidente, se le fue dando un uso intensivo a la palabra “social” que, llegado el día de hoy, ya no tiene significado alguno. Esta situación se asemeja a esa fábula que dice que había un niño muy bromista en una aldea, que era pastor de ovejas, y que siempre que sacaba las ovejas a pastar por los campos volvía corriendo al pueblo gritando que un lobo las había matado, y que cuando los habitantes del pueblo acudían al lugar de los hechos, las ovejas estaban vivitas y coleando, disfrutando del campo, y el joven comenzaba a reírse a carcajadas porque sus vecinos habían creído su engaño. Tras repetir varias veces la broma, los vecinos del pueblo dejaron de creerle. Y un buen día, efectivamente apareció un lobo y mató a las ovejas. El joven salió corriendo desesperado a contarlo a los habitantes del pueblo, pero estos ya no le prestaron atención. Esta metáfora refleja muy bien cómo el kirchnerismo utiliza algunas palabras y les da un uso tan abusivo que, con el tiempo, esas palabras pierden su valor.

Desde que los Kirchner están en el poder, todo pasó a ser social. Lo que antes se denominaban “piquetes” ahora son “protestas sociales”. La economía pasó a ser “economía social”. Los proyectos de vivienda pasaron a ser “vivienda social”. El género de una persona pasó a ser “género social”. Los dirigentes de agrupaciones piqueteras pasaron a ser “dirigentes sociales”. La innovación pasó a ser “innovación social”. La historia pasó a ser “historia social”. Y hasta parte de la legislación pasó a llamarse “legislación social”. Se han encargado de incorporar a la fuerza esa palabra, en todos los ámbitos, a tal punto que la palabra “social” ya no tiene valor alguno. Si todo es social, ya nada es social.

Lo mismo sucede con la palabra “soberanía”. Cuando se estatizó YPF, nos dijeron que se hacía para conseguir “soberanía energética”. Si se referían a la autosuficiencia energética, nada tiene que ver ser autosuficientes con ser soberanos o que una empresa sea estatal. Luego, cuando estatizaron Aerolíneas Argentinas, nos dijeron que se hacía por la “soberanía”, así de simple y genéricamente. ¿Qué tiene de soberano tener una aerolínea que pierde dinero todos los días (que es solventado con los impuestos de la gente) y que tiene un monopolio sobre los vuelos en Argentina y eso hace que todos viajemos más caro? Y en 2020 quisieron estatizar Vicentin, para tener “soberanía alimentaria” y tener una “empresa testigo” del mercado de cereales y oleaginosas. ¿Cómo será posible que expropiando una empresa que compra y vende granos tendremos “soberanía alimentaria”? ¿Qué quiere decir “soberanía alimentaria”? ¿Acaso los alimentos no llegan a algún punto del país? ¿Tener una empresa como Vicentin va a hacer que todos comamos fideos gratis?

Otro de los conceptos bastardeados es el de los “derechos”. Nos han afirmado hasta el hartazgo que se creaban nuevos derechos, o que se “ampliaban” derechos, a tal punto que ya se desdibuja lo que es un verdadero derecho. Si tenemos derecho a todo, no hay responsabilidad sobre nada, y se pierde el valor de los verdaderos derechos. Si tenemos derecho a todo, no tenemos derecho a nada, porque cualquiera podría decir que tiene derecho a quitarme lo que es mío. Tener demasiados derechos y pocas obligaciones es la mejor forma en que una sociedad cave su propia tumba. Por eso se habla aquí de decadencia. Porque se le ha hecho creer a la sociedad que tiene derecho a todo, y cuando la gente incorpora esa idea, justifica todas sus acciones diciendo que “tiene derecho a”, y se terminan las obligaciones y las libertades.

Por eso Argentina está en decadencia, porque creemos que tenemos derecho a todo y que no tenemos responsabilidad sobre nada. Clara muestra de esto fue la organización del funeral de Estado por la muerte de Maradona. Lo organizó el Gobierno nacional, la seguridad estaba a cargo de la ministra Sabina Frederic. La situación se descontroló, la gente saltaba las rejas de la Casa Rosada y empujaba para poder saludar a su ídolo. La policía repelió a los instigadores de los actos delictivos y el Gobierno nacional no tuvo mejor idea que culpar al gobierno de la ciudad por la “represión”. Si desde la más alta esfera del poder se nos dice que hagamos lo que queramos y que no hay consecuencias, ¿cuál es el resultado esperable? Si no se penaliza a quienes vandalizaron la Casa Rosada, cualquier persona, cualquier día, puede ir a tirar una reja abajo y romper un busto de un expresidente y bañarse en la fuente del patio interno de la casa de gobierno.

Estamos ante una decadencia total. El kirchnerismo ha utilizado a la militancia como un vehículo de idiotización de sus seguidores, y ha logrado un resultado excelente: una banda de fanáticos justificadores seriales de cada insensatez que llevan adelante. El Gobierno nacional actual no tiene rumbo, no tiene un norte y está llevando al país a un abismo sin igual. El kirchnerismo es el espacio portador del atraso y la mediocridad. Y si bien la clase media alguna vez creyó en esta banda de ladrones, hoy se está dando cuenta de que su relato está acabando, de que está en decadencia, y como esta asociación mafiosa sabe que está ante su final, está destrozando todo lo que toca y se está llevando todo lo que queda a su paso. La destrucción de las instituciones de la democracia que se ve día a día es el claro ejemplo de que el relato K está en decadencia, que trata de llevar adelante sus últimos manotazos de ahogado porque sabe que va a morir.

Y, en el medio, una sociedad que sufre las consecuencias, pero que está despertando y está reclamando justicia, transparencia, democracia y república.

La decadencia del relato K

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